En enero de 1941, cuando cumplía 23 años, mi padre, José Luis Martínez (1918-2007) publicó en el último número de la revista Taller, que dirigía su admirado Octavio Paz, una nota titulada “Julio Torri”. En ella daba cuenta de las dos publicaciones recientes del autor de Coahuila: la segunda edición en 1937 de Ensayos y poemas (primero publicada por la editorial Porrúa en 1917), y la primera edición de De fusilamientos, bajo el sello recién fundado de El Colegio de México, dirigido por Alfonso Reyes.1 Con esos libros, escribió mi padre, Julio Torri solucionó el problema de la literatura, que escribe sobre lo escrito y cae en “la vida desvirtuada del consumidor de literatura —novísima creación de nuestro mundo”. Y mi padre restituye el proceso de la solución que dio Torri:
Su vida, su cotidiano vivir gira en torno y se ha convertido ella misma en literatura, en literaria, en libresca. Sus libros cercan e invaden —yedra tropical incontenible—, tanto su persona física como su persona moral. Ellos han acabado por ser su vida total. Pero a Julio Torri —a quien se puede aplicar la frase dirigida a Huxley “que era tan inteligente hasta volverse casi humano”—, no se le ha escapado la aberración que significa el escribir sobre lo escrito, el escribir sobre sus libros que, en último término, son su vida; y es así como ha ideado salvar en sus obras, tras lentos y pacientes buceos, los despojos preciosos de auténtica y fresca vida que él solo ha podido descubrir...
Así enuncia mi padre la solución torriana al dilema del hombre literario: “No hay allí literatura sobre la vida, sino vida —franca y jovial— sobre la literatura”. Y define la estirpe literaria de Julio Torri:
Hace pequeños ensayos que son rigurosas antologías montanianas —flores de antología del mejor Montaigne, salvando el disparate—, o bien estampas que envidiarían las plumas más afiladas de Schwob, Jules Renard, Barbey D’Aurevilly o los humoristas ingleses. Su humor detesta el estrépito grosero de Rabelais y prefiere la sonrisa intrigante de sorna o discreteo sólo escuchada por los más sutiles. Tiene mucho de la gracia fresca y libre del Arcipreste de Hita, mucho más que la de la acerada meditación de Gracián con quien alguien le ha comparado. En fin, malicia, primero tan española y que luego parece que se llevaron con la Invencible los ingleses. Malicia: sonrisa hacia adentro, gozo y no torpe ofensa.
Agrega mi padre que “en sus líneas se siente el ala oscura y trágica de Omar Kahyyam tanto como el humor agudo de Wilde o la impalpable sombra de unas páginas que quizá nunca hemos leído”. El joven Martínez pensaba tal vez en Jorge Luis Borges e intuía el efecto que tendría la peculiar prosa de Torri en autores como su amigo de infancia, Juan José Arreola.
Una mente refinada como la de Torri buscaba en el proyecto educativo de Vasconcelos germinar en los niños y el pueblo de México el sentimiento de la vida literaria y su ideal de vida bella, buena
BIEN CONOCÍA mi padre a Torri, porque desde que se instaló en 1939 en la Ciudad de México, se inscribió a la Facultad de Filosofía y Letras, en el edificio de la calle del Licenciado Verdad. Ahí asistió, con Alí Chumacero, a los cursos de sus grandes maestros, Francisco Monterde, Manuel Toussaint y particularmente “los dos Julios”, Jiménez Rueda y Torri, como lo recordará mi padre en sus conversaciones inéditas de 2006 con su amigo José de la Colina:
Jiménez Rueda era un expositor brillante y el curso muy bien organizado, muy claro, no había misterios vagos sino cosas también orgánicas. En cambio, Torri era un hombre de minucias, de pequeñas cosas que te descubría. Daba muchas lecturas, pero insistía en lo raro y erótico, y en los cursos más refinados también. Él nos descubrió sus secretos de literatura, en la literatura española esos escritores menores del Cancionero de Baena...
Mi padre le contó a De la Colina que Torri, siempre con su “sentido especial de la vida”, le transmitió el gusto por el Diario de Jules Renard, por Marcel Schwob, Homero, el Libro de buen amor y el Cantar de Mio Cid (acaso debo a Torri mi nombre de Rodrigo). Y antes de admirar los dos libros canónicos del maestro, Ensayos y poemas y De fusilamientos, mi padre se dejó cautivar por sus textos incluidos en las Lecturas clásicas para niños de 1924, que el propio Torri editó como jefe del Departamento Editorial de la SEP al mando de José Vasconcelos.
