Nostalgia de la vida

Kiki de Montparnasse y Alfonso Reyes

En esta edición de El Cultural revisitamos a una figura decisiva en las letras de nuestro siglo XX, Alfonso Reyes.Conocedor de su enorme obra y valía, Adolfo Castañón lo aborda aquí desde el terreno de la intimidad,las amistades y querencias de la noche, durante su paso por la embajada de México en Francia—en el periodo de entreguerras, cuando París, en efecto y con Hemingway, “era una fiesta”. Es una historiadonde Reyes va de la mano de “La reina de Montparnasse”, venerada por artistas y bohemios de la época, modelo, cantante y pintora —entre otras virtudes—, para llenar el cuadro con el tinte de pátina y afecto que su relato incluye.

Otro retrato de Kiki, por Man Ray. Fuente: pinterest.dk

I

Alfonso Reyes llega a París a fines de octubre de 1924. Tiene 35 años. Había estado antes, entre agosto de 1913 y septiembre de 1914, con diez años menos. En 1913 era segundo secretario de la embajada de México en Francia. Diez años más tarde va como embajador acreditado no sólo por el gobierno de México, que lo había nombrado en ese cargo, sino por las credenciales de su intenso ejercicio literario, crítico y editorial en España. Llega a París acompañado de su esposa Manuela Mota y de Alfonso Reyes Mota, su hijo, por cuyo sostén diario tiene que ver.

El París al que llega Reyes en octubre de 1924 no le es del todo ajeno. Se reencontrará ahí con numerosos amigos y atesorará como pocos esa proteica capacidad suya para convivir no sólo con el mundo oficial, diplomático y aun aristocrático, sino con los escritores y artistas de toda laya con los que va amistando. El experimento de la cordialidad universal que tan buenos resultados le había dado en España, abriéndole de par en par las puertas de esa cerrada sociedad, desde la nobleza hasta las orillas bohemias, heterodoxas y marginales, conectadas por el hilo dorado de la letra, el arte y la poesía, se reproducirá en París, donde Reyes frecuenta prácticamente a todos los ciudadanos de la república literaria, a los diplomáticos y a los artistas, a los libreros y a los anticuarios, a los banqueros y a los periodistas, a los profesores, a los filósofos y a los diletantes, a los pintores, fotógrafos, músicos, coreógrafos, desterrados, caricaturistas...

No es extraño en ese contexto que estos encuentros se hubiesen dado en ciertos lugares. Uno de esos espacios fue el exclusivo y tradicional Jockey Club de París, foco de reunión de la aristocracia y la nobleza, sede de las autoridades hípicas francesas y lugar de encuentro de la alta sociedad —recuérdese que Charles Swann, uno de los personajes de Marcel Proust, fue presentado como uno de sus miembros— y de una sociedad que bailaba, apostaba, murmuraba y se divertía en sus salones desde la noche hasta que el día despuntaba. Reyes lo frecuentó y dejó una viñeta de ese espacio:

Los techos de París exhalan

ya las primeras golondrinas

y en el bochorno azul que baja

sube una paz vegetativa.

Silencio, cuando la caricia

sus pétalos olvida por las frentes.

Miente quien dijo “todavía”

y quien dijo “ya no más” miente.

Desde cada pestaña,

una gotita de risa le tiembla,

mientras divaga el ala de la luna,

entre la noche coqueta de estrellas.1

Cabe suponer que Alfonso Reyes alude en este poema a las pestañas de Alice Prin, mejor conocida como Kiki de Montparnasse (1901-1953), la cantante, artista, poeta y modelo de la que consta que fue amigo y confidente.

El pequeño salón del Jockey —Dice Alfonso Reyes— chirriba como una matraca... Kikí cantaba sus tonadas con una dulzura religiosa y sencilla, que contrastaba con la crudeza de la letra —hecha toda como de carne, de ajo y cebolla 

II

Hubo además otro centro nocturno, The Jockey, más modesto y pequeño. El night club que, a partir de fines de noviembre de 1923, empezó a funcionar en la esquina del Boulevard Montparnasse con la Rue de Campagne-Première. El local había sido antes el Café Caméléon.

