Cien años de los aros olímpicos

Al margen

Programa oficial, Juegos Olímpicos de Amberes 1920.
Programa oficial, Juegos Olímpicos de Amberes 1920. Foto: Fuente: theolympicdesign.com

En 1920 se izó por primera vez la bandera olímpica en Amberes, presentando al mundo los aros que durante cien años han sido el símbolo más reconocido del deporte. Diseñados en 1913 por el barón Pierre de Coubertin, presidente del Comité Olímpico Internacional, representan los cinco continentes y, junto con el blanco del fondo, conjuntan los colores de todas las banderas del mundo. Se dice que Coubertin se inspiró en el logo de la Unión de Sociedades Francesas de Deportes Atléticos, la cual presidió y que muestra dos aros entrelazados con los colores de la bandera gala; otros sugieren que la idea surgió de un anuncio de Dunlop que mostraba cinco llantas de bicicleta. Quizá nunca sabremos qué despertó su creatividad, pero lo cierto es que el momento en que Coubertin garabateó los aros en un membrete del Comité Olímpico Internacional marcó la historia del diseño.

CADA CUATRO AÑOS, las naciones se los disputan y los creadores más destacados del orbe los reinterpretan. La propuesta del logo que acompañará cada justa olímpica se ha convertido en todo un acontecimiento para el ámbito de la gráfica, pero no siempre fue así. En realidad, los juegos que sucedieron la olimpiada belga no prestaron gran atención a los aros, de manera que no fue sino hasta la década de los treinta que su presencia comenzó a cobrar mayor importancia como parte integral del diseño olímpico. Quizá se debió a que Amberes 1920 no fue para nada grandioso, o porque perdieron la bandera y se tuvo que hacer una nueva para París 1924.

En más de un sentido Amberes 1920 fue un acontecimiento azaroso. Bélgica ni siquiera estaba considerado como posible país sede, pero la Primera Guerra Mundial cambió todo, para los Juegos Olímpicos y para Europa. El estallido de la guerra en 1914 y su prolongación hasta 1918 llevó a la cancelación de los juegos de 1916, que se celebrarían en Berlín. Una vez firmada la paz, la idea de otorgarle a Alemania los Juegos Olímpicos era absolutamente impensable; ante los ojos de las potencias europeas eran los enemigos, se les culpaba de haber iniciado la guerra que le costó la vida a alrededor de 20 millones de personas y dejó al continente devastado. Al buscar sedes alternativas para retomar los Juegos Olímpicos modernos, Bélgica se perfiló como la elección perfecta, pues permitía hacer de este evento deportivo una declaración política. Simbólicamente, era un reconocimiento al pueblo belga, que tuvo que resistir algunas de las peores adversidades de la guerra, y al mismo tiempo reforzaba la exclusión de Alemania y sus aliados del evento, pues esas adversidades fueron causadas por la ocupación alemana de Bélgica, donde cometieron toda clase de atrocidades.

Con la moral y su territorio destruidos, los belgas se dispusieron para recibir en Amberes a 2 mil 600 atletas de 29 países. Con tan sólo 16 meses de anticipación, una profunda crisis económica y las inclemencias del tiempo en su contra, reconstruyeron lo que pudieron, reacondicionaron espacios ya existentes y se dieron a la tarea de crear un nuevo estadio que no estuvo listo a tiempo. Esa vez no hubo lujosas instalaciones para el descanso de los atletas, sino una escuela vacía con catres. Tampoco hubo grandes ovaciones del público, pues la mayoría de la gente no podía pagar un boleto, así que finalmente decidieron llenar las butacas con grupos escolares a los cuales dieron acceso gratuito.

Amberes 1920 fue un acontecimiento azaroso. Bélgica
no estaba considerado como posible país sede,
pero la Primera Guerra Mundial cambió todo

A PESAR de la precariedad de los juegos de 1920, Amberes dejó un importante legado que sobrepasaría el ámbito deportivo. Además del surgimiento de las primeras estrellas del atletismo, como el finlandés volador Paavo Nurmi, la justa belga impulsó en gran medida la paridad de género en los Juegos Olímpicos y en los deportes en general, a través de la nadadora estadunidense Ethelda Bleibtrey, quien rompió tres récords mundiales y regresó a casa con una medalla de oro por cada evento de natación femenil. La figura de Bleibtrey tendría un enorme impacto en las mujeres atletas de su tiempo y continuó siendo una inspiración para las siguientes generaciones, al demostrar que las mujeres podían competir a nivel profesional.

La mayor herencia de Amberes 1920 fue, sin duda, la de los símbolos. El espíritu de paz y unidad a través del deporte se vio reforzado por el contexto de la posguerra, de manera que fue también en Amberes donde se liberaron palomas blancas por primera vez como parte del acto inaugural. Desde entonces han sido un elemento fundamental de cada ceremonia, el momento culminante que anuncia el inicio de los juegos. Las palomas se han transportado a la gráfica olímpica, como sucedió con el icónico diseño de México 68 y la subversión en la cartelería del movimiento estudiantil. Sin embargo, el verdadero legado visual de los juegos belgas fue la bandera, que con sus aros ha dejado una huella indeleble en nuestro imaginario y se ha convertido en espacio de experimentación para artistas, diseñadores e ilustradores.

Si bien los aros tardaron en ganar protagonismo, a partir de la década de los cuarenta no sólo los vemos como elemento central del diseño de cada logo olímpico, sino en diálogo con las corrientes artísticas de su época o vinculados a la cultura de cada ciudad sede. Así, el logo de Helsinki 1952 se mimetiza con un edificio que nos muestra por qué Finlandia se convirtió en un epicentro para la arquitectura y el diseño, mientras que los de México 1968 y Múnich 1972 juegan con los lenguajes del op art y la psicodelia, y el de Barcelona 1992 hace un guiño al arte de Joan Miró.

ESTE VERANO se habrían de celebrar los juegos olímpicos en Tokio, con un diseño que generó controversias al aparecer en redes sociales una versión alternativa al logo oficial del estadunidense Daren Newman, que incorpora los aros con el año de los juegos (2020) y el sol naciente de la bandera nipona. Más allá de qué interpretación nos gusta más, entristece saber que los aros no podrán celebrar su centenario como es debido, pero quizá aquí haya otra lección que aprenderle a Amberes 1920: que ante momentos de crisis lo único que nos queda es la unidad.