Desde su publicación, en septiembre de 2019, Desierto sonoro (Editorial Sexto Piso) desató una marea alta que se hizo visible a través de la respuesta. Los comentarios y las reseñas dejaron claro que no sólo se trataba de una novela, sino de un dispositivo al que se le podía subir o bajar el volumen: un cajón de sastre con los elementos necesarios para confeccionar itinerarios reales y ficticios, voces para construir el andamiaje de mundos inacabados.
En marzo pasado, la versión original en inglés de Desierto sonoro (luego traducida al español por la autora y Daniel Saldaña París) obtuvo en Inglaterra el Premio Rathbones Folio y ese mismo libro, Lost Children Archives (Knopf Publishing Group), fue considerado la mejor novela del año 2019. Durante la ceremonia de premiación realizada a través de una videoconferencia, Valeria Luiselli afirmó:
Otorgar un premio en una época como la que estamos viviendo quiere decir que seguimos creyendo en lo que hacemos, que los libros son algo más grande que nosotros mismos y que nos sobrevivirán. Estoy preocupada por nuestro gremio, por las librerías independientes, por las pequeñas y no tan pequeñas editoriales, agentes, publicistas, diseñadores, correctores de estilo, impresores, pero de ninguna manera estoy preocupada por el futuro de la literatura... Al contrario, la literatura siempre nos revela que en tiempos de incertidumbre y miedo lo que podemos hacer, lo que podemos buscar dentro de nosotros mismos y comunitariamente es una especie de fuerza que nos encauce, un compromiso para reinventarnos desde nuestra cotidianeidad y abrirnos camino entre la desesperación, la insensatez y el miedo, con el fin de encontrar palabras que logren crear nuevos pensamientos y nuevas ideas. ¿Para qué? Para que la generación que nos sigue tenga un antecedente y cambie cuanto sea necesario.
Desierto sonoro es precisamente eso, un largo viaje donde las voces de los más jóvenes tienen resonancias que buscan reinventar la realidad, para reflejar verdaderamente esa naturaleza que con tanta frecuencia invocamos en vano: la naturaleza humana.
En abril, Valeria Luiselli ganó en Nueva York el 2020 Vilcek Prize for Creative Promise in Literature, diseñado como un reconocimiento para estimular y apoyar a artistas y científicos inmigrantes que han mostrado logros excepcionales en su carrera.
A finales de julio, además, se dio a conocer que obtuvo en Italia el Premio Fernanda Pivano por la traducción al italiano de Desierto sonoro (Archivio dei bambini perduti, editorial La Nuova Frontiera). En esta conversación con Raúl Silva, realizada recientemente a través de WhatsApp, Luiselli comparte desde su casa en Nueva York sus pensamientos en torno al incierto presente, el sentido profético de la literatura, la curiosidad inquisidora de los niños y el dramático futuro de los niños migrantes.
Creo en la pequeña disciplina cotidiana, sentarse a trabajar
y leer cada día, tener un momento de silencio con uno mismo
En Desierto sonoro escribes: “Experimentamos el tiempo de manera distinta. Nadie ha logrado captar realmente lo que sucede ni por qué. Tal vez es sólo que sentimos la ausencia de futuro, porque el presente se ha vuelto demasiado abrumador y por tanto se nos ha hecho imposible imaginar un futuro”. Ya se sabe que la literatura posee esa aptitud, digamos natural, de asomarse al futuro, pero no deja de ser inquietante tener la sensación de que el presente ya había sucedido.
Sí. A veces resulta escalofriante cómo lo que se escribe en una época aplica mejor a un tiempo futuro. Pero creo que es parte del ejercicio de la ficción y sucede mucho que novelas escritas hace tres o cuatro años, y a veces hace veinte, parecen hablarle mejor a nuestros tiempos que a aquellos en que fueron escritas. También es parte del ejercicio porque es lo que hacemos los escritores de ficción, es decir, tenemos un conjunto de elementos enfrente de nosotros y con esos elementos hay que lograr una posible combinación, un desarrollo de los hechos. Creo que muchas veces, queriendo o no, le atinamos a algo que ahí viene, que está ahí, a la vuelta de la esquina y que intuimos en un lugar profundo, pero no lo vemos todavía con claridad. Y creo que es entonces cuando sucede esto que estás diciendo, como si las novelas pudieran recordar el futuro de algún modo.
