Reabrir los museos, ¿para quién?

Al margen

Philipp Berndt, Door in a White Room.
Philipp Berndt, Door in a White Room. Foto: Fuente: unsplash.com

En 1683 se inauguró el recinto considerado el primer museo moderno: el Ashmolean Museum de la Universidad de Oxford, bautizado así por exhibir la colección del anticuario Elias Ashmole. Su trascendencia no es poca cosa; fue también el primero en permitir la entrada al público en general bajo la premisa del propio Ashmole de que “el entendimiento de la naturaleza es muy necesario para la vida y la salud humanas”. Esta revolucionaria idea no estuvo libre de controversias y tardaría en volverse la norma. En 1759 se inauguró otro espacio que sería un parteaguas en la historia de estos recintos, el Museo Británico, que anunció su apertura con acceso al público, aunque al principio sólo recibía a las élites a través de citas, al considerar que su acervo peligraría si permitía el ingreso de las masas.

Ahora que los museos han reabierto sus puertas me preocupa que, ante el limitado aforo y la entrada restringida a visitas previamente agendadas, volvamos a un modelo que limita para unos cuantos el acceso a la cultura. La nueva normalidad, por supuesto, supone retos para los que nadie —en ningún gremio y en ninguna parte del mundo— estaba preparado; pero de pronto me pregunto si, precisamente por esa razón, la reapertura de los espacios culturales fue precipitada.

CON EL REGRESO de los museos del INBA se anunció también la guía Prepara tu visita, en la que se recomienda acudir con cubrebocas, guardar distancia y algunas otras precauciones que debemos tomar como visitantes, pero también se especifica que es necesario comprar el boleto en línea. Todos estos puntos suenan, desde luego, de lo más sensato ante la crisis sanitaria que estamos atravesando, pero suponen varias cosas: que todos tenemos acceso a internet, así como flexibilidad en nuestros horarios laborales y, de manera indirecta, que todos tenemos los medios para trasladarnos de forma segura. Al mismo tiempo, se dijo que las actividades virtuales continuarán, una práctica que sin duda nos ha ayudado a sobrellevar el encierro y ha ampliado el alcance de los museos a nuevos públicos, pero también aumenta la brecha entre quienes pueden tener acceso a estos contenidos y quienes no cuentan con las herramientas para hacerlo (un tema ya abordado aquí). Preocupa entonces que, con las limitaciones actuales, la experiencia presencial siga el mismo curso. Si bien la Secretaría de Cultura ha hecho hincapié en que no se debe atentar contra el derecho a la cultura ni discriminar a públicos vulnerables, cuesta trabajo garantizarlo en las condiciones actuales.

Con el regreso de los museos del INBA se anunció también la guía Prepara tu visita, en la que se recomienda acudir con cubrebocas y guardar distancia

A LA DESIGUALDAD SOCIAL habría que sumar otro factor no menos importante: la precaria situación de los museos en México, la cual se ha agudizado durante el confinamiento y ante la falta de apoyos para sobrellevar la crisis. En principio, podría parecer que para los lugares que dependen de su taquilla, la reapertura sea al fin un destello de esperanza en un panorama tan sombrío, sin embargo las nuevas reglas implican en sí mismas retos económicos. Para entender mejor las complejidades a las que se enfrentan los museos con la nueva normalidad, platiqué con Alfonso Miranda, director del Museo Soumaya, cuyas tres sedes han sido punta de lanza en este proceso, tanto por retomar labores el pasado 18 de agosto, como también por los procesos de desinfección que han establecido. Alfonso destacó tres prácticas que ellos han incorporado: la limpieza con cloro al cinco por ciento de superficies en las que hay mayor contacto físico; el uso de agua activada, un gran virucida, bactericida y fungicida; la nebulización en frío cada 72 horas con una solución de nanopartículas de dióxido de titanio y extractos cítricos.

El Soumaya está incluso sobrepasando las normas de las autoridades y sentando las bases para toda la red de museos autónomos. Al escuchar eso me resultó casi imposible resistir el impulso de correr a visitarlo en la primera oportunidad, a sabiendas de que no están escatimando en ningún detalle para brindarnos una experiencia segura pero, a la vez, queda claro que todo eso es muy costoso. Algunos espacios también tienen que sumar el reacondicionamiento de sus instalaciones. No es de sorprender que, en los últimos días, he escuchado a distintas personas del ámbito museístico consternadas por los gastos que conllevan las nuevas medidas sanitarias, más aún con un aforo que reduce los visitantes a menos de la mitad. Para los lugares cuyo boletaje representa su principal ingreso, los números simplemente no dan. Incluso algunos recintos, como los museos y sitios del INAH, ni siquiera pueden garantizar los insumos necesarios para cumplir con las nuevas normas.

POR OTRO LADO, los museos cobran sentido con la presencia del público, por lo que no sorprende que tanto el personal como los visitantes estemos ávidos de regresar. Los museos son más que depósitos para el resguardo de acervos históricos, artísticos o científicos; se trata de espacios de apropiación y tienen una función social. Ésta puede ser una oportunidad para renovarse y asegurar que la función social se cumpla. Quizá la reapertura tenga ese propósito, consolar a quienes necesitan curarse el encierro con arte y conocimiento, más aún para aquellos que ante la crisis no pueden costearse una salida al cine o a un restaurante. Al mismo tiempo, es un buen momento para replantear su lugar dentro de las comunidades en las que se encuentran y tender mayores lazos con la población directamente vinculada a sus espacios.

Al preguntarle a Alfonso Miranda si vale la pena abrir para un público escaso y ante tantas problemáticas su respuesta fue contundente: “Claro que vale la pena abrir, claro que es complejo, pero en la medida en que vamos resignificando nuestra oferta cultural podremos también imaginar una mejor forma de dialogar con el presente y con la pandemia. Este aprendizaje altamente reflexivo al que nos llevó obligatoriamente el encierro nos hace también pensar en reconfigurar un futuro que no habíamos imaginado. El grave error de cualquiera, desde la parte del espacio museal o de los públicos, es creer que estamos llegando al mismo espacio que dejamos antes del encierro”.

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