Ignatius J. Reilly

El juglar flatulento

¿Cómo puede resultar entrañable un treintón flojo, obeso, mantenido por su madre, que no se pierde las caricaturas del Oso Yogui y eructa religiosamente? Habría que preguntarle a John Kennedy Toole cómo construyó a Ignatius J. Reilly, protagonista de La conjura de los necios, porque es exactamente así. Y uno termina por adorarlo. Este repaso analiza la construcción del libro, la biografía, el suicidio de su autor en 1969 y la insistencia de su madre en conseguir que la novela, que su hijo no pudo ver impresa en vida, fuera al fin publicada hace cuatro décadas, en 1980.

Dos personajes de La conjura de los necios, Ignatius J. Reilly y Myrna Minkoff.
Dos personajes de La conjura de los necios, Ignatius J. Reilly y Myrna Minkoff. Foto: Fuente: m.zcool.coom.cn

El genio incomprendido discutió una vez más con su madre, Thelma, posesiva y dominante, quien años después lo convertiría en celebridad póstuma. Tenía 31 años, una novela inédita a la que le había dedicado toda su energía y fe y que pudo escribir mientras cumplía con su reclutamiento militar en Puerto Rico, lejos de la presión materna que en él fincó la única esperanza de salir de la pobreza para una familia de clase media blanca en decadencia, forzada a vivir en un barrio de negros y latinos pobres en Nueva Orleans.

Después de graduarse en Letras con honores en la Universidad de Tulane, John Kennedy Toole trabajó brevemente en una fábrica de ropa masculina. Regresó a vivir con sus padres, consiguió una plaza como maestro en el Dominican College y pulió, obsesivo, su novela por las noches. Un buen día hizo llegar el manuscrito a Simon & Schuster. John le tiraba a lo grande, convencido de que había escrito una obra maestra. Pero el editor lo rechazó (“no trata realmente de nada”) y John se convirtió en un Sísifo que carga la piedra de su novela para resbalar una y otra vez ante cada dictamen negativo.

Se había refugiado en la bebida para paliar el deterioro mental que lo había vuelto paranoico e inseguro, entre tantas otras cosas, de su identidad sexual. Desde sus años como recluta en Fort Buchanan, Puerto Rico, John ya se excedía con el alcohol, abundante y accesible para distraer a la soldadesca ociosa en una isla tropical. Comenzaba a hundirse en una profunda depresión. Se sentía un absoluto fracasado.

SU SITUACIÓN le provoca migrañas y manías persecutorias, alimentadas por personajes como George Deaux, escritor, quien al parecer quiso robarle la novela para publicarla con su propio nombre. Se transforma en un sujeto torpe y malicioso, convencido de que en su casa hay aparatos escondidos para leer la mente. Sin proponérselo, se convierte en la pálida sombra de su personaje, Ignatius J. Reilly.

Desesperado, un día de enero de 1969 Kennedy Toole toma el coche de su padre fallecido y emprende un largo peregrinaje, al parecer para conocer la casa-museo de su venerada Flannery O’Connor, en Savannah, Mississippi, lo más profundo del sur profundo. Es soltero y casto. Para marzo, desmejorado por la bebida y sin dinero, regresa solo y deprimido en el viejo coche.

No lloraba porque era un adulto de sentimientos contenidos por una sensibilidad fuera de lo común que lo había convencido de ser víctima de una necia conjura contra su obra maestra. No conocía el amor y nadie creía en él en la misma medida en que John Kennedy Toole se sabía incomprendido. Nacido en Nueva Orleans, Louisiana, un 17 de diciembre de 1937, tenía treinta y un años cuando decidió renunciar a todo mientras conducía por una solitaria carretera boscosa a las afueras de Biloxi, Mississippi, casi dos meses después de iniciar su road to suicide.

Kennedy Toole se había refugiado en la bebida para paliar el deterioro mental que lo había vuelto paranoico e inseguro, entre tantas cosas, de su identidad sexual

Detuvo el coche en un paraje solitario y con el motor encendido fue a la cajuela, extrajo una manguera, conectó un extremo al escape del motor y el otro a la ventana izquierda de la parte trasera del vehículo. Después regresó a su asiento de conductor. Comenzó a beber de una pachita de bourbon. Media hora después moría envenenado por los humos de un coche que se quedó esperando el reinicio del viaje.

