Los pasos de Ibargüengoitia

La segunda y última parte de este ensayo continúa la lectura de la narrativa de Jorge Ibargüengoitia. Es el turno de las tres novelas que concluyeron su obra, interrumpida por el desdichado accidente que lo privó de la vida en 1983. Lo muestran en pleno dominio de sus recursos literarios. El aguijón del humor no abandona la gracia, el juego, la ironía, la sonrisa, incluso ante las situaciones más atroces, en el reflejo hilarante de los prejuicios, las mezquindades de un mundoreconocible, aliado a la costumbre y la comedia de la estupidez humana, en todo su esplendor y su esperpento.

Jorge Ibargüengoitia (1928-1983).
Jorge Ibargüengoitia (1928-1983). Foto: Fuente: twitter.com

LAS MUERTAS

En 1976, con la producción de Conacine y Alpha Centauri, Felipe Cazals filmó Las Poquianchis. La historia, basada en hechos reales, de unas madrotas del Bajío que no sólo explotaban sino también maltrataban e incluso asesinaban a sus prostitutas. Las noticias de su aprehensión y juicio inundaron las publicaciones amarillistas. Cazals, con un argumento de Tomás Pérez Turrent, realizó una película oscura, sórdida, tal como corresponde a una historia de “esclavas en campos de concentración”, algunas de ellas entregadas a las madrotas por sus propios padres, campesinos pobres, bajo la creencia de que las colocarían como trabajadoras domésticas. Dice Cazals: “Las víctimas nunca se quejaron de ser prostitutas. Se quejaron del maltrato, del hambre, de los golpes, de estar presas”. Una cadena de relaciones que recrea “la crueldad, el vasallaje y el caciquismo”. Un universo sumergido, cargado de abusos y violencia.1

Ese mismo tema, en manos de Ibargüengoitia, se convierte en otra cosa: la historia de unas pobres diablas gobernadas por la inercia criminal. Mujeres pobres —empoderadas y momentáneamente enriquecidas— que abusan de otras mujeres más pobres. Un páramo donde la estupidez y la insensibilidad presiden las relaciones sociales. Pero el acercamiento es cáustico porque dentro del drama nunca deja de existir la memez, las acciones producto de la pura y dura tontería.

La novela empieza cuando Serafina Baladro, el capitán Bedoya, el Valiente Nicolás y el Escalera llegan al Salto de la Tuxpana, “un pueblo ancho y oscuro de calles polvosas”, para incendiar la panadería de Simón Corona. Serafina y Simón fueron pareja hace algún tiempo. Simón rememora cómo su tercer encuentro con ella marcó su destino; fue en el pueblo de Pajares, a donde cada uno por su lado acudió a solicitar que le perdonaran los impuestos. Acaban en el hotel. Luego ella le dice que debe ir a ver a su hermana y él se ofrece a llevarla a San Pedro de los Corrientes, donde vive Arcángela. Al llegar le piden que se deshaga del cadáver de una mujer que trabajaba en el México Lindo, antro regenteado por las Baladro. Así, siguiendo a Serafina, conducido “por dos tetas que jalan más que dos carretas”, acaba, según él, involucrado en un acto delictivo.

Varios personajes ofrecen su propia versión de los acontecimientos. Una especie de rompecabezas va armando una historia truculenta y sangrienta. Todos son gente pobre, algunos iletrados, forjados en situaciones adversas, modelados por la necesidad. Y una serie de hechos fortuitos teje la historia. Un ejemplo del método narrativo: Serafina resiente mucho el abandono de Simón. Incluso, “por única vez en su vida guardó abstinencia cuarenta y siete días”. Tiene insomnios, diálogos imaginarios, come mal. Por eso decide ir a buscarlo y matarlo. Va al pueblo de Simón, Salto de la Tuxpana, y no lo encuentra. Pero sí localiza a dos mujeres que también fueron sus amantes, una primero y otra, después de ella. Las tres se emborrachan y Serafina les promete 500 pesos a cada una si le avisan cuando Simón esté de regreso en el pueblo. Pero en la ceremonia del 16 de septiembre de 1960, en Pedrones, Serafina ve pasar a caballo al capitán Bedoya, el mismo que —nos enteramos— capturó al hijo de Arcángela por traficar drogas, pero en vez de entregarlo al ministerio público lo negoció por cinco mil pesos con la madre. Y cuando Serafina busca una pistola para ajustar cuentas con Simón, Arcángela le presenta a Bedoya, quien no sólo le vende una 45, sino que la enseña a tirar y acaban como pareja. Así, Serafina abandonó su abstinencia y “olvidó su venganza”.

