Guerra contra la autoridad

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Foto: larazondemexico

En No hay bestia tan feroz (Sajalín Editores), la primera novela publicada de Edward Bunker —mas no la primera que escribió—, hay una imagen que revela perfectamente la línea en la que se movían sus personajes y él mismo.

Max Dembo, su alter ego, un expresidiario dedicado al robo, sale de la cárcel después de ocho años encerrado. Entonces se topa con el mismo mundo que lo mandó a la cárcel. Sus amigos siguen drogándose y delinquiendo, nadie le da trabajo por ser un exconvicto y aunque tiene el deseo de no volver tras las rejas, todo está en su contra. Lo primero que le interesa es ver el mar.

Dembo sube una colina. A la distancia hay un grupo de jóvenes rubios jugando en la arena, con cuerpos perfectos y la vida resuelta. Observa a lo lejos cómo el mar se bambolea. Tiene la certeza de que para él sólo hay dos opciones: la cárcel o la muerte.

Contra cualquier poder

Bunker nos rompe la ilusión de esa dorada California de los años treinta, bella, pujante. Era hijo de una bailarina de vodevil que había aparecido en películas musicales de Busby Berkeley y de un decorador de teatro. Ambos vivían en la bohemia, el alcoholismo y la frustración. Las riñas en el hogar eran constantes, pero el niño tuvo la suficiente cercanía artística como para no serle extraño ese ámbito. Tenía cuatro años cuando, luego de una encarnizada pelea, la policía llegó para separar a sus padres, que posteriormente se divorciarían. La madre no quiso cuidarlo y el padre no podía hacerlo por estar desempleado, así que muy chico terminó en un hogar de acogida, cortesía de los servicios sociales. Esa especie de granja de semirreclusión hizo aflorar su lado más rebelde.

Bunker se oponía de una y mil maneras a la autoridad. No era un revolucionario, pero tampoco soportaba que le dijeran qué hacer. En La educación de un ladrón, su autobiografía, reflexiona sobre esa necesidad de cuestionar órdenes, desafiar al que se ostenta como jefe. Para él no había medias tintas: era sí o no. En poco tiempo pasó de una casa con disciplina laxa a instituciones draconianas que deseaban domesticarlo.

Salía y entraba de reformatorios y granjas juveniles. Su tía, una mujer con poco carácter para educar a un niño con la inteligencia y energía de Bunker, trataba de controlar el problema que le habían dejado sus familiares. El muchacho comenzó a robar carteras y tiendas y a traficar con lo que podía, aliado a un grupo de amigos mayores que él. Luego de varias faltas fue recluido en San Quintín, una de las peores cárceles de Estados Unidos.

Edward reflexiona sobre ese tiempo en una entrevista aparecida en los años noventa:

Llegado cierto punto, estaba en guerra contra la autoridad, cualquiera que fuese. No podía haber marcha atrás. Con quince años, ya había dado la vuelta completa al sistema judicial para menores. Lo habían intentado todo para domarme, para hacerme regresar a un camino razonable. Sin éxito. Cuanto más represiva era la autoridad, más me rebelaba yo. Era una escalada por los dos lados.1

El asesino de la luz roja

Como nadie podía imponérsele, las medidas para mantenerlo preso se acumularon. A los 15 años fue internado en Lancaster, prisión para muchachos de 18 a 25. Hicieron de todo para vencerlo. En el pase de lista para registrarlo lo golpearon entre dos policías, pero siguió de pie. Lo dejaron a la intemperie toda la noche. Cuando le permitieron ingresar a la celda, el rosario de malos tratos aumentó: gases lacrimógenos, privarlo de la comida, recluirlo en solitario. Por fin el juez lo declaró indisciplinado crónico y lo trasladaron a la cárcel de Los Ángeles, donde poco después, luego de una salida en libertad y un robo perpetrado, finalmente llegó a San Quintín, en California.

