La mayor libertad posible

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Salvo por el caso de estrategias editoriales transatlánticas, en las que interviene la acción conjunta de editores, periodistas y una parcela de autores con mínimo talento, consolidar a un autor en el canon de la literatura hispanoamericana es producto de una lenta decantación en la que intervienen más factores. La crítica hace su parte, lo mismo que los propios lectores o incluso los libreros de viejo, que conservan con amorosa dedicación las obras de unos autores y no de otros. Es un proceso más arduo que poner cintillos en una novedad editorial con alguna frase insostenible de estrategia comercial.

Celebremos que toca el turno a Jorge Mario Varlotta Levrero (Montevideo, 1940-2004), mejor conocido como Mario Levrero. El autor de registro inimitable se instala con el mayor derecho posible en el estante de los lectores de lengua española. Es una acción encomiable que una editorial transnacional haya elegido su obra como una apuesta de riesgo, no para llegar al lector que busca distraer la vista en vacaciones de primavera, sino para aquellos que disfrutan la relectura como un mecanismo de autoconocimiento. Para quienes notan que la literatura puede ser algo más que la mera transmisión de una historia lacrimógena extraída de recuerdos de infancia.

La suerte elegida por Levrero fue la del heterodoxo y hay una cuota que deben pagar quienes eligen ese camino: ser leídos a destiempo y, por lo común, morir rodeados por algunos amigos que han leído esas páginas y han reconocido en ellas a un maestro indiscutido del oficio literario. Fue su caso, al igual que el de otros que han realizado contribuciones excepcionales al canon literario y a los que el azar o las condiciones de la vida cultural les impidieron gozar de un aplauso oportuno.

BIZARRÍA Y NOVELA POLICIAL

Felipe Polleri, amigo personal de Levrero y quien se mantuvo a su lado durante décadas, refiere en un programa de televisión que el autor uruguayo se deleitaba en las novelas policiales, que las leía con devoción febril, una tras otra.1 Polleri explica que mostraba especial interés cuando a la trama policial se unía una invasión extraterrestre, relatos de brujas en entornos urbanos o cualquier otro sincretismo fuera de lugar en la novela policial. Esos cruces son una rareza en cualquier entorno literario y son hallazgos que se pasan de mano en mano. Aquella búsqueda de la bizarría —por denominarla de algún modo—, de lo estrambótico en medio de la normalidad y hasta del aburrimiento, fue el carbón que permitió a Levrero cocinarse un espacio personal, visible a cualquier distancia. En él nunca es claro si leemos una parábola, una metáfora cuyo sentido nos rebasa, una historia de una simpleza infantil o la pieza perdida que hacía falta en el edificio de la literatura hispanoamericana. Es dable pensar, y Polleri lo confirma en aquel programa, que Levrero era un gran irónico que debe leerse con atención al detalle pero riendo con él, para evitar sobresaltos.

A diferencia de otros autores de su generación, hay un cruce de Levrero entre la literatura y el arte contemporáneo, que hace del uso del símbolo un modo legítimo de insertar preocupaciones que parecen trascendentales aunque en realidad atienden a preferencias banales. Hay mucho de broma en sus páginas, lo mismo en el cuento que en la novela y eso predispone a los lectores. Ignoran si lo que leerán podría ser una tomadura de pelo o una nueva imagen para nutrir un árbol que cada vez se queda con menos hojas. Sin embargo, como quiera que sea leído, Levrero logró segmentos de verdad en los que el lenguaje se muestra terso y sublime, casi como en los primeros días de su invención. Por esas páginas, que no son pocas, su posición se fortalece con cada publicación que aparece en las mesas de novedades.

Ahora bien, pese a que sus títulos se publicaron en editoriales pequeñas en Uruguay, la edición española de Caza de conejos (Barcelona, 2012) fue el primer atisbo de su obra a la vista de la totalidad de los lectores hispanoamericanos. Esa pieza, en toda su brevedad y garbo vanguardista, es un relato de lo que podría ser una salida  a cazar conejos o el texto fundacional de una nueva religión o cualquier otro contenido extraliterario que uno desee asignarle. Es un objeto multidimensional para uso simbólico de cualquier individuo con un mínimo de formación en asuntos esotéricos. El relato es prismático y tiene bordes indefinidos que mantienen su verticalidad debido a su variado simbolismo, que lo mismo genera escozor que curiosidad por el resto de la obra de Levrero.