Ibargüengoitia hila las trayectorias de los personajes, pero es el aparente azar el que las anuda. Nada parece planeado, los impulsos crean los lazos que servirán lo mismo para mantener unidas a las personas o para que unas ahorquen a las otras. En las antípodas de las novelas introspectivas, en Las muertas las acciones aparecen como mero fruto del deseo momentáneo. Las tragedias serán la desembocadura de la inconsciencia risible de los protagonistas. Una rueda de la fortuna gobernada por la fatalidad.

Según Eulalia, la tercera de las Baladro, su “hermana Arcángela llegó a ser dueña de un antro de vicio sin querer... era prestamista, uno de los deudores no le pagó a tiempo y ella tuvo que quedarse con las propiedades, entre las que había una cantina...”. Le fue tan bien que luego de “dos años abrió la casa del Molino, que llegó a ser famosa en Pedrones”. Y “gracias a la amistad que tuvo con un político del Estado de Mezcala, le dieron licencia de abrir un negocio en San Pedro de las Corrientes... donde abrió el México Lindo”. Todo natural, todo casual, casi sin intención. La suerte y las relaciones políticas explican, según la hermana, la expansión de los negocios de las Baladro.

Nos convoca a sonreír incluso ante lo más espantoso. Todo parece indicar que en el carnaval de la vida nadie puede escapar de la estulticia 

Pero así como viven una etapa de crecimiento y éxito, sobreviene una de desastres sucesivos. Arcángela concluye que “el negocio de la prostitución es muy sencillo, lo único que se necesita para que salga bien es tener mucho orden” y por supuesto algunas complicidades. El reclutamiento de prostitutas no resulta complicado, su adiestramiento y administración tampoco. Incluso crean un nuevo antro, el Casino del Danzón, en Concepción de Ruiz. Se inaugura el 15 de septiembre de 1961 y acuden, entre otros, los secretarios particulares de dos gobernadores.

Sin embargo, la fortuna es veleidosa. Y el primer golpe se los da el gobernador de Plan de Abajo, al prohibir la prostitución. Aunque existen varias versiones de por qué toma esa decisión, al parecer es porque se creía presidenciable, había aumentado los impuestos y en compensación se le ocurrió que era necesario cerrar los burdeles. “La aplicación de la ley, que nadie esperaba, afectó a cerca de treinta mil personas...”, y cuando Arcángela intenta ampararse ningún juez está dispuesto a enfrentarse al góber.

Las Baladro sacan a “las mujeres, las sillas, las camas, las palanganas, los colchones, los bultos de ropa” y los llevan a San Pedro de las Corrientes, a México Lindo. Entonces sucede la segunda desgracia. El hijo de Arcángela, Humberto Paredes, intermediario entre los campesinos que siembran amapola y quienes la procesan, es asesinado en el antro. Eso lleva a la clausura del burdel. Y una vez más no hay amparo que valga. La autoridad es una, indivisible y omnipotente. Cualquier parecido con Dios es mera coincidencia. Las mujeres se recluyen en El Casino del Danzón, donde siguen operando gracias al acuerdo con una vecina, por cuya casa entran y salen.

Las Baladro son abandonadas por la suerte. Por si fuera poco, está la historia de Blanca. Vendida a los 14 años, su timbre de orgullo son cuatro dientes de oro que se mandó hacer con sus ahorros. Queda embarazada, toma brebajes para provocarse el aborto, no le funcionan. Las Baladro la llevan con un médico para que se lo practique, tiene una hemorragia, pasa de un hospital a otro y finalmente muere, no sin que antes la traten de curar con unas planchas ardientes. Para no meterse en problemas, se les hace fácil enterrarla en el patio. Los acontecimientos se suceden de manera precipitada, una decisión es peor que la anterior, todo se realiza pensando en el interés inmediato y asumiendo que es lo más sencillo. Al fin, la serie de ocurrencias criminales será el ataúd de las Baladro.

