Si todo diario de escritor presupone un vistazo a una biografía en movimiento, en el caso del polaco Witold Gombrowicz (1904-1969), el retrato que ofrece de sí mismo es el de un personaje alucinado, en pose permanente. Nadie como él trabajó tan duro en forjarse una identidad carente de estructura. A medio camino entre el exiliado circunstancial y el extranjero profesional —vivió más de veinte años en Argentina—, Witoldo articuló con éxito la imagen del inmaduro permanente, un programa estético deliberado que fecunda la totalidad de su obra.
EN LAS PÁGINAS de su Diario, una de las obras fundamentales del siglo XX, aparece representado en su complejidad polifacética a través de la artificiosa naturalidad que recubre su programa estético, que no es otro que la exploración del gesto y la mueca llevados hasta sus últimas consecuencias. Por ello, al iniciar la publicación del Diario en 1953, escrito durante su estadía en Buenos Aires y publicado en París por entregas en la revista Kultura (órgano de los polacos en el exilio a causa de la represión comunista), asentaba preciso: “debo volverme mi propio comentador, mejor dicho, mi propio director de escena. Debo forjar un Gombrowicz pensador, un genio, un demonólogo y muchos otros Gombrowicz indispensables”.
No es casual que exista en él siempre algo bufonesco, asumido personaje de opereta de una rústica elegancia. La exploración del gesto derivado en mueca alcanza cotas metafísicas (sin llegar a la descarnada voracidad de Witkiewitz). Nos obliga a recordar que estamos viendo en escena los esplendores de un esteta profesional en lucha perpetua con la forma, cultor de una inmadurez descrita y cantada hasta la saciedad, en la que el perpetrador es consciente de su mal-estar en el mundo (en el sentido de no saber ocupar un lugar en el espacio), tornando su circunstancia vital menos la de un emigrado incómodo y más la de un creador anfibio. En Gombrowicz, obra y personaje son la argamasa que constituye su extraña e íntima materia. Por ello en su obra —y qué formato sino el diario refleja la forma abierta de la vida—, la estrategia en pos de la visibilidad del escritor resulta indispensable, sobre todo en los términos precisos en los que develó su mecanismo Juan José Saer:
... Si para los demás hombres la construcción de la existencia reside en rellenar esa ausencia de contenido con diversas imágenes sociales, para el escritor todo el asunto consiste en preservarla... No se es nadie ni nada, se aborda el mundo a partir de cero, y la estrategia de que se dispone prescribe, justamente, que el artista debe replantear día tras día su estrategia. Ésta, y no el individualismo recalentado que se le atribuye, es la verdadera lección de Gombrowicz.1
La publicación de Kronos abre sugestivos dilemas.
El primero nace de una premisa conflictiva: ¿cuáles son los límites de una obra?
LA PUBLICACIÓN de Kronos en este 2020 abre sugestivos dilemas, por varios motivos. El primero nace de una premisa necesariamente conflictiva: ¿cuáles son los límites de una obra literaria? Y, sobre todo, ¿qué puede aportar un itinerario de intimidades —o de oprobiosas villanías— a la obra de un escritor?
La pregunta por estos límites es más acuciante que nunca, no sólo por las indistinciones que vivimos en el presente entre lo público, lo privado y lo íntimo, sino por los senderos que plantea la publicación de esta obra póstuma: se trata literalmente de sus últimos papeles por editar.
A diferencia de su Diario, conocido entre nosotros por sus fragmentos argentinos traducidos por Sergio Pitol, es preciso señalar que Kronos no es una obra literaria, sino una síntesis de hechos y fechas semejante a la lista del supermercado, que al menos en sus cinco sentidos el autor no debió considerar parte de su obra. Si el Diario es una suerte de bestiario iluminado de la prosa —donde cabe el ensayo, el artículo, la parodia, las impresiones de viaje, las descripciones geográficas y la introspección narrativa, entre otros híbridos—, el valor de Kronos radica en el cotejo para reconstruir fragmentos de su biografía, sin el menor trabajo sobre el lenguaje. Allí donde el Diario brilla como un artefacto solar, Kronos asoma como una pústula, por fuerza notarial y desde las tinieblas. Sin duda el libro posee un indudable valor archivístico a causa del trabajo editorial, que incluye fotografías, páginas facsimilares y un profuso aparato de citas preparado por un equipo polaco comandado por su viuda Rita, lo que le imprime un valor histórico único y sobre todo le otorga su condición de legibilidad.
REGISTRO DE SALUD y finanzas, acaso lo más intenso radique en el itinerario de una vida sexual disipada —son incontables las veces que pisa la comisaría a causa de sus aventuras homosexuales. Registra sus encuentros con ambos sexos junto a sus crecientes padecimientos físicos, que van de la gonorrea a la sífilis pasando por dolores de muelas, eczemas y las complicaciones respiratorias que al cabo terminarían con su vida. Con algunas infidencias criminales, la figura que emerge de estas páginas resulta a veces nefasta y otras, clasista: “una bailarina peluda, 3 putitas, Charlie, Narie, El Basurero, Chico en la Avenida Costanera, Héctor. Un borracho. Una puta en el hotel”.
Este material no escrito para ser publicado permite a los lectores seguirle la pista en los años de su éxito global, que llegaron a poco de su muerte, aunque acompañados de la ruina física y la decadencia.
¿Quién fue de veras ese extraño polaco? Ni su madre puede saberlo. Su vida, como la de cualquier otro individuo, es ya un misterio gobernado por la voracidad del tiempo.
Witold Gombrowicz, Kronos, traducción: Bozena Zaboklicka, Pau Freixa, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2020.
Nota
1 Es importante tener esto presente, habida cuenta de la centralidad que ocupa el yo en la literatura de nuestros días, lo que ubicaría a Gombrowicz no sólo como un adelantado sino, una vez más, como un preclaro disidente.
Rafael Toriz (Xalapa, 1983) es narrador y ensayista. Ha traducido a Fernando Pessoa (Galaxia de un hombre solo, Universidad Veracruzana, 2019) y su libro más reciente es la novela La distorsión (Penguin Random House, 2019). Vive en Buenos Aires; se dedica a la radio, la crítica cultural y la curaduría.