El otoño siempre ha sido mi temporada favorita del año. Como peatona empedernida, pocas cosas me resultan más disfrutables que sentir el aire fresco bajo el dorado sol de las tardes de octubre o ver cómo el papel picado y el cempasúchil de los mercados tiñen de anaranjado y morado las calles de la ciudad. Pero, sobre todo, me gusta mucho el Halloween, aunque los puristas del Día de Muertos me juzguen por ello. Una de las memorias más entrañables de mi infancia es el disfraz que usaba mi tía para recibir a los niños en el kínder donde ella daba clases y yo estudiaba. Era la mejor bruja que he visto en mi vida. Me resultaba absolutamente terrorífica y por un instante olvidaba quién se encontraba detrás de esas verrugas y el sombrero de pico. Desde entonces, disfrazarme de bruja una vez al año fue una de las grandes diversiones de mi niñez. Ahora ya no me disfrazo, pero sigo decorando la casa como si Harry Potter hubiera tomado por asalto mi sala. Desde luego también dedico una ofrenda a mis muertos, a la cual este año lastimosamente se han sumado más homenajeados de los que jamás hubiera imaginado.
LAS BRUJAS se han convertido así en un personaje más del panteón de monstruos que año con año pueblan nuestras calles en esta temporada y durante mucho tiempo la mayoría de nosotros no reparábamos mucho en su historia o trascendencia, pero en los últimos años se han dado diversos esfuerzos por reivindicarlas. En la cultura popular, por ejemplo, han resurgido brujas icónicas, como Sabrina, o más recientemente, el clásico infantil de Roald Dahl. En cuanto al arte contemporáneo, artistas como Jesse Jones y Delaine Le Bas han explorado temáticas vinculadas a las brujas y su potencial político. Al centro de este rescate hay una narrativa que las coloca dentro de la larga lucha de las mujeres en Occidente. No es fortuito que en este proceso la idea del aquelarre, por ejemplo, haya sido resignificada por grupos feministas.
Las brujas son mujeres poderosas que ponen en jaque el statu quo y, por lo tanto, a los hombres se les enseñó a temerlas
La noción de la bruja como figura política y social cobró fuerza a partir de 2004, tras la publicación del libro Calibán y la bruja de la filósofa Silvia Federici, y en esta década ha adquirido un peso mayor, particularmente tras el surgimiento del movimiento #MeToo y el despertar feminista que ha detonado. La relevancia actual de la bruja radica en el hecho de que su historia representa la opresión de las mujeres por parte de un sistema patriarcal. Las cacerías de brujas fueron la puesta en marcha de una persecución basada en lo que Federici define como una campaña de terror contra las mujeres que profundizó la brecha de género. Finalmente, las brujas son mujeres poderosas que ponen en jaque el statu quo y, por lo tanto, a los hombres se les enseñó a temerlas.
Hace unas semanas, la historia de esa persecución resurgió de la mano de una abogada que está buscando un perdón para las miles de mujeres que fueron quemadas en la hoguera sin un juicio justo, en la Escocia del siglo XVI. Claire Mitchell, quien encabeza el movimiento, ha insistido en que el perdón sería una forma simbólica de hacerles justicia. A la par, se ha propuesto un memorial para conmemorar y reconocer el crimen cometido contra esas mujeres, quienes no tuvieron oportunidad de defenderse y cuyas confesiones se dieron bajo tortura. El monumento no solamente se plantea como un tributo a las supuestas brujas del pasado, sino como una oportunidad de visibilizar las luchas de las mujeres y sus historias en el espacio público.
ESCOCIA FUE EL EPICENTRO de las cacerías de brujas durante el reinado de Jacobo VI, monarca obsesionado por la brujería. Si bien la persecución se dio en toda Europa entre los siglos XV y XVIII, el reino de Jacobo fue sin duda uno de los más entusiastas en cuanto a este tema se refiere. Se dice que su interés por la brujería surgió en 1590, cuando se convenció de que el mal tiempo por el que había atravesado su navío de regreso de Dinamarca fue causado por una maldición. En ese viaje, Jacobo iba acompañado de Ana de Dinamarca, una princesa de catorce años que le había sido ofrecida como reina consorte.
Es probable que los juicios contra brujas que vio en tierras escandinavas le hayan causado una profunda impresión, pues convencido de que una fuerza maligna quería asesinarlos emprendió un juicio multitudinario en el que alrededor de setenta personas fueron interrogadas.
Entre ellas se encontraba Agnes Sampson, una partera a quien se le atribuían poderes curativos. Su caso es quizá el más famoso de aquel juicio, pues la humillación a la que fue sometida se publicó en un panfleto creado para incitar el pánico entre la población: titulado Newes from Scotland, el texto narraba cómo el cuerpo de Agnes fue rapado de pies a cabeza hasta que se le encontró una marca de bruja. A su leyenda se ha sumado otra anécdota, que supuestamente dio inicio a la obsesión de Jacobo por la brujería: se dice que cuando el rey la interrogó, ella comentó algunos detalles íntimos que sucedieron durante la noche de bodas del monarca, los cuales él no pudo negar.
A PARTIR de ese momento, Jacobo VI no sólo llevaría a alrededor de cuatro mil personas a la hoguera, sino que también desarrollaría un trabajo teológico sobre la brujería: el tratado Daemonologie, publicado en 1599 como un estudio de la magia oscura, el cual justificaba la persecución. Escrito a manera de los diálogos socráticos, era también una obra didáctica para educar al pueblo y así motivar las denuncias. La mayoría de las personas acusadas y ejecutadas eran mujeres, pues se consideraba que su carácter débil las convertía en presa fácil de las fuerzas demoniacas.
La furia de Jacobo contra la brujería quizá inspiró a William Shakespeare a escribir Macbeth, obra ambientada en Escocia y en la que el protagonista es atormentado por tres brujas. Si bien la literatura shakespeariana nos ha legado un retrato del vínculo del poder con lo sobrenatural, aún queda mucho que reflexionar sobre lo que la historia de esas víctimas puede aportar a las luchas políticas actuales. Reivindicar a las brujas es, en resumen, reivindicar a las mujeres.