Al reconstruir la línea narrativa de la novela cualquiera podría pensar que se trata de un relato sórdido. No lo es, por la forma en que Ibargüengoitia observa los acontecimientos. Se trata de un arte con alto grado de dificultad (como se dice de los clavados): repasar una serie de estampas pavorosas con la distancia que sólo puede ofrecer el lenguaje. Un arte que no omite la infamia de los sucesos pero es capaz de recubrirlos con el manto de la sátira, de ridiculizar los hechos más siniestros.

La historia es cada vez más oscura y delirante. Dos prostitutas mueren al caer de un balcón en el Casino del Danzón. Acabarán acompañando a Blanca, enterradas en el corral. Otras tres le dan una paliza a una compañera por creer que las traicionó. Las Baladro incrementan los castigos: encierros totales, torturas. Llevan a cuatro de ellas al rancho Los Ángeles y las dejan al cuidado de Teófilo, el marido de Eulalia Baladro. Las encierra en la troje y cuando intentan huir les dispara. Mata a una, deja moribunda a otra y las otras dos se entregan. La violencia crece y se expande.

En todo el relato está la sensibilidad del cronista que sabe que el género humano está condenado a vivir en una espiral de extravíos. Y eso puede observarse con la angustia de quien piensa que nuestros semejantes pueden ser enmendados o con la sonrisa resignada de quien está convencido de que no hay nada que hacer: sólo contemplar ese circo absurdo, cruel y sin remedio.

El ataque de Serafina contra Simón —narrado al inicio— no sólo da pie al largo flashback de acontecimientos; también a la pesquisa que acabará por descubrir los crímenes de las Baladro y sus cómplices. Todo pudo evitarse. Pero todo ocurre no sólo por la codicia, motor principal de las acciones de las Baladro, sino por la supina estupidez de los protagonistas.

Ibargüengoitia convoca a sonreír incluso ante lo más espantoso. Porque todo parece indicar que en el carnaval de la vida —como dice Fernando Arruti— nadie puede escapar de la estulticia y la maldad.

Dos crímenes, la película (1994).
Dos crímenes, la película (1994). ı Foto: Fuente: imdb.com

DOS CRÍMENES

“La historia que voy a contar empieza una noche en que la policía violó la Constitución”. Imagino que en Finlandia un inicio como ese daría pie a un texto de denuncia o una filípica moral. En México, la primera frase de esta novela de Ibargüengoitia produce una sonrisa cómplice ante un hecho cotidiano que a nadie puede sorprender. Es parte de la magia del autor: recrear situaciones normales, vistas con ojos de asombro.

Dos crímenes puede dividirse en tres partes: 1) una introducción de la que se desatan los acontecimientos, 2) una comedia de enredos, simulaciones y avaricia, y 3) un thriller que ofrece varios desenlaces inesperados.

1) Marcos y la Chamuca, pareja desde hace cinco años, convocan a una fiesta en su departamento. “Hablamos, bebimos, reímos y cantamos como si fuéramos hermanos”. Una amiga lleva a un tipo que trabaja en la Procuraduría y la reunión cambia. El agente se convierte en el negrito en el arroz. Arremete contra los socialistas, el marxismo y la Unión Soviética. Son los tiempos de la Guerra Fría y los amigos de Marcos y la Chamuca son de izquierda, a la moda de aquellos años. Responden: “Si va usted a hablar ahora de Stalin y de los campos de concentración en la Unión Soviética, me despiertan cuando termine”. O aterrados: “¡Pero este hombre es antimarxista!”. Llega un amigo lejano, Evodio, que pide refugio por una noche. La fiesta termina, Evodio se queda a dormir. Al día siguiente Marcos y la Chamuca se van a trabajar y lo dejan cuajado. Horas después, la portera del edificio le llama a Marcos:

... con la novedad, señor, de que vinieron cuatro del Gobierno a buscarlo... quisieron que les abriera la puerta del departamento. Yo les abrí... y ellos se llevaron al señor que estaba en la sala, durmiendo en camiseta. Me preguntaron dónde trabajaban usted y la señora y le juro, don Marcos, que les dije que no sabía, pero se me hace que no han de tardar en llegar a buscarlo.

Deciden, por supuesto, escapar. “Ni por un momento me pasó por la cabeza, ni por la de la Chamuca tampoco, la idea de que si uno es inocente no tiene nada que temer”. La Chamuca huye a Jerez, donde vive una prima, y Marcos a Muérdago, para ver a su tío Ramón. Luego, dicen, se reencontrarán. Pronto se entera Marcos, por el periódico, de que sus amigos de la fiesta fueron presentados ante la prensa acusados de terrorismo, y la nota menciona que hay dos prófugos.