Un patrullero registra el auto y encuentra a un lado del cuerpo sin vida una nota póstuma. Dos días después toca en el domicilio de Thelma Toole y le da la mala noticia. Le entrega la nota que encontró en el coche y se despide. Al cerrar la puerta, la madre del fallecido lee el mensaje y decide destruirlo. Avergonzada por el suceso, tarda algunos días en anunciar la muerte de su hijo. Thelma dio explicaciones contradictorias sobre la nota póstuma que hacen sospechar sobre los posibles reproches de John. “Desvaríos de un loco”, dijo acerca del contenido.

TODO PARECE INDICAR que la tortuosa vida de John Kennedy Toole será la gran novela jamás escrita. Está a la par de su obra maestra, La conjura de los necios.

Con la muerte del escritor aún inédito inicia una leyenda digna de teleserie. Enterrado en el cementerio de Greenwood en Nueva Orleans, su biografía tiene huecos y especulaciones que ni la bien documentada investigación de Cory MacLauchlin, escritor y profesor de Literatura, logra desentrañar. Una mariposa en la máquina de escribir, publicada en 1985 por Anagrama, es una aproximación honesta y sin clichés, pese a la renuencia de la madre de Toole y de algunos familiares y conocidos que se negaron a compartir sus testimonios.

Del ensayo biográfico de MacLauchlin se desprenden algunos enigmas. Uno muy revelador es que en 1969 no existía una casa-museo de Flannery O’Connor, lo cual contradice la versión de Thelma sobre el viaje de John. Lo cierto es que ella vuelca la obsesión por su hijo en revisar la novela inédita para darla a conocer. Luego de años de intentos frustrados, localiza al escritor Walker Percy para que lea el manuscrito. Thelma no cesa en su insistencia y luego de muchos intentos, Percy cede y termina apasionado por la trama. Recalca que las primeras páginas le parecieron buenas y que superaban las expectativas que había depositado en el texto, pero a medida que fue leyendo se vio completamente absorbido por la genialidad hilarante de la novela. A Confederacy of Dunces (La conjura de los necios) es publicada al fin en 1980, con un prólogo de su descubridor, por la Louisiana State University Press.

En 1981 obtuvo el premio Pulitzer de ficción y, en Francia, el premio a la mejor novela en lengua extranjera. John Kennedy Toole se convirtió en una celebridad póstuma y su personaje, Ignatius J. Reilly, en una figura inmortal de la literatura del siglo XX.

Thelma Toole alcanza a embolsarse algunos buenos miles de dólares antes de morir en 1984.

LA CONJURA DE LOS NECIOS es vertiginosa, desfachatada y desopilante. Es una especie de sitcom con personajes rabelaisianos, grotescos. Su autor tuvo claro el reto que significaba escribir una obra de arte sin perder de vista la importancia de entrener al lector. Es un maestro del diálogo ingenioso que parece rendir homenaje a la picaresca quevediana y a comediantes como Jackie Gleason en The Honeymooners.

Tan casto y asexuado como el mismo Kennedy Toole, Reilly tiene una novia platónica que le recrimina su castidad y falta de compromiso con las luchas sociales. Myrna Minkoff es un personaje satírico que no pierde actualidad y que el autor utiliza para reírse de la solemnidad intolerante que rodea a tanto activista impostado. La conjura de los necios retrata con sarcasmo las desigualdades sociales y raciales en Nueva Orleans mientras expide un fuerte tufillo autobiográfico, por más que la novela sea una especie de ópera bufa. Tiene un humor callejero, despiadado y a la vez profundamente conmovedor. En algún punto Reilly se emparenta con el alter ego socarrón y engreído de Charles Bukowski, el célebre Chinaski. La conjura... está plagada de apreciaciones autobiográficas sobre la pobreza y la violencia doméstica que en la bebida y el cinismo encuentran una válvula de escape. Uno de sus grandes logros es plasmar con sencillez bufonesca un escenario social sometido por el culto al éxito y el dinero. El holgazán Reilly es un gourmand de la comida chatarra, ocurrente, exasperante, pícaro y, sobre todo, un enorme mama’s boy. Una versión culterana de Gordolfo Gelatino. Él y su madre pertenecen a una clase media desclasada que emplea su tiempo y energía en simular lo que no es. No se soportan, pero no pueden estar el uno sin el otro. La madre no comprende que la sociedad no reconozca la inteligencia de su hijo, y el hijo, harto de ser ninguneado, desprecia a todo mundo. Experto en la Edad Media y cinéfilo de películas de serie B, es mañoso y egocéntrico para ocultar su horror a valerse por sí mismo. Ella, alcohólica y desastrada; él, un glotón chamagoso, un bohemio inútil como hay tantos, escribe en cuadernos sus reflexiones contra “las prostitutas, los exhibicionistas, anticristos, alcohólicos, sodomitas, drogadictos, fetichistas, onanistas, pornógrafos, estafadores y jugadores” que según el pedorro Reilly envilecen a la sociedad.

