Al son de La Viga

La penuria laboral que han provocado los meses de pandemia deja sentir su dureza en este foco singular de la Ciudad de México, la zona de La Viga, conocida primero por su comercio de mariscos, luego por el florecimiento de restaurantes que acompañaban —hasta el año pasado— sus productos del mar y buffets con músicos que complacían a la clientela, apoyados en un vasto catálogo de canciones populares. Es un modus vivendi en espera de reanudarse. Esta crónica detalla cómo han vivido la emergencia en carne propia.

Al son de La Viga Foto: Moisés Castillo

Todos los días de la pandemia son iguales. No sé cuándo es lunes o viernes, da lo mismo. Salgo un par de veces a la semana para comprar víveres y regreso al encierro. ¿Quién iba a pensar que un virus fuera capaz de paralizar a todo el mundo? ¿Cuándo acabará esta repetitiva irrealidad? La angustia aumenta día con día. No hay empleo, se aplazan los pagos, crecen las deudas. He visto a mi familia y mis amigos más cercanos una sola vez. El reloj avanza. Tengo que salir por comida. Se me antoja un pollo rostizado. Imagino el olor del cuerito crujiente y se me hace agua la boca. Me da un poco de miedo salir a esa parte de la colonia Artes Gráficas porque hay vecindades peligrosas, esuna área muy concurrida y el tufo a vísceras del Mercado de Pollo San Juan 2000 es insoportable.

Camino sobre La Viga rumbo a Eje 3, a la altura de los baños Granada y de la mítica cantina El Baluarte de Oro. Paso por los restaurantes de mariscos que lucen a mitad de su capacidad. Los meseros con cubrebocas y caretas invitan a la gente a pasar y degustar más de cincuenta platillos del buffet. Veo desesperación y tristeza en sus rostros. La fatiga de existir. No hay música en vivo, sólo las bocinas a alto volumen. Las tarimas donde se instalaban los músicos y cantantes desaparecieron. Me invade un sentimiento de nostalgia. Y pensar que esa música guapachosa a máximos decibeles me ponía los pelos de punta. ¿No va a pasar, patrón? No, gracias.

Del lado derecho del parque lineal me sorprenden las trompetas desgarradoras de un mariachi, que recuerdan a un difunto con la canción “Nube viajera”: "Qué cielo cruzas sin extrañarme, nube perdida / por qué no vienes a iluminarme, luz de mi vida…". En el altar de la Santa Muerte se juntan familiares y amigos que lloran y cantan a todo pulmón, mientras se abrazan y beben cervezas de lata. Un recuerdo molesta menos que una mentira. Sigo mi camino y pienso otra vez en los músicos de La Viga y su infortunio, que también es el nuestro. ¿Qué será de ellos? ¿Cómo logran sobrevivir? Los restaurantes abrieron (y cerraron) pero no hay trabajo para ellos, hasta nuevo aviso. Tan sólo en el primer semestre del 2020, el Covid-19 provocó que 11.9 millones de personas quedaran sin empleo, según datos del Inegi. El daño está hecho. Ya nada será igual.

NO ENTIENDO POR QUÉ

La necesidad económica puede más que el miedo al Covid-19. Layo López se cuelga la guitarra y sale a la calle para ganar dinero y darle de comer a su familia (esposa y tres hijos). Un día toca en mercados públicos, otro en taquerías o puestos de garnachas. Hay personas que le regalan una moneda o de plano ni lo voltean a ver. A veces regresa cabizbajo con treinta o cincuenta pesos en la bolsa. Las deudas lo abruman. Falta pagar el teléfono y la luz, el refrigerador está casi vacío. Atrás quedaron los días en que ganaba quinientos pesos por una jornada laboral y, en un turno bueno, hasta mil pesos cuando tocaba y cantaba en el restaurante de mariscos Vikingos 2, donde desde hace ocho años amenizaba las comidas de los parroquianos con música ranchera, salsa, cumbia y uno que otro bolero.

Al llegar la emergencia sanitaria, el gerente del lugar le dijo que ya no podía tocar por disposición oficial. Luego los restaurantes cerraron por más de tres meses y dejaron a la deriva a músicos y cantantes. “Llevo más de medio año sin trabajar ahí. Se nos vino abajo el mundo. Cualquier empleo puede terminar y te vas en busca de otro, pero con la pandemia, ¿a dónde vas?, no hay nada. Quedas en el desamparo”.

Layo tiene cincuenta años de edad y laboraba los viernes, sábado y domingo. Llegaba a las dos de la tarde para montar su equipo y en punto de las tres arrancaba con canciones de Yaguarú, Cañaveral o Los Gatos Negros. Dependiendo del tránsito y del transporte público, hacía dos horas de Santa Clara, Ecatepec, al establecimiento que abrió sus puertas en 1993. Cumplía cuatro turnos de 45 minutos por 15 de descanso. Hay lugares donde se puede cobrar por melodía, pero allí está prohibido, lo único permitido es “pasar la copa” y esperar el buen gesto de los comensales.

Desde hace 33 años, Layo se dedica de tiempo completo a la música. Ensaya de lunes a jueves cuatro horas diarias, prepara los temas, afina sus instrumentos y trata de mantener en buen estado las bocinas, la consola y la computadora que le ofrece secuencias y pistas de las canciones. Está esperanzado en que la pandemia termine porque “de por sí la música está mal pagada y poco valorada. Es una cosa terrible lo que estamos pasando todos los compañeros. Sufrimos porque de golpe nos quitaron nuestra fuente de trabajo. No hay eventos, no hay fiestas, ya no queda nada”.

