Peter Handke a prueba de misiles

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Definiciones rápidas: la Segunda República de Austria es la cuna de una cultura literaria que ha obtenido dos Premios Nobel en el siglo XXI, autores subversivos, disidentes e incómodos. La distancia crítica de su propia sociedad que han mantenido Elfriede Jelinek (Mürzzuschlag, 1946) y Peter Handke (Griffen, 1942), es también la contraseña común de buena parte de sus artistas plásticos, cineastas, creadores en las artes escénicas y un contingente estimable de sus humanistas. No obstante, las trayectorias de ambos autores son impresionantes historias de éxito: las de quienes se desmarcaron de un medio intelectual conservador y muy estrecho, consiguiendo sitios envidiables en el escenario literario europeo, para terminar canonizados con el máximo reconocimiento internacional a una trayectoria en el mundo de las letras.

Si la ciudad natal en el caso de Jelinek no dejó una impronta decisiva para su obra, en Handke fue muy distinto. Mürzzuschlag es el punto nodal de las vías ferroviarias del país alpino. Ha sido durante años centro logístico para el cambio de trenes en trayectos nacionales. Pero no posee una singularidad mayor, ni tuvo resonancias profundas para la autora de Las amantes.

Griffen, en cambio, es una población minúscula del oeste de Carintia, impregnada por la presencia de la minoría eslovena en ese estado federal, a la que perteneció Maria Sivec, madre del escritor. Fue teatro de acciones de guerra, entre ellas bombardeos e incursiones de los partisanos eslovenos. Si bien Handke y su familia vivieron los primeros dos años y medio de la posguerra en Pankow, en Berlín Este —un distrito que resultó muy dañado por la guerra, famoso por ser el barrio donde residían los oficiales soviéticos—, en 1948 regresaron al terruño.

"No es fortuito que los relatos Y las novelas de Handke se desarrollen a partir de la toma de conciencia de las limitaciones y posibilidades de la lengua, del examen de la identidad escindida y de un ejercicio de introspección".

El padre putativo de Peter había sido soldado en la armada nazi y era tranviario de oficio. Al no encontrar trabajo en Alemania ni contar con pasaportes, los Handke tuvieron que atravesar clandestinamente la frontera, ocultos en un camión de carga, para después arribar hasta Griffen. Handke llegó hablando alemán berlinés, y por eso le costó adaptarse a un lugar donde la identidad dialectal tiene gran peso. Volvía al ambiente rural, archicatólico, premoderno y carente de anonimato de un pueblo chico. Ahí pasó seis años, aprendió esloveno con su madre y en su entorno, y se sumergió en un estado de ánimo y un tempo vital ralentizado que lo marcó definitivamente.

No es fortuito que los relatos y las novelas de Handke, de manera muy enfática los publicados entre 1966 y 1979, se desarrollen a partir de la toma de conciencia de las limitaciones y posibilidades de la lengua, del examen de la identidad escindida y de un ejercicio de introspección, simultáneo al examen de la realidad circundante. Tres procedimientos que, sumados a la destreza autobiográfica y a una capacidad extraordinaria para la narración de los detalles, conformaron muy pronto un estilo seductor y deslumbrante.

Esto es muy evidente ya en su primera novela, Los avispones (Suhrkamp, 1966), concebida entre 1961 y 1965, mientras estudiaba derecho en la Universidad de Graz, y trabajada durante varias temporadas de escritura, entre Graz, la isla croata de Krk y Griffen. En esa alucinante ópera prima —que el benemérito Centro Editor de América Latina, en Buenos Aires, publicó en español hasta 1980—, un narrador que ha quedado ciego reconstruye la vida en su pueblo, la historia de su hermano ahogado y de la desolada cotidianidad de su familia.

Hasta entonces, de Handke se conocían sólo algunos escritos transmitidos por la radiodifusión de Estiria y los publicados por la revista insignia del Grupo de Graz, Manuskripte, dirigida hasta nuestros días por Alfred Kolleritsch. Nada hacía suponer que ese joven autor, aún en busca de los registros exactos para su voz narrativa, tuviera los recursos para aventurarse a componer algo de mayor calado como Los avispones, un rompecabezas de sesenta y seis cuadros o escenas breves con subtítulos enigmáticos que, inopinadamente, daba cuenta de alguien con oficio, un autor por demás interesante, como lo calificó Siegfried Unseld, editor de Suhrkamp que escribió la carta de aceptación para Handke.

