Decía que no iba a hablar, que prefería pasar su cumpleaños ochenta sin mucho ruido, en silencio: “No quiero dar entrevistas, no me gusta la alharaca, y a la prensa le gusta exagerar”.
Pero en la plática de pasillo a Ignacio Trelles (fallecido el 24 de marzo de este 2020, a la inverosímil edad de 103 años) lo venció la historia, su historia, y aquello se convirtió en un largo diálogo en varios tiempos. Surgieron, aquí y allá, sucesos y personajes que hoy encontramos en los libros pero que él ha vivido y conocido: el Necaxa de “Los once hermanos”, el Atlante de “Los prietitos”, los orígenes del clásico América-Chivas, las tribulaciones de la selección nacional en los campos del mundo, además de Horacio Casarín, Antonio Carbajal, el Jamaicón Villegas...
Así, una conversación ocurrida hace poco más de veinte años no agotó el tema, y fue necesario volver a encontrarse.
—¿Lo busco de nuevo en La Noria, don Nacho?
—Sí, en el campo tres, ése es mi feudo. Llego a las 9:30, como siempre. Le suplico que hablemos de futbol, no de mí.
Y ahí estaba, azul vestido de azul, con el uniforme del último equipo que dirigió profesionalmente, metido en el oficio de preparar a las fuerzas básicas de la Máquina Celeste.
Sorprendía un hombre de futbol que dominaba las palabras con artes de literato, que de pronto hacía fulgurar una frase compleja como quien dribla a cuatro contrarios. Además de la expresión, la cachucha era otro de sus signos de identidad. Pero había más: el bigote recortado, la malicia elegante... Y el balón, por el que circuló en el juego de la vida.
Una de esas mañanas, La Noria lucía tranquila. No había primer equipo, pues andaba en el rondín de los partidos de estufa, de pretemporada. Y, por lo mismo, no había prensa a la búsqueda de la nota diaria. Los cursos de verano hicieron aparecer a un grupo de niños de entre cinco y seis años; varios de ellos pasaron, cantando, frente a Nacho Trelles, y éste se entretuvo con la algarabía.
—¡Abajo! —les gritó.
—No, ¡arriba! —le respondieron, para seguir el juego.
—¡Arriba, pues! —cerró él, y sonrió.
La plática se volvió también cuento o recuento de una vida. Las sillas apiladas, al fondo de La Noria, siguieron silenciosas una parte de esta conversación. Pasaban, de vez en cuando, los jardineros. Dejaron de escucharse los cantos de los niños. Recuerdo, sobre todo, nuestro diálogo final.
—¿En el medio futbolístico no hizo amistades?
—Ahí es compañerismo más que amistad, como el que se da en un equipo. Claro está que puede ocurrir que se hagan amistades, en mi caso no, aunque sí hubo un compañerismo muy agradable.
—Algo que ha sido característico de usted son las cachuchas, ¿cuándo aparecieron en su vida?
—Las comencé a usar por necesidad. Cuando me hice entrenador, por estar mucho en el sol tuve problemas con un ojo y el oculista me aconsejó que usara anteojos y visera o gorra. Opté por la gorra, me fue más cómoda. Y desde entonces trabajo con cachucha.
—¿No fue una cuestión de estilo o gusto?
—No, no, fue una necesidad que todavía estoy cumpliendo, y ahora con más razón: las defensas son menores.
—¿Ha llegado a pensar en un ideal futbolístico? ¿Cuál sería el equipo que jugara al estilo Trelles?
—Los entrenadores soñamos despiertos con un juego de ensueño, siempre estamos pensando que ese sueño se puede convertir en realidad. A veces la realidad nos lo impide. No faltará el entrenador que logre ese sueño, pero no conozco yo a alguno que lo haya logrado. El mío sería un futbol en el que hubiera jugadas espectaculares, de mucha calidad técnica... Todo lo que reúne un ideal futbolístico. Habrá entrenadores que se hayan acercado bastante a sus propios sueños.
"Los entrenadores soñamos con un juego de ensueño, siempre estamos pensando que ese sueño se puede convertir en realidad".
—¿Usted se acercó?
—No, no tuve oportunidad de llegar ni siquiera cerca de lo que había considerado mi juego ideal. Las circunstancias no le permiten a uno, no encuentra uno a los jugadores, tiene uno la obligación de no perder... No faltan inconvenientes y obstáculos.
—¿Cuál sería su diagnóstico del futbol mexicano?
—Que ha crecido de manera muy importante, para bien o para mal, por sí mismo, sin que haya sido producto de planes bien elaborados o trazados por quienes lo conducen. Ésa es la conclusión.
—¿No le molestan las turbiedades del futbol nacional?
—No molesta, decepciona profundamente todo lo negativo, que es mucho, que tiene este deporte desde siempre. Eso no ha cambiado.
—Es la política del futbol.
—Que no es diferente a la política normal. Claro, aumentan intereses político-económicos, y aumenta ese estado de turbiedad.
—¿Le ha llegado a aburrir el juego?
—No, no.
—¿El futbol lo absorbe, lo llama?
—Más que absorberme, porque eso daría la impresión de que acabaría con mi forma de ser, me siento inmerso en él. Dentro de lo que es el medio siempre he establecido independencia de criterio, de punto de vista, de forma de ser. No he sido absorbido, de ninguna manera, como les pudo pasar, por conveniencia o no, a otras personas. Siento que mi forma de ser prevalece, entre lo bueno y lo malo que tiene el futbol.
—¿No lo apasiona ya?
—No tanto como apasionarme. Pienso que la pasión es un sentimiento que sufre una exageración, y a mí no me gustan las exageraciones. Pido un equilibrio sentimental, ver las cosas con interés pero con la mayor claridad posible, un interés que no vaya más allá de lo razonable. Tiendo a ser muy realista.
—El deporte es un mundo de triunfos y fracasos.
—Naturalmente. Siempre los fracasos se tuvieron que sufrir, pero se disfrutaron los triunfos, y cuando hay más triunfos que fracasos se puede considerar que quien los vive triunfa. Triunfador absoluto no conozco a ninguno, a menos que se haya dedicado a una sola pelea o un solo huevo en su vida, y que lo haya ganado: ése es un triunfador absoluto.
—¿Y le gusta cómo llega al cumpleaños ochenta?
—Sí, porque lo hago inmerso en el futbol. No he dejado de estar en él desde que llegué en 1934 al Necaxa. Tuve la suerte de que habiéndome apoyado en el futbol, fui correspondido plenamente.
—¿Cómo se siente en relación con usted mismo?
—Tranquilo, he aprendido a vivir mi realidad, que va cambiando: de los diez años de edad hasta los ochenta a los que llego. Se adapta uno, pienso que es la mejor forma de vivir de un hombre.
—¿Le gusta la vejez?
—Va uno aprendiendo, se amolda. No estoy peleado con la vida, afortunadamente. Pienso que me ha ido bien. Sigo trabajando. No desearía caer en un motivo de desgracia, lo que se puede presentar por muchas razones. A una enfermedad es a lo más que puede uno temerle, en cuanto se presente.
—¿Le teme a la muerte?
—No, a la muerte no. Le temo a sucesos que implican desgracia, para uno o para los seres que uno ama, que son como uno... A la muerte no le temo, ésa siempre está ahí y a veces hasta puede uno gambetearla.
Esta entrevista forma parte del libro de próxima aparición La pluma y el achique: historias del futbol.