Quiero vivir en pants

La pandemia confirmó las preferencias de muchos por la ropa cómoda; cuanto más tersa y holgada, mejor. Así, los pants han devenido uniforme de miles que trabajan instalados ante la computadora, según apunta la caída estrepitosa en la compra de prendas formales y, en contraposición, el auge de diseños para estar en casa. Este ensayo con elementos de crónica recorre la evolución de la ropa deportiva para mujeres y revisa también la historia del confort que desde fines del siglo XVII se estableció como paradigma.

Quiero vivir en pants
Quiero vivir en pants Fuente: pinterest.com

No podría decir que los pants hayan tenido un lugar especial en mi vida. Les he dado un uso más bien tradicional, para ejercitarme. Ni siquiera me los puse alguna vez un domingo de descanso. Siempre respeté su función como prenda deportiva. “Me resulta difícil recordar incluso que yo haya tenido uno en serio, o sea coordinado, con su chamarra o sudadera, y su pantalón con el mismo diseño y color”, le digo a mi mamá por teléfono para hacer memoria entre las dos. Casi de inmediato me desmiente mi papá, porque al colgar me manda una foto por Whats, donde aparezco a los siete años en plano americano, enfundada en unos pants rosas de terciopelo con un Mickey Mouse estampado al frente, mientras me zampo un sándwich en Chapultepec, con la boca abierta.

Al fondo está un chango con su bebé trepado en el lomo.

La presión aumenta un poco más tarde, cuando mi mamá llama a la casa para decirme que de acuerdo con una tal “Pasarela”, los pants de los ochenta están en pleno revival. “¿Quién es ésa?”, le pregunto algo ofuscada acerca de su fuente. “Así se llama: P mayúscula, a, z. Y su apellido: A mayúscula, r, e, l, a”, responde. Al imaginar las letras conforme las dicta descubro que el nombre de esa columnista de cierto periódico nacional es un homónimo de catwalk. Conque esos conjuntos para ejercitarse, como el mío de niña, hechos en velvet, se han vuelto a poner de moda, eh. Todo porque Kim Kardashian y Paris Hilton, su nueva mejor amiga después de años de distanciamiento, han lanzado juntas una marca con estos modelos.

Al parecer eso de andar por el mundo en pants y sandalias de plástico llegó para quedarse. Me pongo como loca a buscar más datos. Según las notas en distintos medios como Business Insider, The Independent y Quartz, los crocs son el calzado en tendencia pues son fáciles de lavar, ahora que todo debe limpiarse ochenta veces; mientras que el consumo de ropa formal y zapatos se desplomó en 79 por ciento en Estados Unidos de abril a la fecha y los básicos aumentaron su popularidad en 80 por ciento. De acuerdo con la firma de investigación de mercado NPD, en junio de este año, el 47 por ciento de los consumidores usaba la misma ropa durante todo el día —antes, por lo menos, había un cambio del outfit para el trabajo al outfit para estar en casa— y casi una cuarta parte dijo que esa prenda era... chan chan chan chaaan, ¡los pants!

En 1678, Le Mercure galant —de las primeras publicaciones sobre moda en el mundo—, anunció: Todos en Francia buscan la comodidad

Pero mientras las cifras son elocuentes alrededor del mundo, en México la producción algodonera está en picada. Con la prohibición por parte del gobierno de sembrar semilla transgénica y de importar el herbicida adecuado para la protección de los cultivos de plagas y malezas, los agricultores han visto amenazada la cosecha para el 2021, siendo que el 80 por ciento de la fibra es para la industria textil nacional. Me siento culpable porque usar pants es un privilegio.

EN MEDIO ORIENTE, las prendas deportivas para las mujeres son casi inalcanzables. Apenas hace una década, la única actividad física que ellas podían realizar en Arabia Saudita, por ejemplo, era caminar. A cierta hora de la noche, se apostaban en las banquetas, enfundadas en sus largos chadores negros, cubiertas de los pies a la cabeza, a dar vueltas en las calles, al lado de varones que las vigilaban. Tenían prohibido hacer deportes, a pesar de que la Unesco considera el acceso a estos y a la educación física como derechos fundamentales porque son benéficos para la salud. Tampoco las dejaban entrar a los gimnasios ni a los clubes deportivos. Hoy en día practicar futbol y natación se mantiene vedado para ellas. El resultado es un alto índice de diabetes femenino por sedentarismo.

