La novela gráfica mexicana árbol extraño

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Me invitó Julia Santibáñez a escribir sobre el crecimiento de este género en nuestro país: “dónde está, hacia dónde va, qué autores y editoriales están apostando por él”, decía su mensaje. Me sentí abrumado. Primero, por la ambigüedad de la expresión novela gráfica. Segundo, por la inmensa responsabilidad que implicaría un texto que se antoja mucho más extenso que éste y más propio para una tesis de maestría.

Me limitaré a compartir algunas consideraciones desde mi oficio como narrador gráfico y a partir de mi conocimiento del medio editorial, sin más autoridad que la de haber dedicado gran parte de mis esfuerzos creativos a esta manera de contar historias desde hace treinta años. No me atrevo a ser, como se autodenominaba el llorado Nacho Padilla, un insecto entomólogo.

DÓNDE EMPEZÓ

Según ha documentado Luis Gantus, el término novela gráfica era usado desde los años treinta por editores de historietas mexicanas, aquellos legendarios Pepines y Chamacos. Eran extensas historias seriadas en forma de cómic1 que aparecían en sus publicaciones. En Estados Unidos la expresión comenzó a popularizarse entre los setenta y ochenta, cuando autores locales publicaron historietas en forma de libro, que se distribuían en librerías en lugar de quioscos y tiendas especializadas.

Hay cierto consenso en ubicar Maus, de Art Spiegelman (la primera edición, aún incompleta, es de 1985) como la primera novela gráfica norteamericana que reúne las características contemporáneas de este formato, a pesar de existir precursores. Aquí comienzan las dificultades semánticas: ¿las novelas gráficas son los cómics que se venden en librerías? En Europa encuentran algo ridícula esta idea, pues la presencia de narrativa gráfica en sus anaqueles es muy anterior. Los franceses se refieren a este tipo de publicaciones como álbumes; me parece un término más preciso.

Así, la compilación de un arco narrativo de Batman o el Hombre Araña y una colección de tiras de Mafalda o Calvin y Hobbes pueden englobarse dentro de la categoría de álbumes. Por otro lado, la novela gráfica es una historia con estructura literaria de novela y narrada en forma de cómic: combina palabras e imágenes. Los ejemplos mencionados son cómics, pero no todos son novelas gráficas. Quizá es tarde ya para corregir este error: todo indica que en el futuro nos referiremos de manera genérica a los álbumes de cómics como novelas gráficas. Un mal menor.

Me detengo para resaltar el papel histórico de Eduardo del Río, Rius (1934-2017) en este tema. Fue el primer autor cuya obra, híbrido entre caricatura y cómic, circuló como libro desde los setenta. Él refería que al publicar de ese modo y no en formato de revista eludía la feroz censura oficial de tiempos de Echeverría; además, así obtuvo un estatus de autor que ninguno de sus colegas moneros tuvo. Rius nunca publicó narrativa gráfica de largo aliento, su área fue el cómic didáctico y el humor —no es poca cosa.

Otro antecedente importante en los noventa fue El Santos contra La Tetona Mendoza, extravagante tira cómica pergeñada a cuatro manos por Jis y Trino, compilada en varios volúmenes. De nuevo, ellos no dibujaban historias, lo suyo era el humor.

UN GÉNERO ¿MENOR?

Entrados ya en materia, el gran reto de la novela gráfica en México ha sido trascender el estigma que durante décadas pesó sobre la historieta popular, considerada en el mejor de los casos una artesanía de poca o nula calidad artística, destinada a leerse en el transporte público y desecharse. En el peor de los casos era vista como una manifestación despreciable. Basta traer a la memoria al ínclito gobernador de Nuevo León, quien ironizó en un debate, diciendo que él solamente leía El Libro Vaquero.

