Bret Easton Ellis está acabado. Así lo confirma Blanco (Penguin, 2019), su primer libro en diez años. Un ensayo disfrazado de autobiografía. O unas memorias disfrazadas de análisis sociológico.
El cometido de Blanco es resultar escandaloso, pero termina por convertirse en una suma de obviedades. Y lo que es peor, en una ridícula defensa de su incapacidad de sacar un libro decente. Proclama, y qué pereza produce esto, el fin de la novela. En los últimos dos siglos cuántos no han proclamado su deceso. Y sin embargo acepta, no sin rubor, que todavía intenta escribir una. El enfant terrible se vuelve una osita de peluche. Lo que le falta es dignidad para retirarse. Para aceptar que se le acabó el combustible. Que ya no tiene nada qué contar.
La tesis sobre la que se sostiene Blanco es la consolidación del neopuritanismo. Si bien es claro que en el presente el triunfo de lo ideológico sobre lo artístico es innegable, no alcanza para soportar las doscientas páginas en la que Easton Ellis se dedica a enlistar los defectos de la sociedad tecnológica en la que nos hemos convertido. Tiene razón, ahora el mérito en el oficio del artista no importa. Ahora para insertarte en el mundo del arte es vital tu filiación política, tu militancia, la temática de tu discurso: si estás a favor de la minoría o si sueñas con la emancipación de los pueblos originarios. Pero se contradice. “En tanto que escritor, debo creer en la libertad de expresión, por encima de todo”, afirma.
Así como con la novela, que da la casualidad de que ha dejado de tener significado ahora que él no puede concluir una. O como en el caso de su defensa de Trump, velada pero defensa al fin. Critica a Meryl Streep por indignarse públicamente con Trump la misma semana que puso en venta su casa de Nueva York en 30 millones de dólares. No está haciendo Easton Ellis lo mismo al declarar que: “las chingaderas ocurren, apechuga, deja de lloriquear, asúmelo, crece, joder”. Esto en relación a la educación sentimental de la Generación X. Contra los milenials. A quienes denominó Generación Gallina. Como si entre los miembros de la X todo hubiera sido un jardín de las delicias. Sólo basta revisar la tasa de suicidios (o muertes por sobredosis) de los músicos de grunge para percatarse de qué tanto ha apechugado la generación a la que Easton Ellis pertenece.
El enfant terrible, Bret Easton Ellis, se vuelve una osita de peluche
Blanco no deja títere con cabeza. Arremete contra todo avispero. Lo que acartona al libro. Como si se tratara de un recetario. Dios lo libre de olvidarse comentar el tópico de la semana. La Generación Gallina, Twitter, las otras redes sociales, la policía del pensamiento, la cultura corporativista (la misma que hizo posible el éxito de American Psycho), la fama, Hollywood, la LGBTTTI, la izquierda, los progres, nadie se queda fuera. Pero más que un observador agudo de la realidad a la altura de Mark Fisher, Easton Ellis parece la tía que se queja todo el tiempo de los muchachos que juegan futbol en su calle.
Y aunque Blanco tiene sus destellos, termina por tornarse aburrido y repetitivo.
Queda clara, desde el primer ejemplo, la imposición de lo ideológico sobre lo artístico. Pero aquí cabe otra cuestión que Easton Ellis no aborda. ¿En realidad la literatura (el arte) necesita de una defensa? De un guardián que nos recuerde a berrinches que la democratización del arte representa su propia ruina. Quizá la creación no atraviese por su mejor momento, pero acaso esa encrucijada no es una solución que sólo podrá brindar el tiempo. Es verdad que la capacidad de ejercer el criterio está pasando un bache, pero no por ello podemos afirmar que una obra como Crimen y castigo vaya a devaluarse como obra per se.
Lo mejor de Blanco ocurre cuando Easton Ellis para de hablar de sí mismo y se centra en un objeto de estudio, como cuando habla sobre Charlie Sheen. Es lamentable que no tarde demasiado en traicionarse. Cuando no puede tomar distancia del sujeto que ausculta cae en los mismos vicios. Sus apreciaciones de Kanye West pasan por un paternalismo perdonavidas puesto que es su amigo. Entonces su radar para el enjuiciamiento se ralentiza y lo defiende de la misma manera en que se queja de que los demócratas operan: con fascismo pueril.
Ojalá Easton Ellis logre terminar esa novela. Mientras tanto: que descanse en paz.