En ese periodo conoció a dos personas que marcaron su vocación literaria. La primera fue el llamado Asesino de la luz roja, Caryl Chessman. Estaba condenado a muerte y escribía desde la cárcel Celda 2455, Pabellón de la muerte; era su autobiografía. Bunker, al conocerlo y leer en una revista el primer capítulo de ese libro, quiso redactar sus propias memorias. Pero quien resultó fundamental para su posterior carrera literaria fue la actriz Louise Fazenda Wallis, esposa del célebre productor Hal Wallis. Ella le dio acceso al Hollywood más inalcanzable. Además descubrió el talento de Bunker, que nadie había visto. Louise era rubia, muy delgada y de rostro bello, con finos modales que contrastaban con la rudeza del angelino. Al darse cuenta de que no podría tener hijos, Louise se dedicó a ser el ángel de Hollywood: hacía donaciones y se involucraba personalmente en temas sociales. El abogado de Bunker la contactó con él y Louise se volvió su benefactora. Le regaló una máquina de escribir y libros.

Gracias a Wallis conoció de manera personal a Aldous Huxley y Tennessee Williams, entre otros. Bunker estaba acostumbrado a tratar con ladrones, defraudadores, prostitutas de los bajos fondos. Creyó que en realidad la mujer lo quería como amante o para asesinar a su esposo. Luego se dio cuenta de que no era así.

"Durante esa nueva incursión tras las rejas, esta vez en la mítica Folsom, un texto suyo sobre las guerras raciales al interior de la prisión apareció en la prestigiosa revista Harper’s. Fue su primera publicación".

Una vida se endereza

Bunker empezó a escribir de manera constante y se convirtió en un gran lector, pero seguía delinquiendo. Al momento de su primera detención en San Quintín ya había falsificado documentos, robado autos e incluso iniciado un negocio de tráfico de drogas. Cuando salió bajo palabra volvió a las andadas, con tan mala suerte que lo atraparon en una habitación en la que había una Magnum 44. Así, la policía escaló un delito menor a uno mayor, con agravantes.

Durante esa nueva incursión tras las rejas, esta vez en la mítica Folsom, un texto suyo sobre las guerras raciales al interior de la prisión apareció en la prestigiosa revista Harper’s. Fue su primera publicación. Por cierto, en el nuevo ingreso a la cárcel conoció a Danny Trejo, actor regular de Robert Rodriguez y pariente lejano de éste.

Su artículo fue muy bien recibido por la crítica y comenzó un debate sobre la vida en las prisiones. Bunker publicó algunos textos más con la misma temática, no sólo en Harper’s, sino en The Nation. Edward advertía que el número de internos negros había aumentado en pocos años del 15 al 55 por ciento. Los artículos le dieron cierta celebridad que acabó influyendo sobre la junta que decidiría su libertad provisional.

Gracias a eso y luego de pasar por algunas casas editoriales logró publicar su primera novela, No hay bestia tan feroz, título que tomó de William Shakespeare. En ella, un ladrón, amigo de un negro con el cual no puede fraternizar en prisión debido a los conflictos raciales, sale libre y debe enfrentarse a un mundo que no reconoce, que hará todo lo posible por regresarlo a la cárcel. El protagonista comete un robo que le da dinero para no volver a trabajar.

En 1973 el título ya estaba en librerías, mientras Bunker seguía en prisión. Hasta 1975 salió para intentar, una vez más, comenzar una nueva vida. Max Dembo, el protagonista de su libro, revela los problemas a los que se enfrenta un exconvicto, los conflictos familiares, los antiguos amigos y las secuelas de la vida en prisión.

Ruta cinematográfica

En 1977 se publicó su novela La fábrica de animales (Sajalín Editores), una dura historia que explica el tejemaneje al interior de una prisión de máxima seguridad. En ella, influenciado por Dostoievski, trató de hacer un cruce entre el drama carcelario, la novela naturalista a la manera de Theodore Dreiser y la ficción criminal pura. Pese a que vivió el auge de Hammett y Chandler, no eran de su agrado. Por eso buscó sus influencias menos en la novela policiaca convencional y más en lo descarnado y duro, como André Malraux, de quien era seguidor.

Para ese momento de su vida, Bunker ya no era el jovencito de rostro fino y risueño que descubría el sistema legal. Su cara era granítica, presentaba una calvicie rara. No es que tuviera una bola de billar en la cabeza, más bien su cabello cada vez era menos grueso y abundante. Los ojos conservaban la fuerza de la mirada, pero se acumulaban las bolsas debajo de ellos y las manchas en la piel le daban aspecto de enfermo. El cigarro había hecho su voz gruesa y pastosa; la piel estaba apergaminada. Además, los años de cárcel habían minado su salud. Reflexionó sobre todo esto en su autobiografía. Pensaba que, al igual que sus personajes, solamente tenía dos talentos: escribir o delinquir. Se decidió por la escritura.

