Escribir pintando: el arte urbano de Said Dokins

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El grafiti es de las expresiones humanas más antiguas. Desde que los seres prehistóricos imprimieron manos en las cuevas, hemos querido dejar huella de nuestra existencia. Sea con el clásico Fulano estuvo aquí o a través de la consigna política, hemos inscrito textos de nuestra vida. Sabemos que en la antigua Roma el grafiti fue una manifestación crítica y que este tipo de gesto, encontrado en piedras del desierto sirio, es la única evidencia de la escritura safaítica. Con el hip hop, el grafiti se convirtió en una expresión urbana y un fenómeno global. En México ha comenzado a dejar de lado el texto, para enfocarse en lo visual. El artista Said Dokins ha regresado la escritura al grafiti; como los antiguos tlacuilos, vincula la caligrafía con el arte urbano. Considerado uno de los mexicanos más creativos por la revista Forbes, ha pintado murales alrededor del mundo y ahora prepara una pieza para la Bienal de Arte Caligráfico de Sharjah.

Vinculas lo visual con la escritura a través de la caligrafía. El grafiti empezó como escritura, ¿tu interés por la caligrafía parte de ahí?

Empecé a hacer grafiti en los noventa. Entonces, los escritores de grafiti convivíamos con diversos grupos, bandas callejeras y punks, hasta movimientos sociales. Todos se manifestaban en el espacio público y eso me atrajo: asumir la calle como lugar de acción. Con los movimientos migrantes muchos se comenzaron a identificar con el wild style de Nueva York y el hip hop, pero también con la cultura chicana y el movimiento cholo. En todos los casos utilizaban la escritura como acto de rebelión.

Me interesó el grafiti cholo por su uso de la escritura. Creo que esa letra gótica medieval fue mi primer acercamiento a la caligrafía. Llamada Old English o Textur, se usaba antiguamente para manuscritos de lujo y en la primera biblia de Gutenberg. Hoy se emplea en diplomas, títulos o encabezados, como en The New York Times. Esta letra, que representa prestigio, seriedad, linaje, fue adoptada por los escritores de grafiti y llevada a la calle. Mi interés comenzó en el grafiti como práctica que deconstruye los códigos oficiales, como tergiversación del lenguaje y texto instituyente. El impacto visual de las formas de la letra medieval me atrapó, así que me acerqué más al estudio de la caligrafía occidental. Después me interesé por el shodō, el camino de la escritura japonesa, y creo que ahí le di una importancia más profunda al acto de escribir.

Estás preparando una pieza para la Bienal de Arte Caligráfico de Sharjah en los Emiratos Árabes. Tu trabajo también tiene una gran influencia del arte árabe, ¿cómo surge tu vínculo con Medio Oriente?

Me interesa la escritura árabe como sistema, es totalmente distinta a la nuestra e incluso a la oriental. Se trata de hilar. A diferencia de nosotros, que vamos letra por letra, palabra por palabra, en la escritura árabe se tejen caracteres e ideas para formar conceptos. La caligrafía medieval también tiene influencia árabe, por ejemplo, como el uso del punto en forma de diamante. En mi trabajo hay una mezcla entre diversas formas de escribir; me interesa que mis textos posean esa fuerza de la caligrafía oriental, que también tengan el entrelazamiento de la árabe, pero sin perder el molde de la letra, así que voy construyendo un estilo personal basado tanto en los sistemas de escritura como en las formas resultantes.

A la Bienal llevaré una instalación lumínica llamada Apariciones, que más allá del estilo tiene que ver con la noción de memoria. Es un homenaje a los luchadores sociales de los años setenta y ochenta.

"Empecé a hacer grafiti en los noventa. Los escritores de grafiti  convivíamos con diversos grupos, bandas callejeras y punks, hasta movimientos sociales".

Tus murales parten de palabras que engloban la identidad de la calle o comunidad en la que los pintas, ¿cómo lo defines?

Mi principal preocupación se relaciona con el texto y la inscripción como formas de interpretar la existencia y como resultado de discursos culturales. Para mí, todo lo que sucede en nuestra vida, lo personal, político y social, es parte de un texto de diferentes niveles; cada experiencia nos deja rastros, cada evento se imprime en nuestro universo simbólico y esas marcas que acumulamos generan un texto que podemos leer a través de nuestros recuerdos o activarlo mediante la memoria. Al final, nuestras experiencias son pequeñas microhistorias en el gran relato de la vida. Me interesan los diferentes niveles de funcionamiento de las inscripciones como eventos en la historia y de qué modo los activan objetos, signos y representaciones.

Mi trabajo también depende mucho de la intención, el contexto, las personas que conozco en un lugar, cuánto tiempo puedo permanecer ahí y el tiempo que me toma desarrollar el proyecto. A veces es necesario imponer un mensaje directo sobre una situación crítica y específica relacionada con problemas locales o globales. En otras ocasiones, mi relación con la gente local puede permitir otras formas de intervención, más participativas, como diálogo con la comunidad.

Aún se descalifica a los artistas urbanos diciendo que no hacen arte “de verdad”, pero tú eres egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM. ¿Cómo enfrentas esos prejuicios?

Es complicada la legitimación de estas prácticas como arte. El grafiti en México empezó en la calle, para la calle y desde la calle, nunca necesitó una etiqueta, simplemente emergió desde la periferia. Ningún escritor de grafiti se consideró a sí mismo artista; las instituciones veían el grafiti como vandalismo que debían combatir. El cambio vino cuando organizaciones de la sociedad civil le dieron un valor de comunidad y lo incorporaron como práctica que ayuda a prevenir el delito, disminuir la violencia y el uso de drogas en jóvenes. Se enfocaron en entenderlo como una práctica artística más vinculada a la terapia. En el caso de las instituciones políticas, comenzaron a usar el grafiti como moneda de cambio para la adhesión de jóvenes a sus filas, mientras que la industria cultural instrumentalizó la práctica hacia la publicidad.

En los últimos años han surgido expresiones cada vez más complejas en el espacio público, hay mayor interés epistemológico y de investigación. El arte urbano ha tenido mayor relevancia. En el arte contemporáneo se le ve como un elemento de la cultura popular que algunos creadores emplean para hablar de otras cosas, pero no como arte en sí. Esto es complejo, porque mientras algunas instituciones me reconocen como artista contemporáneo, otras no me consideran siquiera un artista.

Hablando de prejuicios y etiquetas, ¿te consideras escritor de grafiti o muralista?

No tengo identidad fija, creo que depende del contexto. En algunos casos me toca fungir como artista, muralista, calígrafo, en otros soy más bien curador o gestor.