Yo sólo quería ayudar a mi madre, pero terminé embotellado en La guerra del gel. Bastó con que empezara a caer el dinero para que la nobleza y el deber moral se convirtieran en codicia. Mi madre tiene 79 años y las rodillas acabadas, necesita una operación. Su vitalidad es tal que le impide estarse quieta e insiste en ir y venir con un bastón, pese al dolor. Desde hace cincuenta años distribuye una marca de productos de limpieza doméstica e industrial y normalmente ocupa un asistente en el negocio. Pero lo tuve que correr.
Desde que aterrizó el coronavirus en México hemos vivido días de confusión, incertidumbre y agandalle. Ante lo insólito hacemos cosas que tiempo atrás no imaginábamos. La pandemia es como una bola de nieve que se hace más grande y nos aplasta a todos. En la agencia de publicidad donde tenía el jale atendíamos dos cuentas de turismo que pagaban los sueldos: una cadena de hoteles y un outlet de viajes. Se fueron en picada y nos lanzaron como lastre. En un estornudo de murciélago terminé en la calle con un finiquito que me daría cuerda para tres meses. Pude imaginar cualquier cosa, menos lo que estaba a punto de suceder.
El domingo 8 de marzo visité a mi madre para celebrar su cumpleaños. Quedamos en salir a comer, así que fui por ella en el marco del Día Internacional de la Mujer, al fragor de las marchas y la lucha de género. En su casa encontré una veintena de cajas estorbando. Los del camión de la compañía las apilaron a la entrada, pero del asistente ni sus luces y mi madre no podía moverlas. Las acomodé y le dije que pasaría el martes porque ella se uniría al #ElNueveNingunaSeMueve. El 10 y el 11 el movimiento perdía vuelo porque el coronavirus ya era el foco de atención mediática, mientras yo me daba cuenta de que al asistente de mi madre se le pegaba el flotador con la bebida. Ella lo toleraba por ser hijo de una conocida. Lo peor es que lo sorprendimos robando. Entregó un pedido en la camioneta sin hacer nota y sin avisar. Pero lo entregó incompleto y cuando llamaron para hacer la aclaración lo tiraron de cabeza. Le quité la licencia y lo eché a la calle; si quería recuperarla tenía que pagar lo que se había birlado, poco más de mil pesos. Quién sabe cuántas veces lo habría hecho. Ya encarrilado, viendo la situación de mi madre —a su edad, tener que trabajar y lidiar con gente así—, le dije que la ayudaría a vender esa mercancía mientras encontraba otro asistente. Entonces revisé las cajas y descubrí el tesoro en tiempos del coronavirus: un pequeño embarque de gel antibacterial, solución desinfectante y jabón para manos.
"Aquella noche, durante el insomnio de las tres, me pregunté qué pensarían mis amigos al verme convertido en conecte de gel".
EL GEL ERA EL REY
Con el celular le tomé fotografías a los productos e hice unas fichas de prevención, precios y los datos de mi madre. Las enviamos a sus contactos de WhatsApp y de correo, también las posteamos en el Facebook de su negocio. Fue como si esparciéramos pan molido en el estanque, los peces empezaron a marcar y a escribir en montón. Mi mamá se puso tan contenta que se le olvidó lo del infeliz aquel. Y a mí me brillaron los ojos.
En la noche le conté lo sucedido a mi novia y al final sólo me dijo: “¿Tienes las fichas?”. Ahí descubrí su lado duro para la venta. Claudia tiene dos hijos adolescentes y divide su tiempo entre el hogar, ser diseñadora y productora de eventos, maestra de ballet, se encarga del perro, dos gatos y, a veces, de mí. A la agencia donde labora le cancelaron los lanzamientos. Le envié las fichas a su teléfono, les corrigió el dato con nuestros números de teléfono/Whats y las empezó a reenviar a sus grupos de mamás del colegio, amigas de la preparatoria y la universidad, primos, vecinas y proveedores. La cosa nos explotó en la cara como zepelín de Coca-Cola con Mentos. Los mensajes y las llamadas de gente que necesitaba los productos nos cayeron toda la noche como SOS. El gel era el rey. Era como si vendiéramos drogas.
Al día siguiente nos fuimos directo a la casa de mi madre para surtirnos de merca. Nos dio todo a consignación porque era una lana y no teníamos morralla. De lo vendido, el 30 por ciento era para nosotros. Si nos pedían factura, ella podía hacerla para las versiones comerciales e industriales. Esas ventas eran las que buscábamos. Aquella tarde terminamos con todo. Me disponía a contar el dinero cuando entró una llamada: era un tipo que preguntó si yo vendía gel para industrias. Le dije que sí. “Es que necesito 28 toneladas para exportar”.
