Como epígrafe de su novela El miedo del portero ante el penalty (Alfaguara, 1979), Peter Handke coloca las siguientes líneas. “El portero miraba cómo la pelota rodaba por encima de la línea...”, lo que recuerda otro epígrafe, usado por Adolfo Bioy Casares en su cuento “El lado de la sombra”: “En cuanto cruzas la calle / estás del lado de la sombra”.
La película homónima de Wim Wenders —filmada entre 1971 y 1972 como su segundo largometraje— es una puesta en escena casi literal de la novela de Handke. Difiere sólo en cuanto a las primeras imágenes. En el texto, al mecánico Josef Bloch, “que había sido anteriormente un famoso portero de un equipo de futbol, al ir al trabajo por la mañana le fue comunicado que estaba despedido”. En el filme, Josef Bloch aparece ante la portería en espera del avance de los contrarios. Encerrado en el área chica, el solitario Bloch acomoda sus calcetas, va a recargarse al poste izquierdo, se quita los guantes y toma una toalla que cuelga de las redes. Un aburrido fotógrafo, a la caza de acciones, aguarda en el flanco derecho; atrás de la portería, dos niños se pelean. Bloch les dice: “Compórtense, si no se me van”. Se ajusta los guantes, atiende un avance de los rivales, se coloca entre los tres palos y mira cómo la bola entra por la base del poste derecho y sacude la red. Bloch y sus compañeros protestan un fuera de lugar, pero la pelota ya está en el centro del campo, es decir: la decisión ya ha sido tomada, el silbante ha acreditado el gol como bueno. En su enojo, el arquero insulta al hombre de negro, va hacia el balón y lo manda fuera del campo. La rabieta tiene castigo: el árbitro muestra a Bloch la tarjeta roja, lo envía al exilio.
El despido, en un caso, y la expulsión del campo de juego, en el otro, son los resortes para separar a Bloch de una vida activa. No es difícil adivinar por qué Wenders y Handke (coautor del guión) prefirieron la secuencia futbolística para abrir la película. Seguramente para la adaptación cinematográfica cobraron fuerza las escenas finales, cuando Bloch contempla un juego desde la tribuna y reflexiona con un desconocido sobre la actitud del portero ante el penalty. Se conserva en la pantalla el final del texto de Handke y se agrega un inicio en el césped, para acentuar la condición de exiliado. Además, en su diálogo des-de la tribuna Bloch pide al hombre que no siga el movimiento del balón dentro del campo sino detenga su mirada en el arquero: lo que éste hace cuando se juega en la cancha contraria, cuando está en inactividad... “Es muy difícil apartar la vista de los delanteros y del balón para mirar al portero”, dice Bloch en la novela:
Se tiene uno que desprender del balón, es una cosa completamente forzada. En lugar del balón se ve cómo el portero, con las manos apoyadas en los muslos, se inclina a derecha e izquierda y grita a los defensas. Normalmente la gente se fija en él sólo cuando ya han lanzado la pelota hacia la portería (p. 150).
Lo que Bloch pide al desconocido es un ejercicio de observación: que mire al portero aun cuando no participe directamente en el juego. Lo mismo exige la película: el punto de partida es el campo y la disputa por el esférico de dos escuadras; la cámara escoge a un personaje que segundos después va a tener que abandonar el campo. El espectáculo pasa a segundo término y en los cuadros que siguen nos detendremos en la vida de este hombre que, por cuestiones profesionales, pasa su vida entre hoteles y trenes, la lectura de diarios deportivos, visitas al cinematógrafo y relaciones amorosas efímeras.
La crítica literaria ha detectado la influencia que tiene la obra de Franz Kafka en la narrativa de Handke. Wim Wenders, por otro lado, cuenta que comentó al narrador austriaco: “Al leer [tu novela] he tenido la impresión de estar viendo una película”. Ambas cosas están relacionadas si entendemos el estilo kafkiano de contar una historia como una narración de tono objetivo, descripción distante, despegada de cuestiones psicológicas o emotivas. La voz narrativa es el ojo que observa, el lente que sigue desde fuera a los protagonistas. Se puede llegar, a partir de esa lejanía, a una más profunda contemplación del abismo.
Tal herencia kafkiana explica el tono objetivo o impersonal de la novela de Handke, y así se entiende la relativa facilidad de su transmutación a la pantalla. El ojo narrativo es ya cámara cinematográfica. Prima facie, la vida de Josef Bloch no tendría mayor interés si no fuera por un rompimiento: cuando en una suerte de acto reflejo el arquero pone sus manos en la garganta de la mujer con la que ha dormido y la estrangula. ¿Por qué lo hace? La única explicación parece ser el enrarecimiento de sus percepciones, experimentado segundos antes de cometer el crimen: “Bloch se puso nervioso. Por una parte estaba esa pesadez del ambiente cuando tenía los ojos abiertos y por otra esa pesadez aún más insoportable de las palabras que designaban los objetos que le rodeaban” (pp. 28-29).
La secuencia final de El miedo del portero ante el penalty pone a Josef Bloch en la tribuna como observador del juego. Su viaje de Viena a la frontera austriaca ha sido una huida. Todos los días en los periódicos aparecen pistas sobre la muerte de Gerda T. (Gloria, en el filme), e incluso se llega a mostrar un retrato hablado de Bloch. El arquero está cercado; quizá en unos días enfrentará ya la pena máxima. Ha viajado hacia una frontera literal y simbólicamente cerrada. Lo que ocurre en el césped se convierte una vez más en representación. “Cuando el jugador toma la carrerilla, el portero indica con el cuerpo inconscientemente la dirección en que se va a lanzar, antes de que hayan dado la patada al balón, y el jugador puede entonces lanzar el balón tranquilamente en otra dirección”, explica Bloch al desconocido que tiene a su lado. “Es como si el portero intentara abrir una puerta con una brizna de paja” (p. 151).
Cierra El miedo del portero ante el penalty, la novela de Peter Handke, con el cumplimiento de la jugada que anuncia el título: “De repente el jugador echó a correr. El portero, que llevaba camiseta de un amarillo chillón, se quedó parado sin hacer un solo movimiento, y el jugador le lanzó el balón a las manos” (p. 151).
En la película, la cámara entonces se aleja lentamente de Josef Bloch para fijar su atención en lo que fue el origen, principio de la historia: la cancha de futbol. El árbitro pita el final y los jugadores se concentran en el círculo central para abandonar en formación el campo de juego.