Vindicación de Gina Berriault

Esta semana, el 19 de octubre, se festejó el Día de las Escritoras. Con ese motivo, pero no sólo en esa fecha,hay una tendencia cada vez más sólida que reivindica el papel de las mujeres como autoras,reconocimiento que les ha sido escatimado bajo el atavismo de los prejuicios y el predominio masculino.Es evidente que ese lastre se ha debilitado en años recientes, ante el impulso de nuevas voces femeninasy el rescate de muchas otras que fueron relegadas al olvido por esa misma herencia. La tarea continúa y éste es un caso

Gina Berriault (1926-1999).
Gina Berriault (1926-1999). Foto: Fuente: treracconti.it

Con su último libro de cuentos Gina Berriault obtuvo en 1997 el premio PEN Faulkner de ficción, que comparte con escritores de la talla de Annie Proulx, Ann Patchett, Karen Joy Fowler, John Updike, Don DeLillo y Philip Roth, entre otros.

Gina Berriault nació en California en 1926 y murió en el mismo estado setenta y tres años más tarde. Su trayecto por la prosa y el cuento es amplio, aunque ha sido poco examinado en su país —y mucho menos en el nuestro. Incluye cuatro compendios de historias cortas y el mismo número de novelas. En 1966 la sección estadunidense de la editorial Random House decidió incluir El chico de piedra, uno de sus cuentos más celebres, en la antología Points of View, una selección de historias cortas de prosistas clásicos como Katherine Mansfield o Dorothy Parker y autores prometedores, muchos de ellos ahora consagrados, como Joyce Carol Oates, Alice Munro, Margaret Atwood o John Updike.

En vida fue ampliamente celebrada por reescribir sus cuentos hasta alcanzar la perfección. Primero aparecían en revistas, luego se publicaban en compilados y, en algunas ocasiones, volvían a aparecer en antologías seleccionadas por ella misma, con la etiqueta de edición revisada y definitiva. Así, la última publicación de Mujeres en la cama es el símbolo de madurez de quien fue, además, considerada por sus críticos como dueña de una prosa concisa, de extraordinaria precisión emocional y un oficio notable dentro del vasto panorama literario de su país.

Tras la muerte de su padre, Gina comenzó a escribir para una revista enfocada en el comercio de gemas, para mantener a su familia. Trabajadora, siempre concienzuda y diligente, no sólo realizó obras por encargo, sino también novelas, cuentos, guiones y hasta un libro ilustrado para niños.

Desarrolló una carrera literaria que duró más de cuarenta años y se convirtió en la escritora que fue en virtud de su talento, inteligencia y devoción incansable. Los recursos literarios, las estructuras narrativas, el punto de vista desde el que construye las historias, los personajes y sus atmósferas, todo se amalgamó para beneficio de su prosa.

En la colección de cuentos Mujeres en la cama, revisada para su publicación en Estados Unidos en 1996 y traducida por primera vez a nuestro idioma en 2017, por Olivia de Miguel Crespo para la editorial mexicana Jus, la escritora exploró sentimientos como el rechazo, el fracaso y la tragedia.

A diferencia de la edición de 1996, que consta de treinta y cinco historias, la editada para Iberoamérica consta de quince cuentos, algunos narrados en primera y otros en tercera persona. Los más largos son de veinte o más páginas y los más breves son de siete. Están escritos como un muestrario, en todos los formatos imaginables: cuento, diario, cuaderno de viaje.

¿Cómo presentar a una escritora que ha sido olvidada, sino a través del filtro de su trabajo más definitorio?

Indagan en las experiencias de distintos personajes: un escritor que busca en México a un novelista refugiado, una mujer que pierde la cordura, un alcohólico solitario de mediana edad y un hombre lidiando con la muerte de su amante. Todos los personajes, prácticamente sin excepción, ofrecen una visión apegada a la realidad y comprometida con el retrato de las clases sociales más desfavorecidas, cuyos problemas la autora pretendió explicar mediante una visión racional y desprovista de moral. Estos cuentos buscan el dónde, el cómo y el porqué de la realidad.

El titulado "El abrigo" es un buen retrato de lo anterior: Eli es un hombre drogadicto, tiene cicatrices de agujas en los brazos y ha esperado dieciséis años para volver a casa. Es casi demasiado tarde; sus padres, ya mayores, siguieron caminos separados y enfrentan el paso del tiempo. Tras pasar la noche en una litera en el barco pesquero de su padre, encuentra a su madre demente, en un asilo de ancianos.

La californiana nos confirma que un narrador puede contar cada historia desde distintos puntos de vista, que la correcta elección de la técnica narrativa da magia y poder a la ficción y la vuelve excepcionalmente fascinante e iluminadora. Imagínense a El Gran Gatsby narrado por Gatsby en lugar de Nick. Intuitivamente o no, un autor elige sus técnicas según lo que quiere lograr.

“El diario de K. W.”, otro de los cuentos, está escrito en forma de diario donde la protagonista, una mujer mayor enamorada de un hombre más joven, ofrece el testimonio del desánimo que le produce no ser correspondida. Este aire de aceptación, o tal vez resignación, resuena en todo el relato, donde también destaca otro rasgo de la ficción de Berriault: las vidas ocultas de las mujeres, a menudo ignoradas por el mundo.

En Mujeres en la cama,1 que da título a este volumen, una joven aspirante a actriz trabaja en el pabellón mental para hombres y mujeres de un hospital de San Francisco. Desde sus primeras horas en la sala, trata de imaginar a las mujeres ahí internadas cuando eran jóvenes, queriendo acudir en su rescate. Pero el rescate no es posible.

¿Cómo presentar a una escritora que ha sido olvidada, sino a través del filtro de su trabajo más definitorio? Las historias aquí reunidas ofrecen al lector un contacto con esta maestra del cuento contemporáneo.

A lo largo de su vida, Gina Berriault fue testigo de cómo el rechazo, el fracaso y la tragedia se manifiestan en la vida de las personas y eso quiso reflejar en sus personajes. Desarrolló una ácida crítica hacia los valores de la sociedad norteamericana y las consecuencias deshumanizantes del capitalismo. Y entendió dos cosas: que los eventos de nuestra historia compartida no deben ignorarse y que el buen arte es el maridaje de forma y contenido, ya sea por la disonancia de la ironía o por la consonancia de la armonía.

Nota

1 En su lengua original este cuento lleva por nombre "Women in their Beds". Una traducción más acertada al español pudiera ser "Mujeres en sus camas", ya que hace referencia a las mujeres internadas en el hospital donde se desarrolla la historia.

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