En sus últimos filmes Woody Allen, al parecer, se preocupa sólo por mantener viva la leyenda del artista atribulado que arrastra una relación amorosa que es un lastre. En Medianoche en París, Gil está a punto de casarse con Inez, una mujer rica, caprichosa y frívola, mientras en la reciente Un día lluvioso en Nueva York, Gatsby (Timothée Chalamet) ama a Ashleigh (Elle Fanning), una mujer rica, ingenua y frívola. En ambos casos los protagonistas masculinos imitan los tics verbales y físicos de Allen, canalizan su neurastenia y recorren los caminos de la duda, la culpa y la agonía del deseo jamás resuelto. En muchos sentidos parecería que son películas que este cineasta ya filmó y que difícilmente tendría caso volver a repetir, al margen de brindarle la oportunidad de trabajar con los rostros más jóvenes y prometedores del cine del momento.
Sin embargo, sabemos que en este caso el asunto no va por ahí. Un día lluvioso en Nueva York, el filme número cincuenta y tantos del prolífico Allen, es un ejercicio filosófico, una provocación y un intento de mostrar la doble moral con la que se le ha atacado en
los años recientes. El reflejo más terminante de esto último es el hecho de que Amazon, que tenía los derechos de esta cinta, la haya enlatado, primero, y después abandonado su distribución en Estados Unidos (donde no se ha estrenado aún cuando esto se escribe) para satisfacer a un público que desea ver al director cancelado.
Hay que señalar que ésta es una película inofensiva, en tanto que no contiene ninguna idea transgresora ni polémica. Es un filme con cierto encanto, que recorre la variedad de temas y obsesiones de este cineasta que a los 83 años mantiene una habilidad fulminante para contar historias con una notable economía de recursos, diálogos agudos y divertidos, un flujo narrativo extraordinario, además de una espontaneidad y ligereza que hemos aprendido a asimilar como natural: el estilo Allen, que se ha perfeccionado en más de cinco décadas. Sin embargo, al abordar específicamente el tema de la atracción que ejerce una guapa veinteañera en hombres con cierto poder que le doblan la edad, el filme se vuelve una reflexión sobre el espíritu del tiempo.
Por un lado tenemos que el acto de censura de Amazon pone en evidencia los valores del capitalismo depredador del siglo XXI, ya que por un lado la empresa sabotea el filme de un cineasta (apostando a que, como La rueda de la maravilla, es probable que no sea un éxito), mientras sigue vendiendo en DVD buena parte de su filmografía, libros suyos y sobre su trabajo, pósters y hasta calcomanías. Por el otro, es legítimo creer que la única forma de castigar a los depredadores y abusadores sea el boicot. El problema es que se trata de una forma de censura y por lo tanto una peligrosa estrategia que viola los mecanismos básicos del debido proceso legal. Es obvio, también, que a menudo la ley no parece ofrecer los recursos necesarios a las víctimas de los crímenes cotidianos de los hombres con poder.
"Al ABORDAR la atracción que ejerce una veinteañera en hombres con poder que le doblan la edad, el filme se vuelve una reflexión sobre el espíritu del tiempo ”.
Gatsby Welles, un joven aristócrata neoyorquino, estudia de mala gana en una pequeña universidad privada del norte del estado de Nueva York. Su novia, Ashleigh Enright, heredera de una fortuna bancaria de Tucson, consigue para el periódico escolar una entrevista en Manhattan con Roland Pollard (Liev Schreiber), un director famoso por sus películas reflexivas, sicológicas e intensas, que pasa por un momento de crisis en su carrera. Gatsby, quien sueña con ser jugador profesional de cartas o pianista de jazz, aprovecha la entrevista para planear un fin de semana romántico con su novia en Manhattan, visitando museos, restaurantes y el emblemático bar Bemelmans del hotel Carlyle. Sin embargo, sus planes se desploman cuando en la entrevista, Pollard demuestra interés por la joven reportera, ambiciosa e ingenua, así como lo hacen más tarde su guionista cornudo, Ted Davidoff (Jude Law) y el actor latino Francisco Vega (Diego Luna). Las cintas de Allen siempre tratan acerca del cine y en este caso se trata de un cine vivo y pulsante; desde la escena del beso que filma un joven estudiante hasta la angustia existencial de un autor consumado que duda de sí mismo. Y por supuesto es una reflexión sobre el derecho a seguir haciendo cine como una forma de redención.
Mientras Ashleigh recorre la ciudad en un estado de excitación casi místico, rodeada y cortejada por personalidades del cine, embriagada por la Celebridad (que Allen ya había explorado en su filme de ese título en 1998), Gatsby camina melancólico entre encuentros con viejos amigos pedantes; con Shannon (Selena Gomez), la hermana cínica de una novia del pasado; con un juego de cartas y con una prostituta de lujo (Kelly Rohrbach). La odisea de la frustración del héroe romántico a la manera de Scott Fitzgerald, infectado del genio rebelde orsonwelliano, lo lleva al pabellón egipcio del Museo Metropolitano, a casas de amigos y a la despreciable fiesta burguesa de su madre (Cherry Jones), donde tendrá una revelación escandalosa. Es un viaje iniciático para Gatsby, como lo fueron los saltos temporales que liberaron a Gil en Medianoche en París, ya que es sacudido por la franqueza de una muy joven pero madura Shannon y por su misma madre, quien decide bajar la guardia de su pose de mujer de alta sociedad para confesar los orígenes de su propia ambición.
Esta comedia romántica es un caldero de nostalgia recalentada, un filme de fórmula, en buena medida despojado de pasión, dotado de un mínimo de humor y un par de electroshocks de jazz que tratan de animar una conversación sobre sexo y el deseo entre quienes tienen el poder y quienes lo ambicionan, entre adultos calentones y jóvenes que podrían ser sus hijas. Ashleigh es ingenua, pretenciosa e ignorante pero sabe que la seducción, aparte de acercarla a la fama, se traduce en primicias y confesiones. Allen va más allá al introducir a dos personajes que reconocen en la prostitución la posibilidad de conquistar lo que les niega un sistema inicuo. El director ha decidido responder de esta forma a quienes él considera que lo acusan y persiguen injustamente. No hay respuestas sencillas en estos casos y toda condena moral deriva en persecución sin matices.
Una película no va a resolver el dilema en que se encuentra Allen ni va a probar su inocencia ni a establecer reglas para evitar linchamientos injustificados, sin embargo debemos preguntarnos qué papel jugará en la historia esta cinta dentro del contexto que vivimos.