A veces el mundo tiene que detenerse para darnos oportunidad de reconocer lo que solemos perdernos en el frenesí cotidiano. La situación extraordinaria que ha provocado la pandemia de coronavirus al paralizar prácticamente todos los aspectos relacionados con el cine, desde la exhibición hasta las filmaciones, dio una oportunidad formidable a las plataformas en línea y a numerosas producciones independientes que de otra manera hubieran pasado inadvertidas, atropelladas por blockbusters e ignoradas por el estruendo de las novedades de escándalo y sus agresivas campañas promocionales. Entre las películas que ya estaban destinadas al streaming hay una serie de pequeñas joyas que deberían cambiar la manera en que percibimos los prestigios y privilegios de los grandes distribuidores y estudios.
Entre las numerosas ironías que ha traído la cuarentena está la de convertir algunas producciones locales de bajo presupuesto en filmes universales. Una de esas cintas extraordinarias la ofrece Amazon Prime: es Blow the Man Down, escrita y dirigida por Bridget Savage Cole y Danielle Krudy, que se estrenó en el festival de Tribeca el año pasado, con buenas reseñas pero sin el reconocimiento comercial que la hubiera llevado a los cines. Es un fascinante film noir náutico, cargado del folclor marítimo de Maine, que tiene lugar en el ficticio Easter Cove, un diminuto y decrépito pueblo de pescadores descendientes de irlandeses católicos, lleno de secretos sucios y rencores viejos.
Al inicio del filme las hermanas Connolly, la equilibrada, seria y compungida Priscilla (Sophie Lowe) y la impulsiva rebelde, Mary Beth (Morgan Saylor), entierran a su madre, quien les ha dejado una pescadería, la casa familiar que no pueden mantener y una montaña de deudas. Tras la ceremonia, Priscilla se cocina un pescado y cena sola, como una mujer resignada y disciplinada. Mientras, su hermana aún vestida de luto se va a emborrachar al único bar local, para ahogar la tristeza de la pérdida y la ansiedad de haber descubierto que están en la ruina económica. Tras varios tragos termina enredándose con un tipo mal encarado, Gorski (Ebon Moss-Bachrach), con quien sale del bar. Él la deja manejar su auto mientras se mete coca y ella puede ver que tiene una pistola en la cajuela de guantes. Mary Beth se distrae cuando él intenta tocarla, choca y cuando Gorski abre la cajuela ve que hay sangre, cabello y objetos femeninos. Ella trata de huir, él se lo trata de impedir y la persigue. Tras una pelea, Mary Beth logra defenderse con un arpón y rematar a Gorski con un ladrillo. En ese momento la situación es ambigua: posiblemente lo mató en defensa propia y quizá él era un asesino, pero nada es claro, todo es posible. Mary Beth corre en busca de su hermana, quien la ayuda con su habitual severidad (y el mismo cuchillo que usa para limpiar pescado). Mientras las hermanas esperan con temor que aparezca el cuerpo de Gorski, la sorpresa es que rescatan del agua otro cadáver, el de una chica.
Entre las ironías que ha traído la cuarentena está convertir producciones locales de bajo presupuesto en filmes universales .
Así comienza una intriga sórdida y aguda, con ecos del cine de los hermanos Coen, un ligero sabor hitchcockiano, humor ácido, contrastes estridentes (las abuelitas inofensivas que beben té y están a cargo del submundo criminal rural) y una punzante visión feminista. Lo que parecería un clásico filme acerca de cómo esconder un cadáver (o sus pedazos) va dando un giro, en la medida en que se suman elementos extraños, crueles y complejos (redes criminales, bolsas de dinero, drogas y por lo menos una prostituta asesinada) para complicar la trama.
Esto se hace con impecable cadencia y sólidas referencias que nunca se vuelven paródicas. De hecho, la presencia de los marineros que cantan melodías tradicionales, comenzando con la pieza del siglo XIX que da título al filme, podría llevar la cinta al territorio del humor metacinematográfico, sin embargo esto no sucede. Descifrar el rompecabezas criminal parece sencillo para la policía, debido a la inexperiencia de las hermanas, pero los errores se entretejen con nuevas revelaciones que dan otra dimensión al asesinato. Las hermanas descubren los vínculos que tuvo su madre en los negocios sucios de la hostelera Enid Devlin (Margo Martindale), quien transformó el Ocean View, su Bed and Breakfast, en una casa de citas. A su vez, nos enteramos de la ruptura que ella ha tenido con sus exsocias, las tres damas chismosas (June Squibb, Marceline Hugot y Annette O’Toole) que son el espíritu del pueblo y, junto con los pescadores cantantes, funcionan como paradójicos coros griegos que coquetean con lo mitológico pero regresan de inmediato al realismo.
El debut en largometraje de Savage y Krudy va más allá de la destreza para contar un thriller eficiente, visualmente impecable, con una fotografía naval gótica de Todd Banhazl, en azules profundos y ocres deslavados, atmósferas opresivas de neblina, cielos brumosos y muros cubiertos de angustiante papel tapiz floreado: la paleta clásica de Nueva Inglaterra. Las cineastas están muy conscientes de las tradiciones y los elementos del género, pero su verdadero objetivo es describir un complejo mundo de matriarcas y mujeres que sostienen la vida y economía de un enclave machista donde los hombres se la pasan pescando, borrachos o viendo el futbol. El guión ofrece al amplio reparto, casi totalmente femenino, la oportunidad de lucirse y construir un intrincado mosaico del pueblo. Las realizadoras muestran con gran sutileza los pesares y la amargura en la cotidianidad de las protagonistas, las cicatrices y el desgaste de las hijas que han debido renunciar a sus vidas, autonomía y educación para cuidar a su madre enferma. Asimismo, ofrecen una visión de la violencia y la atrocidad sin regodeos. Pero ese universo íntimo de supervivencia tiene su reflejo y contraste en el prostíbulo, una pequeña industria criminal tolerada por las autoridades masculinas que no sólo se benefician de ella sino que le deben la supervivencia de la comunidad en una economía deprimida. Enid es un personaje extravagante, una auténtica diva que se equilibra con un bastón mientras da órdenes y sostiene las apariencias de la localidad, pero a la vez su pequeño imperio la llevará al colapso y en esa caída inevitable están involucradas también las Connolly, junto con medio pueblo.
Antes de la pandemia, a menudo pensaba que las plataformas en línea estaban produciendo y canalizando demasiado contenido, cientos de filmes de relleno, hechos por fórmula para mantener enganchado a un público planetario aburrido que consumía compulsivamente cine y series desechables. Sin embargo, filmes como éste ponen en evidencia que no todo lo que ofrecen Netflix, Amazon, Hulu y demás es rutinario. Blow the Man Down es una prueba contundente de una vibrante filmografía femenina que avanza por todos los medios, creando su propio idioma e iconografía, como un vigoroso tsunami.