La publicación en 1937 y 1940 de sus dos grandes libritos, valorizados por mi padre en 1941 en la revista Taller, fue determinante para que, con el apoyo de Alfonso Reyes, el 14 de enero de 1942 Torri fuera nombrado corresponsal de la Academia Mexicana de la Lengua (el 21 de noviembre de 1953 fue electo académico numerario con la silla XII, que hoy ocupa Roger Bartra). Poco después, el 20 de diciembre de 1945, Torri le escribió a mi padre una breve carta con “un saludo muy cariñoso de año nuevo y mi agradecimiento infinito por sus amabilidades conmigo”.2 Acaso Torri se refiera a algún apoyo que le pudo dar mi padre como secretario particular de Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública.
MI PADRE incluyó su ensayo de 1941 sobre Torri en su libro Literatura mexicana, Siglo XX, 1910-1949, publicado en dos tomos en 1949 y 1950, pero Julio Torri es mencionado en varias otras partes del libro, particularmente en el “Panorama de la literatura contemporánea (1910-1949)”, en el que retoma su participación junto a José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Ricardo Gómez Robelo y Jesús T. Acevedo, en los trabajos del Ateneo de la Juventud, que provocó una verdadera “revolución cultural”, la faceta acaso más profunda de la Revolución mexicana.3
Más adelante, Torri participará en los trabajos editoriales de Vasconcelos en la Universidad y en la Secretaría de Educación Pública, particularmente en las mencionadas Lecturas Clásicas para Niños y en los famosos “Clásicos Verdes”. Podría pensarse que una mente tan refinada como la de Torri buscaba en el proyecto social educativo de Vasconcelos germinar en los niños y el pueblo todo de México el sentimiento de la vida literaria y su ideal de vida bella, por lo tanto, buena. Más adelante se refiere mi padre a la “sustancia poética de su estilo” para aclarar que nada le es más extraño a Torri que “este género híbrido y peligroso llamado prosa poética”. Afirma: “En él la prosa no se deforma ni la poesía tropieza: una y otra mantienen sus condiciones esenciales, la sobriedad de su paso o el efluvio secreto”.
En otro texto, sobre “El ensayo y la crítica en México (1940-1946)", de julio de 1946,4 mi padre regresó a Torri al incluirlo como “cultivador eminente” del “ensayo considerado como género de creación literaria”. Refirió De fusilamientos como “uno de los más consumados modelos en tan difícil arte”. Por otro lado, continuaba, está el ensayo “que insiste en su dimensión lógica y prescinde de sus posibilidades poemáticas”, que es
... más frecuentado, aunque no siempre se mantenga con todas sus características: deriva algunas veces, hacia la monografía y hacia el artículo, y aun pueden registrarse casos en que el ensayo progresa hasta convertirse en tratado, superando su parcialidad y su falta de compromisos.
MI PADRE, que había abandonado la poesía, se concentró en el ensayo, con los criterios de rigor de la poesía, como lo vio Enrique Krauze,5 mientras el ensayo como género permaneció en el centro de sus afanes. En medio de los trabajos burocráticos culturales que emprendió desde 1943, dedicó sus esfuerzos a elaborar para el Fondo de Cultura Económica una gran antología titulada El ensayo mexicano moderno, con una selección de ensayos, de Justo Sierra a Pablo González Casanova. Incluye, por supuesto, a Torri; igual ocurre en las ediciones sucesivamente ampliadas de 1971 y de 2003.6 Retomo parte de la nota introductoria de mi padre:
Torri, maestro de los más sabios en cuestiones literarias, es paradójicamente autor de sólo dos [tres] breves libros de ensayos, además de un manual de literatura española y de un estudio sobre la Revista Moderna de México.7 Pero esta limitada obra de creación tiene la rara calidad de entregar despojos preciosos de auténtica y fresca vida, rescatados, tras lentos y pacientes buceos, de una existencia que ha sido toda ella ejercicio literario. Los libros, su experiencia sobre ellos, para este ejemplar sorteador de la tentación literaria, sólo vienen a ser un contraluz en su empresa salvadora de su propia sensibilidad: humor de discreta, ladina sonrisa; reservada emoción, gracia ligera, malicia, dolorido sentir, suave tolerancia de la flaqueza humana y también, a veces, el roce de un ala oscura y trágica.
Poco después, en 1963, la UNAM publicó un disco con la voz de Julio Torri para la colección Voz Viva de México.8 Mi padre escribió el texto de presentación. Su maestro se lo agradeció en una carta de enero de 1964, en la que dice que cree “difícil hallar algo que pueda equiparársele en ideas, sutileza, sobre todo en bondad infinita de viejo amigo”. Mi padre estaba en París, junto con mi madre, mi hermana y yo. Allá Julio Torri le envió ese mismo año el libro recientemente publicado por el Fondo, llanamente titulado Tres libros, que incluye Ensayos y poemas, De fusilamientos y unas nuevas Prosas dispersas. Octavio Paz estaba también en París en junio de 1964, en su reencuentro con Marie José Tramini. Cuando le llegó Tres libros a mi padre, se lo mostró con orgullo, lo presumieron y leyeron algunas páginas a sus amigos franceses.