Durante décadas existió en nuestro país una gigantesca industria de revistas populares. Los veteranos recordarán Lágrimas y risas, Chanoc, Kalimán y Memín Pinguín, entre otras. Por razones cuyo análisis rebasa este texto, esos monstruos editoriales que llegaban a tirar medio millón de ejemplares semanales desaparecieron como dinosaurios y apenas dejaron rastros. Hoy, los puestos de periódicos venden cómics de superhéroes y manga japoneses. Mientras esa industria existió, creadores ajenos a ella, muchos provenientes del underground y la contracultura, intentaron publicar en forma de libro y ser distribuidos en librerías.

El primero que lo logró con todas las de la ley —de nuevo, a pesar de haber precursores— fue Edgar Clément con su Operación Bolívar (1995), editada en su primera versión por Planeta. Naufragó comercialmente por no existir las condiciones editoriales para sostener un álbum como éste —las librerías ni siquiera contaban con anaqueles para cómics. Por suerte su autor la ha logrado circular en ediciones posteriores.

Desde ahí, los creadores de tres generaciones que llegaron después de la de Jis y Trino han pugnado por legitimar un medio que por un lado se consideraba menor y por el otro, ante la influencia de la historieta norteamericana, fue visto como extranjerizante y colonialista.

"Historietistas jóvenes han decidido crear, editar y distribuir su propio material. las redes sociodigitales han jugado un papel decisivo en la difusión del mismo".

EL ESCENARIO NACIONAL

Insisto en que una historia detallada y a fondo de la novela gráfica en México sería bienvenida. Resulta imperioso reconocer los primeros esfuerzos editoriales de Editorial Caligrama, dirigida por Sonia Batres, y de Editorial Resistencia, liderada por Josefina Larragoiti. Resistencia tiene, a la vuelta de quince años, el catálogo más consistente de narrativa gráfica mexicana. Poco después, tanto Sexto Piso como La Cifra Editorial se unirían a la publicación de historietistas mexicanos. Varios editores independientes han seguido sus pasos. Más tarde, con notable timidez, Penguin Random House, Planeta, Océano y el Fondo de Cultura Económica comenzarían a integrar a su catálogo álbumes de cómic nacional. El esfuerzo es tardío, pero valioso.

Mención aparte merece la efervescente escena de fanzines y autopublicaciones que atraviesa el territorio nacional. Gran cantidad de historietistas jóvenes han decidido crear, editar y distribuir su propio material. Desde luego, las redes sociodigitales han jugado un papel decisivo en la difusión del mismo, con varios casos de notable éxito, mujeres y hombres que han formado un público fiel que los sigue a cada feria de cómic, donde venden sus publicaciones junto con playeras, botones, calcomanías, tazas, prints y demás parafernalia, en una dinámica autogestiva que ha permitido a muchos sostener una carrera profesional.

No he considerado aquí a la gran cantidad de creadores nacionales de ambos sexos que colaboran para editoriales en Estados Unidos y Europa. En algún momento habrá que analizar a detalle las contribuciones mexicanas a empresas como Marvel, DC, Dark Horse y Humanoides Associés. Sin embargo, en este texto he querido enfatizar las aportaciones de los historietistas mexicanos a la cultura nacional.

El oficio de historietista continúa siendo una curiosidad que poca gente, dentro y fuera del medio, toma en serio. Ello sin importar la extensa tradición gráfica que respalda este oficio porque, de hecho, me atrevo a situar la raíz del cómic, la caricatura y si me apuran hasta de la ilustración contemporánea mexicana en una semilla común: la obra gráfica de José Guadalupe Posada. Decía que ser historietista sigue sin tomarse en serio, por lo que apenas un puñado de creadores pueden dedicarse profesionalmente a este género. Con todo, la escasez de espacios y la precariedad del ejercicio profesional no han impedido a los historietistas abultar el número de novelas gráficas nacionales.

