¿Qué hay de Novo, Carlos?

En el inmenso campo de intereses y registros intelectuales conjugados por Carlos Monsiváis —a una década de su fallecimiento—, vasos comunicantes unen la Biblia, la literatura inglesa, mexicana e hispanoamericana con el nuevo periodismo estadunidense, sin descartar su conocimiento de muchas otras manifestaciones culturales y desde luego su dimensión política. El siguiente ensayo se concentra en su relación con un poeta y cronista extraordinario que pudo ser su modelo para reflejar y cuestionar el tiempo que le tocó vivir.

Salvador Novo (1904-1974) y Carlos Monsiváis (1938-2010) en los años sesenta. Fuente: pausa.mx

Carlos Monsiváis (Ciudad de México, 1938-2010) era un hombre de múltiples facetas y tal vez una de ellas era la ubicuidad. Estaba en el lugar preciso, ya fuera en una estación de radio o la televisión, en las páginas de tal o cual libro, en diarios de circulación nacional, en un semanario o en las revistas culturales mensuales. Adolfo Castañón lo considera “el último escritor público en México”, en el sentido que no sólo cualquier mexicano sabía de él o lo había leído, sino que todos podían reconocerlo en la calle.

Era parte esencial de un paisaje urbano que creció de manera desmesurada y, en cierta forma, siempre tuvo la firme convicción de tomar el pulso del país. En sus artículos y ensayos se encuentra un tono crítico, fresco, para retratar la realidad social, política y, también, literaria. Fue un atento lector de movimientos sociales, interesado en mostrar la discriminación contra la diversidad sexual, mujeres e indígenas. Cultivaba el humor con especial gozo y dedicación. Fiel ejecutor del ensayo en múltiples tesituras —en primera persona, de corte político, sobre temas desenfadados— así como del artículo de opinión. Una vertiente importante en su obra son esos artículos de opinión —él los llamaba crónicas— que realizó tomando en cuenta que el lector informado sonriera de manera espontánea, como resultado de la habilidad que sólo él lograba al abordar temas que van desde la metafísica de las costumbres a la suntuosidad y miseria de la ciudad, de la vida intelectual y sus rarezas hasta usos y estrategias para poder brillar en sociedad. Contaba con un amplio conocimiento sobre el bagaje cultural y aspiracional de la mayoría de los sectores de la sociedad.

Sus amigos intelectuales llamaban a su casa con el pretexto de saludarlo, pero en realidad querían obtener algo así como el reporte del clima; es decir, un resumen detallado de los principales hechos en la política mexicana, a manera de oráculo. Algunas veces solía fingir que respondía el teléfono otra persona —una anciana, por ejemplo—, para evitar distracciones y dedicar tiempo a revisar sus textos.

A través de la sátira y la ironía se zambullía en el mar de la antisolemnidad. “El consultorio de la Doctora Ilustración (Ph. D.)” fue un espacio de opinión de corte epistolar que Monsiváis publicaba en el suplemento La cultura en México de la revista Siempre!, acompañado por su otra columna que llamó “Por mi madre, bohemios”. Esta serie de cartas se publicaron de abril de 1974 a febrero de 1984. Entre los firmantes que le escribían a la bien ponderada y asertiva Doctora Ilustración destacan: Súpercloset, Deseo que me deseen, Mirada Esclava, Engarróteseme Ahí, Libre de Culpa que No de Ganas, Desdichado pero Afortunado y Belleza Clásica que no Parpadea, por citar algunos lectores sui generis a quienes era fácil distinguir dado su peculiar estilo.

Monsiváis por Rogelio Naranjo.

SI SE TRAZARA una genealogía literaria, Salvador Novo podría colocarse como su antecedente directo: su maestro y modelo intelectual. Tiene razón Christopher Domínguez Michael cuando refiere que Salvador Novo. Lo marginal en el centro (Era, México, 2000) “es el libro más personal y más literario de Monsiváis, en él demuestra cómo la provocación satírica convierte a Novo en el escritor homosexual que gana un país apenas moderno”. (Letras Libres, agosto, 2004).

Novo encarna para Monsiváis una figura esencial en varios géneros literarios: la crónica, el artículo de opinión y el ensayo. Contemplar la Ciudad de México a través de su mirada es aprender de un agudo observador del entorno, de un sibarita irredento que va por la vida sin importarle lo que digan de su preferencia sexual. Novo sabía ser el primero en reírse de sí mismo, para que las burlas ajenas carecieran de sentido. Y así lo hizo. En un tiempo en que muchas cosas exigían un destructor, señala Nietzsche: “Han de llegar leones que se rían”. Llegó Salvador Novo y aniquiló con su sarcasmo.