Herralde compró los derechos de la traducción en mil dólares. Desde 1982, con un primer tiraje de cuatro mil ejemplares, se convirtió en el mayor longseller de Anagrama

UNO DE LOS ESCRITORES más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, Kennedy Toole escribió a los dieciséis años La Biblia de neón, que pudo ver la luz en 1989, una vez que su obra cumbre se consagrara como una ficción extraordinaria y se despejara una complicada situación legal por los derechos de autor que actualmente están en manos de una fundación que lleva el nombre del autor.

Según el testimonio de Jorge Herralde, director de la editorial Anagrama, en 1982, durante un viaje a Estados Unidos, él y sus acompañantes se dirigieron a Nueva Orleans, donde la Meridian House International les asignó como guía a un profesor de literatura: Kenneth Holditch, quien presumía de no haber salido jamás de la ciudad. Él había escrito la primera crítica mundial de La conjura de los necios. Herralde se entusiasmó y compró los derechos de la traducción en mil dólares. Desde la primavera de 1982, con un primer tiraje de cuatro mil ejemplares, la novela se convirtió en el mayor longseller de la editorial española, a la que dio por fin tranquilidad financiera.

La primera noticia de la novela que había tenido Herralde fue a través de un catálogo de la Louisiana University Press, en el que se reproducía el prólogo del libro. “Era muy excitante el texto, por lo que decidí pedir una opción”, confiesa. Para el otoño de ese mismo año el tiraje se había agotado y a partir de ahí vinieron continuas reimpresiones. Según Herralde, si uno caminaba por las playas de veraneo españolas se podía encontrar una buena cantidad de personas tomando el sol mientras reían a carcajadas leyendo La conjura de los necios.

Una reflexión final lleva a pensar sobre el endiosamiento de la figura del editor, la historia del autor y su novela para ser publicada, además de plantear una crítica entre líneas a la soberbia que rige a ciertos editores, a su falta de sensibilidad y gusto. El tiempo y el talento verdadero ponen a la mejor literatura en el lugar que merece.

John Kennedy Toole
John Kennedy Toole ı Foto: larazondemexico

LA CONJURA DE LOS NECIOS

IGNATIUS VESTÍA de un modo cómodo y razonable. La gorra de cazador le protegía contra los enfriamientos de cabeza. Los voluminosos pantalones de tweed eran muy duraderos y permitían una locomoción inusitadamente libre. Sus pliegues y rincones contenían pequeñas bolsas de aire rancio y cálido que a él le complacían muchísimo. La sencilla camisa de franela hacía innecesaria la chaqueta, mientras que la bufanda protegía la piel que quedaba expuesta al aire entre las orejeras y el cuello. Era un atuendo aceptable, según todas las normas teológicas y geométricas, aunque resultase algo abstruso, y sugería una rica vida interior.

—MAMÁ NO COCINA —dijo dogmáticamente Ignatius—. Quema.

IBA A SER un destino malévolo: ahora se enfrentaba a la perversión de tener que IR A TRABAJAR.

SOY UN ANACRONISMO. La gente se da cuenta y le fastidia.

Pese a lo sometidos que han estado, los negros son una gente bastante agradable en general. Yo había tenido poca relación con ellos, en realidad, pues sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie.

MI VIDA PERSONAL ha experimentado una metamorfosis. En la actualidad, estoy relacionado de un modo muy vital con la industria de la comercialización de alimentos, y dudo, en consecuencia, muy seriamente, que tenga mucho tiempo en el futuro para mantener una correspondencia contigo.

MI SISTEMA RESPIRATORIO no funciona, por desgracia, a pleno rendimiento. Sospecho que eso se debe a que la concepción fue particularmente débil por parte de mi padre. Debió emitir el esperma en forma un tanto descuidada.

John Kennedy Toole, La conjura de los necios, Anagrama, Barcelona, 1982.