Hace un par de semanas me leyeron el Tarot. Por teléfono. No sé cómo se hace un Zoom, pero la tarotista ni siquiera tiene computadora. Su hijo, sí: “Es una que tiene una manzanita”. Me cae bien la gente así, desconectada de la actualidad. Tengo la impresión de que viven más felices y, paradójicamente, más en el aquí y el ahora.
DESDE MARZO HE TRATADO de ser como ella. Cuando el Covid-19 empezó a mandar a la gente a sus casas —a hacer home office o a enfrentar el desempleo— dejé de ver televisión definitivamente. El miedo es adictivo y muchos noticieros viven de ese miedo. Y luego te tratan como el junkie que eres: al inicio de cada transmisión te prometen una noticia que despierta tu curiosidad (y tu miedo). Antes de cada corte comercial dicen que ahora sí, volverán con la noticia prometida, lo cual nunca ocurre. La famosa noticia que te tuvo pegado al monitor terminan aventándotela como limosna en los últimos treinta segundos de programa.
Pero estoy suscrito a dos periódicos, a mi teléfono llegan noticias que jamás pedí y no sé cómo quitar, y las tendencias en las redes sociales son ineludibles. Además, hasta hace tres meses tenía un programa de radio y no podía estar completamente desconectado. Tenía un programa de radio. Tenía. Qué extraño se siente decirlo en pasado después de 23 años de estar al aire. Perdí el trabajo. Pero hay quienes perdieron la vida, así que no me pienso quejar. Sólo estoy manifestando mi desconcierto. Nunca había perdido un trabajo.
LO PRIMERO que me preguntó la tarotista fue mi fecha de nacimiento. Se la di. “Estás en etapa de destrucción. Ten cuidado”. Luego me explicó que, cuarenta días antes de que cualquier persona cumpla años, entra en esa etapa destructiva. “Así que no tomes decisiones importantes, no firmes documentos; nada, hasta después de tu cumpleaños”. Unas horas después, mi amigo Alfredo me platicó que las águilas pueden vivir setenta años, si al llegar a los cuarenta toman una aterradora decisión: volar a lo más alto de una montaña, hacer un nido seguro y romperse el pico contra una pared.
La imagen de un águila sin pico me traumatizó; me dan escalofríos cada vez que pienso en ella. Para mí, un águila sin pico no es un águila.
Después, el ave espera a que le crezca un nuevo pico. Cuando ya lo tiene, se arranca las uñas, y cuando éstas se renuevan, se arranca todo el plumaje de las alas y se pone a esperar. Todo este proceso le tomará 150 días, pero luego podrá vivir treinta años más. “Volveré a volar”, deben pensar las águilas para resistir semejante via crucis.
¿En qué debo pensar yo durante esta pandemia? La respuesta llegó al día siguiente de mi lectura del Tarot, en una página del catálogo de La Castellana, que aparece cada diciembre, para anunciar whiskys de una sola malta, latas de angulas y muchas otras delicias. Me puse a hojearlo, como cada año. Me detuve en una página que anunciaba un vino que desconozco. Entonces leí su eslogan, discreto, como una nota a pie de página: “Volveremos a brindar”. Se me salieron las lágrimas. Lo que necesito es a los demás. Pero, al mismo tiempo, confirmo mi amor por el individuo y mi desprecio por quienes lucran con la ignorancia de la masa. “Si quieres ser universal, habla de tu aldea”, dijo el gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen, cuya obra maestra, Un enemigo del pueblo, estrenada en 1883, retrata a la perfección nuestra realidad actual.
Entonces leí, como una nota a pie de página: Volveremos a brindar . Se me salieron las lágrimas. Lo que necesito es a los demás
UN ENEMIGO DEL PUEBLO cuenta la historia del doctor Stockmann, médico de una pequeña ciudad a la orilla del mar. El lugar está pasando por una etapa de prosperidad desde hace dos años, gracias a la construcción de un balneario de aguas medicinales, que cada verano atrae a un gran número de visitantes. Pero el doctor Stockmann ha descubierto algo: las aguas del balneario están contaminadas y pueden enfermar y hasta matar a los bañistas. El alcalde de la ciudad, hermano del doctor, le exige no publicar su descubrimiento, pues reparar el daño costaría muchísimo dinero y dos años con el balneario cerrado. Poco a poco, todos los personajes de la obra le dan la espalda a Stockmann. Todos, excepto su familia y un marinero, el capitán Horster, quien le presta su casa para explicar la situación del balneario a quien le interese saberla. Toda la ciudad asiste, pero antes de dejar hablar al doctor Stockmann nombran un “presidente de la asamblea”, quien de inmediato le da la palabra al alcalde. Éste acusa al médico de inventar lo del agua contaminada y lo nombra enemigo del pueblo.
Stockmann pide la palabra, asegurando que no hablará del balneario. Lo que sigue es uno de los grandes monólogos de la historia del teatro: “¡No crean que pueden nublar mi mente con esa palabra mágica —el Pueblo! ¡Ya no! Sólo porque hay una masa de organismos con forma humana, estos no se convierten automáticamente en un Pueblo. ¡Ese honor hay que ganárselo! [...] ¡Estoy en contra de esa vieja mentira de que la mayoría siempre tiene la razón! ¡De hecho, la mayoría nunca tiene la razón! ¿Tuvo razón la mayoría cuando se quedó inmóvil mientras crucificaban a Cristo? ¿Tuvo razón cuando se negó a creer que la tierra se movía alrededor del sol y permitió que Galileo cayera de rodillas como un perro?”.
Por fortuna, hay doctores Stockmann en la vida real y algunos logran salvar muchísimas vidas. La vacuna de la fiebre amarilla tardó 28 años en desarrollarse, mientras que la vacuna contra el Covid-19 es una realidad apenas trece meses después del primer caso. Quisiera ver a los antivacunas abrir la boca en este momento.
APLAUDO LOS AVANCES de la ciencia y consulto el Tarot. En apariencia, el 2020 no me cambió. Sin embargo, me urge que se largue para estar seguro.