Precisamente ese sarcasmo resulta un elemento indisoluble en la obra monsivaisiana. Desde la perspectiva de lo marginal, lo kitsch, el ensayista cimenta un discurso narrativo donde privilegia a la crítica como un medio de resistencia ante los deslices del sistema político mexicano y su particular visión burguesa. Así como Novo fue un crítico incómodo para el gobierno de Lázaro Cárdenas, Monsiváis comenzó su actitud combativa acaso desde que Díaz Ordaz ordenó la matanza del 2 de octubre. Su propósito radica en desmontar la serie de mecanismos y artilugios que el Estado instauró para privilegiar a las élites. Aunque Novo se siente cómodo siendo un acérrimo crítico de la izquierda, su pupilo se identifica más con una izquierda que trae consigo aires de renovación y que, pese a ciertas derivaciones políticas, ha marcado una distancia con sus referentes inmediatos.

Como un atleta de tiempo completo, practicaba la crónica y el ensayo como si fuera un clavadista olímpico, y la crítica literaria como un marchista

CARLOS MONSIVÁIS tenía veintiocho años cuando Emmanuel Carballo, en el prólogo a su autobiografía incluida en el serie Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos, reconoce que su destino como escritor es parecerse a Salvador Novo:

Desliza la parodia y, valiéndose de ese método, de convicta intención satírica, introduce el desorden, el relajo y sus impredecibles consecuencias subversivas. Al juzgar indigna de crédito o aceptación tal o cual teoría, tal o cual hecho, aplica un procedimiento que pone entre paréntesis, en cuarentena, ideas o acontecimientos que más que ampararse en las condiciones objetivas se resguardan en creencias punto menos que inservibles. (Carlos Monsiváis, Empresas Editoriales, México, 1967).

Novo hereda de la tradición inglesa —de modo particular de su admirado Oscar Wilde— la manera de abordar el ensayo. Bioy Casares apunta que el ensayo es el único género literario que cuenta con un progenitor: Montaigne se encarga de establecer las bases y, al mismo tiempo, la consolidación de lo que Xavier Villaurrutia llamó “literatura de ideas”.

Hay un aspecto inseparable del ensayo: la hibridez, la interrelación de otros elementos para la afirmación de su especie. Quizá por eso es el más dúctil de todos los géneros literarios. A caballo entre el humor y la elegancia, Novo escribe de las ventajas de no estar a la moda, de las camas, los anteojos, las barbas, la leche e, incluso, imagina qué música podría escucharse como fondo en un combate pugilístico. Como advierte Monsiváis...

a diferencia de Gutiérrez Nájera o de Nervo, Novo no intenta la forja de joyas prosódicas a las que sólo la lectura en voz alta les hace justicia. A él —que se precia de nunca corregir sus textos— la prosa no le resulta un “objeto de orfebrería”, sino el resultado de la rapidez asociativa, de la complejidad de la estructura, del impulso barroco que levanta sus construcciones a manera de retablos fílmicos. (Salvador Novo. Lo marginal en el centro, op. cit., p. 120).

Al parecer, Monsiváis tiene claro que sus textos continúan con un legado antisolemne que comenzó en el diarismo del siglo XIX, con la prosa de Amado Nervo y Manuel Gutiérrez Nájera, y que también recuerda los primeros pasos de la caricatura en México, en los siglos XIX y XX. Las miradas de complicidad que propone caricaturizan la realidad, son recovecos de la memoria en donde las palabras funcionan como el principio generador de inquietantes monólogos, diálogos, epístolas e, incluso, confesiones.

EN LO MARGINAL EN EL CENTRO, Carlos Monsiváis explica cómo los Contemporáneos —en particular Novo— acogieron la modernidad. Ser moderno significaba

... ya no escribir con ardimiento pedagógico y patriótico, y no situar a la literatura de cara a la nación y su dolorosa historia, sino en la relación íntima con el hipócrita lector, hermano y semejante. [...] La cultura y el saber literario de la modernidad son gustos casi secretos, lenguajes soterrados cuyos códigos se localizan en libros de Jules Supervielle, Eliot, Gide, Breton y, desde luego, Nietzsche y Baudelaire. En pos de la literatura sin fronteras, los jóvenes escritores escriben y traducen la nueva poesía que convoque el porvenir. A la manera de Huidobro podrían decir: “No cantéis a la modernidad, poetas. Hacedla florecer en el poema”. (Ibid., p. 62).

