Polaroids de un norteño en cuarentena

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1.LEO INSTRUCCIONES PARA UN FUNERAL, de David Means. No son cuentos en el sentido tradicional, pero contienen numerosas reflexiones sobre el género. El cuento observándose a sí mismo. Al que quizá podría definirse con las palabras de un personaje: “Los límites son los que hacen que el mundo real sea real, y la mierda ficticia, ficticia”.

2. EN EL NORTE LA GENTE tiene una fijación por el café Folgers. Pero no por el que se comercia en México. Por el que venden en Estados Unidos. Es una tradición heredada de generación en generación. Habla de aquellos años, los ochenta, en que para comerte una Big Mac tenías que viajar al Chuco. Si deseabas unos Converse tenían que ser de fayuca porque no existían aquí los malls. En estos días de cuarentena, con la frontera cerrada, la gente experimenta una doble nostalgia. La de los ochenta, cuando le tomaban a la taza de Folgers de contrabando, y la de anteayer, cuando le tomaban a la de Folgers gringo. La verdad, pura y dura, es que tanto el Folgers que venden en México como el que venden en los Yunaites es una mierda.

3. ESCUCHO THE NEW ABNORMAL, el nuevo disco de The Strokes. Qué sabroso les quedó. No quiero ser víctima de mi propia exageración pero me parece su mejor trabajo desde Is This It. Parecía que el destino de The Strokes era jamás madurar. Para qué. Sin embargo, se han renovado por improbable que se antojara. Descubrieron un nuevo sonido. Sin dejar de sonar a The Strokes, por supuesto. El responsable es nada menos que Rick Rubin. Al escuchar el disco uno se pregunta por qué tardaron tanto en conseguirse un buen productor.

"Como ocurrió durante la guerra contra el narco, durante esta pandemia los puestos de gorditas siguen impertérritos. Está concurrido, pese a mi creencia de que habría poca raza".

4. LAS DESGRACIAS NUNCA vienen solas. La Organización Panamericana de la Salud acaba de declararle la guerra a los empaques de los productos chatarra. Debido a que México es líder mundial en obesidad infantil se exige que se retiren de los alimentos preenvasados las imágenes de dibujos animados y celebridades. Despídanse de Chester Cheetos, de Melvin de los Choco Krispis, del Tigre Toño, de Pancho Pantera, et al. Mi infancia estaría incompleta sin estos personajes. Me pone un poquito melancólico el aburrimiento de los niños del futuro que no los conocerán. Puta hipocresía. Van a seguir envenenándonos. Vamos a seguir como líderes mundiales de obesidad infantil. Pero sin ilustraciones cándidas. No, Dios, por qué. Con el Osito Bimbo no.

5. ESCRIBO UN LIBRO de cuentos. Bueno, siempre estoy escribiendo cuentos. Pero esta pandemia me ha hecho dudar seriamente de la importancia de mi trabajo. Es una era en que la literatura cada vez interesa menos. Si no caigo en la abulia es gracias a El fuego y el relato de Giorgio Agamben. La ficción comenzó con un grupo de personas alrededor del fuego que se sentaban a contarse historias. Lo hemos hecho desde el principio de los tiempos.

La literatura no va a morir.

En 200 años nadie se acordará de la historia de Fulanita De Tal en Instagram. Pero Crimen y castigo seguirá insertado en algún librero. Algún día la gente volverá a reunirse alrededor del fuego a escuchar historias. Hay que seguir trabajando.

6. PONGO UNA PELÍCULA, Van Gogh, a la puertas de la eternidad, del director Julian Schnabel. Su biopic sobre Reinaldo Arenas me encanta. Tengo auténticas ganas de que me atrape su versión de la vida de Van Gogh, pero a los cinco minutos quiero vomitar. Es tan pretenciosa que no parece el filme de un director experimentadísimo. Por supuesto que abusa del cliché, faltaba más. Es lenta como una maleta de cinco kilos de rib eye puesta a descongelar. Para aquellos que se quejan de insomnio, es un inefable remedio. Sufrí horrores para terminarla. Pero me sirvió para darme cuenta de que lo que sabía sobre Van Gogh era falso. No murió en la pobreza. Nunca pasó hambre. Su hermano siempre lo mantuvo. Era un genio con esquizofrenia. Estuvo en cuarentena por su propia decisión. En un psiquiátrico. Fue ultimado por un disparo en el estómago a cargo de un muchacho que en realidad no quería matarlo. No fue ningún suicidado por la sociedad.

