Aves de presa, de Cathy Yan

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Harley Quinn comenzó, como la mayoría de los personajes femeninos en las historias de superhéroes, como una figura secundaria sin consecuencias. Eventualmente la amante, cómplice y mascota del Guasón desarrolló una mística que tuvo a bien aprovechar un tiempo de reivindicaciones femeninas y volverse un personaje en forma y a tono con el espíritu del tiempo (Zeitgeist). Quinn fue inventada por Paul Dini y Bruce W. Timm para un episodio de Batman: La serie animada (Batman: The Animated Series, 1992-1995). Su agudo cinismo, ingenio cruel, comicidad e ingenuidad sexy la convirtieron en un icono que mereció una historia y una motivación en Batman: Amor loco (The Batman Adventures: Mad Love, 1994): el padre de Harleen Quinzell la cambió por un six pack de cervezas cuando era bebé, sobrevivió a un hogar disfuncional, a un hospicio de monjas y obtuvo un doctorado en psiquiatría. Conoció al Guasón como paciente y se enamoró —literalmente con locura—, lo ayudó a escapar del manicomio de Arkham y se entregó por completo a su control al tirarse a una tina con una sustancia tóxica que activó el lado criminal de su mente. Del abuso paterno pasó a convertirse en la víctima favorita del máximo criminal de Ciudad Gótica. Ataviada como arlequín y armada con un marro de feria, se convirtió desde 1999 en un personaje central del panteón de DC comics.

Aves de presa y la fantabulosa emancipación de una Harley Quinn (Birds of Prey and the Fantabulous Emancipation of One Harley Quinn), de la directora Cathy Yan (Dead Pigs, 2018) es la primera cinta de Harley (interpretada de nuevo por la fenomenal Margot Robbie) y es una secuela de la atroz e irrelevante Escuadrón suicida (Suicide Squad), de David Ayer (2016). El filme de Yan es un desastre colorido, vertiginoso, divertido y estrambótico, que ofrece un contrapunto femenino de Harley a la visión masculina propuesta por Ayer en su película. La protagonista es redefinida y reencuadrada en un filme que pretende rescribir en clave feminista las normas de un género misógino y sexista en esencia, como el de los superhéroes —es decir, tratando de ir mucho más allá de simplemente pasar la prueba de Bechdel (la condición paradójica y poco cumplida de que por lo menos dos personajes femeninos, con nombre, hablen entre ellas y no solamente lo hagan sobre hombres).

Yan y su guionista, Christina Hodson, cuentan una historia de mujeres poderosas y autónomas, que no son explotadas eróticamente ni necesitan de la aprobación o ayuda masculina para transformar el mundo; que muestran solidaridad y conciencia de género, definen su apariencia de acuerdo con su propio gusto y deseo, y que influyen no sólo en el público femenino sino que también abren conciencias entre el público masculino. Para esto parten de un personaje encantador pero problemático: una mujer violenta, dependiente, psicópata, inestable y tóxica, a la cual transforman en una heroína a contrapelo de las convenciones. A esto se suma el problema de que en este tipo de cintas los personajes se vuelven simbólicos y deben cargar con la responsabilidad de su representación por encima de prejuicios, de la crítica y del lodazal pasional de las redes sociales.

Aves de presa es la historia de una ruptura, una separación y un reclamo de independencia. Harley es rechazada por el Guasón, lo cual la deja emocionalmente devastada pero además la pone en una situación de vulnerabilidad, ya que al no contar con su protección, todos los enemigos que cultivó deciden vengarse de sus afrentas. Así, Harley pasa de la depresión (cortarse el pelo, adoptar un chacal llamado Bruce, comer helado mientras llora frente a la tele y dispararse Cheese Whiz directo a la boca) a la liberación que consiste en destruir la planta de productos químicos donde sellaron su amor, con lo que anuncia al mundo que ya no están juntos. A partir de ahí cambia su apariencia, se despoja de la ropa que la marcaba como propiedad del Guasón y define un nuevo look, aún más estrafalario y colorido. Comienza entonces su carrera por la supervivencia. Y por si no fuera suficiente Roman Sionis (Ewan McGregor), un criminal y psicópata, dueño de un cabaret, ofrece una recompensa por su cabeza, con lo que los mercenarios de la ciudad se unen a sus enemigos.

"Yan y su guionista cuentan una historia de mujeres autónomas, que no necesitan la ayuda masculina para transformar el mundo".

En su huida se involucra con un grupo de mujeres, que independientemente de sus motivaciones conforman una banda de outsiders, las Aves de presa, regida por la lógica de que las enemigas de mi enemigo son mis amigas e integrada por la cantante convertida en chofer, Dinah Lance, Black Canary (Jurnee Smollett-Bell); la heredera antisocial con problemas de ira y delirios de venganza a la Taxi Driver, Helena Bertinelli, Huntress / Crossbow-Killer (Mary Elizabeth Winstead), y la detective a la que se le negó un ascenso y padece la misoginia de sus compañeros, Renee Montoya (Rosie Perez). Unidas protegen a la muy joven carterista Cassandra Cain (Ella Jay Basco), quien roba de modo accidental un diamante. El grupo multiétnico de mujeres refleja al de otros filmes femeninos recientes como Hustlers (Lorene Scafaria, 2019), Widows (Steve McQueen, 2018) y la muy fallida Ocean’s 8 (Gary Ross, 2018), que establecen una alternativa a las décadas de filmes criminales protagonizados exclusivamente por hombres blancos.

Yan incorpora una narración nada confiable en off, en voz de Harley, que se entreteje con los diálogos, inserta toques de cursilería, infantilismo y humor cruel que desbordan la pantalla. Es como un flujo de conciencia psicótico que va dando saltos frenéticos, como una mosca atrapada en el parabrisas de la trama. Asimismo usa títulos y textos, rompe la cuarta pared y abusa deliberadamente de las cámaras lentas. El recuento va en un orden temporal descompuesto, con ires y venires caprichosos, pausas y flashbacks en un parloteo incesante que va de la manipulación a los chiste súperreferenciales.

Yan rompe con la solemnidad y autocomplacencia que impera tanto en el universo Marvel como el de DC, con un regreso a la locura cromática, irresponsable y desenfadada del cómic y un abandono de las pretensiones grandilocuentes que se han vuelto dogma en los últimos años. Además, hay un énfasis en realizar coreografías violentas tipo cine de Hong Kong, espectaculares, extremadamente bien cuidadas, esperpénticas y mortales pero que conservan un sentido humano del daño corporal, de las fracturas, puñaladas, balazos y flechas en la tráquea. Si por un lado destaca un explosivo diseño visual, por otro limita el número de canciones para enfatizar la importancia de los momentos en que se usa la música. Probablemente ninguna actriz hubiera hecho de este personaje un deleite siniestro y escandaloso como lo logra Margot Robbie.

Si bien Aves de presa está muy lejos de ser una obra redonda, se trata de un filme ambicioso en términos genéricos, en el que una protagonista rescata su humanidad al trascender de ser una villana a convertirse en una antiheroína, y de paso romper tabúes al mostrar que hay muchas formas de ser feminista.