Al fondo de su nido en la grieta del muro, el alacrán saquea su biblioteca buscando espacio, desprendimiento, ligereza. Como tantos, el arácnido se ha quejado del peso de esa carga libresca, de su lastre en momentos de mudanza, de su paciente y estática manera de acumular polvo, de su peso que vence silenciosamente los estantes y el olor a moho guardado en las hojas de los más viejos.
Como todos los bibliófilos, el venenoso también ha hablado de su biblioteca personal con orgullo y ha destacado el conocimiento adquirido gracias a las lecturas ahí acumuladas. Además, ha participado en las críticas a Marie Kondo y su propuesta de aplicar una suerte de Feng Shui para deshacerse de tanto mamotreto. Y sin embargo, en casos forzados, el escorpión debió vender un libro de poemas de López Velarde fechado en 1926 y con dedicatoria a su tía abuela, una docena de libros de Editorial Botas heredados de su abuelo —incluidas ediciones de los cuatro tomos de José Vasconcelos: Ulises criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1937), El proconsulado (1939)— y otros tantos libros viejos y valiosos, pero de cuya venta obtuvo apenas lo necesario para salir de algún apremio económico.
Alguna vez, el alacrán llegó incluso hasta El Inframundo —la célebre librería en la calle de Donceles— y a la vasta red de librerías de viejo por ahí esparcidas, a ofrecer varias cajas de libros casi antiguos pero un tanto inútiles (manuales de redacción, de fisiología e higiene, textos escolares o de contaduría y administración, casi todos de los años veinte y treinta), por los que recibió el equivalente a una despensa que hubiera surtido en el supermercado.
" En casos forzados, el escorpión DEBIÓ vender un libro de poemas de López Velarde fechado en 1926".
En tiempos recientes, el venenoso ha hecho también obligadas selecciones para ofrecer a su librero más cercano una buena carga de libros a cambio de treinta monedas (como el Iscariote). Ha vendido magníficos libros de fotografía y varias novelas gráficas, los de venta más rápida, así como una buena cantidad de best-sellers y novedades escritas por los “inmortales del momento” (José de la Colina dixit).
Sin embargo, otra motivación impulsa ahora al alacrán, cierta desidia, acaso la preocupación de quién podrá cargar con ese peso cuando ya no esté, quién leerá las anotaciones en los márgenes y los subrayados, quién gozará de su lectura con la curiosidad y voluntad crítica de aquel joven venenoso de certero aguijón.
Decidido, el escorpión opta entonces por una purga rápida, tan sólo para descubrir otro contratiempo: cientos de revistas y suplementos culturales, en los cuales el arácnido ha escrito desde los años ochenta del siglo viejo, se amarillan al fondo de los estantes del librero.