Abuso sexual y depresión mayor

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Para estudiar los problemas sociales que influyen en la salud mental, y específicamente en la formación de la depresión mayor, la doctora Margaret Sheridan, de la Universidad de Harvard, propone dos ejes: el de la privación social y el de la amenaza.1  En el eje de la amenaza encontramos el abuso sexual, que influye poderosamente en el fenómeno del suicidio, y que altera en forma objetiva el funcionamiento de ciertas redes cerebrales relacionadas con las señales de peligro.

Como punto de partida para la discusión, me referiré a un estudio realizado por el equipo de la doctora Jutta Lindert, quien ha investigado en Alemania y otros países de Europa las repercusiones de diversos conflictos sociales sobre la salud mental. En 2014 publicó los resultados de un meta-análisis acerca del abuso sexual y la depresión.2 Esto significa que combinó matemáticamente los resultados de 19 estudios publicados entre 2002 y 2012, que incluían un total de 115 mil 579 personas, algunas de las cuales habían sufrido abuso sexual antes de los 16 años de edad, y otras no. Después de los 16 años, algunas personas desarrollaron depresión y ansiedad, aunque otras no.

El estudio compara la frecuencia de depresión (y ansiedad) en las personas que sí tenían el antecedente de abuso, comparada con la frecuencia de depresión en quienes no tenían el antecedente. Los resultados se expresan en estos casos usando una medida estadística conocida como odds ratio o “razón de momios”, que compara la probabilidad de que un grupo de estudio (los casos, personas que fueron víctimas de abuso) tenga un desenlace en comparación con otro grupo (los controles). De manera que en el estudio de meta-análisis de la doctora Jutta Lindert se observó lo siguiente: la razón de momios para la depresión fue de 2.04, y de 2.52 para la ansiedad. Dicho con el lenguaje más sencillo posible, podemos señalar que las personas con antecedente de abuso sexual antes de los 16 años de edad tienen el doble de riesgo de tener depresión, y más del doble de riesgo de tener ansiedad. Además de la importancia puramente científica de estos resultados, es decir, de la certeza que ganamos al contar con cifras precisas y obtenidas con métodos reproducibles, el estudio de Jutta Lindert también puede servir para la planeación de políticas públicas y programas de salud, a fin de detectar y tratar en forma oportuna los problemas de salud mental en las víctimas.

Algunas investigaciones preliminares con métodos neurocientíficos han mostrado que el abuso sexual podría provocar alteraciones prolongadas en la estructura y la función del sistema nervioso, particularmente cuando ocurre durante la infancia. En la ciudad de Boston, el equipo de la doctora Akemi Tomoda estudió a 23 mujeres con antecedente de abuso sexual en la infancia, así como mujeres que tenían un perfil demográfico similar, pero que jamás sufrieron abuso.3 Se realizaron estudios para analizar la estructura cerebral, mediante imagenología por resonancia magnética. En particular, la doctora Tomoda buscó diferencias entre los dos grupos en una medida conocida como grosor cortical, que evalúa qué tamaño de grosor tiene la corteza cerebral. Los resultados fueron inesperados, ya que sí se encontraron diferencias entre los grupos, pero éstas no se localizaban en regiones relacionadas con las emociones o con el pensamiento: más bien, había una reducción del 12 al 18 por ciento en el grosor de la corteza occipital, que es una zona especializada en la visión.

La doctora Akedi Tomoda y su equipo de investigadores, quienes trabajan en el Hospital McLean, elaboraron una hipótesis para explicar sus resultados: de acuerdo con ellos, es probable que el grave estrés que significa el abuso sexual en edades tempranas tenga consecuencias sobre los sistemas sensoriales. Específicamente, el cerebro de la niña que sufre abuso podría reducir el estrés nocivo atenuando el desarrollo de los sistemas sensoriales y de las vías a través de las cuales se repiten las experiencias traumáticas. ¿Podría ser que la reducción en el grosor de la corteza visual sea el resultado de un mecanismo adaptativo durante un periodo crítico del desarrollo? Ésta es, de hecho, la propuesta elaborada en otro estudio, también realizado en la Universidad de Harvard, con la participación de la doctora Akemi Tomoda. Veintiséis mujeres con abuso sexual infantil fueron estudiadas mediante imágenes cerebrales, y los resultados mostraron que diferentes regiones podrían tener “ventanas únicas de vulnerabilidad para los efectos del estrés traumático”.4

Por ejemplo, si el abuso sexual ocurre en edades más tempranas, entre los tres y los cinco años, las principales consecuencias podrían ocurrir en una estructura conocida como hipocampo, que participa principalmente en el proceso de la memoria. Si el abuso sucede entre los 14 y los 16 años de edad, la estructura que puede resultar afectada es la corteza frontal, que se relaciona principalmente con la capacidad para planear y regular el comportamiento de acuerdo con las situaciones cambiantes del entorno. ¿Cuál es la utilidad de estos estudios? En mi opinión, se trata de abordar con rigor científico el problema del abuso sexual. Esto le da visibilidad como un tema de salud pública, y nos muestra que este factor, completamente prevenible, afecta la salud mental de las víctimas porque induce un daño que abarca la esfera psicológica y la realidad corporal. Este daño requiere una terapéutica, pero ante todo, una acción social organizada para la prevención.

Notas

1 M. A M. K., Sheridan, “Dimensions of Early Experience and Neural Development: Deprivation and Threat”, Trends Cogn Sci. 2014; 18 (11): 580-585.

2 J. Lindert, O. S. Von Ehrenstein, R. Grashow, G. Gal, E. Braehler, M. G. Weisskopf, “Sexual and Physical Abuse in Childhood Is Associated with Depression and Anxiety Over the Life Course: Systematic  Review and Meta-Analysis, Int J Public Health, 2014; 59 (2): 359-372. doi:10.1007/s00038-013-0519-5.

3 A. Tomoda, C. P. Navalta, A. Polcari, N. Sadato, M. H. Teicher, “Childhood Sexual Abuse Is Associated with Reduced Gray Matter Volume in Visual Cortex of Young Women”, Biol Psychiatry, 2009; 66 (7): 642-648. doi:10.1016/j.biopsych.2009.04.021.

4 S. L. Andersen, A. Tomoda, E. S. Vincow, E. Valente, A. Polcari, M. H. Teicher, “Preliminary Evidence for Sensitive Periods in the Effect of Childhood Sexual Abuse on Regional Brain Development”, J Neuropsychiatry Clin Neurosci, 2014; 20 (3):

292-301. doi:10.1176/jnp.2008.20.3.292