En 2018, El cuenco de plata, editorial argentina que ha apostado por conformar una de las colecciones más importantes de James Joyce en nuestro idioma, publicó la Poesía del irlandés, traducida por el argentino Pablo Ingberg. Platiqué con él sobre ésta, una de las compilaciones más importantes de la lírica joyceana en castellano.
¿Cómo nació la idea de traducir la poesía de Joyce?
Él me interesa como un mundo construido alrededor del Ulises. No sería quien es si hubiera escrito los demás libros, pero sin esa novela. Ulises es el centro de todo lo que hizo, así que siempre me interesó como posibilidad de traducción. Es una especie de Sol y los satélites principales son sus otros libros: Finnegans Wake —requiere la dedicación de una vida y como tengo una sola, prefiero dedicarla a otra cosa—, Retrato del artista adolescente —lo traduje cuando se acercaba al dominio público—, Giacomo Joyce, Exiliados y cosas como los cuentitos para su nieto, sus Epifanías, la crítica literaria.
Hará unos seis años tuve una lesión futbolística y pasé una rehabilitación larga. Tenía que ir tres veces por semana a una terapia que me tenía varios minutos esperando; empecé a cargar con el tomo que se llama Poesía completa de Joyce, publicado por Visor. Tiene una traducción que se desentiende de la métrica y la sonoridad. No respeta la sonoridad ni las resonancias arcaicas del inglés, pero Joyce siempre, incluso en prosa, fue un poeta. Era consciente de lo que comunican el metro y la rima: no son detalles de la lírica, sino algo constitutivo.
Y decidiste traducirlo… Fui anotando entre líneas primeras versiones mías y busqué todo lo que había de poemas de Joyce. Encontré lo que Richard Ellmann —le digo San Ellmann, por ser una especie de santo de la iglesia joyceana— había estudiado en la edición de Faber and Faber, los dos libros de poesía que Joyce publicó en vida, más otros versos suyos, como los satíricos. Me dediqué a traducir lo que encontraba. Entonces me topé con la edición de Penguin: incluye poemas que están en sus cartas o libretas de juventud, en un cuaderno del hermano o en memorias de quienes lo conocieron. Compilé todo eso, que ninguna edición castellana tenía. Me fue de ayuda la beca que me dieron tanto la Fundación James Joyce de Zurich como la Casa de Traductores Loreen: un mes usé y abusé de la biblioteca de la Fundación, donde conseguí bibliografía que me ayudó a soportar mis versiones. Terminé el libro al volver de la beca, tres años después de empezarlo.
¿Qué momento gozaste más del proceso de traducción?
Sin ninguna duda la parte más orgásmica es cuando me voy metiendo a hacer una lectura profunda, cuando ya comienzo a traducir, que lo siento de veras y me enfrento a las problemáticas del poema, las relaciones en su propia lengua. Entonces es cuando me atraviesa la transcreación.
¿Y el momento más tortuoso?
Ninguno muy sufrido, pero me cuesta mucho más escribir prólogos y notas, que me sirven como la construcción de un discurso, para hacerme una estructura de pensamiento. Como le doy vueltas a cada frase diría que lo disfruto menos, pero tampoco lo hago con un revólver en la nuca.
¿Cuál poema te enfrentó más reciamente?
No sé, hay registros distintos entre “Et Tu Healy”, que escribió de niño a la muerte de un caudillo admirado por su padre, y de madurez, como “Ecce puer”, lleno de música y alusiones bíblicas, escrito a la muerte del padre y en el nacimiento de su nieto. Luego está la vena jocosa de los poemas de ocasión, que lo persigue toda su vida; esto en parte se conecta con el tipo de escritura del Finnegans Wake. Por otro lado me divierte el rompecabezas que hay que armar con los Limericks, cosas muy pequeñas, un sistema de relojería: si la traducción no encaja bien las piezas no se entiende su gracia, porque el juego está en las rimas chistosas.
Un gran detalle: traduces las traducciones que hizo Joyce de poesía en otras lenguas, de Horacio a Verlaine, incluso juegos con otros idiomas, como su "Stephen's Green". ¿Por qué decidiste hacerlo?
Primero porque ya formaban parte de su corpus, tanto de la edición de Ellmann como de la de Penguin. Y además son parte del mundo de Joyce. Entonces, si las incluyo en un libro de poesía reunida al español y no las traduzco estoy haciendo un libro incompleto. Queda la opción que elegí, la verdad que es la única decisión sensata.
Me interesa mostrar que, al seguir su traducción y no la versión original de la que él traduce, se ve parte de su quehacer, porque sus versiones son libres. Quien mire en su lengua original los poemas, vea cómo los vació al inglés y mi traducción al español, tendrá una experiencia completa.
Cuando la poesía se relaciona intrínsecamente con Finnegans Wake, ¿cuál fue el criterio para incluir tu versión de dos o tres líneas de aquel monstruo, y por qué no asumir la traducción que hizo Marcelo Zabaloy de esa novela?
Quería ofrecer una lectura plena en castellano y para eso era necesario acercarme de a poco. Con la traducción de Zabaloy me sigue pasando lo mismo, leí algunos fragmentitos y la verdad es que nunca tuve la paciencia para leer más de una página del Wake, porque no se puede sin todas las notas necesarias. Él me ayudó, lo expreso siempre, a rastrear los mejores libros para entender esto o aquello; así hice, en tamaño microscópico, lo que él hizo en el mamotreto entero.
Cuando Joyce escribe con base en el inglés y mezcla danés, noruego o no sé cuánto, está mezclando el idioma de Ibsen, un autor muy formativo para él, pero también está usando la lengua de los vikingos que invadieron lo que hoy es Dublín. Si yo dejo ese danés tal como está en castellano, estoy dejando de lado lo que él quiso hacer, que tiene que ver con la fundación de Dublín. Además mete algún guiño al alemán, una lengua afín al inglés. ¿No equivaldría, en español, a jugar con el portugués o el francés? Son ideas que me hago desde fuera y no alcanza la vida para responderlas, porque además hace falta un trabajo en otras lenguas, que no tengo. Joyce era una especie de esponja, hablaba un poco del alemán de Zurich y platicaba con un marinero griego en Trieste; mascar ese griego moderno lo llevó al griego antiguo, uno de los baches en su formación. En fin, absorbía lo necesario, no es que supiera a fondo todas las lenguas que convoca en el Wake.
¿Cómo manejaste las palabras repetidas por el autor?
Soy muy obsesivo con eso: me parece que forman un tejido interno de la obra. A veces una palabra se usa en un lugar con un sentido y en otro lugar con otro, pero lo importante es entender cómo aparece en el original. En ese caso busco la palabra que acomode bien en los dos casos, que se pueda leer y que mantenga el hecho de ser la misma. No los matices de cada lengua, sino la coherencia del tejido interno.
¿Cómo miras ahora el libro Poesía?
Como miro todo trabajo mío después de haberlo realizado, con un poco de pudor por la parte más fallada o fallida que puede haber, pero al leerlo me voy dando cuenta de que no está tan mal, y es menos fallido o fallado de lo que temía. Pero son sensaciones nada más.