EN 1969, mi padre publicó en El Gallo Ilustrado, suplemento del periódico El Día, un texto titulado “Maestro, bibliófilo y escritor excepcional”. En él retoma la personalidad de Torri no sólo como ensayista, sino también como maestro de literatura española y francesa en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras, además de bibliófilo.9 Sobre este tema regresaría veinte años después en “Julio Torri y los libros”; en él cuenta sus idiosincrasias bibliográficas y su gusto por las ediciones raras, particularmente las de contenido erótico, y las encuadernaciones notables.10 Al mismo tiempo, mi padre, como director de la Academia Mexicana de la Lengua (1980-2000), pronunció unas “Palabras preliminares” en el Homenaje de la Academia por el centenario del nacimiento de Julio Torri, en sesión solemne pública del 31 de agosto de 1989.11 Los oradores académicos fueron Héctor Azar, quien habló sobre “El profesor Julio Torri”, y Serge Zaïtzeff, sobre “El otro Julio Torri”.
En su discurso, mi padre citó algunas líneas de Alfonso Reyes sobre el “apego al silencio” del maestro. No resisto transcribirlas:
Apenas salía de su infancia Julio Torri, graciosamente diablesco, duende que apaga las luces, íncubo en huelga, humorista heiniano que nos ha dejado algunas de las más bellas páginas de prosa que se escribieron entonces, y luego, terso y fino, tallado en diamante con las rozaduras del trato, no admite más reparo que su decidido apego al silencio: acaso no le den tregua para escribir cuanto debiera las “cosas de la vida”, como suele decirse, la tiranía de aquel “amo furioso y brutal” que tanto nos hace padecer.
Mi padre, director de la Academia Mexicana de la Lengua, pronunció unas Palabras preliminares en el Homenaje de la Academia por el centenario del nacimiento de Julio Torri, en sesión solemne del 31 de agosto de 1989
EN LA ENTREVISTA de 2006 a mi padre, José de la Colina le preguntó sobre el distanciamiento entre Torri y Alfonso Reyes por un libro no devuelto. Mi padre dijo que en alguna parte publicó una nota aclaratoria de que al final los dos amigos se contentaron, aunque la reconciliación no aparece en su correspondencia.12 De la Colina recordó lo que decía Gerardo Deniz-Juan Almela: “en Reyes hay muchos Torris y en Debussy hay muchos Saties”. Además le preguntó a mi padre por las causas de la afición de Torri por las feas, aunque el entrevistado prefirió hablar sobre las desenvueltas cartas de una inteligente texana a Julio Torri, que acababa de publicar Serge I. Zaïtzeff ese mismo 2006 (no han aparecido las respuestas de Torri).13 Fue de las últimas y gozosas lecturas de mi padre, que fallecería meses después, junto al gran volumen Borges de Bioy Casares. Ciertamente, nos lo enseñó Julio Torri, más literaria, más llevadera la vida.
Notas
1 José Luis Martínez, “Julio Torri”, Taller, XII, enero-febrero, 1941, pp. 66-68. Edición facsimilar, presentación con textos de JLM, Frank Dauster, Octavio Paz, Boyd G. Carter, Rafael Solana, Carlos Monsiváis, Klaus Müller-Bergh, FCE, Revistas Literarias Mexicanas Modernas, México, 1982, 2 vols.
2 Archivo de JLM. Catálogo de la correspondencia de María Guadalupe Ramírez Delira.
3 JLM, Literatura mexicana. Siglo XX (1910-1949), Antigua Librería Robredo, México, 1949, 1950, 2 vols., vol. I, pp. 287-290, y vol. II, p. 113.
4 JLM, “El ensayo y la crítica en México (1940-1946)”, suplemento de El Nacional, 11 de agosto, 1946.
5 Enrique Krauze, “José Luis Martínez, el sabio y sus libros”, Letras Libres, 104, agosto, 2007; también en Retratos personales, Tusquets, México, 2007, pp. 95-113. Y “Jaliscienses eminentes”, Letras Libres, 229, enero, 2018, pp. 60-62.