[caption id="attachment_1153442" align="alignnone" width="696"] "Un asesinato inmundo", la canción más reciente de Bob Dylan. Fuente: mirror.co.uk[/caption]

7. HE DESCUBIERTO que tengo un nuevo talento: la Pacífico Suave de botella. Surto el súper cada cinco días. Parece viernes de quincena. Las calles están desiertas. Pero el HEB parece antro con grupo en vivo y promoción de cubetazo. Suena “Physical” de Olivia New-ton-John como música de fondo. En otros estados del país han aplicado la ley seca. O escasea la cerveza. O el horario de venta ha sido reducido. Aquí el refrigerador kilométrico del HEBitch está retacado de cerveza. Me asomé sólo por metiche. Pero ya saben cómo es uno de antojado. Cargo con un doce. En casa me destapo una. De suave sólo tiene el mote. A la cuarta comienzo a ponerme sexy. A querer escuchar vinyles de cantantes negras drogadictas.

8. SOY UN SEÑOR. Estoy consciente de serlo. No saben cómo me ha costado asumirlo. Si algo aprendí del final de la tercera era dorada de la televisión es que también existen las telenovelas para señores. La mía pasaba cada martes. Se llama Better Call Saul. La última temporada ha tenido un par de buenos momentos pero en general ha resultado decepcionante. Igual que la anterior. La noticia triste es que me voy a quedar sin telenovelas lo que resta del encierro. He buscado cuál la puede suplantar. Creo que me decidiré por Twin Peaks.

9. DESPIERTO CON LA SENSACIÓN de haber dormido a toda madre. Tengo que hacer un depósito. Me subo al coche y pongo “A Design for Life” de Manic Street Preachers. Me siento bien. Canto por debajo del cubrebocas (un plan de vida para darme en la madre). Regreso al departamento y media hora después me da una crisis de ansiedad. Comienzo a temblar. Me siento como si me hubiera tomado diez tazas de café colombiano. Viene a mí la inminente sensación de fatalidad. De que ya valió verga. Me tomo un rivotril, me acuesto y antes de cerrar los ojos le doy play al Ambient 1: Music For Airports, de Brian Eno. Antes de que se termine el disco me quedo dormido.

10. AYER SE FUE MI HIJA. No regresará hasta después de veinte días. Estoy acostumbrado a la solitud. Hablamos casi todos los días por teléfono. Sin embargo, he comenzado a extrañarla. Ahora duermo en su habitación. Se llevó al conejo. Nuestra mascota. Me traje la bocina. Hay libros desperdigados por todos lados. Y envases de cerveza vacíos. En una pared tiene un collage con sus fotografías. Ella tocando la batería. Disfrazada de pirata. En su bautismo. Conmigo, con su mamá. Por las noches me acuesto y escucho Sueña La Alhambra de Enrique Morente con la luz apagada mientras observo en el techo las estrellas de plástico fosforescentes que pegamos en 2010, cuando llegamos a este departamento.

11. DESPIERTO CON UN ANTOJO muy cabrón de gorditas de Los Ilegales. Es un viaje de 12 kilómetros. Justo adelante del estadio de Santos. Subo al coche y conduzco hasta la casa del Conejo. Me subo a su coche y él conduce hasta nuestro destino. Guardo LSD (la sana distancia) al hacer la fila para ordenar. Como ocurrió durante la guerra contra el narco, durante esta pandemia los puestos de gorditas siguen impertérritos. Está concurrido, pese a mi creencia de que habría poca raza. En estos días de inactividad he procurado moderarme con la soleta. Pero hoy me voy a dar una licencia porque llevo días soñando con el arriero verde que aquí preparan. Me entregan mi pedido, destapo una coca de vidrio de medio litro y me siento en una mesa. Doy una mordida a una gordita de harina. Sonrío como un acto incondicionado. Como dice la gente que me brillan los ojos cuando veo una raya de cocaína. Nada me hace sentirme tan vivo como el chicharrón prensado.

12. LEO. No para matar el tiempo. Para inyectarle vida. Leer y escribir estas polaroids me distrae. Leo Aborto en la escuela de Kathy Acker. La autora murió en Tijuana. Leer que su tumba fue la frontera que más añoro me pone melanco. Pienso en las teiboleras del Hong Kong. Sé que resistirán. Son mujeres que pueden girar sobre un aro circense a toda velocidad. Aguantarán. A mí también me gustaría morir en Tijuana.

