Desde lo alto de su grieta en el muro, el alacrán observa la agitación política como si mirara el mar revuelto desde un acantilado. Recuerda la voz vehemente de Jorge Calvimontes, tocada por una impronta de exasperación: “¡En mi país, los gorilas caminan por la calle!”. El poeta y periodista nacido en 1932 en Oruro, Bolivia, y fallecido en Nueva Jersey en 2013, había llegado a México en 1971 huyendo de los golpistas de Hugo Banzer. Exiliado aquí, su docencia enriqueció la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, donde el venenoso lo conoció.
Ya mexicano y luego de radicar en esta capital durante cuarenta años, Calvimontes falleció en diciembre de 2013, a los 81 años, en el hospital de Nueva Jersey adonde lo empujó el mal cardiorrespiratorio al cual finalmente sucumbió. Recordado por su calidez, su poesía telúrica y su insobornable postura política, sendos obituarios escritos por Raúl Trejo Delarbre y Gilberto Prado Galán lo despidieron con afecto desde la prensa mexicana.
Junto con aquel combativo boliviano, el escorpión recuerda a otros extraordinarios profesores asilados en México y llegados a la Facultad durante aquellos años de dictaduras y exterminio de disidentes en América del Sur. El chileno Armando Cassigoli (Santiago de Chile, 1928-Ciudad de México, 1988), la incomparable argentina Silvia Molina y Vedia, el también chileno Carlos Villagrán o el querido historiador argentino Gregorio Selser (Buenos Aires, 1922-Ciudad de México, 1991).
"En 1979 llegó asilado a nuestro país Mohamed Reza Pahlevi, el sanguinario Shá de Irán"
Pero el venenoso recuerda también a quienes en aquellos tiempos se quejaban por la llegada de los asilados sudamericanos a México, sin tener noción de su aporte cultural. A ellos, y a quienes hoy protestan por la política de asilo, el escorpión les dedica esta historia:
En junio de 1979, luego de huir vía Egipto y las Bahamas, llegó asilado a nuestro país Mohamed Reza Pahlevi, el sanguinario Shá de Irán, derrocado por la revolución islámica luego de 38 años de gobierno. Estados Unidos rechazó asilarlo, pero a instancias de Kissinger y Rockefeller, el presidente López Portillo lo recibió.
El exdictador llegó en compañía de su esposa, Farah Diba, su hijo adolescente y otras seis personas. Además de un equipaje muy voluminoso, trajo consigo a dos perros domésticos, uno de ellos gran danés. Tiempo después, el exmonarca construyó una gigantesca mansión en Acapulco, donde recibía al jet set nativo.
De estas lecciones históricas, insiste el escorpión, debe recuperarse la experiencia de la solidaridad para encarar el fenómeno imponderable de los inmigrantes que hoy transitan por México o se quedan aquí.