Son los años setenta en México. Existen ciertamente núcleos guerrilleros que son combatidos sin piedad ni respeto a las disposiciones legales: desaparecidos, torturados, asesinados. A ese periodo, luego, se le conocería como la Guerra Sucia. Pero también grupos de izquierda no armada, más bien diletantes o escasamente organizados, resintieron persecuciones y abusos. Y por supuesto, en ese marco nadie creía que las garantías legales pudieran invocarse como defensa ante los embates policiacos.

2) Ese episodio da paso a las aventuras y desventuras de Marcos en Muérdago. Su tío Ramón es el más rico del pueblo y no tiene hijos. Está enfermo y cuatro sobrinos (hijos de su hermano muerto) ya se repartieron la herencia por adelantado. La sola llegada de Marcos los pone nerviosos. Y más cuando el tío, jugando con ellos, les dice que él lo mandó llamar.

La posible herencia desata entonces una comedia de ambiciones, engaños y jugarretas. Marcos tampoco es una perita en dulce. Se presenta ante el tío como un consultor de minas en busca de financiamiento, para indagar las posibilidades de una mina que eventualmente pueda explotarse en grande. Si consigue dinero, aunque sea sólo para la primera etapa, tendrá suficiente para reencontrarse con la Chamuca y huir a la playa.

Todos mienten, todos fingen, incluyendo al tío. El viejo juega con la codicia de sus sobrinos. Los sobrinos lo hacen con Marcos y éste, con todos ellos. Es un desfile de buitres volando sobre la riqueza de un hombre baldado. Al mismo tiempo, Marcos tiene una aventura con la prima Amalia (quien cuida al tío) y también con su hija, Lucero. Esas relaciones se complican cuando llega la Chamuca. Así, el relato combina codicia, mezquindad, sexo y cotorreo. Porque nada de lo que sucede merece reprobación, más bien produce un gesto sonriente, al develar las miserias en busca de dinero y poder. Si de algo se ufanan los primos es de ser influyentes, ese calificativo que pueden presumir sin rubor los que tienen derecho de picaporte con las autoridades. Para hacer los estudios de la mina, el tío pone a Marcos en contacto con el director de Obras Públicas del estado, quien le entrega todos los instrumentos que necesita. Cuando Marcos acude al banco, su primo Alfonso no lo deja hacer la cola: eso es para los que no tienen palancas.

Ibargüengoitia no sólo se detiene en las situaciones: también describe los ambientes y espacios en que transcurre la historia. Se trata de estampas coloridas, llenas de sabor y humor:

Todos mienten, todos fingen, incluyendo
al tío. El viejo juega con la codicia
de sus sobrinos. Los sobrinos lo hacen
con Marcos y éste, con todos ellos.
Es un desfile de buitres volando
sobre la riqueza de un hombre baldado

Era un baño enorme, con lambrín de azulejo blanco. El excusado estaba sobre un estrado, el lavabo tenía un metro veinte de ancho, en la tina podía bañarse una familia. De una de las llaves de agua de la regadera colgaban unos calzones negros, con encaje. Por el tamaño supuse que serían de Amalia...

Si las relaciones familiares, en busca de provecho mutuo, resultan risibles, los espacios habitables, el vestuario pretencioso y los dichos de los protagonistas no lo son menos.

En un mundo de pillos todos tratan de llevar agua a su molino. Son tacaños, envidiosos e insaciables. Su gracia es que son elementales. No pueden esconder sus pretensiones. Los sobrinos resultan transparentes, el tío es un enigma y Marcos, con sus vaivenes, encandila a unos y no logra engañar a otros. Una comedia de enredos que según la cuarta de forros, Ibargüengoitia pensó como un divertimento. “Al terminarla —dice el autor—, veinte meses después, he descubierto que quizá los divertimentos diviertan al lector, pero escribir éste me costó el mismo trabajo, o más, que escribir mi novela seria”.

3) Marcos narra la comedia. Pero a partir del capítulo IX (dos terceras partes de la novela) cambia la voz. Ahora es el boticario, el amigo y confidente del tío, quien relata los acontecimientos desde su perspectiva. Él mismo lo dice: luego de cincuenta años de ser boticario “me convertí en detective”. Y entonces el relato se vuelve un thriller. Ahora vemos a Marcos con los ojos de su tío y el boticario. No son pocas las dudas que genera su conducta, pero los dos viejos no son demasiado estrictos. Son permisivos porque no están seguros de sus propias percepciones.