13. SALGO A CAMINAR muy temprano. Sólo hay seis personas en todo el parque. Cuando antes circulaban cientos. Me pongo los audífonos para oír Boots Electric de los Eagles of Death Metal. No puedo dejar de escucharlo. Es un disco de puros cóvers. Todos me laten, pero la cachondísima versión de “Careless Whisper” me parte la madre. Se me levanta el ánimo. Padezco alergias. Algo en el ambiente hace que comience a estornudar. No puedo parar. Estornudo y estornudo y estornudo. Moco cristalino. Soy una amenaza biológica. La gente empieza a observarme con temor. Siento que me juzgan. Por qué no se quedó en casa este pendejo. En menos de diez minutos las personas huyen del parque, es decir de mí. Y camino solo mientras bailo al ritmo del cóver de “Abracadabra”.

14. EXTRAÑO EL SEXO. Pero no pienso masturbarme. He perdido la cuenta de los días que llevo sin ver porno. No me gusta ver porno a solas. Tiene que ser acompañado. Por una mujer o por la cocaína. A propósito del polvo, hace unas horas me llamó Dakota, el díler. Me pregunta que si no se me ofrece algo. Cómo estará la situación para que los marranos estén apuñalando a los carniceros. Antes de la pandemia era uno quien tenía que corretearlo. Esperar como pendejo hasta dos horas por el material.

"Seme termina el rivotril. Mi psiquiatra no contesta. Su consultorio está cerrado. Comienza la danza para conseguir una receta. Llamo a tres personas. Todas me dicen que sí. Pero no cuándo. La necesito para hoy mismo".

15. ME PREGUNTO qué tan honestamente sobrellevo la cuarentena. He recibido tres visitas desde que inició el aislamiento. Extraño la cantina. Extraño mi ritual de sentarme en la misma silla cada sábado a la una de la tarde y pedir una cerveza de barril. Ni siquiera cuando la guerra contra el narco estaba en su apogeo le fallaba al Gordo, el mesero. Todos los lugares donde se expende alcohol están cerrados. Los restaurantes sólo ofrecen servicio para llevar. Pero hay un sitio clandestino que está en funciones. Bueno, no es underground precisamente, es un restaurant-bar al que entras con una contraseña. Es el único donde te puedes tomar un trago en toda la ciudad. A las doce del día ya está a reventar. Hay de todo, pero en su mayoría población vulnerable. Viejitos y viejitas que, me imagino, piensan que si van a morir lo harán en una parranda. Todos los días lucho contra los enormes deseos que me invaden de ir a ese lugar.

16. ABRO LOS OJOS. Veo la hora en el celular. Son las cuatro de la madrugada. Estornudo. Estoy empapado en sudor. Me toco la frente. Estoy caliente. Me duele el cuerpo. Bueno, ya está, me digo, estoy infectado. Pinche Covid por fin me alcanzó. Me levanto. Deambulo por el departamento a oscuras. Como si me despidiera. No sé lo que vaya a pasar, pienso, pero por si las dudas. Me abrasa la sed. Veo el cementerio de latas de chela en que se ha convertido la cocina. Bebo un vaso de agua. Pero en realidad lo que ansío es una michelada. No, no tengo coronavirus. Estoy crudo. Bebo otro vaso de agua y me vuelvo a dormir.

17. ESCUCHO “MURDER MOST FOUL” (“Un asesinato inmundo”), la nueva rola de Bob Dylan. Una epopeya de casi 17 minutos y 1,376 palabras. Es una catedral de rola. Es su Moby Dick. Me pregunto cómo estará recluido Dylan. Hasta donde sabemos no tiene un domicilio fijo. Su dirección postal es el mundo. Desde hace décadas está de gira. El Never Ending Tour. Una gira que parecía imparable. Pero que esta pandemia ha frenado. Un descanso y tómala, Dylan suelta esta elegía. En internet circulan algunas fotografías de Dylan sentado al aire libre. Puede ser una granja. O incluso un remolque. Puede que esté ahí ahora. A la espera de que se vuelva a activar el mundo para salir a dar conciertos. Mientras yo escucho orgasmado otra vez “Murder Most Foul”. Y otra. Y otra.

18. SE ME TERMINA el rivotril. Mi psiquiatra no contesta. Su consultorio está cerrado. Comienza la danza para conseguir una receta. Llamo a tres personas. Todas me dicen que sí. Pero no cuándo. La necesito para hoy mismo. Cómo eres pendejo, Carlos, me recrimino. Por qué no tienes más amigos doctores. Finalmente, la hermana de una amiga me la extiende. Mientras la surto en la farmacia pienso en todos los ansiosos del país que se han quedado sin su medicamento. Durante estos días de cuarentena los ansiolíticos deberían ser de venta libre y estar al cincuenta por ciento de descuento.

