Vivianne Solís-Weiss

Bailar en el mundo submarino

De niña nadaba entre las olas del Revolcadero de Acapulco. Hoy, Vivianne Solís-Weiss es científica y curiosa profesional sin límites. Se especializó en biología marina, fue la primera latina en abordar el submarino estadunidense de investigación Alvin, la primera especialista en ser jefe de crucero en buques de conservación y arqueología en nuestro país y además formó la mayor colección de poliquetos mexicanos. De sus variados intereses da cuenta este perfil, escrito por Gabriela Frías, también científica.

Museo Subacuático de Arte, Cancún, Quintana Roo.
Museo Subacuático de Arte, Cancún, Quintana Roo. Foto: Fuente: 101museos.com

Se despertó temprano y subió a la cubierta del barco. El mar se cubría con los destellos del amanecer. Se oía el rugir de las olas. Tenía hambre, pero no podía comer nada: iba a visitar por primera vez los volcanes del fondo del mar.

La bióloga se sumergiría a dos mil metros de profundidad a bordo del submarino norteamericano Alvin para estudiar las ventilas hidrotermales, estructuras geológicas que lanzan agua caliente a cuatrocientos grados centígrados; están en la separación de las placas tectónicas submarinas. Fueron descubiertas en 1976 por miembros del Instituto Scripps de Oceanografía, mientras estudiaban la Falla de Galápagos. Al hacerlo hallaron un inesperado ecosistema, hogar de seres acuáticos sorprendentes. Alrededor de las ventilas hidrotermales viven gusanos tubulares, almejas y crustáceos. Los microrganismos del entorno submarino no dependen de la fotosíntesis: usan procesos químicos para captar la energía de los compuestos del fondo del mar.

Llegado el momento, los técnicos de la misión estaban atentos: alguien claustrofóbico no puede entrar a un submarino, pero Vivianne Solís-Weiss lo abordó emocionada. Con sus colegas bajó al fondo del mar para observar especímenes y tomar muestras. Corría 1988: era la primera latinoamericana en subir al submarino Alvin.

LA NIÑA AVENTURERA

En su infancia, Vivianne quería ser trapecista de un circo. Desde pequeña le atrajo la exploración: trepaba a la copa de los árboles, montaba a caballo, se echaba clavados del trampolín. Siempre le gustó el mar, era feliz entre las olas picadas del Revolcadero de Acapulco.

Estudió la licenciatura y la maestría en biología en la UNAM, además del doctorado en Francia, en la Université d'Aix-Marseille. Luego hizo un posdoctorado en el Weizmann Institute of Science, en Israel: se especializó como bióloga marina. Al terminar regresó a México con una bebé de pocos meses: su hija Yael.

Como investigadora del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM se especializó en los invertebrados marinos. Sus investigaciones han sido fundamentales para entender la megadiversidad biológica marina de México. Entre otras cosas, formó la mayor colección que existe de poliquetos mexicanos (un tipo de invertebrados marinos); encontró y describió 36 especies nuevas de estos seres, de modo que dos de ellas fueron nombradas en su honor: Parandalia vivianneae (1986) y Lumbricalus vivianneae (2004).

DE LAS ESTRELLAS AL MAR

En 1985, México estaba por enviar el satélite Morelos II al espacio y, como parte del proyecto, se decidió que el país mandaría un tripulante del transbordador Atlantis. Vivianne soñaba con viajar más allá de la Tierra, así que se inscribió a la convocatoria: hubo otros 204 candidatos y quedó entre los diez finalistas. Estuvo muy cerca de ser la primera mexicana en ir al espacio, pero al final Rodolfo Neri Vela fue el elegido.

Por otro lado, Solís-Weiss fue la primera investigadora jefe de crucero que hubo en México, a bordo de buques que realizan investigaciones en conservación y arqueología. Para una mujer, ser líder de las misiones marítimas no es fácil, pues los marineros suelen ser hombres y aún impera el machismo. Ella aprovechó los buques para iniciar a numerosas estudiantes mexicanas en la exploración de los océanos.

En 1997 lideró la primera expedición científica mexicano-francesa que zarpó, a bordo del buque Puma de la UNAM, a la isla desierta y poco explorada de Clipperton. También llamada Isla de la Pasión, tiene un largo historial de luchas entre Francia y México; desde 1931 es propiedad francesa. Mide tres por cuatro kilómetros de ancho y está a un poco más de mil kilómetros de Acapulco, en el Pacífico, un mar "profundo y misterioso", según la bióloga.

"Nadie desembarca en Clipperton, todos se estrellan", comenta la investigadora, aludiendo a los filosos arrecifes que rodean la isla. Lo primero que vieron ella y sus estudiantes fueron muchos cangrejos; caminaban a la luz del día, sin temer a los humanos. También vieron pájaros bobos, pues la isla tiene la mayor población de ellos en el mundo. Por esas y otras razones, la isla es un "laboratorio a cielo abierto", afirma la científica.

En 2005, Solís-Weiss regresó a Clipperton para bucear en el llamado Agujero sin fondo, en la laguna interna de la isla, compuesto por aguas pútridas ácido-sulfurosas. Nadó sola y en oscuridad total: llegó hasta el fondo, a 38 metros de profundidad. En 2015 realizó otra expedición a la isla: vio que los cangrejos y pájaros bobos habían disminuido, porque las ratas ya eran la especie dominante. Además, los tiburones que nadaban alrededor de la isla desaparecieron. También encontró gran cantidad de basura: popotes y todo tipo de objetos que alcanzaron la isla y se acumulan porque nadie los retira.

BAILAR ENTRE CORALES

Uno de los descubrimientos más destacados de la bióloga es que, junto con una colega, demostró que existe polinización en el mar: animales marinos juegan el mismo papel que las abejas en la tierra. Es un hecho sorprendente, pues se pensaba que ésta solamente ocurría en tierra firme. El descubrimiento se publicó en Nature, una de las principales revistas científicas del mundo.

La investigadora también participa en un proyecto de arte y ciencia. En 2008 se fundó en Cancún, Quintana Roo, el Museo Subacuático de Arte (MUSA), una creación conjunta entre seres humanos y naturaleza. Consta de 484 esculturas del artista británico Jason deCaires Taylor, diseñadas para albergar distintos tipos de vida marina, además de regenerar los corales. Las esculturas pueden ser observadas buceando con snorkel y son imágenes fantasmagóricas que contrastan con el azul del mar. Solís-Weiss quiso estudiar la vida marina de las estatuas, así que organizó un proyecto de dos años en el que ella, sus estudiantes y su esposo bajaban a bucear entre figuras de gente tomada de las manos o amantes abrazándose, cubiertas de conchas y caracoles.

La científica sigue en busca de aventuras. Uno de sus sueños es dar la vuelta al mundo en un velero hasta llegar a la Antártida. También le gusta bailar, escalar montañas, bucear, hacer paracaidismo, parapente, motociclismo y esquiar. Al preguntarle qué le diría a una chica que quiera estudiar ciencia responde: "Le diría que jamás abandone sus sueños, jamás".