¿Es posible generar máquinas conscientes de sí mismas y del mundo? Quizá un punto de inflexión en la historia de esa pregunta ocurrió en 1996, cuando la supercomputadora de IBM, Deep Blue, derrotó en ajedrez al campeón Gary Kasparov. Aunque Kasparov venció a la computadora en tres partidos subsecuentes y empató en dos, esa derrota inicial recorrió el mundo y quizá modificó de manera permanente la imagen de ser humano frente a sí mismo. Si la mitología religiosa había puesto al hombre en el centro de la naturaleza, los encuentros cara a cara entre la inteligencia artificial y el campeón de ajedrez nos indicaron que la predicción formulada por obras de ciencia ficción podría cumplirse: las máquinas tomarían, tarde o temprano, el lugar más alto en la jerarquía cognitiva, y por lo tanto en las relaciones de poder dentro del planeta Tierra. En 1997, una nueva versión de la computadora, Deeper Blue, era capaz de calcular 200 millones de posiciones por segundo y derrotó a Kasparov el día 11 de mayo.
Aunque nadie puede dudar de los alcances vertiginosos de la inteligencia artificial, el tema de la inteligencia consciente es un asunto aparte. Si las máquinas tomarán conciencia de sí mismas es una incógnita. No sabemos a ciencia cierta qué es la conciencia humana, cómo se forma y opera, cuál es su función. Estas preocupaciones están en el centro del nuevo libro de Roger Bartra: Chamanes y robots. Reflexiones sobre el efecto placebo y la conciencia artificial (Anagrama, 2019). El autor, conocido como uno de los pensadores más influyentes y originales de México en virtud de obras clásicas como El salvaje en el espejo y El salvaje artificial, se ha acercado al estudio de la mente y sus padecimientos. Cultura y melancolía, El duelo de los ángeles y La melancolía moderna son trabajos indispensables para entender las ramificaciones culturales del diagnóstico médico que atraviesa la historia de la cultura occidental: la enfermedad de la bilis negra.
Durante el auge de las investigaciones neurocientíficas sobre la mente humana, Bartra publicó La antropología del cerebro (2006). Según su tesis, para entender la conciencia no basta con explicar la neurología de los procesos mentales: se requiere tomar en cuenta la interfaz biología-cultura. Las redes culturales funcionan como una prótesis externa (un exocerebro) que provee un sistema simbólico indispensable para poner al cerebro en el modo de operación específico que gestiona la conciencia.
En Cerebro y libertad (2013), el doctor Bartra confronta la visión neurobiológica determinista, según la cual el libre albedrío no es más que una “ilusión post-hoc”, es decir, una ficción subjetiva que surge después de que los procesos neurales subyacentes ya han determinado la toma de decisión. En la propuesta de Bartra, el individuo aumenta su margen de libertad cuando interactúa con las redes culturales mediante la práctica del juego. El sujeto humano es capaz de incrementar los grados de libertad individuales mediante simulaciones lúdicas y variaciones conductuales. Esto facilita la formación de planes que surgen del aprendizaje, mediante el análisis neural de los efectos de nuestra conducta, pero también a través de juegos imaginativos, como sucede en la literatura y el arte, que resultan de la interacción entre las redes simbólicas ambientales y los procesos creativos gobernados por el deseo.
"Aunque nadie puede dudar de los alcances vertiginosos de la inteligencia artificial, el tema de la inteligencia consciente es un asunto aparte".
El título del nuevo libro reúne términos que parecen irreconciliables: el chamanismo y la robótica. ¿Estamos frente a una ironía crítica? ¿Cómo establecer un puente teórico? Si se plantea que la conciencia surge de la interacción entre las redes culturales y las redes neurales, el efecto placebo cobra una importancia inesperada. La medicina científica utiliza el placebo —una sustancia inerte— como punto de comparación para analizar la eficacia de los medicamentos. Con ese método, se demuestra que el placebo produce mejoría en un porcentaje importante de pacientes con depresión, asma, condiciones dermatológicas, migraña y otras formas de dolor. Mediante imágenes cerebrales, se observa que la respuesta al placebo se asocia a cambios demostrables en la fisiología cerebral. Pero ¿cómo lo hace, si el placebo es —por definición— una sustancia inerte en el aspecto bioquímico? Bartra analiza una evidencia esencial para comprender el problema: cuando el enfermo se encuentra inconsciente (en estado de coma) el placebo no surte efecto. La conciencia del paciente es indispensable para entender la mecánica del efecto placebo.
Bartra analiza una amplia variedad de fuentes históricas, médicas y antropológicas. Estudia los escritos medievales del médico sirio Qusta ibn Luqa. Quizá es la referencia más antigua en torno al efecto placebo, y se trata de un hallazgo formidable que conocen quizá unos cuantos especialistas en el mundo. El médico sirio creía que la curación de enfermedades podía estar influida por las palabras, los rituales y amuletos que acompañaban a las terapias de la antigüedad y el medioevo. En sus términos, esto podría ocurrir porque los cambios en los humores corporales modifican el estado del alma, y por lo tanto las mutaciones del alma inducidas por rituales, amuletos y palabras podrían modificar el estado de los humores corporales. La ciencia médica contemporánea demuestra la importancia de las cualidades específicas de un procedimiento terapéutico. El aspecto del médico, su uniforme, las características del espacio clínico (o quirúrgico) y de las herramientas médicas (jeringas, soluciones intravenosas) aparecen como cualidades de una experiencia simbólica que están codificadas en el sistema cultural del paciente, y al parecer intervienen en la respuesta al placebo.
La antropología del chamanismo ofrece lecciones valiosas para entender el efecto placebo y se convierte en una fuente de información para comprender la interfaz biología-cultura. Bartra pone todo esto sobre la mesa para discutir, en última instancia, la cualidad más recalcitrante y problemática de la conciencia humana: el sufrimiento y nuestras operaciones imperfectas para aliviarlo. Y esto se convierte en un eje indispensable para atender la pregunta inicial: ¿Es posible generar máquinas conscientes? Estas máquinas tendrían que estar dotadas de sensibilidad, de mecanismos para monitorear sus estados energéticos, y por lo tanto de sufrimiento, lo cual las impulsaría a buscar fuentes de energía para recuperar su equilibrio homeostático. Si escuchamos las lecciones de la conciencia humana, se requiere un cuerpo capaz de proveer de sensibilidad a la mente humana, y en el plano tecnológico esto implica que la conciencia artificial podría surgir en el contexto de un cuerpo robótico. ¿Quizá el efecto placebo será una forma de medir la magnitud de la conciencia robótica? Con imaginación y audacia, y con rigor crítico, Roger Bartra ensaya los caminos a la conciencia artificial en una fascinante novela de ideas que empieza en el siglo IX y se extiende hacia un futuro impreciso y problemático.