6 JLM, “Julio Torri”, en El ensayo mexicano moderno, FCE, Letras Mexicanas, México, 1958, pp. 312-317.
7 Julio Torri, “La Revista Moderna de México”, Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, leído el 21 de noviembre de 1953, contestación por Alejandro Quijano, Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, tomo XIV, Editorial Jus, México, 1956, pp. 311-322; y en Diálogo de los libros, compilación de Serge Zaïtzeff, FCE, Letras Mexicanas, México, 1980, pp. 115-128.
8 JLM, “Presentación” al disco de Julio Torri en Voz Viva de México, UNAM, México, 1963.
9 JLM, “Maestro, bibliófilo y escritor excepcional”, El Gallo Ilustrado, suplemento de El Día, 30 de marzo, 1969, p. 2.
10 JLM, “Julio Torri y los libros”, México en el Arte, 23, 1989, pp. 36-39.
11 JLM, “Palabras de José Luis Martínez”, 31 de agosto, 1989, Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, XXVI, 1988-1996, pp. 369-371, 372-377. Este volumen de las Memorias de la Academia contiene contribuciones de JLM sobre José Rogelio Álvarez, Alfonso Noriega Cantú, Alfonso Reyes, Julio Torri, Joaquín García Icazbalceta y Nebrija, las voces “tequio”, “azteca”, “tocotín” y “tapatío”, y sobre “un nuevo diccionario de mexicanismos”.
12 Julio Torri, Epistolarios, edición de Serge I. Zaïtzeff, UNAM, México, 1995.
13 Serge I. Zaïtzeff, Anywhere in the South. Cartas de una joven texana a Julio Torri, UNAM / DGE Equilibrista / Pértiga, México, 2006.
RODRIGO MARTÍNEZ BARACS (Ciudad de México, 1954) es profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Miembro de las academias mexicanas de la Lengua y de la Historia, es autor de La biblioteca de mi padre (2010), El largo descubrimiento del Opera medicinalia de Francisco Bravo (2015) y Convivencia y utopía. El gobierno indio y español de la "ciudad de Mechuacan”, 1521-1580 (2017).
Tres cartas de Julio Torri y José Luis Martínez
TORRI A MARTÍNEZ [MECANOESCRITA]
México, a 20 de diciembre de 1945
Muy querido José Luis: –
Reciba un saludo muy cariñoso de año nuevo y mi agradecimiento infinito por sus amabilidades conmigo.
Póngame a los pies de su señora [Amalia Hernández], y ya sabe cuanto lo aprecia y quiere,
Julio Torri
TORRI A MARTÍNEZ [MECANOESCRITA]
México, enero de 1964
Señor D. José Luis Martínez,
París
Muy querido amigo: –
Perdone Vd. mi torpeza en expresarle mi profunda gratitud por su notable presentación en el disco universitario, presentación que ha sido muy aplaudida por cuantas gentes la han escuchado o leído.
Mirando las cosas lo más objetivamente posible —es decir, despidiéndome yo del orgullo de haber dado material a una página extraordinaria de crítica— creo difícil hallar algo que pueda equiparársele en ideas, sutileza, y sobre todo en bondad infinita de viejo amigo.
Su amigo, su emocionado amigo que le profesa además del más sincero agradecimiento por sus generosas líneas, una admiración grande por sus facultades críticas.
Julio Torri
MARTÍNEZ A TORRI [BORRADOR MANUSCRITO]
París, 4 de septiembre de 1964
Querido don Julio: muchas gracias por el envío de sus Tres libros que me han dado el placer de volver a leer los antiguos textos admirados y descubrir entre los nuevos otras páginas memorables. Por los días de la llegada de su libro estaba en París OP [Octavio Paz, en junio]. Se lo mostré con orgullo, lo presumimos a amigos franceses y aun les leímos ciertas páginas ejemplares. De las Prosas dispersas apunto para mi complacencia, por mi abolengo personal, la “Oración por un niño que juega en el parque”, “La ingrata” y las “Lucubraciones de medianoche”. Tienen estas páginas esa ternura silenciosa, ese humor contenido y esa observación sagaz y chicuela que todos quisiéramos alcanzar.
Su artículo sobre “Odiseo, Sinbad y Róbinson” me hace recordar que alguna vez encontré en los Comentarios reales del Inca Garcilaso —en todo caso en alguna de sus obras— el relato de un marino náufrago que pudo ser también un modelo de Robinson de Defoe.1 El relato del Inca es encantador y su héroe sufre casi lo mismo por parecer por el cinglado, sobre que, como español, acaba por reñir con el respectivo [consabido] Viernes.
Lo quiere y lo admira su amigo
JLM
Nota
1 Se refiere a la descripción del naufragio de Pedro Serrano en la isla Serranilla, que da el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) en sus Comentarios reales, Lisboa, 1609, lib. I, cap. viii.