Una literatura despiadada

larazondemexico

Hacer catarsis y vivir otras vidas nos impele a perseguir nuestros propios miedos y

deseos en diversos oficios narrativos como la literatura, el cine y las series televisivas. En un mundo igualmente caracterizado por extraordinarios avances y por las amenazas ecológicas y el autoritarismo, necesitamos el arte del coraje, la belleza, la profecía y la esperanza tanto como el de los desesperanzados. Necesitamos que estos conviertan en poema, relato, drama o novela su percepción de los males del mundo; son los hombres y mujeres de la literatura que no conocen el final del camino como no lo conocemos nosotros. Simplemente dan constancia de su conciencia del presente sin ningún afán de complacernos en cuanto a alcances y contradicciones de la condición humana en el mundo, sobre todo si ésta va ligada al poder político. Su rebeldía es volver el horror palabra viva, y con ello distanciarse de él como testimonio último de una moral posible, no complacer posibilitando el regodeo en supuestas o reales bondades humanas. Esta rebeldía es don mayor de la literatura, no sólo como el oficio de narrar para entretener sino como arte verbal que se sabe seguidor de una larga tradición basada en la impugnación de lo real, en la conciencia plena del lenguaje, de las tradiciones culturales y literarias contemporáneas y pasadas.

Analizaré tres ejemplos de esta literatura despiadada y rebelde. Provienen de venezolanos y hablan de Venezuela, directa o indirectamente, pero con un sabor a apocalipsis que trasciende la situación del país y conecta con aires de la época; además, sus autores tienen en común haber nacido en los ochenta del siglo pasado y haber emigrado a causa de la revolución bolivariana. Me refiero al poemario de Adalber Salas Hernández, La ciencia de las despedidas (Pre-textos, Valencia, 2018); y las novelas de Karina Sainz Borgo y de Rodrigo Blanco Calderón, La hija de la española (Lumen, Madrid, 2019), y The Night (Alfaguara, Madrid, 2016).

Salas Hernández (1987), poeta, ensayista y traductor, estudia el doctorado en Literatura en la Universidad de Nueva York. Tanto Sainz Borgo (1982) como Blanco Calderón (1981) viven en España, él en Málaga y ella en Madrid; la primera ha sido periodista especializada en el tema cultural; el segundo, profesor universitario y editor, actualmente culmina su tesis de doctorado en Literatura por la Universidad de Cergy-Pontoise (Francia).

Publicados por editoriales de prestigio y cobertura internacional, cuentan con premios, traducciones, el favor de la crítica y, en distintos grados, con éxito de público. The Night ha hecho acreedor a Blanco Calderón del III Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, entregado por el Nobel peruano en Guadalajara, México, hace unos meses; igualmente, obtuvo el Premio Rive Gauche a la novela mejor traducida al francés, y además ha sido vertida al checo y al holandés. Salas Hernández ganó el Premio Arcipreste de Hita-Pretextos 2014 con un poemario, Salvoconducto, cuya línea continúa en La ciencia de las despedidas. En cuanto a Sainz Borgo, La hija de la española se ha convertido en un extraordinario éxito editorial en lengua española, vendido a decenas de países para ser traducido a múltiples idiomas. La literatura venezolana ha salido definitivamente de sus fronteras, proceso que desde luego se gesta de tiempo atrás con figuras como, por ejemplo, Rafael Cadenas, Yolanda Pantin y Alberto Barrera Tyszka.

¿POR QUÉ PRECISAMENTE La hija de la española se ha convertido en el texto con el cual los lectores en ruso, alemán, inglés, portugués y español tendrá una imagen de la revolución bolivariana? Las razones del éxito literario suelen simplificarse y no seré yo quien supere esta inclinación, pero hay autores y autoras que comprenden los códigos literarios de tal modo que pueden convertirse en éxitos consagrados por lectores, críticos y editores de fuste, combinación poco frecuente. Tal comprensión es un talento que no abunda, el cual no ha de reducirse a la búsqueda de lucro de las grandes editoriales, que efectivamente dejan a un lado textos de indudable valor; tampoco a la suerte (estar en el lugar adecuado en el momento adecuado) o al fervor crítico, que desde luego ayuda pero no demasiado a los autores de una ópera prima. Sainz Borgo conjuga un personalísimo lenguaje literario que evidencia lecturas atentas de buena narrativa, el ojo testimonial

de la periodista que facilita la comunicación y la contundencia en la creación de una novela corta pero efectiva en tiempos de lectores sumergidos en internet. Muy importante: su texto evidencia un manejo impecable del código de las distopías cinematográficas de corte apocalíptico, que ayuda a los potenciales lectores a entender que en Venezuela se vive uno de los posibles futuros de la humanidad. ¿Acaso las distopías no muestran miseria, escasez de agua y alimentos, vidas sometidas a la necesidad perentoria a cada minuto, desastres ecológicos, violencia desbordada por parte de los detentadores del poder? En Venezuela se vive la política para la muerte; el lente distópico hace más comunicable esta situación.