[caption id="attachment_1143482" align="aligncenter" width="696"] Paulina Márquez, Tormenta de mayo (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2019). Fuente: tierraadentro.cultura.gob.mx[/caption]

ALGUNOS TÍTULOS

He decidido eludir largas listas de autores, de siquiera intentar un somero recuento de las mejores novelas gráficas mexicanas del siglo XXI u otro afán igual de estéril. A cambio, reseño un puñado de álbumes con los que me he encontrado muy recientemente. De ningún modo pretendo señalar las y los mejores. Detesto esas categorías desde que estudiaba la primaria con los hermanos maristas y cada mes seleccionaban a los doce mejores alumnos —entre los cuales jamás figuré. Ofrezco sólo un puñado de libros recientes que me han dejado buen sabor de boca y, en todo caso, recomendaciones de novísimas lecturas.

FLORES DE MI BARRIO, de Uriel Pérez (Resistencia, 2020). Uno de los recientes fichajes de Resistencia es Uriel Pérez, veterano del webcómic y quien hizo un bosquejo biográfico en forma de cómic de Chava Flores, el juglar de la barriada chilanga. Apoyado por el FONCA, Pérez acudió a fuentes bibliográficas pero también entrevistó a varios miembros de la familia del cantautor, lo cual implicó viajar a Morelia. El resultado es un entrañable biómic, si se me permite el neologismo, que retrata en su hábitat natural a ese protagonista de nuestra cultura popular.

Celebro la elección del personaje por cumplirse este año su centenario y por el acierto de enfocar las baterías en un autor profundamente mexicano, en estos tiempos globalizados. Como bien señalaba la guionista de cómic popular, Laura Bolaños, la historieta contribuye —debe hacerlo— a la construcción de una identidad nacional, como sucede con el cine y la literatura. Uriel Pérez apuesta por ello.

HISTORIAS DE GENTE QUE NO ES BONITA, de Idalia Candelas (Candelas y Punto, 2019). La autora debutó con el álbum A solas (Planeta, 2016), que aborda la soltería femenina; fue publicado en varios países y se tradujo al alemán. Después de su experiencia con una editorial grande, Idalia optó por la aventura de la autoedición. Desde su sello, Candelas y Punto, ha lanzado varios álbumes. Éste es un volumen compacto, de formato cuadrado, conformado por cuatro historias cortas. Se trata de un libro tan breve como inquietante, que explora el lado oscuro de los personajes. Una superheroína derrotada, un escritor de cuentos depresivos, una exitosa empresaria que asiste a suicidas y una optimista frustrada forman el torcido elenco.

Idalia es una experimentada diseñadora gráfica e ilustradora que abrazó la vocación del cómic tardíamente pero que, debido a la contundencia de su trabajo narrativo, parece que ha estado publicando desde hace muchos años.

"Quizá el gran hallazgo de Tormenta de mayo sea la sutileza con la que su autora cuenta la historia; los diálogos breves se contrapuntean con secuencias introspectivas que construyen a tres protagonistas entrañables".

QUÉBEC: APUNTES DE VIAJE, de Augusto Mora (Muerte Querida Cómics, 2020) se sitúa en un tono más luminoso. Mora es un autor muy joven que sin embargo tiene ya una larga carrera en el mundillo del cómic, con un buen número de álbumes publicados, tanto con editoriales como en su propio sello; éste es el caso que me ocupa ahora. Asimismo, ha sido ganador de varios premios y becas en la disciplina. Una de éstas, la residencia creativa otorgada por el gobierno canadiense, lo llevó a dibujar Québec: Apuntes de viaje. Durante tres meses vivió en esa ciudad trabajando en un proyecto de novela gráfica. Disciplinado, no sólo completó el álbum propuesto para su beca, de 115 páginas; además se dio tiempo de dibujar un cuaderno de viaje en la tradición, lo declara él mismo, de Abel Quezada.

A través de sus dibujos visitamos la ciudad francocanadiense desde la perspectiva de un autor que no se limita a conocerla como viajero: se funde con ella y se relaciona con los historietistas locales, para compartirlo todo en una estupenda bitácora.