Aquella tarde, Claudia fue a recoger a sus hijos a la secundaria. Afuera estaba estacionada una amiga que también iba por su hijo y traficaba gel, la parte trasera de su camioneta era un mostrador repleto de cajas con botellas de un litro a 120 pesos. Era más barato que el nuestro y lo agotaba de volada. En vez de liquidarla, Claudia le sacó la sopa. La mujer conocía al fabricante y le pasó su contacto con la esperanza de mediar y sacar comisión. Aquella noche, durante el insomnio de las tres, me pregunté qué pensarían mis amigos al verme convertido en conecte de gel e imaginé sus caras.
[caption id="attachment_1153444" align="alignnone" width="696"] Fuente: mui.today[/caption]
Volvimos a surtirnos de material antibacterial con mi madre. Ahí empezó a escasear, alcanzamos las últimas botellas que volaron de nuestras manos y nos quedaron varios pedidos por entregar. Casi todo lo vendió Claudia en sus grupos de Whats y con sus vecinos, yo sólo iba y venía resurtiendo. Cundió el pánico nivel papel sanitario. Se desató una fiebre del gel. Al día siguiente se había agotado en todas partes. Apenas alcanzamos a resurtirnos de jabón y desinfectante antes de que se le terminara todo a mi madre. Y a Claudia le seguían pidiendo más.
LOS GELES HERMANOS
Le devolví la llamada al tipo de las 28 toneladas, se llamaba Carlos. Su apellido era particular pero lo reconocí porque así se apellidaba el Beto, un amigo de la preparatoria que vive en Los Ángeles. Resultó ser su hermano. El contenedor para exportar a Estados Unidos era un negocio con Beto. Me dio más detalles y quedamos en llamarnos mientras yo investigaba cómo estaba el show para conseguir las 28 tons con el proveedor de mi madre. Nos comunicamos a Monterrey y pedimos hablar con el director, pero nos desinfló de inmediato: no, no podían surtirnos esa cantidad porque dejarían a los demás distribuidores sin producto. De hecho, ya no había producto. La demanda rebasaba la producción y distribución de la empresa.
En seguida me comuniqué con Claudia para pedirle los datos del otro proveedor, el de la díler escolar. Le escribí al señor R3 por Whats y le puse la solicitud por delante. Me contestó que sí podía surtirme esa cantidad en cubetas de 19 litros, pero yo tenía que poner el transporte. Empecé a frotarme las manos. Si todo salía bien, nos iba a tocar una comisión por hacerle al conecte. Necesitábamos el transporte y un contenedor. Carlos dijo tener eso resuelto. Siento que ahí perdí el rumbo. Los dos estábamos metiéndonos en un vuelo de zopilotes carroñeros cazando la oportunidad. Ya enfriábamos las cervezas porque al parecer sí se iba a hacer, cuando supimos que además del gel se requerían los certificados y permisos para exportarlo. R3 no los tenía porque su venta era local. Ahí se atoró, al menos por el momento, nuestro negocio dorado.
A partir de este pedido recibimos unos diez semejantes. Las curvas de ventas del jabón y el desinfectante tampoco detenían su ascenso, pero nos hundíamos más en el tráfico de gel. Ya éramos Los Geles Hermanos. En las redes sociales de mi madre las cosas se salían de control. A Claudia se le desbordaban los pedidos. Las fichas de productos le habían dado la vuelta a las redes y quién sabe cómo llegaron a la red más godín de todas: LinkedIn. Uno de esos pedidos era de otro amigo, el Edgar, que necesitaba diez toneladas de gel para un gobierno estatal. Yo preguntándome qué pensarían los amigos cuando llegara a conectarles gel y descubrí que los amigos y sus novias estaban en lo mismo. Al Edgar lo vi el año pasado y volvió en forma de gel, geloaded. Dijo que él tenía un proveedor con todos los permisos y documentación para exportar, pero su precio triplicaba el tope que el gobierno estatal les había puesto. Las diez toneladas se las podía despachar a través del fabricante R3 con una comisión de por medio. Ésa se volvió nuestra palabra favorita: comisión. Su proveedor nos servía y el nuestro les servía a él y a su novia. Optamos por intercambiar contactos y desearnos buena suerte, que Rico McPato nos bendijera con bisne y una lana desinfectada para enfrentar la putiza que viene.
