Resguardado al fondo de su nido en lo alto del muro, el alacrán afloja la tensión y disminuye la adrenalina de su sistema luego de haber librado de forma inusitada un violento encuentro con la delincuencia en la autopista México-Pachuca, donde los atracos a autobuses de pasajeros proliferan desde hace al menos tres años, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (el venenoso cita con aires de investigador del CIDE o experto al estilo Hope o De Mauleón).
Lo más preocupante, lamenta el escorpión, es percatarse, mediante una consulta básica en Google, cómo los grupos de asaltantes de la zona limítrofe entre los estados de México y de Hidalgo tienen un modo de operar bien conocido, tanto por las policías de ambas entidades como por los atemorizados habitantes de esos parajes. ¿Cómo a pesar de ello no se ha logrado frenar ese delito?
El procedimiento es sabido: dos o tres asaltantes armados y violentos abordan un autobús en la Central del Norte o en la pequeña estación de Indios Verdes. Al llegar al límite entre los municipios de Tecámac, en el Edomex, y el de Tizayuca, en Hidalgo, los delincuentes disparan al aire para intimidar a los pasajeros, los despojan a golpes de dinero, tarjetas bancarias, joyas y objetos de valor, detienen el vehículo y huyen. La mecánica se repitió al menos cinco veces este 2019. La segunda modalidad es disparar al autobús o arrojarle piedras desde la orilla del camino, despedazar los cristales y forzar al conductor a detenerse. La unidad es tomada entonces por una banda armada, lista para robar al pasaje.
"Recorrimos treinta kilómetros de pesadilla, a baja velocidad y con los ventanales despedazados".
El violento estallido de cristales despedazados sacudió de pronto al adormilado arácnido y a su mujer en el autobús rumbo a Pachuca, la noche del viernes 22 de noviembre. El conductor frenó y quiso detenerse, pero los gritos desesperados de los pasajeros le exigieron continuar el camino. La tensión y el temor nos atenazaron. No obstante, los pasajeros nos forzamos a la calma: unos llamaban a la policía, otros rezaban, algunos más ocultaban con ingenuidad dinero y tarjetas bancarias: todos nos mirábamos con incertidumbre y miedo, a la espera del ataque definitivo al autobús.
Recorrimos treinta kilómetros de pesadilla, a baja velocidad y con los ventanales despedazados, hasta llegar a la entrada a Pachuca, donde por fin bajamos del vehículo. “¿Cuál es su protocolo en estos casos, ya dio aviso?”, interrogó el venenoso al conductor, quien sólo repuso: “Usted puede reportarlo al ADO o a la policía”.
Aun si las pedradas fueran balazos, la pesadilla del escorpión en la autopista no llegó a tragedia. Y es nada ante la violencia, los asaltos y los homicidios reales en México.