La hija de la española apuesta por la crudeza del realismo consciente de quien ha leído a autores como el colombiano Fernando Vallejo y sabe cómo contar una historia en primera persona, cuyo indudable carácter ficcional es precisamente la razón por la cual se logra el efecto de volver carne y sangre frente a nuestros ojos a Adelaida Falcón, la protagonista de la novela. La voz de la ira contenida bajo la limpidez de la prosa despierta empatía y repulsión, cual personaje harapiento de una distopía cinematográfica. Adelaida odia a Venezuela con ganas y razones, lo cual puede despertar en lectores de origen venezolano la congoja de que no hay un resquicio para las complejidades de la belleza y la virtud en medio del horror, pero en mi opinión es un logro pues lo que menos necesitamos es complacencia. Una vez enterrada su madre —con la que comparte nombre y apellido puesto que su padre nunca estuvo presente—, Adelaida se sabe inerme ante el poder: el hombre es lobo del hombre. Todos contra todos y el miedo cerval hacia los demás, el más increíble logro de los regímenes totalitarios, tal como los definió Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo.

Adelaida es la loba que enseña los dientes, que no se abstiene de descalificaciones racistas ni disimula una fobia a la gordura que se atempera cuando narra la delgadez generalizada de los hambrientos. Odia a la turba desdentada y aguardentosa, dirigida por la espantosa Mariscala, que canta reguetón mientras asesina y manipula el hambre ajena entregando selectivamente paquetes de comida. La conciencia de la discriminación, la desigualdad y la violencia, necesaria en un mundo como el que vivimos, no puede convertirse en ceguera. Los venezolanos sabemos perfectamente que gente como La Mariscala mantiene en el miedo a los sectores populares. Se puede ser mujer, pobre, negra, gorda y ser un monstruo, lo cual —con el perdón de la izquierda ciega— es una elección. Sobra dignidad en mujeres parecidas a La Mariscala que en la Venezuela de hoy jamás caerían en sus fechorías y denuncian los horrores que pasan con riesgo de su propia seguridad. Pero éstas, las valientes, no aparecen ni tienen que aparecer en esta novela.

Adelaida es capaz de actos deleznables movidos por su voluntad férrea de sobrevivir. Cuando encuentra muerta por razones desconocidas a su vecina Aurora Peralta, llamada por sus vecinos “la hija de la española”, decide suplantar su identidad y marcharse a España con sus papeles y dinero. Arroja su cuerpo por la ventana y luego lo quema aprovechando el caos general en las calles. Siempre al borde de no conseguir su objetivo de irse, dada la trapacería general para conseguir documentos falsos o verdaderos en Venezuela, sortea obstáculos que los venezolanos conocemos de sobra. Cual heroína del siglo XIX, Adelaida es presa de todos los males posibles  y casi al borde de la inverosimilitud los va sorteando hasta llegar a una luminosa Madrid: ¿la familia de Aurora Peralta se tragará el cuento de la suplantación de su familiar? No lo sabemos. El triunfo de Adelaida Falcón sabe a amargura en estado puro.

[caption id="attachment_1023537" align="alignleft" width="1068"] Karina Sainz Borgo (1982). Fuente > venepress.com[/caption]

"Adelaida es la loba que enseña los dientes, que no se abstiene de descalificaciones racistas ni disimula una fobia a la gordura que se atempera cuando narra la delgadez generalizada de los hambrientos. Odia a la turba DESDENTADA".

EL ESCOMBRO puede ser señal del apocalipsis, así como los muertos que caminan una vez que el infierno se ha desbordado. Pero al igual que en La hija de la española, en el poemario La ciencia de las despedidas, de Adalber Salas Hernández, no es dios sino la política en su dimensión monstruosa la creadora del horror. Seis poemas se titulan “Historia natural del escombro”, nombre que alude a esa cualidad de aficionado que recoge y atesora muestras de un pasado cruel visto como propio de la naturaleza humana. ¿Lo “natural” humano huele a maldad? Pareciera. Los poemas así llamados tienen subtítulos inquietantes: “Huesos”, “Cabezas”, “Riñones”, “Lázaro”, “Auschwitz-Birkenau”, “Pompeya”. Aluden a decapitados, muertos a golpes, asesinados con gas, enfermos, muertos vivos, cadáveres disecados por la lava, procedentes de distintas culturas y épocas unidas por la geografía de lo infame. Ante la solidez dolorosa de los escombros, valen los últimos versos de “Historia natural del escombro: Auschwitz-Birkenau”:

Alguien observará todo esto sin

[curiosidad o terror,

pupilas cubiertas por la resina de la

[distancia, como si el pasado

no pudiera ser el futuro y el tiempo

[apenas

fuera del país de lo ya visto. Cuando

[estemos masticando las

entrañas de suelo y no tengamos la

[tela de un nombre

para cubrir nuestra desnudez, no

[podremos advertirles

que la historia es un largo toque de

[queda donde

realmente nada concilia el sueño

[por completo.

