Margo Glantz ver o no ver

5ed0dc36e389a.jpeg
Foto: larazondemexico

Hace unos años, se decía que los males de la humanidad se debían a la falta de información. Luego los sociólogos añadieron la falta de comunicación. Más tarde, a que la gente no leía y como no leía, no escribía. No sabía escribir. Las redes sociales vinieron a cambiar o al menos a transformar en parte nuestra idea de comunicación, de lectura y de escritura. Los correos electrónicos primero y después los mensajes por whatsapp hicieron del género epistolar otra cosa. Nada que ver con las misivas que aparecen en las novelas rusas o inglesas, nada con las supuestas cartas a lo Choderlos de Laclos en Las relaciones peligrosas, que en 448 páginas construyen una historia de manipulación amorosa y destruyen una vida. Los mensajes se volvieron cada vez más sucintos, pero también más inmediatos. Ahora llegan a su destinatario en tiempo real. Apenas en los años ochenta, vivir en el extranjero (como se decía, hoy con las migraciones masivas ya no sabemos en realidad dónde queda el extranjero) era informar a los seres queridos sobre la propia existencia mediante una carta de al menos dos cuartillas, ponerla en el correo y esperar entre tres y cuatro semanas para obtener respuesta. Estar en un chat es formar parte de una conversación vertiginosa que puede durar menos de tres minutos con un intercambio de varios mensajes en que se resume una vida.

EL VÉRTIGO TEXTUAL

En tuiter la comunicación se radicaliza aún más en términos de tiempo, espacio y destinatario porque la información aforística de quien escribe está destinada a ser leída por un mundo de lectores en su mayoría desconocidos. El que tuitea escribe, como hubieran dicho en el XIX, “al acaso”. Y escribe mucho. Los tuiteros de corazón escriben todos los días.

El problema agudamente captado por Margo Glantz en el libro Y por mirarlo todo, nada veía (Sexto Piso/UNAM, 2018) es que ese vértigo textual que circula segundo a segundo hace que no podamos ahondar en la información, contextualizarla, que no podemos siquiera comprobar su veracidad. Aquello que no sea cierto pasará a formar parte igualmente importante en nuestro universo como fake news y será ejemplo de la posverdad.

Con un tuit se destruyen prestigios y quizá peor, se deciden destinos de individuos y pueblos completos, se elige a presidentes con las peores credeciales, se construyen o derrumban imaginarios económicos, políticos, culturales. Antes con 140 caracteres (hoy 280) se arma nuestra idea de mundo, una idea que tomó siglos conformar antes de la existencia digital, en la era Gutenberg. Y se mide con el mismo rasero lo novedoso y lo antiguo, la tradición y la moda, lo importante y lo superfluo.

Al reunir Margo varios tuits en un torrente que no distingue lo ruin y lo encomiable, lo banal y lo profundo, lo urgente y lo mediato (lo alto y lo bajo) como ha hecho ya en otros de sus libros, lo que hace es ponernos una lente de aumento frente a aquello a lo que estamos sometidos todo el tiempo y que por creer que dosificamos (al fin y al cabo tenemos la libertad de entrar y salir de tuiter cuando querramos, o eso creemos), no nos golpea de modo tan contundente como lo hace este libro. Un puñetazo en pleno rostro. “Porque al leer las noticias”, dice Margo, “¿qué es lo más importante?”. Y abre el libro con un inicio que es casi poético:

¿Que el 31 de enero de 2018 apareciera en el cielo una norme Luna azul, ensangrentada; que al conocer a Felice, su futura prometida, Kafka escribiera en su Diario: Un rostro vacío que llevaba abiertamente su vacío; que el ajolote mexicano sea el único animal capaz de regenerar extremidades, órganos y tejido; que El Cabo, en Sudáfrica, sea la primera ciudad en el mundo que se quedará totalmente sin agua?

Y la contabilidad de lo que transforma al mundo como no ha sido transformado en milenios se sucede con noticias que pudieron haber ocurrido cuando fuera, como que un tigre ande suelto por las calles de Acapulco; que haya habido tigres sueltos y no sólo tigres, sino rinocerontes, en calles de Bogotá cuando escaparon del zoológico faraónico de Pablo Escobar; o noticias que no imaginamos, como que el plástico, así como las redes sociales, haya sido benéfico y ahora contamine.

EL SINSENTIDO QUE IMPORTA

Y por mirarlo todo, nada veía es un libro inclasificable. No sólo es atípico sino descolocador, incómodo. Es un libro difícil. Porque nos confronta con nuestra manera de leer, además de lo que de por sí nos confronta su contenido. Porque uno lee de modo distinto en texto que en el móvil o la computadora, porque los tuits no son mensajes para ser publicados de una sola vez, en texto impreso. O no eran.

