José Vicente Anaya

El sino del escorpión

José Vicente Anaya
José Vicente Anaya Foto: Fuente: Secretaría de Cultura

Desde su grieta en el muro, el alacrán atendió vía remota la charla sobre la obra de José Vicente Anaya, el uno de noviembre en la Feria del Libro de Chihuahua, tras el lamentable fallecimiento del poeta, ensayista y crítico, el primero de agosto en Chihuahua, donde nació en 1947.

Varios aspectos de su vida y obra atraen al arácnido: su poética vanguardista, iniciada en los setenta con su poema Híkuri, y su desarrollo como crítico, editor y traductor. También su aventura fundacional del movimiento infrarrealista y la indagación en las causas y consecuencias de su alejamiento de ese grupo. Es un capítulo “no oficial”, pero formativo de nuestra historia cultural, que el establishment literario insiste en desaparecer.

Willivaldo Delgadillo, escritor, paisano y amigo de Anaya, recordó desde Chihuahua la reivindicación planteada por José Vicente sobre el carácter crítico del poeta. Para él, hacer versos no sólo tenía un fin estético, sino también ético y por ende político: “El territorio de la poesía es el de la utopía”, escribió. Delgadillo recordó además el compromiso de Anaya con el ensayo, pues consideraba tarea del poeta el reordenar cada cierto tiempo el canon de la poesía. Vicente admiró la poesía de Paz, pero criticó el Paz-centrismo de la cultura mexicana, y de esa idea surgió su edición de Versus: Otras miradas a la obra de Octavio Paz (Medianoche, 2010), con ensayos hipercríticos sobre el Nobel mexicano del mismo Anaya, Jorge Aguilar Mora, Alí Calderón, Evodio Escalante, Mónica Mansour, Enrique González Rojo y Heriberto Yépez. Justo el escritor y ensayista Yépez intervino desde Tijuana en la conversación, para recobrar la historia infrarrealista de Anaya, quien en 1976 fundó el movimiento con Mario Santiago, Roberto Bolaño y otros jóvenes escritores, y además apareció en su primera antología poética, Pájaro de calor, ocho poetas infrarrealistas (A. Sanchís, 1976).

Para él, hacer versos no sólo tenía un fin estético, sino también ético

Luego vino su alejamiento del grupo, en 1978, por lo cual aún se discute aguerridamente (hasta entre infras), si fue o no parte del movimiento y si cabe o no en sus antologías. Yépez revalora la poesía vanguardista y experimental de Anaya y sus tintes etnopoéticos, y lo señala, a pesar de sus diferencias con los infras, acaso como el más infra de todos, pues afirma verlo también perfilado como el arquetipo poético de ese movimiento en la novela Los detectives salvajes (Bolaño, 1998), por encima o a la par del mismo Mario Santiago (el Ulises Lima de la trama).

El venenoso urge a releer a Anaya, discutir y documentar críticamente la historia y contrahistoria infrarrealista, aún negada con obstinación por los conservadores policías del buen gusto literario.

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Sandro Cohen