Novela y periodismo cuando el silencio paga

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Cuando leí Amores de segunda mano, Enrique Serna era para mí no sólo el mejor cuentista mexicano vivo sino un enfant terrible al que temía por sus críticas lapidarias escritas sin pudor en los artículos que publicaba en Letras Libres. Serna no se andaba con chiquitas cuando denunciaba los préstamos de un autor al que se le había olvidado usar la tecla de las comillas o los evidentes trucos de otro para agenciarse un espacio de poder o para convertirse en bestseller. La virtud de causar pavor se atenuaba con un cierto espíritu democrático: nadie se salvaba. En Miedo a los animales dejó claro que el mundo de los escritores no es distinto del de otras mafias: a través de un thriller policiaco en el que aparecían escritores bien identificables, Serna exhibía el precio de la fama en la cultura mexicana. Antes que por la calidad de su escritura, los autores y autoras mexicanos sobrevivían por sus malas artes y su habilidad para el lobbing. A la pureza del arte, Enrique Serna oponía un argumento incontestable: quienes detentan la cultura son los lacayos y los beneficiarios del poder.

No es muy distinta la tesis de su más reciente novela, El vendedor de silencio, salvo porque en vez del mundillo literario esta vez su artillería apunta al periodismo y, más concretamente, a los usos y costumbres periodísticos que acompañaron los años del priato hasta la llegada de Luis Echeverría. El personaje omnipresente es Carlos Denegri, el reportero estrella de Excélsior y quien fuera líder de opinión durante la primera mitad del siglo XX. “El mejor reportero y el más vil”, al decir de Julio Scherer, quien a su llegada a Excélsior termina con la carrera periodística más impresionante en la historia de la prensa escrita en México.

TOXICIDAD DEL PODER

En su momento, Carlos Denegri fue más popular y más leído que Salvador Novo. Y mucho más viajado. Pero denostado en su servilismo al régimen y su inmoralidad, lo mismo que Rodrigo de Llano (el Skipper), por el propio Novo en su obra de teatro Ocho columnas, y por Scherer García en Estos años y La terca memoria, donde se refiere a él como “el periodista que un día entrevistaría a Dios” y, no obstante, a quien cesó en 1969, cuando Scherer llegó a la dirección del rotativo.

La novela de Enrique Serna no se propone ser una diatriba contra la pésima práctica periodística en México previa al 68, pero lo es; no pretende ilustrar los modos en que el gobierno compró a los medios y a la prensa, pero lo hace; no tiene como objeto exhibir las técnicas del chayote hasta antes de la llegada de Julio Scherer al periodismo (ni la caída del dream team de Excélsior con Luis Echeverría), pero a través del ascenso y la caída de Carlos Denegri muestra esto y más. Muestra el machismo y la toxicidad del poder. Muestra la misoginia de un país gobernado por los herederos de los revolucionarios. A Vicente Leñero le habría encantado leer esta novela.

"Denegri hablaba inglés y francés a la perfección, otro rasgo escaso en el México de los años cuarenta y cincuenta. Y sabía cómo conseguir la nota. Y cómo extorsionar. Tenía todas las cualidades del que trepa peldaños de dos en dos".

La historia de Carlos Denegri conforma uno de esos casos donde vida íntima y vida pública van de la mano. El machismo en la cama es el mismo que rezuma el país en los foros públicos. Intuyo que el método de Serna para reconstruir la parte personal, las zonas oscuras del personaje, consistió en hacer un paralelismo entre los procederes públicos (donde el lenguaje exhuma testosterona) y los bares y las alcobas por donde Denegri se paseaba. La prepotencia, los engaños y las triquiñuelas, los chantajes, las situaciones siempre ventajosas son los mismos. Varía la arena donde se llevan a cabo estos combates, no los métodos. Impresionar, alardear, blofear:

Si no le dejaba otra escapatoria que echarse en sus brazos, quizá la obligara a aceptar la fatalidad de ese amor tiránico. Y en una de ésas, tal vez halagara su vanidad que hubiera movilizado a la policía de Chihuahua sólo para dar con ella. ¿No se regocijó Helena cuando Menelao invadió Troya para rescatarla? Lograría doblegarla, sí, el corazón femenino seguía siendo el mismo desde los tiempos de los aqueos.

Si el corazón femenino sigue siendo el mismo, muy probablemente se deba a que también sigue siendo idéntico el machista corazón masculino.

En una entrevista para la revista Proceso dice Serna que uno de los atractivos para acercarse a la vida de Carlos Denegri fue encontrar un personaje intoxicado de poder lo mismo en la profesión que en sus relaciones íntimas, “tan violento y déspota en su misoginia” y sin embargo poseedor también de “una debilidad de carácter que lo arrastraba al despeñadero con más fuerza que su ambición”. En cierta forma, Denegri es un antihéroe condenado desde el inicio por su carácter a precipitarse en su propia ruina. Un condenado a la fatalidad de su ambición que fue, que es, la de tantos hombres públicos (en este caso, un periodista al servicio del régimen), sólo que no todos son sometidos por el dedo justiciero de una nueva generación. En la posdata a la novela, el propio Serna ha dicho que Denegri es el Anticristo y Julio Scherer, el Ángel Exterminador. Elegir esos dos epítetos basta para marcar el principio y el fin de una era.

