Contemplar la violencia

Al margen

Artemisia Gentileschi, Susana y los viejos, 1610, Colección Schönborn, Pommersfelden. Fuente: Wikimedia Commons

Una joven se encuentra sentada en una banca de piedra. Está desnuda, pero el paño que cubre su pierna izquierda nos indica que estaba ya en proceso de cubrir su cuerpo cuando fue interrumpida. Su pie, sumergido en un espejo de agua apenas sugerido, nos explica su desnudez: se estaba bañando, pero algo la detuvo. Dos hombres se inclinan sobre ella, cuchichean entre ellos y uno le habla al oído a la joven, pero sus atenciones son recibidas con repugnancia. El cuerpo de la mujer se contorsiona, aleja el rostro de los suyos con una expresión de disgusto e intenta disuadirlos con las manos. Está siendo acosada.

EN 1610, ARTEMISIA GENTILESCHI pintó este cuadro, el primero que firmaría en su carrera. Basándose en el pasaje bíblico de Susana y los ancianos, la artista representó la violencia a la que las mujeres se enfrentaban en la vida pública —y se siguen enfrentando. Artemisia tenía diecisiete años cuando pintó este lienzo, pero a pesar de su corta edad, no era ajena a esas prácticas. Su presencia en el taller de su padre, Orazio, debió levantar más de una ceja y también sabemos que levantó pasiones. No era común que las mujeres se formaran artísticamente —o de ninguna otra manera—, pero al quedar huérfana de madre, Orazio decidió enseñarle su oficio de pintor, integrándola al taller con el resto de sus hijos. Ya muchos historiadores del arte han señalado su talento nato que, a diferencia de sus hermanos, la llevó por un camino inusitado para las mujeres de su época, siendo la primera en ser admitida en la Academia de Bellas Artes de Florencia. A pesar de su virtuosismo con el pincel, su vida y su carrera han quedado marcadas por un hecho deplorable: el acoso y la violación que sufrió a manos del pintor Agostino Tassi.

Artemisia utilizaría el arte para conciliarse con la violencia que ejercieron sobre ella, tanto su agresor como los jueces que la revictimizaron tras la denuncia de su padre. Lo sorprendente de su representación de Susana es cómo se anticipa a lo que vendría. La violación y el juicio que desató sucederían un año después de que firmara aquel lienzo, pero es probable que Tassi, quien vivía arriba del taller de su padre, ya había empezado a acosarla tiempo atrás. En el juicio se declaró a Tassi culpable de la agresión contra Artemisia, como también de varios delitos más —era una fichita— pero en el camino, ella tuvo que soportar torturas físicas y psicológicas para comprobar su testimonio; como Susana, Artemisia era agredida por los jueces. Estas coincidencias entre el pasaje bíblico y su propia experiencia pusieron en duda durante muchos años la fecha de la obra.

Artemisia decidiría reinterpretar, desde una mirada femenina, temas religiosos que eran abordados durante
su tiempo  

A PARTIR DE ESE MOMENTO, Artemisia decidiría reinterpretar, desde una mirada femenina, los temas religiosos que eran típicamente abordados durante su tiempo. Sus obras están pobladas de mujeres que toman las riendas de su propia vida y lo hacen con enorme fuerza: su Judith no parece asqueada o arrepentida mientras le corta la cabeza a Holofernes, lo hace con determinación, tal como su Jael se dispone a clavar el cráneo de Sísara, levantando firmemente su martillo. Si bien no se puede hablar de arte feminista en el caso de Gentileschi, pues sería anacrónico, en su obra vemos un tratamiento psicológico inexplorado hasta entonces, que nos habla de una suerte de perspectiva de género; son las historias bíblicas contadas desde el punto de vista de las mujeres que las protagonizaron.

Cerca del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se conmemora cada 25 de noviembre, vale la pena recordar lo que la obra de Artemisia pone frente a nuestros ojos: que al visitar nuestros museos favoritos y observar las obras que nos conmueven estamos también contemplando la violencia a la que han sido sometidas las mujeres a lo largo de la historia.

EN SU ICÓNICO LIBRO Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, Bram Dijkstra asegura que “no hay documentación más precisa sobre la manera en la que una cultura percibe su misión moral y social que en las obras de arte que produce” (Oxford University Press, Oxford, 1986, p. 6). Enfocado en las formas de representación de la mujer en el siglo XIX y el espíritu antifemenino que éstas diseminaban, Dijkstra documenta cómo las imágenes creadas por los pintores de ese tiempo consolidaron un sistema misógino que aún está vigente. Bajo esta luz, entendemos que las obras de los artistas prerrafaelitas, como John William Waterhouse, John Everett Millais y Dante Gabriel Rossetti, promovían las actitudes machistas de su época, mostrando a la mujer como una monja doméstica. Además promovían el culto a la enfermedad, representando a la mujer como débil y, peor aún, fomentando la imagen de la inválida como ideal de la mujer virtuosa —porque una esposa enferma no va a salir a la calle a buscar tentaciones. A medida que las técnicas de reproducción se sofisticaban y los medios impresos cobraban fuerza, estas obras circulaban masivamente en revistas y periódicos, impactando en las sociedades que las consumían.

Al tiempo que Dijkstra publicaba su investigación, un grupo de mujeres se vistieron de gorilas para denunciar la misoginia en el ámbito artístico de Estados Unidos. Fue así como en 1985 nació Guerrilla Girls, quienes han aplicado tácticas de guerrilla a la protesta feminista para arrojar luz sobre la desigualdad de género en el arte. En uno de sus carteles más emblemáticos lanzaron la pregunta “¿Las mujeres tienen que estar desnudas para entrar al Museo Metropolitano?” y la respondieron con cifras de la propia institución: “Menos del 5 % de los artistas en la sección de Arte Moderno son mujeres, pero 85 % de los desnudos son femeninos” (guerrillagirls.com/naked-through-the-ages).

EN LAS IMÁGENES de mujeres desnudas postradas sobre un diván o interrumpidas violentamente en su baño se esconde una mirada que ve a la mujer como objeto de deseo y consumo del hombre. A pesar de su riqueza estética o contribución artística, debemos aprender a observar esas obras a partir de la violencia de género que representan y el rol que jugaron en perpetuar un sistema que nos sigue agrediendo.

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