Un cirujano retirado se presenta a consulta a los 66 años de edad. Su familia expresa que en los últimos cinco años ha sufrido cambios drásticos en el comportamiento. Primero tuvo dificultades para atender sus responsabilidades como médico. Al ser incapaz de cumplir con las exigencias económicas de su práctica privada, el doctor K. debió jubilarse en el año 2002. Siete años más tarde su caso será escrito por el doctor Narvid y otros científicos de la Universidad de California, y se publicará en la estupenda revista Neurocase, con el título “Of Brain and Bone”.
El doctor K. era considerado una persona simpática con los niños, pero al iniciar su padecimiento se volvió frío emocionalmente. En una ocasión abandonó a su nieto; le dijo que debía regresar a su propia casa en medio de la noche, aunque tenía tres años de edad. Cuando su hija le reclamó el incidente, el doctor K. lucía despreocupado; dijo que los niños deberían ser capaces de regresar a casa por sí mismos.
En un aniversario, su hija organizó un festejo para él, pero el doctor K. declinó la invitación, sin explicaciones. También abandonó sin aviso la boda de su hijo. Cuando su esposa trató de cuestionarlo, se comportó hostil con ella; incluso la empujó. Nunca había hecho algo así. Empezó a comportarse de manera seductora y a hostigar sexualmente a distintas mujeres, lo cual era inusual en él; las conductas eran burdas y no hacía ningún esfuerzo para ocultarlas.
Se alimentaba con voracidad; dejó de usar los cubiertos y comía con las manos. También había un cambio en su patrón nutricional: sólo consumía productos chatarra, helados y pizza. El consumo de alcohol se incrementó. En varias ocasiones entró sin permiso a la cochera de su vecino, para robar botellas de alcohol, lo cual provocó operativos de la policía. Comenzó a abusar de medicamentos sedantes. Los conseguía sin prescripción.
La familia aseguraba que la memoria del doctor K. era excelente. Sus capacidades de orientación eran normales: era capaz de viajar entre ciudades y de usar el transporte público. Leía, escribía y conversaba sin problemas, aunque el contenido de la conversación se volvió repetitivo; giraba alrededor de temas como modelos de trenes a escala; platicaba con desconocidos acerca de esto, y no reconocía que estas personas no estaban interesadas en el tema. Compró muchos modelos de trenes para armar, aunque era incapaz de ensamblarlos.
A solicitud de la familia, el doctor K. es atendido por especialistas del Centro para la Memoria y el Envejecimiento de la Universidad de California, en San Francisco. Se realizan exámenes de interés para comprender el peculiar giro en su historia psicológica. El estudio de imágenes cerebrales muestra una franca anormalidad: hay una pérdida de volumen cerebral en una zona del lóbulo frontal izquierdo, conocida como corteza orbitofrontal, la cual tiene una correlación bien establecida con los procesos de regulación social y emocional.
"Empezó a hostigar sexualmente a distintas mujeres, lo cual era inusual en él; las conductas eran burdas y no hacía ningún esfuerzo para ocultarlas".
Los médicos demuestran que el doctor K. tiene graves dificultades para reconocer las emociones de otras personas. Se le han mostrado fotografías de rostros con expresiones como la tristeza, la alegría, el asco y otros gestos que se consideran universales. De igual manera, se le presentan voces humanas cuyo tono, volumen y ritmo denotan estados emocionales fácilmente reconocibles para una persona sana: enojo, alegría, miedo... la variación melódica y emocional de la voz es conocida como prosodia. El doctor K. presenta fallas significativas en la lectura de rostros y en el reconocimiento de las inflexiones emocionales en la voz. En particular, es incapaz de detectar significados sutiles que surgen cuando hay una disociación deliberada entre el tono de la voz y el contenido del mensaje, como sucede en el sarcasmo, que el cirujano es incapaz de detectar.
Los investigadores de la Universidad de California estudian una función neuropsicológica asociada con la capacidad para establecer relaciones interpersonales. Me refiero a la Teoría de la Mente; se conoce así al conjunto de habilidades de un individuo para conocer, entender, comprender y predecir los estados mentales de otros individuos. La prueba está formada por imágenes. Se muestran dibujos en los cuales hay un muchacho y una muchacha con una pelota en una habitación. El muchacho ha dejado la pelota en una mesa y sale de la habitación. Cuando él se encuentra afuera, ella guarda la pelota en una caja. Enseguida, el investigador pregunta: ¿en dónde cree el muchacho que se encuentra la pelota? Para responder, hay que tomar en cuenta que el muchacho, en la historia, no sabe dónde está la pelota (tiene una idea falsa) porque la mujer la cambió de lugar sin que él pudiera observarla. Pero el doctor K. no es capaz de llegar a esta conclusión; es incapaz de inferir el pensamiento del personaje de la historia.
A continuación, los doctores hacen pruebas de Teoría de la Mente conocidas como de segundo orden. Ejemplo: en una de las historias, la muchacha esconde la pelota cuando el muchacho sale de la habitación, pero él la “espía” sin que ella lo sepa. Él se da cuenta de que ella escondió el objeto, pero no se le dice a la muchacha. La pregunta clínica, entonces, es la siguiente: ¿adónde cree ella que él cree que está la pelota?
En esta ocasión, él sí sabe dónde está la pelota, pero como no lo dijo, ella cree que está equivocado. Frente a esta tarea neuropsicológica, el doctor K. tiene un desempeño muy deficiente. Aunque resuelve problemas dependientes de la atención y la memoria, como la pregunta “¿en dónde está la pelota?”, es incapaz de inferir los estados mentales de los personajes. A esto se le conoce como una falla en tareas de mentalización.
También se le muestran videos realistas con interacciones humanas y el doctor K. es incapaz de hacer suposiciones razonables acerca de los estados mentales de los personajes, es decir, acerca de sus intenciones, sus pensamientos o emociones. ¿Estamos en posición de comprender mejor los disturbios interpersonales del cirujano, que lo han llevado a cometer actos calificados por su familia como fríos, insensibles o abusivos? Quizá la muerte neuronal en la región conocida como corteza orbitofrontal ha provocado una pérdida en la capacidad para reconocer emociones, y la habilidad para inferir los estados mentales de las otras personas. ¿Todo esto podría deteriorar la empatía del doctor K.? Antes de la enfermedad, era considerado un buen médico, un buen abuelo; los nietos disfrutaban convivir con él.
En diciembre del 2004 ocurre la muerte del doctor K. El estudio de autopsia confirma la sospecha clínica: el cirujano padeció en los últimos años de vida una condición neurológica degenerativa, capaz de destruir la inteligencia social y el comportamiento ético. La enfermedad es conocida como demencia frontotemporal.
Fuente
J. Narvid, M. L. Gorno-Tempini, A. Slavotinek, S. J. Dearmond, Y. H. Cha, B. L. Miller, K. Rankin, “Of Brain and Bone: The Unusual Case of Dr. A”, en Neurocase, Jun;15(3):190-205, 2009.