Con la crudeza de una brutal nota de prensa o del informe de la exhumación de cadáver, la muerte y los adioses migratorios se unen en la palabra “despedidas”. Este poemario, cuya admirable coherencia interna está dada por la cualidad de observador implacable del sujeto lírico, capaz de exponer el horror con languidez irónica, juega con la crónica y el retrato, con la arqueología y la literatura. Tal juego se establece desde la historia, la poesía y el arte. La ciencia de las despedidas instituye la observación de la crueldad como método que define un hilo conductor entre Pompeya, un campo de concentración nazi, la cabeza decapitada de Juan el Bautista y el antiguo héroe griego Odiseo, convertido en un vulgar emigrante ilegal que muere, según parece, en una riña callejera. Este hilo se extiende a un ministro del gobierno revolucionario, quien cuida que su cabeza permanezca en su lugar porque como se dice en “A day in the life”: “La / última vez fue una catástrofe: hallaron / la cabeza borracha y despeinada fuera de / un burdel”.

Ante el horror de los ministros, de los hombres gays asesinados por prostitutos a puñaladas (“Il miglior Fabbro”), de los muertos vivos que ya no caben en la morgue de Bello Monte en Caracas y se organizan con fines políticos (poema XX), cabe emigrar, como en el caso de Adelaida Falcón en La hija de la española. Pero ya no se trata sólo de

emigrar, se trata de un exilio. Según “Curso de intensivo de Biopolítica 2”, se puede regresar a hacer turismo desde camionetas blindadas y defendidas con profesionales armados para observar la vida de un país exmoderno, pero la ida es inevitable para muchos que se identifican con la voz que dice en el poema “XXIII”:

¿Motivo del viaje? Desde hace

años sueño con una barriga que

[me traga,

me alberga durante meses detrás

[de sus dientes

de yeso, en la noche blanda de

[su estómago,

para finalmente escupirme en

[costas extrañas.

LILAH ES LA JOVEN amada perdida entre los árboles, la musa de la canción “The Night”, cantada y compuesta por Mark Sandman (1952-1999), líder de la banda Morphine. Ella es refugio y belleza, la mujer vista desde el esplendor del afecto y el deseo. La historia de Sandman es la del artista y héroe moderno, de espaldas a toda convención pero capaz de convertirse en voz del deseo de otros. La mujer es también la interrogante de James Ellroy (1948), narrador estadunidense, al igual que Sandman, cuya vida escandalosa y nihilista es la de los hombres únicos e iluminados que llevaron al límite la libertad individual. La madre de Ellroy fue, por cierto, asesinada en su presencia. Son hijos del siglo XX que coinciden en una pregunta: ¿por qué hay hombres que matan a las mujeres?

La novela The Night, de Rodrigo Blanco Calderón, se basa también en esta pregunta; no por casualidad, Sandman y Ellroy aparecen como personajes de la novela, en un juego de correspondencias baudelerianas que recuerda también las aventuras de los personajes de Roberto Bolaño. La cultura literaria del autor es punto de partida para entender su proyecto estético, pero no una explicación que lo agota en lo absoluto. The Night es un policial gótico sin policías, una novela de perdedores y escritores sin destino que buscan en el lenguaje una clave del sentido de sus propias vidas. Un psiquiatra, Miguel Ardiles; un escritor que nunca termina sus proyectos, Matías Rye; y un publicista frustrado, perseguidor de los códigos que ordenan su existencia y el mundo, Pedro Álamo, se ven envueltos en una trama de crímenes contra jóvenes.

Unido a los otros personajes por la pasión literaria, los talleres de narrativa y su vida solitaria, el psiquiatra Ardiles no guarda distancia con sus pacientes y se involucra en sus vidas, bebe alcohol con ellos e indaga él mismo sobre los asesinatos, sobre la saña de los hombres que matan a mujeres, los hombres que matan a las tantas Lilah, la musa de la canción de Mark Sandman. En el entramado de esta historia tres crímenes terribles, que en efecto ocurrieron en Caracas, tienen lugar en una Venezuela con frecuentes cortes de luz eléctrica, los cuales sumen a la capital en una oscuridad poblada por criaturas nocturnas entre la mendicidad, la locura, la violencia y la droga. El psiquiatra Edmond Montesinos (inspirado en un exrector y candidato presidencial, que atendió como especialista a tres presidentes de Venezuela) mata a una paciente con la que había mantenido relaciones sexuales y que expresaba su depresión y desórdenes alimenticios en un blog. Por su parte, el hijo de un escritor y profesor universitario, Camejo Salas, conocido como el “Monstruo de los Palos Grandes”, mutila y tortura a una joven que, supuestamente, iba a fungir de modelo para sus cuadros. Por último, Margarita Lambert, vinculada al taller literario de Matías Rye, paciente de Miguel Ardiles y amante de Pedro Álamo, es arrojada al fuego junto a su madre, acción en la que está involucrado su exnovio violento y estafador.