Fue comprado por un exjockey de nombre Miller y un pintor de nacionalidad estadunidense llamado Hilaire Hiler. Remodelaron un poco el lugar y tapizaron las paredes con carteles de figuras de vaqueros, indios y... mexicanos. Pusieron una pequeña pista de baile y encendieron un luminoso letrero: The Jockey. Decía Kiki: “Hemos puesto en marcha un pequeño night-club que promete ser muy divertido; todas las noches nos reunimos ahí como una buena familia y cada cliente tiene derecho a hacer su pequeño ‘número’”.2 En alguna de las primeras fotos se reconoce, además de Kiki y de los fundadores del lugar, a Man Ray, Tristan Tzara y Ezra Pound. Dice Alfonso Reyes:

El pequeño salón del “Jockey” chirriaba como una matraca, zumbaba como uno de esos tamborcitos de cartón, atados a una cuerda, que los niños hacen girar, imitando el ronrón del mosco. —Caja de sombreros, llena por dentro de papeles y cintas; tan bajo el techo que nos aplasta las ideas, como la tapa suele aplastar la aigrette [penacho, haz de plumas]—. Había rebuznos de zambomba.

Los letreros en inglés, tomados del viaje de Wilde por el oeste y sur de los Estados Unidos, húmedos de música, sanguijuelaban por los muros. Afuera, las bohardillas estaban tan untadas de luna.

Kisling había entrado, repartiendo puñetazos, puñetazos de arreglo fácil, como tratados y contratados de antemano entre el agresor y la víctima.

Kikí3 cantaba sus tonadas de marinero con una dulzura religiosa y sencilla, que contrastaba con la crudeza de la letra —hecha toda como de carne, de ajo y cebolla. Por el pico de la cara, se le iba la electricidad de los ojos, esos ojos de cohete volteador que sólo ella tiene.4

Sigue recordando Reyes: “El Jockey vio nacer el suprarrealismo por los días en que el barrio artístico de Montparnasse, heredero del Quartier Latin, ya estaba invadido de ‘vikingos’, y cuando Kikí, grande hija de Châtillon-sur-Seine, cantaba sus aires de marineros”.5 Paulette Patout refiere en Alfonso Reyes y Francia:6

Reyes se convirtió en un ferviente asiduo de las noches del Jockey, el último de los salones de baile de moda donde se podía encontrar a Van Dongen, Kiesling, Foujita y Dérain. ¡Cuántas mujeres bellas! ¡Qué vestidos! Jean Cassou y Marcelle Auclair se acuerdan todavía de su amigo Alfonso, sonriente, encantado a la débil luz de las lámparas rojas del techo, entre Jean Cocteau que martilleaba el piano, y Kiki, la famosa modelo, que lanzaba a plena voz sus licenciosos lamentos, con su bella y redonda cabeza, coronada con una extraña gorra. De Kiki de Montparnasse que inspiró a tantos artistas —Modigliani, Soutine, Kiesling, Man Ray— parecería que Reyes hubiese amado todo, su belleza morena, casi ibérica —borgoñona—, la gentileza, la vivacidad, el trazo del lápiz irreverente, y hasta el talento de pintora. El rumor de esta relación con “La reina de Montparnasse” y los versos que compuso para ella se difundieron rápidamente en México: sus amigos, Genaro Estrada y Eduardo Villaseñor, escribieron pastiches tan logrados que Reyes los publicó en uno de sus libros.

El de Estrada decía:

De las estrellas que se apagan

—ojos en introspección—

presiento que reaparecen

cuando te acercas a mí.

¡Ay, juego de planetario

que esconde tantos mundos

[perdidos,

cómo he creído encontrarlos

en el goce de tus esferas!

Mi ojo avizor al telescopio

descubre tus selenitas instintos,

pero se desespera en el deseo

de refrescarse en tus canales.

Te enviaré un radiograma

a la estación K de tu corazón,

con temores de que la distancia

lo transforme en carta de fin

[de semana.7

Y el de Eduardo Villaseñor decía:

Las estrellas que se apagan

son ojos que miran adentro;

así presiento los tuyos

cuando te acercas a mí.

¿Cómo si tan presta vienes

tardas tanto en despertar?

—Colores que nunca viste—

Ya no te puedo llorar.

Sobre tus ojos la aurora

pintaba sus madrigales

—¡ay, cosechas de pestañas

entre espigas de trigales!

Tiembla el recuerdo en su nido

ante el nido de los ojos,

lleno de perlas perdidas.

—¡Ay, cuándo pescaré

lo que ya tengo perdido

en las vueltas de las vidas?

—Colores que no veré.

Cierra la entrada al recuerdo

que de tus ojos vi huir:

viajero, casero no,

marido que ha de volver.8

Kiki de Montparnasse, modelo de Man Ray, El violín de Ingres, 1924.