Me informo de esto en un video de YouTube, que la revista Time dedicó en 2012 a una futbolista clandestina, quien entrenaba a escondidas en el jardín de su casa, más parecido por sus dimensiones a una reproducción a escala de un campo profesional de futbol, con un equipo de menos de once jugadoras porque nunca hubo tantas mujeres que practicaran la disciplina al mismo tiempo. Cuenta que sólo una vez jugaron un minitorneo completas, pero sólo llegaron nueve a la final porque una se luxó el tobillo por la falta de costumbre y la otra porque a la mera hora el marido adquirió conciencia y se dejó llevar por los prejuicios imperantes, impidiéndole que continuara hacia la última etapa. Casi siempre acude un promedio de cinco chicas, aunque ha habido momentos en que ella debe conformarse con un lanzador de balones automático que le permite mantenerse activa, por lo menos, en lo que alguna tiene el atrevimiento. “Es mi solitario de futbol, como el juego de cartas”, dice Raw Abdullah, cuya fisonomía apenas desvela ciertas cualidades atléticas: es más bien delgada.

Tal vez sea que trae puesta una casaca blanca bastante holgada, de mangas largas que le cuelgan más allá de las manos, lo que me impide apreciar con precisión su silueta. Lo mismo pasa con sus pantalones, que ha arremangado de la bastilla a la altura de las espinillas, en un plisado rústico, para evitar que se le arrastren. La única opción que ella tiene, como sus compañeras, es usar pants prestados o desechados por algún familiar del sexo opuesto. De hecho su jersey tiene el nombre de un jugador que nunca conoció, porque consiguió la prenda en un tiradero. Cuando las mujeres han podido comprar sus propias prendas deportivas en alguna tienda deben conformarse con la talla masculina más chica, porque la oferta para mujeres no existe. En aquel entonces, Raw se quejó por la falta de equipo adecuado para dedicarse a lo que más le gustaba hacer en la vida, pero también dijo que no había perdido la esperanza de que algún día las cosas cambiaran.

Quiero vivir en pants
Quiero vivir en pants

RAW ESTABA en lo cierto. Durante los siguientes años las mujeres de su país ganaron la posibilidad de presenciar en vivo partidos de futbol en un estadio. La participación por vez primera de dos jugadoras árabes en los Juegos Olímpicos de Londres, ese mismo 2012 en que ella lanzó su petición al universo, allanó el camino para nuevas iniciativas relacionadas con la inclusión femenina en el ámbito deportivo de Arabia Saudita y de otros lugares de Medio Oriente, donde sigue siendo un tema pendiente.

La diseñadora de modas Eman Joharjy, quien desde 2007 había empezado a experimentar con las telas para confeccionarse a sí misma un atuendo cómodo para correr, logró por fin, en 2018, poner a la venta una línea de abayas deportivas en una gran variedad de formas y colores. Los vestidos sueltos, más semejantes a camisones, que son conocidos con ese nombre entre los distintos tipos de velos de la religión musulmana, cumplen con el propósito establecido en los textos coránicos de cubrir el cuerpo de las mujeres para evitar agresiones. Se ha vuelto un poco más común ver en las calles sauditas a grupos de ellas, estirándose y calentando juntas a las afueras de algún edificio público, vestidas con las piezas de Joharjy. Prendas guanguísimas, tipo overol, pero de manga larga y gorro, con el tiro muy amplio, casi hasta el piso, cierre al frente y resorte en los tobillos. Con adaptaciones para usarlas con casco, bolsitas para guardar los celulares, parches nocturnos reflectantes y tejido dry fit, las usuarias de esta nueva prenda en negro, azul, verde y gris se apropian de su derecho a hacer ejercicio. Aunque más bien parecen raperas. Como es de esperarse, no son bien vistas entre los sectores conservadores, quienes esgrimen las típicas razones de que pasan tiempo innecesario fuera de casa, se relacionan con otros hombres y se despojan de la ropa adecuada para su sexo.

Me recuerdan a los críticos estadunidenses de hace dos siglos, que se escandalizaban al leer en el periódico otro caso de alguna mujer que había muerto al caer de su bicicleta, debido a que los vestidos hampones que portaban se enredaban en los pedales o las cadenas al andar. Era más fácil culparlas a ellas por su audacia de montar dicho vehículo que a la ropa restrictiva que hacía peligroso realizar esta actividad. Las mujeres llevaban encima hasta once kilogramos en prendas. “Vestían un blusón y unas enaguas como ropa interior, luego el corsé ajustado, encima unas seis o siete capas de tela para dar volumen a la falda y finalmente el vestido”, enumera la coautora del podcast Dressed, April Calahan, curadora en el museo del Fashion Institute of Technology, de Nueva York.