[caption id="attachment_1023539" align="alignleft" width="1068"] Rodrigo Blanco Calderón (1981). Fuente > americadigital.com[/caption]

Matías Rye, en una conversación con Ardiles, afirma que Venezuela vive una dictadura, cuya ineptitud se evidencia en los problemas con el servicio eléctrico, pero también en la impunidad, la tolerancia hacia el mal, la complicidad con personajes como Montesinos o Camejo Salas, cercanos a la revolución bolivariana. Se trata de un gobierno de izquierda rapaz, creador de ese escenario pesadillesco que justifica lo de “policial gótico”. Esta izquierda tiene su lejano antecedente en aquella que vivió el héroe tutelar de The Night en su apretado tejido de analogías y correspondencias (en el que es fácil a veces perderse por el empeño autoral en los juegos lingüísticos y literarios).

De nuevo, el artista moderno solitario emerge, esta vez desde el poeta venezolano Darío Lancini, autor del libro de palíndromos Oír a Darío (1975), cuya historia hasta los años setenta es contada en The Night por Pedro Álamo, su admirador. Se incluye la militancia de izquierda contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y también contra la recién nacida democracia venezolana. Durante ésta, Lancini se asila en París, donde conoce una izquierda caviar enloquecida y rocambolesca; luego de su paso por Praga y Varsovia se despide del autoritarismo socialista como mentira de Estado. En la vida de Lancini (y del personaje de The Night), cuyo destino estuvo unido a quien fue también una militante de izquierda, la narradora Antonieta Madrid (personaje de esta novela), se imponen los caracteres desatados y libérrimos de los años sesenta y setenta. Entre ellos está una poeta genial y alcohólica, afecta a armar escándalos y seducir a lores y diplomáticos; o un guerrillero experto en escapársele a los gobiernos de Acción Democrática. Hablo de la izquierda que vivió la mejor época de Venezuela, con puente aéreo a París, y que décadas después vería la monstruosidad de su sueño encarnado en la revolución bolivariana, caldo de oscuridad y crimen. Una izquierda que puede contemplarse como un palíndromo, especialidad de Lancini, y que bajo la aparente diferencia de los significados, al leerlo de izquierda a derecha o de derecha izquierda, apunta a un solo sentido: autoritarismo.

La modernidad artística desplegada en forma de personajes novelescos en The Night es retratada con la ironía y el anhelo de quien la vio arruinarse y desaparecer. Sólo la literatura es capaz de conectar así el presente con el pasado e intuir la belleza tremenda —y la ingenuidad— de perseguir el sentido en una inmensa superficie de palabras que sólo señalan un fin: la muerte.

"Se trata de literatura que hace arte con el desastre ecológico, el crimen organizado, el fanatismo de cualquier signo histérico y represor, la ruina económica, el desprecio al conocimiento, el autoritarismo político SIN CORTAPISAS".

EN LA CONDICIÓN HUMANA, Hannah Arendt deja claro que tal condición no

sólo es dignidad de nacimiento sino construcción guiada por objetivos hoy tan despreciados como la libertad. La hija de la española, La ciencia de las despedidas y The Night expresan una literatura testigo del desmoronamiento de la libertad en un mundo degradado, con olor a apocalipsis; no hablan de un futuro que no ha llegado sino de la experiencia de lo acontecido. Apocalipsis, destrucción y ruptura de la convivencia: es el mundo de los zombies, de los que sobrevivieron hecatombes, los que arrojaron a la basura los principios, los vencidos por el poder de los peores. Se trata de literatura que hace arte con el desastre ecológico, el crimen organizado, el fanatismo de cualquier signo histérico y represor, la ruina económica, el desprecio al conocimiento, el autoritarismo político sin cortapisas, la necropolítica. Las dos novelas y el poemario se diferencian de las distopías cinematográficas o de una literatura del pesimismo desde la comodidad de la contemplación. Este despiadado trío de libros nos advierte lo que ocurre cuando la razón, el humanismo, la verdad y la convivencia democrática se retiran del escenario, cuando nos hemos convertido en exmodernos, como en Venezuela.