EN LA FOTO, papá está parado [en Nueva York] de espaldas a una vidriera con un toldito verde donde se ven muchos libros. En el toldito se lee: Gotham Book Mart 41.
Supe, por toda la información que pude recopilar, que la librería Gotham Book Mart había sido, desde su fundación, en 1920, hasta 2007, un importante lugar de reunión de escritores y artistas famosos... como T. S. Eliot, W. H. Auden, Tennessee Williams, James Joyce, Arthur Miller, Lillian Hellman, Ezra Pound, Anaïs Nin, Gore Vidal, Edith Sitwell y muchos otros, la frecuentaban.
Pero no era esa solamente la razón por la que mi padre había querido tomarse esa foto allí, y eso lo supe un poco después, mientras transcribía parte de su correspondencia con mi madre. En un viaje que realizó a Estados Unidos, todavía eran novios, le cuenta algo insólito que le había ocurrido. Transcribo un fragmento de la carta fechada el 7 de agosto de 1946:
¡ACABO DE COMPRAR ORÍGENES ! No sé si te dije que no lo había recibido. Ya desesperaba de poderlo leer hasta mi regreso cuando, esta tarde, al salir de mirar una cosa para ti, encontré la verdadera librería con que se sueña, la mismísima librería imposible. Está en una calle sosegada, oculta, naturalmente, en su poco de penumbra. Es preciso descender dos escalones para llegar a la puerta porque su vidriera se asoma a la calle sólo con extremo recato. Una vez dentro —los libros amontonados en agradable desorden según sus gustos— me encontré en el centro de un alegre torbellino: acababan de mudarse a este local y la dueña, una señora menuda, de pelo blanco, gritaba sus órdenes a varios muchachos, como de su familia, uno de los cuales bailaba una zapateta porque recién terminaba su trabajo. Le pregunté por un libro, ya agotado, de [Franz] Werfel, y me contestó que sí, que lo tenía, pero que debía buscarlo yo mismo porque ella no podía ocuparse entonces de mí. No lo encontré pero en la vidriera me sonreían las letras maravillosas de ¡Orígenes! ¿Qué te parece? ¿No es casi un milagro? Tuve la impresión de que las revistas, allí en la vidriera oculta, se alegraban también de verme. Era como doblar la esquina y encontrarme, de pronto, en la calle Obispo. Pero ya puedes imaginarte lo que era. Compré, además, un libro de Franz Kafka, una colección de notas, extractos de sus diarios, etc. Mañana me propongo explorar con más calma esta cueva mágica, si es que mañana existe todavía.
El misterio, finalmente, había sido develado en su totalidad. En ese número, además, había una crítica de Lezama sobre Divertimentos, el segundo libro de cuentos de papá. Mi padre lo sabía y por eso ansiaba tanto tener la revista. Es, por cierto, una reseña sumamente elogiosa, hecha por el ya consagrado escritor que era José Lezama Lima sobre el cuaderno de un jovencito que apenas comenzaba a escribir. Termina Lezama su artículo diciendo: “La complacencia que me ha entregado este libro de Eliseo Diego, sólo puedo compararla a la de algunos festivales nocturnos levantados por Zabaleta o la del baile sorprendido por Alain Fournier. Su fragancia y su pureza han creado una fauna bruñida por el rocío. No conozco, en la historia de la prosa cubana de los últimos veinte años, un libro de tanta claridad hechizada”.
Fragmento de ¿Y ya no tocan valses de Strauss?, libro que Josefina de Diego, hija del poeta, dedica a la historia de su familia, de próxima publicación en El Equilibrista.