La ceñida traducción de Francisco Zanutigh Núñez para Centro Editor conserva muy bien las cualidades estéticas de la prosa del austriaco, que son la base de sus relatos y novelas posteriores. Por supuesto, la reconstrucción de personas, lugares y paisajes de la infancia en Carintia están muy presentes. Emerge, sobre todo, el asunto que más ha preocupado a Handke durante toda su vida: las enormes limitaciones del lenguaje para coincidir con la realidad y designarla de manera exacta. La imposibilidad de reproducir, verbalmente, las percepciones de los objetos y fenómenos reales.

Un cuadro del primer tercio de la novela es ejemplar al respecto:

Cómo se produce una escena en el desayuno

[...] Pero cuando llegué con las imágenes hasta el límite de la experiencia ello no me sirvió de nada. Yo estaba acostado en el aposento oscuro, entre los ciegos dormidos, despierto, y no pude hacerme imagen alguna de algo. Se presentaban el ruido de los cambios de marcha del tranvía, el ruido de los camiones de transporte haciendo su recorrido, el ruido de los trenes que se cruzan, y yo daba nombre a los ruidos que oía, y repetía una y otra vez los nombres de estos ruidos, y atribuía los nombres de los ruidos a los nombres de las imágenes, y a los nombres de las imágenes los nombres de los ruidos que no oía; no obstante, no podía hacerme una imagen de ninguno de ellos. Yo reflexionaba sobre las estaciones en que las gentes se amontonaban mientras yo estaba aquí acostado, y no podía entenderlo; me acordaba de los tronantes y estrepitosos trenes que corrían por la oscuridad; de los refugios de las estaciones, de los bancos, del papel debajo del pan agitándose por el viento del tren que pasa, y tampoco podía entender esto. Me acordaba de los que dormían en los trenes, de las salas de espera alumbradas, de los que dormían sobre los bancos de las salas de espera, de los que estaban despiertos, de los que dormían en los baños de las estaciones, de los que dormían y de los que estaban despiertos en los refugios de las estaciones intermedias, de los ojos abiertos de los que dormían, de las volubles imágenes y palabras en las cabezas de los que estaban despiertos y de los que dormían; de la gente, de los seres vivos en los lugares donde están siempre, o de viaje; sin embargo, yo no podía comprender más todo esto, pues estaba allí, ciego y despierto entre los ciegos, porque el tiempo antes de que llegase el día se me hacía largo como un sueño, y porque pensaba sobre los acontecimientos y las cosas sobre las que uno puede pensar, como si de ellas existiesen tan sólo los nombres (pp. 55 y ss.).

"Los personajes en escena están obligados a ejecutar acrobacias verbales muy exigentes. De ahí el nombre de este subgénero teatral, piezas para ser dichas".

Insultos al público

La imposibilidad de que el lenguaje exprese la realidad es un tema que ha ocupado a una multitud de escritores y filósofos austriacos, desde Hugo von Hofmannsthal al Grupo literario de Viena (Wiener Gruppe) y de Wittgenstein a Ernst Jandl.

Poco después de la aparición de Los avispones, Suhrkamp editó en un solo volumen las “piezas verbales” (Sprechstücke) Insultos al público, Auto admonición y Adivinanza. El título de la primera es lo suficientemente explícito como para pretender mitigar su naturaleza provocadora, inquietante y agresiva.

Insultos al público (incluido en Gaspar, Alianza 3, Madrid, 1982) tuvo resonancias internacionales mayores que Los avispones, que tardó más tiempo para encontrar una recepción crítica amplia. La pieza fue y sigue siendo una abierta provocación, pero estamos muy lejos del teatro panfletario, de un efímero, de un performance de la vieja escuela. Explora de una manera insólita la capacidad incomunicativa de las palabras, trampa a la que estamos sometidos los hablantes de cualquier lengua.

¿Qué ve y escucha el público? Los cuatro personajes en escena están obligados a ejecutar una serie de acrobacias verbales muy exigentes. De ahí el nombre de este subgénero teatral en alemán, “piezas para ser dichas”, que están compuestas por un número limitado de periodos, oraciones, frases, palabras, interjecciones y gruñidos alternados, repetidos o traslapados.