Continúa Patout: “Antes de publicarlos ella misma, Kiki le contó a Reyes muchas cosas, entre otras, los recuerdos de la época en que trabajó ayudando a un panadero, cuando todos los mozos habían partido a la guerra. Reyes imaginó que la harina que había cubierto de pies a cabeza a aquella muchacha había sido para ella, tan coqueta, como un adorno, y compuso un delicioso poema titulado ‘La niña de harina’”:

Era —me dijo— moza del pan

(sin amores, sin amores, ¿eh?).

Todo el día trafagaba en él,

hada en trenzas y en delantal.

Y ya que, de andar en harina,

(sin amores, sin amores, ¿eh?)

se enmascaraba de abajo arriba

y tan blanca como un pastel,

¡aquella vaga sensualidad

de salir y de hacerse ver!...

Y le pedía a la patrona

dos o tres encargos que hacer.

¡Maligna cosmética blanca

del tocador del marmitón!

La travesura se le asoma

por los ojos blancos al balcón.

Y era, en la pena de París,

bajo el trueno gris de la guerra,

pan del cielo, y Alicia en tierra,

y entre los poetas, Kikí.9

No es extraño que Alfonso le escribiera a Genaro Estrada: “Escribo mucho, trabajo mucho. Y nada me ha hecho más feliz que Kikí. Es el mejor gajo del laurel. Me siento enteramente ‘envuelto en rico tul’”.10

Si se puede suponer que Reyes fue feliz con Kiki —“la mujer más conocida y querida de Montparnasse”—, también se debe admitir que ella se arriesgaba por el amigo mexicano, como él mismo recuerda: “En París, Kikí me ha seguido desnuda hasta media calle, y yo sin saberlo”.11

Kiki le contó a Reyes los recuerdos de la época en que trabajó ayudando a un panadero... Reyes imaginó que la harina que había cubierto de pies a cabeza a aquella muchacha había sido para ella, tan coqueta, como un adorno 

III

Alfonso Reyes dejó París rumbo a Buenos Aires en 1927. Un año antes había publicado en Francia, en español, el libro Pausa, celebrado por Borges, y unas “Simples remarques sur le Mexique” escritas originalmente en francés y no recogidas en libro. En 1928 Kiki hizo una exposición con sus cuadros, según contó en Souvenirs, con prólogo de Foujita, editado por Broca al año siguiente. Reyes ya se había ido a Buenos Aires un año antes, pero desde allá compró un cuadro titulado La granja. El motivo del óleo sobre madera (32 x 39.5 cm) es una escena rústica y familiar que evoca ciertas imágenes de Marc Chagall y de la pintura naïf, y que ha estado presente, por ejemplo, en exposiciones como “El París de Modigliani y sus contemporáneos”, en el Museo del Palacio de Bellas Artes, durante este 2020. El cuadro en cuestión forma parte del acervo de la Capilla Alfonsina.

Kiki publicó su libro en 1929. En abril de ese mismo año, la revista Paris-Montparnasse dio a conocer, gracias a Henri Broca, los primeros capítulos de sus Souvenirs, el libro de memorias que le había enviado a Man Ray narrando sus recuerdos de infancia. Como buen editor, Broca dio la primicia: “Kiki ha escrito sus memorias, que próximamente serán publicadas por Éditions Paris-Montparnasse”. El 24 de abril firmó un contrato para una edición de lujo. El 25 de junio tuvo lugar una firma de libros en el bar Falstaff en la que Kiki firmó muchos ejemplares al compás de las botellas descorchadas de champaña. El 26 de octubre se hizo otra presentación, reseñada por el Paris Tribune:

... la noche del sábado pasado Kiki se puso a dar un beso a todos a los asistentes, es fácil imaginar la larga fila que se formó hacia las nueve de la noche en la librería del Boulevard Raspail. Al propagarse la noticia por el barrio de que por treinta francos se podía conseguir un ejemplar de las Memorias de Kiki, su autógrafo y un beso, los hombres se olvidaron de sus medias naranjas, de sus compromisos y de su dignidad y se lanzaron a la librería a la carrera.

La memorias de Kiki fueron traducidas al inglés e incluían un prólogo del estadunidense Ernest Hemingway: “En la actualidad Kiki es un monumento erigido a sí misma [...] aquí está el libro escrito por una mujer que jamás fue una dama. Porque durante diez años, Kiki fue lo más parecido a lo que la gente entiende normalmente por una Reina; pero ser una Reina, por supuesto, es muy distinto a ser una dama”.12

Kiki de Montparnasse, La granja (detalle), óleo sobre tela, 1926.