La situación en la calle arreciaba. La gente estaba histérica por comprar gel. De repente, Claudia me llamó para decirme que tenía 400 botellas de gel de un litro, etiquetadas y disponibles a 150 pesos. Me quedé frío. Mi novia se había convertido en La reina del gel. Para salir del paso, se quedó con la mitad. A esas alturas tuve conflicto, empecé a sentir que traicionaba a mi madre, que le hacía competencia desleal. Pero su proveedor se había colgado para resurtirnos y los solicitantes nos acosaban. Me comuniqué con el tercer proveedor para plantearle lo de las 28 toneladas. Aseguró que sí las podía fabricar y tenía todo en regla porque ya vendía en Estados Unidos. De nuevo salivamos. Carlos y yo hicimos cuentas y, efectivamente, no sólo era tres veces más caro, también se disparaba por la demanda y el dólar, que en la Fase 1 llegó al cielo. El gel se vendía a precio estratosférico. Según los fabricantes, la materia prima traía nuevo precio.
Mientras tanto, los pedidos de toneladas seguían llegando como favoritas en La Z. Claudia y yo tratábamos de resolver por lo menos uno de ellos. Entonces Carlos llamó para decirme que ahora tenía cubrebocas y mascarillas. Tan sólo unas horas después recibí la llamada de un tipo que trabajaba en Coca-Cola, necesitaba 10 mil mascarillas N-95. Se las conseguí con Carlos, pero el tipo ya no respondió el correo de la cotización. Las 28 toneladas se evaporaban porque no alcanzábamos el precio. De los últimos pedidos grandes que recibimos, uno era de 1,050 cubetas y otro de una tonelada. Eran ilusiones deslumbrantes. Por diversos motivos no se lograba ninguna. La demanda continúa y el gel se sigue cotizando en la calle junto a las mascarillas.
"Fueron semanas confusas. Las personas llamaban sin importar la hora. Así debe ser la vida del díler, le decía a Claudia. Imagínate lidiar con la ansiedad de los erizos, todos los días, a cualquier hora, cuidándose de la ley".
DEL TICTOC AL TIKTOK
Fueron semanas confusas. Las personas escribían o llamaban sin importar la hora. Así debe ser la vida del díler, le decía a Claudia. Imagínate lidiar con la ansiedad de los erizos, todos los días, a cualquier hora, cuidándose de la ley y sin poder meterse la merca. Se necesitan nervios de acero.
Por fin un día salí y empecé a ver en las calles coches estacionados que vendían botellas de gel. En el trayecto a la casa de Claudia vi cuatro camionetas así, con sus cartulinas chillantes que anunciaban GEL $150 LT, y eso fue suficiente para dejar el negocio. Me había metido en esto para ayudar a mi madre y de pronto estaba en una guerra de acaparadores y revendedores. Tuve la impresión de que el México Piraña estaba enfrascado en Las guerras del gel, del papel de baño, del jabón, del Ibupofreno, el Paracetamol, las mascarillas y todo aquello que nos genera un tic de limpieza, gracias al pánico, al exceso de información/desinformación, y el famoso trastorno obsesivo compulsivo, el toc por lavarnos y desinfectarnos.
Al llegar a la casa de Claudia le dije que ya no quería seguir en esto, pero me motivó para entregar quince botellas de aquel otro gel que consiguió. ¿Y quién era la mula de esas entregas? Pues yo. No iba a ser tan fácil zafarme, ella seguía vendiendo sin cuartel. Mi apoyo era logístico y espiritual. Seguí a su lado en esto por y estamos a la espera del siguiente pedido para surtirnos. Entonces vimos la noticia de que Ron Bacardí y Cerveza Corona hicieron gel para donar en estupendas movidas de mercadotecnia social. Por el momento, la única opción será cocinarlo nosotros, necesitamos la caravana de Breaking Bad.
Después de la cuarentena todo será incierto y aunque los Sex Pistols no son santos de mi altar, aquí sí cabe su no hay futuro. Tampoco creo que vayamos a ser mejores personas ni que el nuevo mundo TikTok —el reguetón de las redes— será un mejor lugar, todo lo contrario. A pesar de que en la cuarentena las denuncias domésticas por violencia de género han aumentado en 60 por ciento, deseo que en los días por venir, como en esta crónica, las mujeres como mi madre y Claudia sean quienes controlen la situación y administren la operación. Mientras tanto, ustedes dirán a dónde les despachamos sus pedidos. Los Geles Hermanos siempre tenemos una solución para desinfectar.