Con la adaptación al cine de No hay bestia tan feroz, protagonizada por Dustin Hoffman, Bunker inició una carrera dentro del cine, como guionista y asesor. Mientras estuvo encarcelado —la última vez que lo estaría— se hizo amigo por carta de Hoffman y éste le mandó una limusina  para recogerlo apenas cumplió su condena, además de ayudarlo durante el rodaje de la película. En 1979 se casó con la joven abogada Jennifer Steele; juntos tuvieron un hijo. Con esa unión alcanzaría la estabilidad capaz de contravenir su carrera de robos, delitos menores y encierros.

Con la vida económicamente resuelta y una familia que lo apoyaba, Bunker podía dedicarse a escribir sin problemas. Así se enfocó en la creación de Little Boy Blue (Sajalín Editores), una especie de autobiografía ficticia donde el joven Alex Hamilton es golpeado por el sistema que busca domarlo. Como Bunker, Hamilton quiere vivir con su padre, pero el desempleo lo obliga a mudarse a instituciones públicas.

Para Edward, ésta fue su mejor novela o cuando menos a la que le dedicó más tiempo y esfuerzo. Trató de alejarse del canon negro criminal, pese a narrar la simiente de un delincuente juvenil. La crítica la saludó con entusiasmo, pero el público no se volcó a comprarla como su anterior título. Gracias a Little Boy Blue, Tarantino le puso el apodo de Mr. Blue en Perros de reserva, aunque fue Chris Penn quien lo presentó con el director. Penn consiguió que el director firmara a Bunker como asesor externo; tras conocerlo, Tarantino lo contrató como uno de los ladrones de la cinta.

Confesiones de un criminal

Su siguiente libro, Perro come perro (Sajalín Editores), saldría en 1997. Esa novela recae en la especialidad de Bunker: los capers o historias de robos. Basada en lo que un compañero le contó en la cárcel, narra la vida de Troy Cameron, un criminal respetado en los bajos fondos, que para un atraco reúne a dos excompañeros de prisión. Uno de ellos es Gerald McCain, apodado Mad Dog o Perro rabioso a causa de su carácter violento. El otro es Charles Diesel Carson, un ladrón más centrado que decide entrar al atraco sólo por lealtad a Cameron, ya que no confía en McCain.

Bunker plasma cómo una hermandad de hombres iniciada en reclusión es más fuerte que otros lazos. No se da tiempo para las reflexiones de sus dos libros anteriores; esta novela es más cruda, violenta y sin concesiones. En toda ella se respira el espíritu de Jim Thompson, sus motivaciones. El saldo final es que la prisión crea un tipo de ser humano que sólo respeta ciertos códigos podridos.

En 1999 publica Mr. Blue: Memoirs of a Renegade, luego renombrada Education of a Felon, con la que se volvería motivo de culto para ciertos escritores, entre ellos, James Ellroy. En español se llamó La educación de un ladrón y fue publicada en 2015, también por Sajalín Editores. Como Bunker mismo afirmó en una entrevista para The National Public Radio: escribió durante 17 años antes de que una editorial le aceptara un texto.2

A los 71 años, el 19 de julio de 2005 y luego de una dolencia en las piernas, el escritor decidió someterse a una cirugía para mejorar la circulación en las extremidades, pero su corazón no soportó la intervención.

En todos sus textos Bunker narra la vida de gente que vive al margen y es avasallada por el sistema, sin importar que sean negros o latinos. En el texto que da nombre al libro de cuentos Huida del corredor de la muerte, publicado póstumamente, cuenta la golpiza a un joven afroamericano que acaba encerrado por tener la piel oscura y ser pobre. No hay piedad para la víctima: el chico es retratado como un hombre digno que enfrenta las circunstancias, aunque sean inhumanas. De esa misma manera vivió y escribió Bunker, desde la contra, enfrentando la adversidad con la misma violencia con la que era tratado.

Notas

1 Entrevista a Edward Bunker realizada por Sergio Ramón Zárate y publicada en el número 4 de la revista Los Inrockuptibles, mayo de 1992.

2 http://www.npr.org/2018/03/14/593497144/from-the-fresh-air-archives-eddie-bun-ker-who-honed-his-writing-craft-in-prison

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