Al ser puestos así, los tuits conforman prácticamente unos anales, un documento. Anales del absurdo, de un mundo bizarro si no fuera el nuestro. Anales como nunca los hubo en la humanidad porque muestran la peculiar manera en que leemos y escuchamos noticias que ponen al mismo nivel del sinsentido lo que nos importa. ¿Qué será más importante?, pregunta:

que se suscitara una polémica entre Marruecos y México por una cola de dinosaurio subastada a favor de las víctimas del terremoto del 19 de septiembre del 2017; que haya quienes tienen la válvula aórtica atrofiada; que parezca una tragedia que se divorciaran Brad Pitt y Angelina Jolie [...] que Madonna le diga a Sean Penn, Todavía te amo [...] que haya ganado el Nobel Bob Dylan y no fuera a Estocolmo a recibirlo, pero que sin embargo lo haya aceptado, que Patti Smith cantara una de sus canciones en Estocolmo y se interrumpiera a la mitad porque se puso nerviosa [...] o que haya muerto Leonard Cohen y muchos piensen que era él quien debía haber ganado el Nobel.

"Y por mirarlo todo, nada veía es un libro inclasificable. No sólo es atípico sino descolocador, incómodo. Es un libro difícil. Porque nos confronta con nuestra manera de leer, además de lo que de por sí nos confronta su contenido".

Quizá ninguna de estas noticias sea más importante que otra; quizá con el paso de los años se vayan volviendo menos y menos importantes, o quizá ya nada de esto importe.

Pero ¿importa entonces que el estado de la Tierra hace trescientos millones de años fuera particularmente hermoso porque aún no había seres humanos y porque las flores aparecieron al mismo tiempo que los dinosaurios? ¿Importa la nostalgia de un mundo que siempre habrá sido mejor cuanto más atrás haya existido o importa que por estar en este mundo, aquí y ahora, nos sea de primerísimo nivel de importancia que desde hace tres años nieve en el Sahara o que el Fenómeno del Niño devaste grandes territorios con sequía o inunde otros donde antes no llovió una gota, como en Comala?

Las noticias sobre violencia son las más abundantes, pese a toda la variedad de asuntos que aparecen en este libro y ello hace que la sensación que queda al final sea tan o más trágica que la que nos dejan los noticieros quizá porque en este bosque de mensajes son poquísimos los tuits que nos hacen amar al mundo o sentir que el mundo tiene sentido, no porque no haya profundidad en la pregunta hecha una y otra vez, qué será más importante, ni en lo que se elige poner “que haya marchas y marchas y que de eso dependa lo que la marcha signifique; o que Dolce y Gabanna diseñen oportunamente ropa para musulmanas”, sino porque ante un mundo catastrófico y espantoso, a final de cuentas lo único realmente sensato parezca ser la aparición eventual de un colibrí.

OJOS QUE MIRAN SIN VER

Me pregunto si esta elección se debe a que así es el mundo captado por una de sus más asiduas y eruditas tuiteras o porque es Margo Glantz quien lo capta y compila.

A fin de cuentas: la importancia de este libro donde Margo dice, parafraseando a Sor Juana, que “por mirarlo todo, nada vemos” es muy grande pues se trata de un libro-espejo en el que podemos leer quiénes somos. Yo invito a leerlo de a poco o indigestándose, según el grado de compulsión de cada quien, para tratar de entender esta época compleja, donde resulta menos grave mentir, extorsionar, desmembrar, ejecutar, desaparecer, levantar, asesinar mujeres que usar un lenguaje que sea aprobado por los criterios de lo políticamente correcto y donde es muy difícil entender por qué hay necesidad de informarlo todo, de informarnos de todo aquí y ahora.

Los invito a leer para comprender por qué acudimos a esta extraña vía llamada redes sociales, llamada tuiter, y por qué estando en ella es tan difícil entender que algo haya sido posteado, etiquetado, compartido, publicado, gustado, felicitado a granel, personal, particular y especialmente a los que diaria, mensual y anualmente cumplen años, publican, desaparecen, reaparecen, mandan enlaces. Por qué resulta casi inverosímil que se haya buscado personas, lugares y cosas, editado a menudo el perfil, enviando mensajes y enlaces privados y públicos, que se creen a cada instante grupos, se bloquee a grupos, se haya opinado, guardado, recaudado, compartido, repartido, departido, reservada y libremente... que haya adictos a las redes sociales, que haya usuarios, imitadores de Banksy, que escriben o dibujan en los muros virtuales, que se manden fotos personales o que se añadan datos íntimos, se soliciten, avisen, inicien amistades, aunque a muchas personas no se les conozca, que la gente se divierta, procrastine y en el ínterin verifique que ha ocurrido un acontecimiento fundamental en sus vidas.

Uff. Si todo esto existe es tan sólo porque resulta realmente difícil entender, hoy día, que la vida sea eso que ocurre mientras yo tuiteo.

TE RECOMENDAMOS:
Portada del libro "Overol, apuntes sobre narrativa mexicana reciente".