IV

“Ven pronto, tu Reina, grandes besos de Kiki”, es una de las frases que se pueden leer en una carta dirigida a Alfonso Reyes —quien ya se encontraba en Buenos Aires—, sembrada de dibujos y signos humorísticos y provocadores: un par de pájaros negros, un figurín con las piernas abiertas, una mujer con paraguas, un hombre acostado y abajo la firma: Kiki. 1929. La carta, que se ubica en los archivos de la Capilla Alfonsina, probablemente es posterior al lanzamiento del libro. Está manuscrita en una hoja del Café-bar Américain Le Dome, en el número 108 del Boulevard Raspail. En el centro, unas líneas en verso:

La gandínjondi jundí

La jardi-jandí jafó

La farajijá-jijá

Yasó déifo

De iste hundio

Do nei Sopo

Don Comiso

Sameleistia.

Transcrito al estilo de Kiki, con faltas de ortografía, “este arreglo silábico” proviene de las líneas compuestas por Porfirio Barba Jacob cuando era niño, quien las recitaba a solas en sus momentos de rebeldía o de enojo contra las normas, según recuerda Reyes en Las jitanjáforas.13 Probablemente se las sabía de memoria y se las dijo a Kiki, quien también las guardaba en la mente.

En el margen derecho: “Son las tres de la mañana, qué haces, te espero. Ven pronto, tu Reina”. En el margen izquierdo una autocaricatura de Kiki, con el seno derecho bien dibujado y un corazón atravesado por una flecha: “Esto es Shakespeare”, en español, y en el ángulo superior izquierdo un ojo bien dibujado, dejando caer dos gotas: “Éstas son mis lágrimas”, también en español. En la parte inferior, una caricatura de Alfonso Reyes, levitando como un ángel con corbata y alas y los ojos entrecerrados, rodeado de ocho estrellas. Abajo: “Alfonso querido: ¿Cuándo es que usted va a venir con [ilegible]? Y sin embargo, yo estoy muy triste”. También en español.

No deja de parecerme conmovedor que Kiki haya guardado en la memoria esa danza silábica compuesta por un niño colombiano y recogida por su amigo mexicano muchos años después... El lector puede fantasear cuánto se deben haber divertido Kiki y Reyes recitando estos versos —estuviesen donde estuviesen— con estas lecciones fragantes de “las captaciones alógicas”, capaces de llevarlos a un “tiempo alucinado”.

En el margen izquierdo una autocaricatura de Kiki, con el seno derecho bien dibujado y un corazón atravesado por una flecha: Esto es Shakespeare , en español, y en el ángulo superior izquierdo un ojo... dejando caer dos gotas: Éstas son mis lágrimas

V

Han pasado los años, la guerra y lo demás. En su Diario,14 Reyes refiere el viaje que hizo a París en noviembre de 1946. En la anotación fechada en esa ciudad el domingo 24, asienta: “Tarde, recorro Montparnasse y mis barrios de gauche, evocando cosas de hace veinte años. Recalo en Le Boeuf sur le toit y en La Constellation, para oír canciones de otros días”. Tal vez algunas de esas canciones oídas por Reyes hayan sido “La complainte de Mandrin”, “Les trois marins de Groix”, “Aux Marches du Palais”, “Brave marin revient de Guerre”, “Tout le long de la Tamise”, “La haut sur la butte”, que se reproducen en el CD Kiki chante (París, 2008). Las canciones entonadas por ella tienen un sello popular y un aire medieval; en las grabaciones su voz se oye acompañada únicamente por un acordeón.

Un amigo de Reyes, Luis Cardoza y Aragón, quien es citado por Víctor Díaz Arciniega en la edición del Diario, trae dos recuerdos suyos en París. Una primera instantánea festiva y feliz:

Una noche lo saludo en la terraza del café de La Rotonde. Lo acompañaba una corpulenta muchacha. “¡Vaya faena!”, pensé.

—¿Qué hace, Alfonso?

—Luis, ya ve usted, sigo haciendo alpinismo.