¿Qué implica ser moderno para Monsiváis? Se traduce en no perderle la pista a los movimientos sociales, llevando un registro de los días. De Novo adquiere la estafeta del acucioso cronista citadino, en su ir y venir por la Ciudad de México. En 1928, Salvador Novo inicia Return Ticket así: “Tengo veintitrés años y no conozco el mar”. Monsiváis, treinta y ocho años después, a manera de homenaje, finaliza así su autobiografía: “Tengo veintiocho años y no conozco Europa”.

Como un atleta de tiempo completo, Monsiváis practicaba la crónica y el ensayo como si fuera un clavadista olímpico, y la crítica literaria como un marchista confeso, tomándose las debidas pausas para convertirse en un atento lector de la poesía mexicana, en particular del siglo XIX. Con esa memoria ambulante e incorruptible, supo desarrollar un estilo macizo de ejercer el periodismo; es de los pocos autores cuyos textos son fácilmente identificables, aun si un errático linotipista o diseñador omitiera en un descuido colocar su nombre en la página de algún medio impreso.

Juzga Octavio Paz que “Novo cambió la prosa mexicana; hizo que entrara a ella el aire desde la calle, el aire del siglo XX”. (Monólogos en espiral. Antología de narrativa de los Contemporáneos, INBA, México, 1982). Por su parte, Monsiváis es esa danza de palabras, “la gimnasia que entraña escribir a tantos rounds con límite de tiempo en los periódicos”, como diría Novo. Vuelve suya una frase de André Gide que Xavier Villaurrutia le menciona a Salvador Novo de manera reiterada: “Hace falta perderse para recobrarse”, frase consignada por Monsiváis.

Lo marginal en el centro

EL PERIODISMO es la tierra fértil donde constantemente se extravía y se reencuentra. Apunta Linda Egan en Leyendo a Monsiváis (UNAM, México, 2013) que, siendo un renovador del ensayo-crónica entre 1960 y 1970, “estudió a fondo el nuevo periodismo estadunidense, en particular la versión practicada por Tom Wolfe, para actualizar la crónica que Salvador Novo en su momento había comenzado a modernizar”.

Egan enfatiza que el contexto del periodismo en Estados Unidos era muy diferente a lo que se vivía en México, y que aun así, Monsiváis

... supo desde un principio que algunas de esas técnicas antisolemnes le servirían para atacar al gobierno, a la historia, la sociedad e incluso la literatura de México. Así fue como en los años sesenta le nació la oportunidad de sacudir el statu quo.

Plumas como las de Elena Poniatowska, José Joaquín Blanco, Sergio González Rodríguez —quien compartía con Monsiváis su interés por estudiar a Novo—, entre otros, se suman a la generación de cronistas que retratan los cambios de la megalóposis y de sus habitantes.

Sociedad civil es un término que, invariablemente, estuvo ligado a sus crónicas. Hay fechas cruciales como el 68; la matanza del jueves de Corpus, 1971; la primera marcha del orgullo homosexual en la Ciudad de México, 1979; el asesinato de Manuel Buendía y la explosión en San Juanico, 1984; el sismo de 1985; el fraude electoral de 1988; el levantamiento del EZLN, 1994; el asesinato de Luis Donaldo Colosio ocurrido en ese mismo año, así como los errores de diciembre; la matanza de Aguas Blancas, 1995; la matanza de Acteal, 1997; la llegada de la derecha al poder, 2000; los problemas sociales que generó el Estado en Atenco, 2001, y en ese mismo año el toallagate de los Fox en Los Pinos; la multa del IFE por desviar recursos a la campaña de Vicente Fox, 2003; la explosión de la mina Pasta de Conchos, 2006, y las polémicas elecciones presidenciales de ese año; la fallida guerra contra el narcotráfico orquestada por Felipe Calderón, 2007; el incendio en la guardería ABC, 2009, por mencionar algunos acontecimientos que abordó Monsiváis.

Un año antes de su muerte publicó su último libro, donde formula una crítica a la noción de modernidad enarbolada en México. Su Apocalipstick (2009) vino a recordar que, por paradójico que parezca, el calentamiento global y el fin del mundo nos sorprenderán cuando lleguemos a un centro comercial como rehenes del consumismo; arribará cuando estemos frente al mostrador a punto de pagar nuestras compras, nuestras culpas, nuestra inconciencia como sociedad. Como si se tratara de un coro en una tragedia griega, el ensayista nos recuerda que vivir en nuestro país tiene su precio: ser testigos de un Estado fallido.

José Emilio Pacheco refiere que Monsiváis representa al último polígrafo que podía escribir y hablar de todas las cosas: sabía perderse y reencontrarse.

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