En noviembre de 2004 fui invitado por primera vez a una feria nacional del libro en Monterrey, junto con mi amigo Pepe Rojo. Ambos provenimos del underground y la escena postpunk de la Ciudad de México. Tras la presentación del día anterior, sobre fanzines y contracultura, desayunábamos en el hotel sede con Joserra Ortiz, nuestro anfitrión y, en esa época, presidente de la sociedad de alumnos de letras del Tec de Monterrey. En la mesa de junto estaban Rius, Jis y Trino. En la otra, un matrimonio mayor que comía en silencio y se fue pronto.
Cuando terminamos, Rius se acercó a nuestra mesa a conversar.
—¿No saludaste a Quino, mano? —me preguntó—. Estaba desayunando en la mesa de al lado.
No, no lo hice. Fue la última, la única oportunidad de platicar con él que me dio la vida. Quino y Alicia partieron ese día al aeropuerto y nunca volví a coincidir con él.
No lo lamento: lo conocí a través de sus dibujos.
Quino retrató con humor mordaz
la sociedad argentina de los sesenta
y, por extensión, de América Latina
EL HOMBRE TÍMIDO
Escribir de Quino y eludir lugares comunes o superlativos es un reto complejo. Cuando el 30 de septiembre pasado se anunció su muerte en los medios, las redes se inundaron de entrañables testimonios que repetían una y otra vez: “conocí las tiras de Mafalda antes de aprender a leer”, “sus cómics fueron fundamentales en mi educación sentimental”. Prácticamente todos los historietistas entrevistados al respecto lo señalaron como responsable de su vocación profesional.
Pocas veces el mundo se conmueve de esa manera ante la desaparición física de un ¿caricaturista? ¿narrador gráfico? ¿poeta? ¿filósofo? Quino fue todas las anteriores, rolled into one, como se dice en inglés coloquial. Pero con pocas excepciones, la muerte de las personas dedicadas a estos oficios pasa desapercibida para el gran público.
¿Quién fue ese hombre calvo, muy tímido? Nacido en 1932 en Argentina, provincia de Mendoza, en una familia de migrantes andaluces, mantuvo siempre un bajo perfil. Fue bautizado como Joaquín Salvador Lavado Tejón —nombre digno de uno de sus personajes— en honor de su tío, dibujante publicitario que habría de inculcarle el amor al dibujo.
Su biografía, como la de casi todos los dibujantes de cómics, tiene pocos sobresaltos y ningún giro espectacular. Perdió a su padre a los 14 años; migró a Buenos Aires en los años cincuenta para integrarse al circuito de revistas humorísticas y de historietas de la capital del país; en 1960 se casó con Alicia Colombo, quien habría de ser su compañera hasta la muerte de ella, casi sesenta años después. Simpatizante liberal de la izquierda, sin afiliaciones políticas. Sin hijos. Poco más.
Sin embargo, al mismo tiempo se trata del historietista más importante en el idioma español.
Lo digo sin miedo al exceso: la divina trinidad de la literatura argentina son Borges, Cortázar y Quino
LA HIJA DE PAPEL
Lo repitió en entrevistas a lo largo de su vida: Quino dijo haber creado a Mafalda por encargo de una agencia de publicidad, cuando ya era un profesional bien establecido del cómic. El ardid era publicar las peripecias de una familia de clase media, usuaria de los electrodomésticos Mansfield (de ahí el nombre de la protagonista). La campaña nunca se lanzó pero Quino logró colocar la tira, primero en el semanario Leoplán, luego en el diario La Nación.
Durante los siguientes nueve años dedicaría su vida —al parecer casi literalmente— a producir la tira que, como él enfatizaba, no aparecía en la sección de tiras cómicas sino en las páginas editoriales. A través del microuniverso de Mafalda y sus amigos (Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito, Libertad y su hermano menor, Guille), Quino retrató con humor mordaz la sociedad argentina de los años sesenta y, por extensión, de América Latina. Su agudeza habría de convertirse en universal.
MAFALDOLOGÍA ESENCIAL
Podría escribir una tesis de maestría acerca de Mafalda. No lo haré nunca; a cambio, ofrezco unos apuntes breves:
• MAFALDA ES UNA OBRA sapiencial, como el libro de los Salmos, en la Biblia. Cada tira sintetiza una reflexión profunda sobre la condición humana, en clave de humor.
• HAY MÁS SABIDURÍA en una tira de Mafalda que en un aforismo de Cioran.
• CADA PERSONAJE del elenco es un arquetipo de lo humano. Si clasificamos a las personas —de manera irracional— a través de los horóscopos, podríamos hacerlo de acuerdo con su personaje totémico de la tira de Quino: “Es que eres tan Felipe” o “Esa chica es muy Susanita y tú, muy Manolito, por eso no combinan bien”.
• NO, MAFALDA NO ES la respuesta latinoamericana a Peanuts, de Charles M. Schulz, como se dijo desde el lanzamiento de la tira. Quino reconoció haberse basado en el trabajo del estadunidense; ambas tiras las protagonizan niños que emiten reflexiones de adultos. Pero donde Schulz se permite el vuelo fantástico y el comic relief desaforados, Quino se muestra más bien contenido.