(Recuérdese que su esposa, Manuela Mota, ayudaba a Reyes a bajar los libros situados en las estanterías más altas de la biblioteca). Continúa Cardoza y Aragón:

Kiki fue una de sus alegrías. Kiki de Montparnasse figura en libros de crónicas, algún tiempo mujer de Foujita. Sus ojazos, con enfático maquillaje, de perfil se le veían como a las egipcias de los sarcófagos. Ninguna muchacha fue más popular en el barrio. Su muerte, noticia mundial. Parecía un pájaro mojado, muy alerta y simpática. En el cabaret Le Jockey, en el bulevar de Montparnasse, cantaba con agria voz trasnochada:

Mon mari est parti en Espagne

Et il m’a laissé sans un sous

Mais j’ai mon petit trou

Et j’en gagne, j’ en gagne...

El segundo recuerdo de Cardoza es menos festivo:

Volviendo de Moscú, en 1946, visité París unos días. Como en una suerte de peregrinación, pasé en Montparnasse varias veladas. Cuando cerraron el bar de La Coupole pregunté a dónde era posible ir. Había lugares a puerta cerrada que se necesitaba conocer. Kiki me guió. Sus borracheras... fueron cada vez más monumentales: la llevaba puesta como mi abrigo. Le hablé de Alfonso.

En México le conté tal encuentro. Olvido si antes o después, me refirió su reciente viaje a París. En el cabaret al cual llegaría Kiki, se sentó en el fondo, de espaldas, frente a un gran espejo que reflejaba la entrada. Ya muy tarde, la vio avanzar borrachísima, el copioso alud del maquillaje destartalado. Cuando estuvo atrás de él, Reyes se volvió sorpresivamente y la abrazó. “Fuimos muy hipócritas los dos —me decía, sonriendo. Nos repetimos que no habíamos cambiado. Gesticulaba enfrente una especie de payaso en derrota, que me besaba y lo besaba. La sombra de la linda muchacha que cantaba en Le Jockey, que Foujita pintó desnuda. Brotaron lágrimas de brandy y emoción. Supongo que mi descalabro era semejante".15

Carta de Kiki a Reyes.

VI

El sábado 4 de abril de 1953, Alfonso Reyes apunta en su Diario: “El Times con fecha del seis trae noticia del fallecimiento de Kiki en París, ‘la semana pasada’, a los 51 años”. Y la madrugada del lunes 13 de abril: “Recuerdos de Alice Prin, K. K.”.16 ¿Serán esos recuerdos los que dejó asentados en las páginas citadas de Árbol de pólvora?

Notas

1 Alfonso Reyes, Obras completas (OC ), tomo X, FCE, México, 1959, pp. 244-245.

2 Citada en El París de Kiki: artistas y amantes 1900-1930, de Billy Klüver y Julie Martin, incluye 700 ilustraciones y 12 mapas, Tusquets, Barcelona, 1989, p. 126.

3 Conservamos la ortografía original de Reyes.

4 “Aparece Rubén Darío”, Tren de ondas (1924-1932), OC, tomo VIII, 1958, p. 349.

5 “Descanso III”, Memorias de cocina y bodega, 1953, OC, tomo XXV, FCE, México, 1991, p. 319.

6 Paulette Patout, Alfonso Reyes y Francia, traducción de Isabel Vericat, El Colegio de México, Gobierno del Estado de Nuevo León, México, 1990, p. 326.

7 Genaro Estrada, “Parodia de Reyes”, fechado en México, abril de 1928, en Alfonso Reyes, Cortesía (1909-1947), Editorial Cvltvra, México, 1948, pp. 104-105.

8 Eduardo Villaseñor, “Parodia de Reyes”, ibid., pp. 106-107.

9 Alfonso Reyes, “La niña de harina”, fechado en 1925, ibid., pp. 59-60.

10 Reyes a Estrada, París, 22 de octubre de 1925, Con leal franqueza. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Genaro Estrada (1916-1927), tomo I, El Colegio Nacional, México, 1992, p. 347,

11 Reyes, Árbol de pólvora, OC, tomo XXIII, FCE, México, 1989, p. 288.

12 Citado en El París de Kiki, op. cit., p. 191.

13 Reyes, OC, tomo XIV, FCE, México, 1962, p. 196.

14 Reyes, Diario VI, 1945-1951, edición crítica, introducción, notas, fichas bibliográficas, cronología e índice de Víctor Díaz Arciniega, FCE, México, 2013, pp. 49-52.

15 Luis Cardoza y Aragón, El Río. Novelas de caballería, FCE, Colección Tierra Firme, México, 1986, pp. 240-241.

16 Reyes, Diario VII, 1951-1959, edición crítica, introducción, notas, fichas bibliográficas, cronología e índice de Fernando Curiel Defossé, Belem Clark y Luz América Viveros Anaya, FCE, México, 2015, p. 152.

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