¿Y cómo estás viviendo en lo personal estos tiempos?
Híjoles, yo creo que como tanta gente... Más que nunca me cuesta ver hacia delante: no entiendo cómo vamos a salir de este momento y a salir bien. Es decir, me parece que como toda crisis es una oportunidad para reimaginar un montón de cosas, por ejemplo las instituciones que nos rigen, nuestras relaciones interpersonales, incluso nuestras relaciones con nosotras mismas, cómo reimaginar nuestra interioridad. Es un trabajo diario y constante, a veces agotador y parece que no hay para dónde ni hacia dónde ir. Pero bueno, yo creo en la pequeña disciplina cotidiana, sentarse a trabajar y leer cada día, tener un momento de silencio con uno mismo para no sentirse completamente abrumado por el caos y la incertidumbre.
En Desierto sonoro, obvio, lo sonoro es esencial. ¿Cómo entretejes esa realidad auditiva con tu labor como escritora?
Bueno, le doy absoluta importancia. No sólo en esa novela, sino que ahora mismo estoy trabajando en una pieza sonora, una especie de ensayo sonoro, con un músico mexicano y varias voces de mujeres tanto de aquel lado de la frontera como de éste. Pero te diría a grandes rasgos que pensar en el sonido es una de las cosas que me parece pertinente hacer mientras escribo, a través del léxico cotidiano de la familia. Lo sonoro modifica nuestra experiencia de la realidad, un mismo espacio se ve completamente modificado por los sonidos que hay en él, por las historias que contamos en ese espacio, y también a través del sonido desarrollamos una relación más emotiva con lo que nos rodea. El sonido nos inserta de un modo más profundo, nos ancla en el espacio. Ésa es una de las cosas que quise explorar a través de Desierto sonoro.
El viaje espiritual y metafísico de Desierto sonoro, y no sólo el viaje físico, tienen que ver con el sonido y la fotografía. ¿Qué desafíos representó para ti integrar de una manera tan elocuente estos elementos? ¿Cómo los vinculas con la memoria? Y algo más: ¿aportó este ejercicio nuevos caminos para tu literatura?
En mi proceso de trabajo me acompañan siempre, o casi siempre, la fotografía y las grabaciones de audio. Ambas forman parte de mi proceso de escritura. Son una forma de tomar notas. Cuando saco una grabadora para documentar un paisaje sonoro, una conversación, una voz particular, sé que estoy escuchando de una manera distinta, más atenta, más activa.
Lo mismo sucede con la cámara. Cuando el ojo está detrás del visor, tratando de encuadrar un pedazo de la realidad a través del lente, está mirando con una cualidad distinta a la que normalmente tiene. Todo eso se traduce al texto —porque nuestros procesos de trabajo no están disociados del resultado final. Y a mí me interesa en especial acortar la distancia entre el proceso y la obra, de manera que en el resultado sea palpable el proceso, que éste deje sus huellas impresas en el objeto final.
Enrique Vila-Matas afirma que Desierto sonoro es, al mismo tiempo, una novela política en la que no cedes al chantaje de la actualidad y una novela atemporal. En ese contexto, ¿cuál es la verdad de esta ficción, cómo se entrelazan y articulan el pasado, el presente y el futuro en Desierto sonoro?
Es al mismo tiempo la historia de la desintegración de una familia, una meditación sobre los ciclos constantes de violencia política a los que son sujetas algunas poblaciones, y un cuestionamiento que se plantea cómo es posible documentar esos temas y escribir sobre ellos.