Insultos al público es una obra que podríamos calificar de minimalista. Reducidos a sus partículas mínimas con significado, los parlamentos de los personajes carecen de sentido para quien los escucha, tienen referencialidad exclusiva para ellos mismos. Una y otra vez, los intérpretes le dicen al espectador que no existe; que es una ausencia; que sólo existe en virtud de la aparición en escena del reparto actoral. El texto leído, repetido, lanzado, vomitado hacia el público no quiere significar nada. No puede significar algo.

La parte que concluye esta obra escénica fundacional de Handke es la más estremecedora. Los personajes comienzan a descargar toda suerte de obscenidades e improperios sobre el público, sin importar qué tan perturbador pueda ser este tipo de agresión personal. El escándalo, la irritación, el desconcierto que genera es una catarsis colectiva. Dura sólo cinco minutos, pero tiene un efecto más duradero.

La traducción al español de José Luis Gómez y Emilio Hernández para Alianza Editorial en 1982 es propiamente una aproximación, pero sirve para darnos una idea de lo que puede ser en el escenario con intérpretes convincentes. Apunto algunos pasajes del final:

Vosotros sois unos intérpretes ejemplares. Vosotros, papamoscas, padres de la patria, trotskistas, vosotros, los embrutecidos, vosotros, los que abandonáis vuestros nidos, vosotros, los lunáticos, los derrotistas, revisionistas, revanchistas, militaristas, pacifistas, fascistas. Vosotros, intelectuales, nihilistas, individualistas, colectivistas, vosotros, políticamente subdesarrollados, vosotros, los intrigantes, los histriones, los antidemócratas. Vosotros, los falsos testigos, vosotras, putas de teatro. Vosotros, los brontosaurios. Vosotros, la claque, la tropa, la chusma, los desperdicios, los muertos de hambre, gruñones, mocosos, proletarios mentales, engreídos, don-nadie, fulanos [...]

Oh, vosotros, accesorios de retrete, actores de carácter, galancitos, dramaturgos del mundo, mandarines, oráculos de Dios, ateos, ediciones populares, calcomanías, ilustres hombres de teatro, peste abominable, almas inmortales [...] Héroes positivos, aborteros, héroes negativos, héroes domésticos de la ciencia, nobles chochos, burgueses degenerados, vosotros, las clases cultivadas, hombres de nuestro siglo, predicadores en el desierto, santos de última hornada, niños de este mundo, tristes figuras, momentos históricos [...] vosotros, almas mercantiles, vosotros, los indiferentes, vosotros, los anti-todo. Vosotros, los que construís el porvenir, vosotros, los que nos prometistéis un mundo mejor, los soberanos, los insaciables, los astutos, que pretendéis saberlo todo, que creéis conocer la vida, vosotros, señoras y señores, personalidades de la vida pública y cultural, vosotros espectadores, vosotros camaradas, vosotros honorable público, vosotros prójimo, vosotros.

Bienvenidos todos. Muchas gracias y buenas noches (pp. 113-114).

"Los intérpretes le dicen al espectador que es una ausencia; que sólo existe en virtud de la aparición en escena del reparto actoral. El texto leído, vomitado, no quiere significar nada".

Al terminar esta avalancha, el público suele quedar en silencio. Se mantiene en trance o se sume en un súbito estado de shock. Dependiendo del montaje y la producción, pueden escucharse, en una pista grabada, los aplausos y silbidos de un apoteósico concierto de rock o los alaridos y ovaciones de un partido de futbol. La instrucción del autor es bajar el telón sólo hasta que haya salido el último espectador.

Me resulta imposible medir hasta qué grado la obra de Peter Handke sigue siendo sobrecogedora para sus lectoras, lectores y espectadores en la ultramodernidad. Tengo la convicción de que continúa muy vigente y conserva una garra a toda prueba. Para quien no la conozca, afortunadamente contamos con numerosas traducciones en nuestra lengua que le abrirán la puerta a su extraño e inquietante mundo. Para quienes han estado ahí, la elección de la Academia Sueca ofrece el pretexto inmejorable para cursar de nuevo páginas de una obra capaz de cambiar nuestra idea de lo que puede llegar a ser la experiencia literaria.