Henry James con hilos de exilio

Italo Calvino, narrador y ensayista, señaló que la obra de Henry James se caracteriza por situarse “toda bajo el signo de la elusividad, de lo no dicho, de la esquivez”, mientras en otro momento de su libro Por qué leer los clásicos, el italiano señala que “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. A la luz de ambas afirmaciones, este breve ensayo sugiere tanto la actualidad como la fuerza de una novela de James, cifrada en un entramado sutil de gestos, dudas, observación, puntos de vista.

Henry James con hilos de exilio
Henry James con hilos de exilio Foto: Especial

Sin duda, el autor estadunidense ha influido en varias generaciones de escritores. Sus textos, siempre referenciados a la visión de sus personajes más que a los hechos en los que se ven envueltos, siguen vigentes.

El espíritu de los escenarios que Henry James (1843-1916) maneja en el resto de su narrativa aparece en La fontana sagrada. Integrantes de la alta sociedad son recibidos en el castillo de uno de ellos, donde interactúan de formas tan sutiles que hoy se antojan extrañas. El narrador, uno de los invitados, gusta de escudriñar en cómo se interrelacionan los demás. Al ser un círculo pequeño, conoce a cada invitado. A unos los tiene por inteligentes, a otros por torpes, a otras por sonrientes, a otros por elegantes.

Se entretiene analizando el comportamiento ajeno, especialmente cuando advierte alguna relación inusual o el cambio de formas o expresiones. A uno (Long), que considera muy corto de luces, lo descubre achispado y con tino: debe tener una pareja que lo ha mejorado. A otra (Server) la ve demasiado feliz: seguro tiene un amante. Como vasos comunicantes, según estima el narrador en sus disquisiciones internas, las personas se dan y quitan cualidades, ya sea la diferencia de edad, inteligencia, belleza o trato social. El dinero no se menciona. Si el narrador advierte una mejoría inesperada en alguna persona, supone haber una causa. Y no siempre será el cónyuge, si es que tiene.

SU ENTRETENIMIENTO se complica al sentirse involucrado con una de las invitadas, que se distingue entre las demás por platicar con todos los hombres, excepto el narrador, claro está. Eso complica su percepción de los demás. Y de sí mismo. Si en otras obras, como Diario de un hombre de cincuenta años y El mentiroso, James establece que la perspectiva personal debe ser definitoria (hasta que la realidad se imponga, sobre todo en temas amorosos), lo hace con miras al pasado.

Si lo hubiera intentado, me habría casado con la mujer de mi vida, parece reflexionar uno de sus personajes. En La fontana sagrada ese mismo diálogo interior, aunado a la necedad de diseccionar mentalmente a los demás, se genera con miras al presente y al futuro inmediato. El narrador de la novela duda qué hacer respecto de la señora Server, cuando se descubre posiblemente enamorado de esa mujer de la que todos hablan precisamente por su vivacidad, como si la alegría fuera algo reprochable. Pero termina por dialogar con la casada Briss para comprender que mucho de lo que sucede en su cabeza podría estar fuera de la realidad: ella, con más experiencia, le hace ver que Long en realidad es hoy tan tonto como siempre.

James se revela como un autor fino... las dudas
y los descubrimientos de su personaje central muestran el flujo mental de un artista

LA VISIÓN DE JAMES destaca en estos tiempos, cuando todo tiene cabida menos la sutil disección, la búsqueda de un gesto, quizá un movimiento revelador, para establecer las intenciones amorosas o socializadoras de una persona. Ante la brutalidad de las redes sociales, donde anónimamente se puede insultar, mentir y amenazar, suena lejana una lectura de los compañeros de salón o de trabajo, en especial una tan tenue como la de James. No es sólo la dificultad de interrelacionarnos en la contemporaneidad, donde una frase mal dicha o recibida nos puede llevar a ser denunciados social, penal o laboralmente. El escrutinio de James presupone un interés por comprender a los demás, en parte como vía de autoconocimiento. En su contexto, las sutilezas son tomadas como debilidades; lo visual y las acciones hablan más de la personalidad. James se revela como un autor fino, en quien las dudas y los descubrimientos de su personaje central pueden parecer divagaciones estilísticas, cuando en realidad muestran el flujo mental y expresivo de un artista de la observación.

A diferencia de la vida real, donde poco se preocupan los adinerados por nada que no sea apariencia y felicidad, donde el único sentido de los bienes materiales es la satisfacción, el protagonista de este libro de James parece estar por encima de la realidad, observada con distancia emocional y en la que parece no encajar. Si los discursos mundiales sobre la pandemia y la dificultad de prevenir los contagios hacen del actual momento uno especialmente complejo para integrar a los habitantes de un país o ciudad, una de las causas es la mirada que pone distancia. Dado que cualquiera puede ser el portador del virus, todos son peligrosos. La ajenidad de las defunciones y los despidos, incluso cuando suceden a alguien cercano, caracteriza al posmoderno y su autorreferencia individualista. En ese sentido, el aislamiento emocional de los personajes de James empata con quienes viven la pandemia sin entrever el futuro inmediato.

PARA EL PERSONAJE, pensar algo es hacerlo surgir. Y la pandemia evidencia lo contrario: por muy buenos espectadores y analistas, jamás tendremos control de lo observado.

Nada sucede excepto en la mirada del que quiere ver, de quien practica el “deporte de categoría —el juego de la perspicacia, de la expresividad, de la amigabilidad”.1 James y su espía intimista —pues en toda la novela apenas hay conversaciones— magnifican el diálogo interior. El narrador es el individuo regocijado en la propia imaginación, donde un cambio de tono en la voz del interlocutor puede significar el fin de la cordura.

Hermanado con Proust y con la subjetividad como referente, James presenta aquí una obra que confronta los usos de hoy, especialmente en lo que se refiere a la obligación, y que además mira hacia afuera con la inventiva como arma. Al revelar la lucha interior para amoldarnos a la realidad, resulta una lectura pertinente en los actuales tiempos de pandemia.

Nota

1 Henry James, La fontana sagrada, Editorial Valdemar, Madrid, 2016, p. 130.

RICARDO GUZMÁN WOLFFER (Ciudad de México, 1966) es licenciado en Derecho, narrador, dramaturgo y poeta. Ha ganado varios premios literarios. Su libro más reciente es la compilación de reseñas La maldad y el miedo, incitación a la lectura.