Desierto sonoro es un road trip gringo, pero uno que retrata el lado oscuro de Estados Unidos, un país construido a partir del genocidio, la esclavitud, exclusión y segregación de las poblaciones consideradas minorías, desde el genocidio y sucesivo confinamiento de los pueblos indígenas, hasta la esclavitud y posterior segregación de la población negra, hasta el actual encarcelamiento masivo de la población negra y latina en cárceles y centros de detención. La novela habla de esas políticas que borran, silencian y desaparecen.
En este país pertenezco a la comunidad latina, hispana, a la de mujeres hispanas que hacen una lucha acá. Pero yo vine a este país en circunstancias muy distintas a las de muchísimas personas que están aquí. Es decir, no tuve que emigrar por tierra
¿Cómo confrontas tus vivencias de migrante privilegiada con las de esos niños migrantes?
Pues las confronto entendiendo la responsabilidad que emerge de la posición privilegiada que ocupo dentro de una comunidad que emigró hacia el norte. Es decir, yo en este país pertenezco a la comunidad latina, a la comunidad hispana, a la de mujeres hispanas que hacen una lucha acá. Pero yo vine a este país en circunstancias muy distintas a las de muchísimas personas que están aquí. Es decir, no tuve que emigrar por tierra, llegué con una visa de estudiante y con el tiempo, a través de mi profesión, he adquirido espacios donde publicar, espacios en la radio... en donde mis ideas son escuchadas y eso conlleva una enorme responsabilidad. Ahora, ¿cómo usar bien esos espacios, pensando en la responsabilidad que tengo hacia los demás latinos? De esa manera vivo mi pertenencia a esta comunidad de una forma muy específica.
¿Cómo vislumbras el futuro inmediato para los niños migrantes en estos tiempos que vivimos, de emergencia mundial?
Mira, es muy difícil anticipar nada en estos momentos. Como te imaginarás, todos los planes que hacemos se deshacen, estamos en un momento de extrema volatilidad. La frontera empezó a volverse aún más problemática de lo que ya era con la llegada de Trump, por supuesto, pero también con la llegada de López Obrador del lado de México, porque pactaron cosas que resultarán en detrimento de las personas que huían buscando asilo político. Entonces los campos de refugiados, ahora del lado de México, son espacios donde la gente vive en condiciones subhumanas y el derecho al debido proceso de las personas se empezó a mermar, incluso antes del Covid-19, pero ahora muchísimo más con la epidemia.
En estos momentos no están procesando casos de asilo y hay cientos de miles de personas, niños, niñas, mujeres, hombres en centros de detención. Y son personas que no han cometido ningún crimen, por lo demás, que simplemente llegaron a un país para pedir asilo político, lo que es completamente legal, y aun así son tratados como criminales y están en centros de detención. ¿Por qué? Fundamentalmente porque es redituable para el gobierno y las empresas de Estados Unidos encarcelar a las personas.
Éste es un país con un sistema penitenciario privado, lucrativo, en donde cada cuerpo encerrado genera una cantidad de dinero por día. Entonces no va a haber salida de eso... acabará el Covid-19. Llegará, esperemos, un gobierno demócrata, pero la situación no va a cambiar si no se desmantela el sistema privado y lucrativo de las prisiones de este país.
Las voces, el pensamiento, la sensibilidad de los niños son un elemento vital en tu literatura. ¿Qué te interesa de esa mirada?
La mirada infantil me interesa en todo sentido, en la convivencia cotidiana pero también literariamente. Es decir, no sólo se trata de la empatía que se puede tener con los niños, sino de lo que su mirada nos revela sobre el mundo.
Como adultos, normalizamos un montón de cosas que no deberían ser vistas como normales y los niños, con una mirada tanto fresca como brutal, inquisitiva, creativa, curiosa... vierten una luz bizarra sobre las cosas que de hecho no deberían ser normales ni deberían ser vistas como tales. Así nos permiten quizá comenzar a desnormalizar lo que hemos aceptado por inercia, pereza, subyugación, comodidad, por las razones que sean, normalizamos ese tipo de cosas y solamente es la mirada de otros la que nos hace posible verlas como no-normales, no-aceptables.