Martin Amis no necesita presentación, pero la haré: novelista inglés, nació en Oxford en 1949; su carrera comenzó con El libro de Rachel, en 1973, y a partir de ese momento despuntó como uno de los mejores novelistas de su generación. Es autor de libros como La flecha del tiempo, Tren nocturno, La casa de los encuentros o Lionel Asbo: El Estado de Inglaterra, entre otros. En su faceta de cronista y ensayista también ha destacado, entre otras cosas, por su interés en Estados Unidos o la política en el Reino Unido; también en autores como Vladimir Nabokov. De esos y otros temas habla Martin Amis en esta charla y abunda sobre los autores de El roce del tiempo, su más reciente libro (Anagrama, 2019), que reúne ensayos sobre el autor de Lolita, Saul Bellow, Don DeLillo, entre otros, así como textos autobiográficos y sobre la vida política.
¿En su escritura hay una campaña contra el cliché?
En gran medida. El cliché es una formulación hecha, una serie de palabras que pueden ser utilizadas muchas veces. Cada escritor intenta encontrar nuevas maneras de decir las cosas para no apoyarse en las formas que ya se han usado. Uno de los grandes libros acerca del cliché es el Ulises de Joyce, donde encuentra muchas maneras de burlarse: la gente habla, escribe con clichés, de modo que es grandioso y muy divertido. Pero es también un importante ataque contra dos de los más grandes clichés de la vida irlandesa, el catolicismo acendrado y el antisemitismo que son, en el sentido amplio del término, creencias heredadas. No es algo que las personas hayan pensado por sí mismas, sino lo que heredaron de sus padres, de la sociedad. Justo por eso no se debe escribir con clichés. Como lo planteaba Ezra Pound: make it new, make it fresh.
¿Considera que alguno de sus libros incurre en el cliché? Ha negado la paternidad de los primeros tres.
Los niego porque me causa mucha pena leerlos: me resultan descontrolados. Es natural cuando tienes veintitantos años, estás lleno de ideas, quieres divertirte. Por lo mismo no leo el trabajo de gente joven: son muy alegres, pero no tienen forma, hay muchas cosas que no toman en cuenta.
Desde esos primeros libros a la actualidad de Martin Amis, ¿ha cambiado su modo de trabajar?
Eso no ha cambiado. Lo escribo todo a máquina, luego corrijo y corrijo. Tengo al menos tres versiones de cada texto. El primer borrador en la página y después las anotaciones en la misma hoja. En la computadora es todavía lo mismo, sólo que uno puede revisar mucho más. La computadora ha representado para los novelistas un cambio importante. Si quieres agregar un párrafo, abres un espacio y escribes el nuevo párrafo entre los dos anteriores. Antes tenías que volverlo a escribir todo en una nueva página. Solíamos escribir mucho más a máquina: integrábamos las re visiones, escribíamos el mismo párrafo dos o tres veces para meter las correcciones. Pero el proceso no ha cambiado mucho.
¿A quiénes considera sus contemporáneos?
No leo a mis contemporáneos, excepto a mis amigos que son Julian Barnes, Salman Rushdie y algunos otros. Si mis amigos son más jóvenes que yo y son escritores, también los leo: a Zadie Smith, a Will Self. Pero lo normal es que leo a escritores muertos. Hay que leer libros que hayan durado más de medio siglo, sólo así puedes juzgar lo que es bueno y lo que no, o saber por qué lo menos bueno alcanzó a sobrevivir algunos años. Si una novela logra vivir cincuenta años, ésa es una razón para leerla. En cambio, con algo que tiene apenas seis meses, probablemente sea muy bueno, pero no es garantía y la cuestión temporal es un factor a tomar en cuenta. Creo que leer a gente joven es muchas veces una cuestión de moda.
¿Cree en el canon literario?
Sí. Creo que es tonto no creer en él. ¿Qué hay de malo en el canon? ¿Por qué dudar de su fuerza? Hay gente que dice que debería haber sólo mujeres u otro tipo de gente. Es ocioso y trivial tratar de cuestionar el pasado en función de las ideas reinantes sobre la calidad y los países. El pasado está ahí, ponerlo en duda es algo sentimental y brutal al mismo tiempo. Deberíamos estar agradecidos por el canon: es la estructura que ordena todo lo demás. Pero tampoco es obligatorio: puedes ignorarlo si así lo deseas.
"Hay que leer libros que hayan durado más de medio siglo, sólo así puedes juzgar lo bueno... o saber por qué lo menos bueno alcanzó a sobrevivir algunos años".
Uno de los escritores que admira, así lo ha escrito, es Vladimir Nabokov.
Es una figura gigantesca. Nabokov fue también un importante científico de las mariposas. Esta pasión no se reducía a un hobbie: fue un científico serio que hizo contribuciones reales en lepidopterología, el estudio de las mariposas. No sé por qué le interesaban a tal grado, es decir, a mí me gustan, son lindas; me parece que tiene que ver con su forma de volar, algo mágico. Pero él pasaba veinticuatro horas pegado a un microscopio en su laboratorio, describía sus marcas y observaba sus genitales, su mímica, la manera en que se posan sobre las hojas y se vuelven invisibles. Pero no es eso por lo que me gusta. Hay cosas de las que carece, por ejemplo, no siente apego por el hombre común —y no hay una razón por la que debiera sentirlo. Se alejaba del hombre común, era un gran aristócrata sin ser un snob. Descendiente de generaciones y generaciones de gente muy adinerada y poderosa, tenía esa herencia, pero nada de un snob, y a la vez tenía poco o nada en común con esos derechos de nobleza.
Ha escrito sobre Estados Unidos y los tiempos que vivimos, se ha reunido con celebridades y se ha formado una idea de ese país a través de la no ficción.
Es cierto que entrevisté a Saul Bellow, Kurt Vonnegut, Joseph Heller, Truman Capote, pero también me encontré con políticos y otros artistas. Libros como El infierno imbécil son otra manera de descubrir Estados Unidos. Sus escritores me proporcionaron mucha información, consciente e inconscientemente. Al respecto de Estados Unidos también escribí El segundo avión.
¿Qué es la ficción posmoderna?
La ficción posmoderna terminó hace mucho tiempo. Fue una buena idea y tuvo un desarrollo que ahora parece muy predecible; la vida no es muy posmoderna hoy en día, tal como la vivimos. En la ficción no podía llegar muy lejos. Hay un edificio en París llamado el Centro Pompidou, eso es lo posmoderno: tiene todas las ventilaciones y las estructuras por fuera, en lugar de la fachada, como en un edificio común. Te muestra cómo funciona la construcción. Así ocurre con la ficción posmoderna, como decirle al lector: así funciona. No describe la verdad, sino el artificio ya hecho; te describe todos los mecanismos. Yo lo hice en Dinero, que es una novela completamente posmoderna y donde tengo un personaje llamado Martin Amis, etcétera. Intentaba descubrir las posibilidades. Fue interesante durante algunos años, pero luego se volvió demasiado narcisista, de una manera predecible e irritante.
¿Y Shakespeare?
Él es el dios de los escritores. No se parece a ningún otro. Borges tiene un relato acerca de eso, él crea un dios y dice: es como Shakespeare. Representa casi una figura divina, sobrenatural. Hay muchas razones para estar orgulloso de ser inglés, pero si hay una que pese más que las otras es, precisamente, que éste es el país de Shakespeare.