Al fondo de su grieta en el muro, el alacrán declara su hartazgo por la prolongada cuarentena, así como por las numerosas interpretaciones políticas, filosóficas, económicas y sociales de la pandemia. Ante la imposibilidad de escapar de ese irremediable día con día, se desahoga bailando cumbias Kolombia con Los Terkos, la pandilla de morros de Monterrey encabezada por el bato Ulises (Juan Daniel García Treviño), bien retratada en la cinta Ya no estoy aquí (2019), de Fernando Frías de la Parra. Al ritmo del acordeón, el rastrero se ríe entonces de las quejas lanzadas por algunos regios de bien contra Netflix, tras la inclusión de esta película en su catálogo. “¿Por qué mostrar ese Monterrey jodido si tenemos cosas tan bonitas?”, se preguntan en redes sociales sin notar siquiera el racismo de sus comentarios.
La cinta entrelaza de manera natural aspectos culturales y sociales presentes en el estado de Nuevo León y el norte del país en general: desde la miseria de las colonias marginales de Monterrey, como la Independencia, el Cerro de la Campana, Loma Larga o las Fomerrey, hasta la respuesta cultural de sus jóvenes habitantes ante la falta de alternativas, su enriquecedora construcción de una identidad para enfrentar la estigmatización y el desprecio social. Así surge la cumbia rebajada y el movimiento musical originario de los cholombianos, asiduos del mercado de discos y ropa Penny Riel. También está presente la emigración a Estados Unidos, pero no como búsqueda de un sueño, sino como huida del infierno de la guerra contra el narcotráfico, declarada en el sexenio de Felipe Calderón, y su sangrienta lucha por territorios entre sicarios y bandas a costa de tantas vidas.
Luego de bailar la cinta, el escorpión preparó su mascarilla N95, sus guantes .
Ya sea desplazados o asesinados por las mafias del narcomenudeo o integrados a sectas cristianas de salvación, los cholombianos y Los Terkos se diluyen en una subcultura más violenta y delincuencial, cuyo emblema musical es ahora el rap gánster, de amenazas y enfrentamientos entre pandillas. Al final, Ulises baila solo en el techo de una construcción derruida de su favela, con el atardecer cayendo sobre los cerros y la lejana urbe.
Tras bailar la cinta, el escorpión preparó su mascarilla N95, sus guantes y su casco, y salió a orearse en su destartalada motoneta rumbo a la marcha anarquista que se dirigía al Zócalo de la Ciudad de México. La protesta fue por el abuso policiaco contra Melanie, de 16 años, golpeada por las fuerzas del orden en la manifestación frente a Casa Jalisco hace unos días en esta ciudad. Hubo dos policías detenidos. ¿Quién le tema a la terca movilización social?, se pregunta el arácnido, habituado desde su lejana juventud a marchas, encapuchados, destrozos y anarcos.