Cuando muere el tío, los sobrinos se frotan las manos, pero al leer el testamento se dan cuenta de que han sido burlados. Luego se sabe que el tío no murió de muerte natural, sino que fue envenenado. Marcos resulta sospechoso, los agentes que lo buscaban desde la Ciudad de México por fin dan con él. Va a la cárcel, pero todo se arreglará con un método tradicional y probado: una buena mordida. Los agentes no soportarán, como decía Obregón, un cañonazo de billetes bien puestos. En medio de los enredos, el primo Alfonso habla

... con el gobernador, el presidente municipal, el notario, el jefe de policía y el director del Sol de Abajo. A unos les pidió apoyo moral, a otros, una cita, a otros, simplemente, que violaran la Constitución o algún reglamento.

Es lo que algunos llaman realpolitik, no otra cosa que el conocimiento y explotación de los usos y costumbres predominantes. Pues como dice el agente Majorro: “La gente espera que la policía sea incorrupta, pero ¿por qué ha de serlo, si todos somos humanos?”. Una lógica irrebatible.

Todavía hay un final trágico que aquí omitimos. Se trata del segundo crimen que enuncia el título de la novela. Al final del trayecto, como lo quiso el autor, es un divertimento, anclado en las pasiones que no se pueden exorcizar y en la codicia que cohesiona a las comunidades.

Dos crímenes, como otras novelas de Jorge Ibargüengoitia, también fue llevada al cine (Roberto Sneider, 1994). Y el intento —como el de estas notas— de dar cuenta de la trama invariablemente queda cojo y corto porque la maestría del autor está en el tono del relato, más que en lo relatado.

Ibargüengoitia
Ibargüengoitia ı Foto: Especial

LOS PASOS DE LÓPEZ

Tengo la impresión que Los pasos de López combina el ambiente provinciano y las relaciones de sus élites —que ya aparecían, para otra época, en Estas ruinas que ves y Dos crímenes— con la parodia histórica al estilo de Los relámpagos de agosto.

Ahora son los conspiradores de Querétaro, que luego la historia de bronce (y no sólo ella) convertiría en los héroes de la Independencia, quienes se encuentran bajo la lupa desmitificadora o más bien juguetona de Ibargüengoitia. Es Matías Chandón, artillero, teniente, el encargado de contar la historia. Llega a la ciudad de Cañada para concursar en el ejército por la “plaza de comandante de la batería y jefe de artificieros”. Conoce sucesivamente a los corregidores Aquino (Diego y Carmelita), al presbítero Concha, al cura Periñón, a los capitanes de lanceros, que lo ponen a prueba para identificar sus lealtades. Sus nuevos conocidos son criollos resentidos con los españoles que todo lo dominan.

Chandón compite por la plaza con dos oficiales españoles. Se trata de siete pruebas en las que no le va demasiado bien, pero gana, con una pequeña ayuda de sus nuevos amigos, que son al mismo tiempo jurados de las pruebas y piensan que han encontrado un correligionario para su causa. “No sólo me felicitaban, sino que se felicitaban entre ellos”. Triunfa más por reales o supuestas afinidades ideológicas que por destrezas profesionales. “Aunque hubieras cometido el doble de errores en el examen, hubieras ganado la prueba, porque así lo habíamos decidido”. Un uso añejo que a Ibargüengoitia no le cuesta trabajo situar en un territorio que en unos años será México.

Las ceremonias de iniciación, la búsqueda de machetes, balas, mosquetes, los tratos con bandoleros para sumarlos a la causa, la distribución de tareas, los sobornos, las misiones secretas, los equívocos, las mentiras, sospechas, traiciones, confesiones que son delaciones en el lecho de muerte, son recreados por ChandónIbargüengoitia con el tono característico: contenido, aparentemente simple, directo y al mismo tiempo rocambolesco y punzante. Los soldados de la batería de Chandón eran “indios del Paso de Cabras” que “nunca habían visto un cañón. Ni un cañón ni un botón ni un zapato ni un peine”. De nuevo, una comedia en la cual las conductas están presididas por el arrojo, la improvisación y el escaso conocimiento.