19. EXTRAÑO LA ALBERCA. También mi hija la extraña. Carlitos, me pregunta por teléfono, cuándo volveré a nadar. Suelto la respuesta más estúpida posible. Cuando concluya la cuarentena. No puedo sentir sino achicopalamiento al ver mis aletas y mis goggles. Qué ganas de aventarme aunque sea un 25 de patada libre con tabla. Lo aborrezco, pero en este momento sería la gloria. Tengo amigos que en su casa tienen alberca. No me sirve. Necesito una de 25 metros de jodido. Corrección, no extraño la piscina. Estoy ansioso por nadar. Lo necesito con desesperación. Mientras aguardo a que se restablezca esa parte de mi vida, nado en Pacífico Suave. La angustia me está haciendo beber más. A este paso, acabando esta cuarentena voy a ingresar a otra: a Oceánica.

20. ANDO DESCALZO por el depa. Como marrano enchiquerado. Y traigo las patas más sucias que el alma. Si no puedes nadar, haz yoga, me había dicho la fisioterapeuta hace unas semanas, mientras me daba mi pellizcada semanal para aliviar mis dolores de espalda. Viene a mi mente esta frase de Virginie Despentes: “Cuando más dura se cree la gente, más dispuesta está a dejarse engatusar por la primera trampa new age que se presente”. Ni pedo, me digo. Sé que lo que estoy a punto de hacer es poco heterosexual pero aun así le doy play al video de YouTube “Yoga para principiantes”. Apenas escucho la palabra namasté, cierro la lap. Me pongo en modo hacendosito. Barro y trapeo toda la casa. Mi alergia desaparece. Dejo de estornudar en cuanto desaparece el exceso de polvo. Qué mejor yoga que eso. Quizá algún día termine por hacerme yogui. Pero no será en esta cuarentena. No, señor.

21. NO AGUANTO MÁS. Estoy hasta la madre de cenar huevo. Salgo por un burro de prensado del Apá. Mientras conduzco pienso en Vernon Subutex 3, la última novela de la trilogía de Virginie Despentes. La necesito para poder escribir una reseña. El libro no ha llegado a México. Tengo que esperar a que se levante la cuarentena, algún amigo vaya y regrese de España para que me lo traiga. Esperar, esperar, esperar. Todo se trata de esperar. Para un ansioso como yo no es nada sencillo. Pero esta noche no. No tengo que quedarme con las ganas. Me pido dos de chicha y los baño en salsa verde. Estos son bu-rros chingada madre, no como los del Licenciado, que están todos caciqueados. Emprendo el camino de regreso. Pocos carros circulan por las calles. La ciudad es un cementerio iluminado. Me duermo satisfecho. Orgulloso de haberme chingado esos burros. Esta noche me la pelaste, pinche pandemia, digo en voz alta. A la mañana siguiente despierto con unas agruras hijas de su perra madre.

22. PONGO AVENA a remojar y salgo al súper a comprar huevo. Paso por afuera de Gandhi y veo que está abierto. Se me acelera el corazón. Había leído que todas las librerías estarían cerradas durante la cuarentena. Doy vuelta en U y voy al estacionamiento. No puedes entrar al local más allá de metro y medio, pero hay venta. También hay servicio a domicilio por parte de ellos mismos o Rappi. Dentro de lo malo una buena noticia. Me alegraron el día.

23. SIENTO UN AZORAMIENTO que me rebasa. Como muchos, esperaba cualquier chingadera, una tercera guerra mundial, que el calentamiento global derritiera por completo el planeta, que las predicciones de Maussan fueran ciertas y los extraterrestres por fin establecieran contacto, estaba preparado para todo, menos para este arresto domiciliario. Me sumerjo en una piscina de pura apatía. Porque no importa el tamaño de la amenaza, las predicciones de los 26 mil contagiados, la fase 3, de todos modos tendremos que pagar el recibo de la luz. Así que cuáles son las vidas que estamos salvando.

24. VEO EL DOCUMENTAL sobre ZZ Top, That Little Ol’ Band From Texas. El baterista, Frank Beard, habla de sus adicciones. Describe a la heroína como unas vacaciones para la mente. Es lo que necesito ahora. Una toma de distancia de mis pensamientos. Algo que se torna imposible con la pandemia.

25. LEO A LUCIA BERLIN, escribo, escucho música, “No surrender” del Jefe. Echo ropa a la lavadora, aunque nunca me cambio, tengo la misma playera desde hace quince días. Sobrevivo a base de frijoles de la olla. Mi cuerpo me pide hierro. A veces jugo de naranja. La pandemia me orilla a pensar en todas las cosas que no he hecho en mi vida. Vienen a mi mente unas palabras del doctor Hunter S. Thompson: “No existe nada más irresponsable y degenerado que una parranda con éter”. Creo que ha llegado el momento de probarlo.