ENTONCES LLEGÓ la escritora y activista Amelia Bloomer a promover, en su periódico feminista The Lily, una vestimenta para la mujer activa, que consistía en un pantaloncillo bombacho —una especie de aguantacacas, dirían en mi barrio, disculpen la finura—, ajustado en los tobillos, que se usaría debajo de una falda a las rodillas, para mayor confort al rodar. Era la primera vez que ellas usaban, yo diría, unos pants; a todas luces, su versión más básica, los pantalones, eran considerados masculinos. Se quedaron para la historia de la moda como los bloomers y ella, como integrante de la primera ola del feminismo.

Por las fatales consecuencias de ves-tir miriñaques, el escritor Oscar Wilde sufrió la muerte de una de sus hermanas, Emily, al prenderse fuego por bailar cerca de una chimenea con uno de esos voluminosos atuendos de crinolina; y otra, Mary, quien al intentar salvarla de las llamas se incendió también, se aficionó por esa “falda dividida”, legado de Bloomer. Wilde escribió cartas y dio conferencias en Estados Unidos e Inglaterra, en las que promovió la importancia de la comodidad y la libertad al vestir, sin menoscabar la belleza que, en su opinión, radica en el respeto a la silueta de la mujer. Hasta recomendó visitar en Londres el departamento de moda en los almacenes Liberty, donde se ofrecían kimonos importados. Su artículo “La filosofía del vestido”, publicado en 1885 en The New York Daily Tribune, es de los pocos textos rescatados de su autoría a propósito del tema.

Es difícil ubicar el momento preciso en que la idea del confort se instaló en nuestras vidas, pero en 1678, un periódico francés, Le Mercure galant —dicho sea de paso, una de las primeras publicaciones sobre moda en el mundo—, anunció una tendencia sin precedentes: “Todos en Francia buscan la comodidad; la vestimenta de la corte ha pasado a ser un artículo de uso ceremonial, nunca más para disfrutar un rato con los amigos ni tomar una caminata”, cita la historiadora Joan Dejean, en su libro The Age of Comfort (Bloomsbury, 2009). Es la primera vez que se contempla la posibilidad de que exista una prenda distinta a la vestimenta formal. Lo rélax se convierte en un valor aceptado por la industria de la moda. De todos modos, hubo que esperar hasta el siglo XX para que se diseñara una pieza que hiciera realmente honor a esta cualidad.

The Age of Comfort
The Age of Comfort

LOS PANTS, EN SÍ, tienen una historia relativamente corta. De ser usados en su presentación más rústica por los vendedores de ajo en los mercados franceses, aparecen como prototipo en 1920, en una propuesta del artista italiano Thayat, exponente del futurismo, quien los denomina tuta, con más pinta de overol para la industria metalúrgica que otra cosa. Después, Émile Camuset, fundador de una marca de ropa deportiva francesa, los patenta en la versión que hoy conocemos; él vio una oportunidad comercial en la necesidad de una tela que absorbiera el sudor al hacer deporte —de ahí que la palabra en inglés para denominarlos sea sweatpants. En 1939 lanza su traje de domingo. Tienen su verdadero momento de gran popularidad en los años ochenta. El historiador de moda Shaun Cole asocia su fama con la difusión masiva de los ideales de salud, la aparición de los gimnasios, los cuerpos atléticos y el fitness. Vienen a mi mente las icónicas imágenes, que se quedarán para siempre en la memoria, de Jane Fonda en calentadores morados, haciendo abdominales en televisión; de Bruce Lee, dando patadas, en unos pants guinda; Rocky enfundado en unos joggers grises, trotando por la ciudad; Fidel Castro con sus eternos Adidas de tres rayas en mangas y perneras, por mencionar algunas.

Ahora definitivamente me la paso en pants; el estampado tie dye está en boga. Los especialistas en estilo Jo Jones y Helen Seamons recomiendan usar el que mejor se adapte a la forma del cuerpo. En mi caso, prefiero los que tienen pretina en la cintura para ajustarlos a mi antojo, corte recto, sin resorte que apriete en puños ni tobillos porque me ahogo, pero sobre todo que tenga una tela suavecita al tacto y esponjosa en el envés. Me los pongo y me siento libre.

Viví en la incomodidad buena parte de mi existencia hasta este momento y yo ni en cuenta. Hice caso omiso al hecho de que mis padres siempre traían unos pants puestos porque, sabios, conocieron las bondades de la tela stretch desde antes. Al llegar del trabajo a la casa se cambiaban por su ropa favorita de elastano y tenis. Tuvo que aparecer un virus mortal en el ambiente para saber que ahora quiero vivir en pants para siempre.