La verdadera tragedia amorosa

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Foto: larazondemexico

Recuerdo la primera vez que sentí que el amor era un abismo y casi me avergüenzo de mi estado catatónico y embrutecido. Casi.

Luego reitero que, de todos los fenómenos de la experiencia humana, el enamoramiento es el único que no debería tener reglas. Cada vez que escucho enamórate de la persona correcta o estoy con el hombre correcto o con la mujer correcta, siento tristeza. Es como tener una orquesta sinfónica dentro y limitarse a tocar el

chun-ta-ta en una guitarrita maltrecha.

Dice Julio Cortázar en este conocido fragmento de Rayuela:

Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.

Pues eso. La cantidad de parejas formadas por personas correctas que he visto florecer cuando por fin se atreven a separarse. La cantidad de parejas formadas por personas correctas que pasan diez o quince o hasta veinte años de sequía sexual. porque las parejas sin conflictos son también parejas sin deseos. Es una tragedia sorda, cotidiana, socialmente promovida y aceptada: la mutilación del alma. ¿No les jode?

VOY A TRATAR DE EXPLICARME y a tratar de salir viva de la hoguera que querrán levantar para quemarme: Cupido es ciego, es un niño y vuela a nuestras espaldas por algo. El amor no es una elección racional ni experimentada sino un flechazo de la psique, del destino, del instinto, del impulso; de todo aquello que constituye la poderosa ceguera que escapa a nuestros patrones conocidos y explicaciones reconocidas.

La experiencia del amor que hace crecer es la que resulta más diferente a nosotros y nuestro entorno, y por lo mismo es también la que más duele personalmente y en el sistema familiar.

La furia legendaria de los padres cuando sus hijos eligen a alguien tan distinto a ellos para enamorarse tiene una razón de ser: esos padres están siendo traicionados pero es la única manera en que esa hija o hijo crezca hasta encontrar su individualidad. Es imposible crecer cuando elegimos un compañero de banca igual a nosotros: mismos colores, mismos juegos, mismas tijeras de punta chatita. Nada que corte, que hiera, que cuestione, que obligue a desobedecer.

"La experiencia del amor que hace crecer es la que resulta más diferente a nosotros… es también la que más duele en el sistema familiar".

Y es que el amor es desobediencia.

Es probable que nos sorprendamos descubriendo que nuestra concepción de persona correcta es aquella que nos hará repetir la historia familiar con una precisión y arte de imitadores refinados: copycat de nuestra madre o padre. Cuando ocurren ese tipo de elecciones la familia no se enoja, la herencia no se pierde, la identidad familiar

asegura una perpetuación conveniente para la psique sistémica de la que provenimos.

LA PRIMERA VEZ que me enamoré así, en un extravío de locura, fue de un tipo casado y con hijos. No me apedreen sin escuchar la historia. Yo tenía 18 años y él me doblaba la edad. Ya sé... Hay muchas lecturas, no obvio la variable abusiva de quien es un adulto hecho vs. una puberta confundida y cuanta cosa.

Pero de aquel error, de aquel enamoramiento de la persona incorrecta, yo saqué algunos aprendizajes basales, certezas que se quedaron en mí como lo que se graba a sangre y fuego: asimilé —a esa edad y no es poca cosa— que me merezco un hombre entero para mí sola, sin medios tiempos ni encuentros a escondidas o mentiras baratas y justificaciones cliché.

Aclaro que ésa fue mi lección personal y no intento predicar nada, cada quien es libre de liarse con quien pueda y como pueda y aprender o no de ello. Pero yo saqué la mar de lecciones en ese pasaje doloroso, inapropiado y formativo. Aprendí también que tenía un largo camino por recorrer para elaborar la ausencia de mi padre, parecerá obvio pero no fue obvia y sí muy compleja, profunda y enriquecedora la transformación que empezó a gestarse en mí cuando inicié un proceso de terapia justamente luego de aquella experiencia con el hombre casado.

¿Me habría transformado lo mismo al elegir a un muchachito de mi edad, un compañero de la escuela para descubrir juntos el mundo desde el mismo escalón? No lo sé, sin duda habría sido una experiencia chingona. Pero lo que yo necesitaba aprender era lo otro, y fue tan determinante —para bien— en mis vínculos amorosos posteriores que, más de veinte años después, atesoro con el alma lo que me dejó aquella desobediencia. Fue como superar una enfermedad y desarrollar el anticuerpo porque el señor se portó como un reverendo imbécil cuando las cosas se complicaron; ahí supe lo vulnerable que era y también que no quería volver a vivir eso nunca más pero, sobre todo, entendí por qué lo había hecho. Gané.

La mía es sólo una historia de tantas como seres humanos existen y momentos en que la psique pide aventurarse a vivir tal o cual lío amoroso; no me malentiendan que no promuevo nada, reflexiono.

Pero quiero insistir: si lo que el alma experimenta cuando se enamora es todavía indefinible (ahí están la literatura y la poesía para dar cuenta de ello), ¿por qué sería viable definir a la persona correcta?

El amor es tantas cosas: una chingadera, un paraíso, un error descomunal, un pasaje de fuego... menos la persona correcta. La confusión, creo, empezó hace siglos cuando amor y contrato o pareja y sociedad —mercantil— se mezclaron en una amalgama identitaria y conceptual que, hasta ahora, propicia la unión de tantas personas correctas con almas infelices que quizá hoy celebran adecuadamente el Día del Amor.

DEJEMOS QUE LO DIGA mejor que yo Karmelo Iribarren en este poema titulado “Tragedia”:

No se quieren,

pero apenas se les nota.

Han hecho de ello,

de ocultar su tragedia,

la razón de su vida.

Son unos profesionales

de la desdicha.

Cuando se mueran

—y se despierten en el infierno—

les parecerá un día normal.

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Portada del libro "Overol, apuntes sobre narrativa mexicana reciente".