EL MACHO ALFA

Hijo natural de otro funcionario, Ramón P. Denegri, viejo revolucionario y dos veces Secretario de Agricultura, el joven Carlitos ocasiona la cancelación de la carrera diplomática del padre a causa de sus corruptelas y excesos de junior en el servicio diplomático al que su papá lo había inscrito. Pero ni eso ni su porte y galanura habrían hecho de él un ser realmente notable si no hubiera sido porque a la vez que hijo de papi fue periodista genial y con un estilo propio en un tiempo en que el periodismo no contaba con reporteros de esa altura. Cubrió como nadie la Segunda Guerra Mundial, escribiendo crónicas en primera persona en las que se asume como un James Bond de las letras mexicanas, viajó a Estados Unidos para relatar de primera mano los intríngulis de la Guerra Fría y esas crónicas le dan la fama y la reputación de ser la pluma más codiciada por los lectores... y por el poder. Por ser hijo de diplomático y haber vivido fuera del país hablaba inglés y francés a la perfección, otro rasgo escaso en el México de los años cuarenta y cincuenta. Y sabía cómo conseguir la nota. Y cómo extorsionar. Tenía todas las cualidades del que trepa peldaños de dos en dos: un Julien Sorel del siglo XX.

Como buen periodista, sabía demasiado. No sólo de las decisiones públicas y la malversación de fondos (años después, la corrupción ligada a la construcción del Metro será su as bajo la manga), sino sobre los hábitos privados de los funcionarios: sus buenas y malas noches, sus hábitos móviles y sedentarios, sus movidas. Y si sabía tanto era porque él mismo frecuentaba dichos antros y era experto consumado en mujeres y movidas. De las primeras, tuvo tres. De las segundas, no existe cuenta fija.

"Rara vez como lectora (digo rara vez por temor a equivocarme si digo nunca) he visto en la literatura mexicana la exhibición del macho descrita con tal saña que me obligara a cerrar el libro más de una ocasión".

Gracias al estilo indirecto libre que Serna maneja con maestría flaubertiana a lo largo de toda la novela el narrador se confunde con el personaje, y así, lo que empieza siendo descripción pura y dura termina por ser el llamado de su conciencia: “Condenado a sufrir solo, sin desahogos ni paliativos, recayó en una crisis de atonía profunda. Necesitaba con urgencia una copa y sin embargo resistió dos semanas sin beber una gota” porque, de pronto, tendido en la cama y contemplando sin parpadear el altísimo techo, una lucidez amarga que viene de sí mismo le hace ver que

las pasiones, como las medicinas, tenían fecha de caducidad y la locura de forzar la máquina para vivirlas en la vejez le estaba saliendo muy cara... Quizá fuera tiempo ya de cambiar la capa de donjuán por el sayal pardo de franciscano.

Promesa hiperbólica, culpa de borracho católico, apostólico y romano. Una y otra vez se repetirá este ciclo.

¿Cómo hizo Serna para que el lector y, sobre todo, la lectora, siguiera creyendo en la típica promesa, para que siguiera leyendo sin sucumbir al fastidio del adicto al alcohol que al tiempo que avanza en picada no pierde sin embargo el ánimo de hacer los más ridículos juramentos en sus actos de contrición? “Dios te salve, Natalia, por saber perdonar las ofensas y consolar a los afligidos...”. ¿Cómo hizo para que por enésima vez cayéramos igual de redondos que la incauta y nos sopláramos la escena de placer en la que: “se besaron con gula, como si la muerte les pisara los talones, el abrigo de mink rodó por el suelo” y lo demás imagínelo quien lee, que al fin ya ha presenciado muchas escenas como ésta y añada otra más a la colección? ¿Cómo hizo para manejar como leitmotiv la serie de promesas que siguen a los abusos carniceros, a las ejemplares golpizas y que la narración se sostuviera, verosímil y campante, en un país tan inverosímil como el nuestro?

Literariamente, la proeza es mayor. Culpa y vanagloria conforman la conciencia de Denegri que se cruza con la del narrador y se confunde:

al encallar en el cuerpo joven que había extrañado en áridas vigilias, sintió que el aparato de seguridad del Estado, comprimido en sus genitales, lo alzaba en hombros entre fanfarrias de honor. ¿No que no se rendía? ¿No que muy enojada?

Ahí está. Ahí tienen al Macho Alfa en acción. Feliz, no por amar a una mujer, sino por someterla.

MONSTRUO PÚBLICO Y PRIVADO

Rara vez como lectora (digo rara vez por temor a equivocarme si digo nunca) he visto en la literatura mexicana la exhibición del macho descrita con tanta precisión y con tal saña que me obligara, durante la lectura (a mí, que me considero fan de Serna), a cerrar el libro más de una ocasión para contener las ganas de guardarlo, de arrojarlo lejos, de matar... a Denegri.

Siento mucho espoilearles el final: gracias a Dios, en las últimas páginas, su mujer lo asesina. Si no hubiera sido ella, habría sido su hijastro, según dice Serna que le confesó éste en entrevista.

Yo añado que si no, habríamos sido los lectores. Porque Carlos Denegri no sólo es el epítome de una práctica profesional que cobijó el autoritarismo cínico, el oportunismo, la crueldad. La corrupción en todos los terrenos. Es la prueba fehaciente de que los monstruos en la arena pública lo son en la privada y hacen pedazos a sus víctimas, casi siempre mujeres. Y a veces, sólo a veces, como aquí, reciben su merecido.

Así que, feministas del mundo: aguanten y sigan leyendo.