Como se sabe, la conspiración es descubierta y el levantamiento se adelanta. Pero en Los pasos de López, esas circunstancias y la actuación de los personajes son dignas de una comedia de los Hermanos Marx. Y cuando Periñón por fin da “el Grito de Ajetreo” empieza la movilización independentista. Su llamamiento tiene un enorme eco: los presos a los que otorgó la libertad “lo siguieron lealmente a su aventura. Todos murieron”.

Hay un final trágico que omitimos.
Se trata del segundo crimen
que enuncia el título de la novela.
Al final, como lo quiso el autor,
es un divertimento, anclado
en las pasiones que no se pueden exorcizar

A partir de ese momento la personalidad de Periñón empieza a cambiar: “para ir a la plaza, que estaba a cincuenta pasos, hizo que Cleto le ensillara su caballo blanco”. La multitud sale de Ajetreo rumbo a la hacienda de Teresonas y logra un “resultado excelente, gracias a que no había nadie defendiendo”. El saqueo se multiplica y la hacienda es incendiada. Luego de una cruenta batalla toman Cuévano. “No era un ejército, era un gentío”, porque no hay un imán más grande que el triunfo. La gente los recibe al grito de “¡Viva la Libertad! ¡Viva la Independencia! ¡Viva el señor cura Periñón!”. Piensa Chandón: “No sé qué hubieran gritado si hubiéramos perdido”.

El “gentío” que conforma el Ejército Libertador deja en su avance destrucción y latrocinio, como ocurre con todo movimiento armado. Ibargüengoitia lo resuelve magistralmente. Le hace decir a Chacón:

El ejército que seguía creciendo, marchaba lentamente. Yo pasaba el día independiente, en la delantera, pero en las noches... me reunía con los demás jefes... Cuando platicaba con Adarviles, que iba en la retaguardia, me parecía que marchábamos en ejércitos diferentes. En donde a mí la gente salía a regalarme manzanas o a echarme flores, a Adarviles lo apedreaban o le cobraban los destrozos que el ejército había hecho a su paso.

Los insurgentes deciden no tomar la Ciudad de México sino regresar a su punto de origen y a partir de ese momento se suceden las derrotas. Pero Los pasos de López no pretende aportar a la comprensión de esa historia, imprescindible en cualquier escuela primaria. Su ambición (creo) es otra: refrendar la idea de que la historia y la vida son mascaradas que no pueden reducirse a la pompa y circunstancia de las leyendas oficiales. Son episodios cargados del absurdo que acompaña cualquier empresa humana.

Una fórmula para refrescar la memoria sin solemnidad que se convierte en una inyección de gozo al descubrir que el desatino y el delirio han estado presentes a lo largo de la historia. No creo que Jorge Ibargüengoitia no se tomara en serio la historia. Pero sabía que siempre son posibles otras lecturas.2

Referencias

Las muertas, Joaquín Mortiz, Narrativa Hispánica, México, 1977, 187 pp.

Dos crímenes, Joaquín Mortiz, Nueva Narrativa Hispánica, México, 1979, 203 pp.

Los pasos de López, Editorial Océano, México, 1982, 154 pp.

Notas

1 Del libro de Leonardo García Tsao, Felipe Cazals habla de su cine, Universidad de Guadalajara, Centro de Investigación y Enseñanza Cinematográficas, México, 1994, 302 pp.

2 Tres libros publicados por Jorge Ibargüengoitia en vida no aparecen en este recuento: Viajes en la América ignota, Contrapuntos,

México, 1972; Sálvese quien pueda, Novaro, México, 1975; El atentado, Joaquín Mortiz, Teatro del volador, México, 1978. Luego de su muerte se han publicado en el país varias antologías de sus textos periodísticos: Autopsias rápidas, Vuelta, 1988; Instrucciones para vivir en México, Joaquín Mortiz 1990; La casa de usted y otros viajes, 1991; ¿Olvida usted su equipaje?, Joaquín Mortiz, 1997 (todos seleccionados por Guillermo Sheridan); además, Ideas en venta y Misterios de la vida cotidiana (las dos en Joaquín Mortiz, 1997). También El libro de oro del teatro mexicano, con selección, introducción y notas de Luis Mario Moncada, El Milagro, 1999, y La prueba de la virtud, introducción de José María Espinasa, El Milagro, 2007.

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