¿Cuántos libros puedes contar en tu biblioteca?
Ésa es una pregunta muy difícil de contestar porque he tenido dos bibliotecas: una permanente y otra itinerante. Elaboro: he coleccionado libros viejos y difíciles de conseguir desde los 14 años, edad en la que abracé con furia el oficio de lector. En aquellas épocas solía etiquetar por número cada uno de los libros que comenzaron a nutrir mi biblioteca personal. Ese primer acervo alcanzó los doscientos ejemplares. Cuando me mudé a Guanajuato, hace cinco años, hice una selección de sesenta libros; el resto permaneció en la casa materna. Nadie habla sobre la importancia y complejidad que representa mudar una biblioteca. Es como cargar con dos pianos de cola sin ayuda. El número ha vuelto a crecer, claramente. Ahora que regresé a la Ciudad de México mis dos bibliotecas se han vuelto a saludar, pero aún no se han leído la cartilla. Todavía no se besan en la intimidad. Quizá sean trescientos cincuenta. Número por confirmar.
2. ¿Cuál es el título del último libro que compraste?
El último libro que compré y que no leeré porque es un encargo: Bowie por Bowie, de Sean Egan. Este libro tiene una historia curiosa porque lo compré orillada por el terrorismo psicológico del mejor de mis amigos. Aún no llega a México, lo compré en La Casa del Libro en Madrid. Tuve que recorrer a pie una ciudad en vísperas de alarma nacional para cumplir ese capricho. Comprarlo también ayudó para acelerar una ruina financiera más cantada que “Querida”, de Juan Gabriel. Espero que el puto libro valga la pena y que el tipejo que me aterrorizó por WhatsApp día y noche hasta que logré comprarlo me liquide el costo del tremendo tabique —80 euros— y el sobrepeso de la maleta. Ojalá vaya impregnado de coronavirus.
3. ¿Cuál es el último libro que leíste?
El último fue Un detective en Babilonia, de Richard Brautigan (Editorial Blackie Books), autor fetiche de la contracultura de los años sesenta. Creo que este libro también detenta el honroso título del ejemplar que devoré más rápido en el año. La pluma nunca ralentiza el entusiasmo. Todo lo contrario. Al margen del impacto anímico que provocan sus personajes, el lector nunca dejará de agradecer la solvencia humorística y extravagante del relato inclasificable que Brautigan construye en piel y desdicha del entrañable C. Card, quien representa, para la legión de seguidores del autor, el más logrado de todos sus personajes. Y quizás lo es. Recomiendo muchísimo rescatar la obra de una de las mentes menos comprendidas de la generación beat.
4. Menciona cinco libros que significan mucho para ti.
Vacío perfecto y Congreso de futurología, de Stanislaw Lem, encabezan este ranking, sin duda. Siendo honesta, toda la obra de Lem (plagada de profundas referencias filosóficas, psicológicas y científicas) es indispensable en mi formación lectora. Desentrañó con soltura e ironía las dolencias más profundas del pensamiento humano. He leído a pocos escritores con una imaginación tan desbordante como erudita. Vacío perfecto —en específico— explotó los puentes de cordura que sostenían mi cerebro adolescente. Por cualquier exabrupto cometido después de 1994, cúlpese a Lem.
El Príncipe Feliz y otros cuentos, de Oscar Wilde. El escritor dublinés continúa ostentando el cargo de mi escritor favorito. En especial recuerdo la recopilación de cuentos del príncipe feliz porque di con ella durante una sesión de castigo y encierro, en una habitación en la que permanecí a oscuras y bajo llave durante 14 horas a los ocho años. Esa misma tarde leí La Ilíada, de Homero (otro de mis favoritos), pero fue la obra de Oscar la que rescató mi infancia del horror. Además, es el libro que inició el romance literario que llevó mis pasos a dejarle flores y gratitud a su tumba, en el parisino Père Lachaise. A Oscar Wilde le debo el oficio de escritora, sin dudarlo.
The Man in the High Castle, de Philip K. Dick. Esta joya de Philip se cuela en mi top five de preferencias porque además de la ciencia ficción, soy devota fiel de la ucronía y sus diez mil recursos para crear planteamientos morales nuevos. La sola idea de imaginar cómo hubiera evolucionado el mundo, el pensamiento humano y, sobre todo, la sociedad civilizada si los aliados hubieran perdido la Segunda Guerra Mundial y el orden mundial fuera regido por los poderes del eje, específicamente por los Nazis. Vale la pena conseguir esta obra maestra, que resulta más aterradora y atractiva que la figura de Scarlett Johansson.
El Masnavi, de Rumi. Una de las influencias intelectuales y emocionales más importantes que poseo es atribuible a un amigo iraní que ha compartido conmigo desde hace años traducciones del persa antiguo (nada comparables a las disponibles en español en su librería de confianza) de los principales poetas medievales persas, como Saadi Shirazi, Attar, Zarathustra y Rumi. Soy atea, no por convicción sino por tercera generación, así que lamentablemente no poseo los sensores adecuados para sumergirme en el pensamiento religioso. Sin embargo, gracias a las páginas de Rumi he logrado traspasar la viscosa cortina del raciocinio, para entregarme con curiosidad perenne a una forma de pensamiento seductora y de la misma profundidad del sitar.
5. Nomina a cinco personas para responder a este cuestionario.
Nomino a Paulina Vieitez, Alejandro García Cuenca, Naief Yehya, Carla Faesler y Wenceslao Bruciaga.