De manera espaciada, sus novelas se han publicado a gran escala y lo que faltaba era la edición de sus cuentos: ahora aparecen reunidos en un volumen que compendia todos los publicados entre 1970 y 2003. La compilación se publica bajo la curaduría de Nicolás Varlotta, hijo de Levrero, que hace un apunte sobre las condiciones en que apareció cada relato, y añade recuerdos de su padre. Es una lectura de primer orden. Cuentos completos (Literatura Random House, 2019) contiene grandes piezas dignas de formar parte del canon hispanoamericano. En sus alcances y limitaciones, no pocos de ellos quedan a la altura de Horacio Quiroga y Felisberto Hernández, sólo que la mirada de Levrero es tan singular que se autoaniquila debido a la misma fidelidad que lo llevó a ser singular. Cada pieza es un salto al vacío sin paracaídas.

"Aquella búsqueda de la bizarría, de lo estrambótico en medio de la normalidad, fue el carbón que permitió a Levrero cocinarse un espacio personal".

¿SURREALISTA?

En fecha reciente, fuera de la academia se publican títulos para pensar la obra de Levrero. Uno de ellos es La máquina de pensar en Mario (Eterna Cadencia, 2013), con prólogo de Ezequiel de Rosso, en el que diversos especialistas se asoman a los modos del autor uruguayo de leer y escribir su obra literaria. Ángel Rama subraya lo que llamó su atención del primer libro de relatos de Levrero, La máquina de pensar en Gladys (1970): “Por tratarse de una literatura emparentada con el surrealismo a través del funcionamiento del psiquismo libre, no son las estructuras racionales, explicativas, sino las imágenes persuasorias”.2 Estas imágenes, a su modo, revelan el perfil de la literatura del uruguayo.

El apunte de Rama es significativo porque, en efecto, cada pieza de los Cuentos completos admite una lectura desde las asociaciones libres, que retan a los lectores a imaginar lo que sucede en el objeto narrado. Levrero no es un autor en sentido clásico, por lo que no se esmera en la transmisión de una historia y su temporalidad es un tiempo inmóvil, lejos de la lógica que gobierna los actos cotidianos. En sus relatos, por denominarlos de algún modo, el mecanismo narrativo debe reimaginarse desde coordenadas que implican la experiencia y trayectoria del propio autor. Todo lo que escribe Levrero requiere una hermenéutica instantánea que puede modificarse en la siguiente lectura. Su heterodoxia significa elegir la descentralización de cualquier movimiento hegemónico literario de la época, para adentrarse en un modo personal de escribir a partir de las asociaciones libres, como refiere Rama. Desde esos dos elementos, “imágenes persuasorias” y “asociacio-nes libres”, puede leerse la obra de Levrero, que se esmera de forma intermitente por escapar de sí misma.

Costó trabajo a Levrero alejarse del áurea kafkiana que se le endilgó durante años, ya que es un epíteto que funciona como talismán para calificar todo aquello que no se comprende en principio. En efecto, los cuentos pueden leerse desde una perspectiva onírica y monstruosa —considerando como tal la explosión súbita del sinsentido—, pero lo cierto es que la realidad hispanoamericana es sorprendente y mucho de lo que sucede en estos países puede ser calificado como surrealista o kafkiano. El uso indiscriminado de esas etiquetas es un ejercicio parcialmente fallido para referirse a una obra que se propone una metamorfosis con cada entrega.

La publicación de este volumen sucede en un momento oportuno. El discurso vacío (1996) y La novela luminosa (2005) se han instalado, debido a su poderío innegable, como los dos motores que llevan a Levrero hacia la consolidación definitiva, pero sería lamentable relegar las piezas de los Cuentos completos por el actual culto a la novela. En paralelo, hace falta una biografía que lo ubique en el panorama de las letras hispanoamericanas, una iconografía y más estudios críticos para el lector no especializado que ayuden a calibrar a fondo sus aportaciones al imaginario humanístico. Es un privilegio atestiguar cómo un escritor que eligió la marginalidad se impone paso a paso con una obra que no concedió ni un centímetro por desfilar entre los libros más vendidos.