• SE ANTOJA SEÑALAR a Mafalda como un personaje mucho más profundo que Charlie Brown. Sería injusto con el estadunidense. Compararlo con Quino es como preguntarle a Mafalda a quién quiere más, a su mamá o a su papá. O equiparar a Ursula K. Le Guin con Angélica Gorodischer.
• TRAS NUEVE AÑOS de producir la tira, agotado, Quino tuvo la claridad de abandonar su creación. Supo que de ceñirse a su personaje, como hizo Schulz, comenzaría a repetirse, se volvería un esclavo de la niña. Para ese momento, mediados de los setenta, ya los libros compilatorios de la tira eran best sellers: se cuenta que la primera edición del tomo uno se agotó en dos horas.
• MAFALDA ES UNO de los primeros cómics latinoamericanos (y si me apuran, incluso del mundo) que se trascienden a sí mismos como objeto mediático de consumo inmediato para convertirse en literatura sin adjetivos (quizá el primero fue El Eternauta, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López).
• NO EXISTE AQUELLA tira en la que Mafalda es atropellada por un camión de sopa. ¿Qué persona monstruosa haría eso al personaje que lo catapultó a la inmortalidad? Yo he visto al menos un par de ejecuciones apócrifas. Me parecen del peor gusto posible.
• A QUINO le gustaba la sopa. En la tira era una metáfora, declaró, “del militarismo y la imposición política”.
• CONTABA DANIEL DIVINSKY, editor de Quino en Ediciones de la Flor, que mandó traducir las tiras de Mafalda al inglés para proponer su publicación en Estados Unidos (la primera edición extranjera fue la italiana). Para su desconcierto, la respuesta negativa decía que el cómic era “demasiado inteligente para los lectores norteamericanos”.
• LO DIGO SIN MIEDO al exceso: la divina trinidad de la literatura argentina son Borges, Cortázar y Quino. “’Nuff said!”, como decía Stan Lee. Y sin duda, este último es el único historietista del boom latinoamericano.
DESPUÉS DE MAFALDA
Imagino que la decisión de abandonar la tira debió ser complicada. La gente cercana a Quino señala que sus movimientos, profesionales y no, eran asesorados y aprobados por Alicia, su mujer. ¿Le habrá dicho ella “Mafalda o yo”? Imposible saberlo.
Dos notas al calce: Jodorowsky decía, hablando de Moebius, que los dibujantes suelen elegir como parejas a mujeres fuertes, dominantes. Como son niños que dibujan toda la vida, buscan mamás, razona el chileno. Por otro lado, soy enemigo de hacer psicocrítica, pero no puedo soslayar la presencia en los cómics de Quino de matrimonios que están compuestos por hombres pequeñitos y mujeres enormes, avasallantes. Dejaré aquí esta idea y me alejaré lentamente...
El hecho es que de 53 años de carrera —se retiró oficialmente en 2007—, Quino dedicó sólo nueve a su opus magnum. En la historia de los cómics se repite esta relación de amor-odio con la creación más exitosa: un personaje que da fama y fortuna a su creador pero le impide hacer otros proyectos o cuya sombra lo persigue el resto de su vida. Imposible no pensar en Cervantes, quien siempre vio a su Quijote como un divertimento.
Nada tiene de menor la obra de Quino posterior a Mafalda. Durante los siguientes treinta años exploraría, a través del humor gráfico, dos temas que parecen cruzar todo su trabajo: la mezquindad y la estupidez humana. Los más de veinte títulos que recogen sus caricaturas y cómics son una prodigiosa exploración de los más oscuros vicios humanos. Es su sentido del humor agridulce el que le permite encontrar en medio de tanta inmundicia un pequeño rayo de esperanza.
Justo la chispa humorística y el dibujo caricaturesco salvan a Quino del abismo nihilista. Sin esos dos componentes, su trabajo sería de una oscuridad y amargura insoportables. Pienso en autores como Jean-Marc Reiser o Thomas Ott, por ejemplo.
Ello no lo exenta de momentos siniestros. Recuerdo, por ejemplo, la tira de un hombre obsesionado con dar un puñetazo en la cara a un enemigo, alguien que lo humilló años atrás; el sujeto atraviesa la ciudad para vengar la afrenta sólo para descubrir, en casa de su enemigo, que éste acaba de morir. El protagonista termina su vida en un psiquiátrico, dando puñetazos al aire. Digno de Jean Genet. Eso me hace pensar que en el fondo de su corazón misántropo siempre latió una pequeña vena por la que corría una savia llena de amor concentrado por la humanidad. En un arte tan proyectivo de la personalidad como el cómic es imposible hacer dibujos tan tiernos teniendo un alma negra.
Y es justo esa luz de esperanza lo que dio al modesto hijo de unos migrantes andaluces no sólo premios tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias, sino el amor de lectores de todas las edades y de manera sostenida desde hace más de cincuenta años.
Saber que la muerte de Alicia, en 2017, y la imposibilidad de seguir dibujando por motivos de salud le agriaron la vejez me rompe el corazón. Pensar que el amor mundial por sus personajes le entibiara el alma me consuela.
Ahora es inmortal.