TORMENTA DE MAYO, de Paulina Márquez (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2019). Este álbum ganó el tercer Premio Nacional de Novela Gráfica, convocado por el estado de Querétaro y la Secretaría de Cultura. A pesar de su juventud, Paulina sorprende por el gran arsenal de recursos gráficos y narrativos que carga bajo el brazo. Destaca especialmente su manejo del color. Lo que empieza como una historia sencilla, casi una viñeta costumbrista a la orilla de un lago en un pueblo pequeño, gana complejidad en un ingenioso juego de espejos que sorprende al lector.

Quizá el gran hallazgo de Tormenta de mayo sea la sutileza con la que su autora cuenta la historia; los diálogos breves se contrapuntean con secuencias introspectivas que construyen a tres protagonistas entrañables en una trama que es, a partes iguales, una historia de crecimiento y una puesta al día del realismo mágico desde el cómic. Se trata de una novela gráfica sobre la amistad, el amor y la pérdida, narrada con gran elegancia y contención gráfica.

LA HERENCIA DE RITA, de Perro Prieto (Periferia Cómics, 2019). Jazbeck Gámez, nombre real de Perro Prieto, es un ilustrador cuya novela gráfica fue soslayada por varios editores. Ese error lo animó a publicarla por su cuenta. De un oficio muy refinado para alguien tan joven, la suya es una gráfica de elegante economía, que se entrelaza con una gran capacidad para crear personajes sólidos.

La novela narra la historia de Rita, artista visual que parece estar en fuga todo el tiempo, tanto de los hogares que habita como de la gente que la rodea. La aparición de un perro con una mancha en el ojo descubre al lector que la chica se ha pasado años escapando de una peculiar maldición: todos los lugares a los que llega comienzan a transformarse en la casa que habitó de niña, de la que se fugó. El perro era su mascota.

Su novio y su roommate la obligan a confrontar su pasado y esa extraña condición que la aísla desde que abandonó su ciudad natal, en un viaje permanente desde entonces. Divertida y entrañable, es también ejemplo de cómo convertir la arquitectura en coprotagonista del cómic. Se trata de una historia que parece tener tantas deudas con Adrian Tomine como con Goran Petrovic.

APUNTES FINALES

Podría seguir hablando de álbumes de cómics mexicanos recientes durante muchas cuartillas. Ésta es una muestra casi aleatoria para dar cuenta de una escena que tras casi tres décadas parece consolidarse.

A riesgo de cometer omisiones imperdonables, como siempre sucede, no quiero cerrar este texto sin mencionar otros álbumes que vale la pena revisar: Andalucha K. Soloff escribió el guión de Vivos se los llevaron (Plan B, 2019), reportaje sobre los 43 de Ayotzinapa dibujado por Marco Parra y Anahí H. Galaviz, mientras que Luis Fernando, autor veterano de la generación que emergió alrededor del suplemento Histerietas de La Jornada, tiene un estupendo díptico sobre sus memorias del 68 y el festival de Avándaro, La pirámide cuarteada y Avándaro: La historia jamás contada. Resistencia publicó ambas. Finalmente, José Luis Pescador, dibujante pictosecuencialista, publicó en 2019 el primer tomo de La caída de Tenochtitlán (Grijalbo), serie que promete mucho desde sus primeras páginas.

Resulta imposible abarcar en este breve espacio, de forma exhaustiva, una escena en expansión. Sirva este puñado de sugerencias para ofrecer una idea somera de lo que están haciendo las y los narradores gráficos en el país. Es apenas una muestra de libros recientes que da cuenta de un panorama en permanente crecimiento, cuya riqueza radica en la gran diversidad de temas y estilos que se ramifican en las páginas del cómic mexicano, aquel árbol extraño que surgió de la semilla de los grabados de Posada.

Que siga floreciendo por mucho tiempo más.

Nota

1  Utilizo indistintamente los términos historieta y cómic para referirme a la narrativa gráfica, por ser este último aceptado en el Diccionario de la RAE desde hace muchos años.