De manera ampliada, el volumen también permite atisbar parte de la vida familiar del autor uruguayo y, de manera especial, su relación con Nicolás Varlotta. Los apuntes de éste lo dejan ver como un individuo para quien la literatura era un empeño vital, más allá de esnobismos. En sus momentos más rescatables, Nicolás cuenta la búsqueda de la obra de su padre, que leyó durante la adolescencia, pero tras la que tuvo que ir cuando éste falleció. El mito de Levrero también brota por la forma elusiva del propio autor, para quien la literatura era un diálogo interior que sólo de forma esporádica se mostraba ante el mundo. Explica Nicolás: “Demoré muchos años en entender y apreciar sus textos autobiográficos; creo que él nunca llegó a enterarse”.3 ¿No debería ser transparente el relato autobiográfico para quien era la propia sangre de Mario? El escritor, al parecer, eligió ponerse tras la cortina de la ficción antes que revelarse de modo claro a sus lectores, entre ellos, su hijo.

LECTOR AFIEBRADO

Seis libros de relatos fueron suficientes para dar cuenta de su imaginación vertiginosa, de sus apuntes sobre una realidad que se mueve luego de un parpadeo. Levrero gana su lugar a pulso entre los grandes. Y esto no es un entusiasmo de primerizo, ni un deslumbramiento por la consolidación de otro heterodoxo, sino la confirmación más auténtica de que la palabra aún puede utilizarse con fines personales y no sólo como una persecución del reconocimiento. La vanidad de los escritores siempre actúa en demérito de las literaturas nacionales. El mercado puede ser determinante para algunos escritores, que incluso piden en redes sociales que voten por ellos para la concesión de otro premio (¡!), pero no lo fue para Levrero, que trabajó de forma paciente, en la soledad más voluntaria y el culto a una pasión que nunca abandonaría. Fabián Ca-sas, que prologa el volumen, comparte este entusiasmo y lo proyecta hacia un futuro posible que ya es un presente colectivo.

Al leerlo somos parte de su triunfo y de su convicción íntima: vale la pena escribir. La suya fue una labor en solitario, pero nunca del rencoroso ni del advenedizo. Si, como dicen, todo lo que vive el escritor va a dar a su obra, en Levrero se cumple este dictamen de un modo anguloso y retorcido. Llevó una vida convencional, pero leyó de modo afiebrado, como don Quijote. Estos cuentos son radiografías clarividentes de su entendimiento del oficio literario. No son una antesala de su gran obra novelística, ni deben leerse como si se tratase de una novela, según sugieren editores de pocos escrúpulos en la contraportada de algunos libros de relatos. Son, por el contrario, un muestrario lúcido de un autor que se consumió en la escritura, para quien la consumación del misterio significó sembrar otro misterio y sobre ése, otro. Juego de espejos para un mundo en el que ya no existen los espejos. Ésta, y no otra, es la literatura que se recuerda porque al tocarla deja una marca de combustión.

En las Conversaciones con Mario Levrero (2015), el autor uruguayo le confiesa al narrador Pablo Silva Olazábal su arte poética: “Lo principal, casi lo único que importa en literatura es escribir con la mayor libertad posible”.4 En su caso, ese criterio se llevó hasta las últimas consecuencias y eso siempre debe agradecerse.

Notas

1 “Uno de nosotros: Mario Levrero”, publicado en el canal de Televisión Nacional del Uruguay, el 28 de junio, 2013. Enlace: http://www.youtube.com/wat-ch?-v=bvMw6FoghSk

2 Este subrayado es mío, así como cualquier otro que aparezca en citas textuales.

3 Nicolás Varlotta Domínguez, “Notas personales”, en Mario Levrero, Cuentos completos, Literatura Random House, Barcelona, 2019.

4 Pablo Silva Olazábal, Conversaciones con Mario Levrero, La Máquina de Pensar, Uruguay, 2015. Versión digital.