Atrás quedaron los días en que ganaba quinientos pesos por una jornada laboral y, en un turno bueno, hasta mil pesos cuando tocaba y cantaba en el restaurante de mariscos Vikingos 2

Hace poco tuvo que vender un micrófono, un amplificador que no usaba, y espera que no llegue al extremo de tener que prescindir de sus instrumentos, como ya lo hicieron algunos de sus colegas. Nadie puede acabar con la música, pero hay días en que predominan el silencio y la zozobra. “En casa tenemos estados de depresión. Sólo pienso cómo va a terminar todo esto, qué será de nosotros. De repente es necesario crear otra forma de vivir, cambiar ciertas costumbres”.

—¿Qué canción te definiría en estos momentos tan complicados?

—Hay una que no había escuchado y que te hace pensar muchas cosas: “Moños negros”, de Los Dos Carnales.

Es una especie de bolero ranchero. Es un tema que no me puedo quitar de la cabeza en estos días de Covid-19.

“Yo no entiendo por qué / hasta que te vas te dicen querer con amor sincero / hablan bien de ti, que ‘¿por qué pasó?, si tú eras tan bueno’ / cuando uno estando aquí ni los ‘buenos días’ muchos recibieron”.

MUNDO IDEAL

Cada mañana, cuando Ely Capistrán despierta lo primero que le llega a la mente es la canción “Eres mi ángel”, del Súper Show de Los Váskez: “Amarte significa darte un beso y poder soñar / estar junto a ti es como tener un mundo ideal”. Esta melodía se la canta a su hijo desde que estaba embarazada. En tiempos de desesperanza, Ely piensa positivo porque si se deprime caería enferma y eso no se lo perdonaría con un bebé de casi dos años.

El pequeño es su razón de existir, por él hace lo que sea. A pesar de no tener empleo desde el primer embate de la pandemia, se siente afortunada de ver cómo crece su chiquillo y da sus primeros pasos. Todos estos momentos no los viviría si siguiera cantando en el restaurante Marisquero.

Desde el inicio de la crisis el tiempo nos parece como inalterable y eterno. Pero Ely no se quedó estática ante la frase hasta nuevo aviso que le dijo su jefe y decidió vender comida porque de los ahorros que tenía ya no quedaba nada. “Estos meses los he enfrentado con honestidad. El dinero lo iba a usar para el bautizo de mi hijo, soñaba con una fiesta grande, pero lo vamos a bautizar sin celebración. Gracias a Dios, mi esposo y yo hemos cumplido con la renta y otros gastos”.

Domingo Segura.

La cantante de 38 años espera retomar su trabajo este 2021. Le da risa que cada restaurante de La Viga competía por escucharse más fuerte, las bocinas a lo máximo para llamar la atención de la gente y conseguir clientela. Desde hace cinco años laboraba en el Marisquero, con un turno de cinco horas por día, entre semana o sábados y domingos, según la programación que llevaba el gerente del lugar. Ganaba 600 pesos diarios como sueldo base, pero se recuperaba con las propinas que alcanzaban los mil 200 pesos.

Ely vive por el metro Iztacalco. Tomaba un taxi para transportar dos bocinas de 15 pulgadas, una consola de seis canales y una laptop que le ayudaba a programar las pistas de las canciones con un amplio repertorio de bolero, salsa, cumbia, ranchera, balada y norteña. Lo más ecléctico posible para complacer a los comensales. La oriunda de Veracruz no tiene ningún rito especial a la hora de cantar, pero sí la costumbre de no tomar nada frío. A pesar de los cuidados a su garganta, le detectaron nódulos por el desgaste que ha sufrido a lo largo de sus 24 años de carrera.

“Mis influencias principales —afirma— son Yuri y Daniela Romo. Yuri nació afinada, abre la boca y está entonada. Recuerdo que cuando tenía tres años le decía a mi mamá: ‘Yo quiero ser Daniela Lomo’, no podía pronunciar la ‘r’. Para mí cantar una canción de Yuri es lo máximo”. También le gusta interpretar canciones de Javier Solís, José José y del salsero Frankie Ruiz.

Ely sigue terca en el camino de la cantada. Sabe que quizá tendrá que aguantar meses para volver a los escenarios. Su gran sueño es grabar un disco campechano, que traiga de todo; es el enorme pendiente por cumplir. Porque para ella la música es alegría, pero también una forma de soñar.

SI ASÍ ES LA VIDA

A los quince años tuvo que aprenderse de memoria decenas de canciones tropicales. No quería desperdiciar la oportunidad. Se encerraba en su cuarto, donde no podía oírlo nadie, y soltaba una voz intensa y dulce de salsero. Le parecía increíble que esa voz adolescente fuera de él. Le desconcertaba ser rockero, tocar la batería y, al mismo tiempo, cantar en un grupo guapachoso. Desde esa vez que cantó en un bar han pasado doce años y su sueño sigue intacto: lanzar una canción que todo mundo cante, un hit que pueda sobrevivir al paso del tiempo.

A Domingo Segura no le interesa la fama. Es consciente de que la carrera de un cantante es tan larga como un maratón. Ha cantado en pequeños restaurantes y pizzerías, y en grandes foros como La Maraka, Mambo Café, Rodeo Santa Fe y en la Arena Ciudad de México. Se siente afortunado de vivir de la música, su única y gran pasión. Le gustaría ser reconocido a gran nivel en la industria musical, pero nadie le puede arrebatar la experiencia de haber trabajado con Merengazzo 21, Orquesta Stevens, Aldo Ruiz, Danny Daniel, La Típica, La Sonora Dinamita, y conocer a figuras como el maestro Alberto Barros.

Domingo tiene la cultura del ahorro, lo que le ha ayudado
a sobrevivir meses de desempleo. Sin embargo, el dinero ya se esfumó… La estabilidad que le brindaba cantar se hizo pedazos

“Todo lo que he logrado me llena de satisfacción. No llevo ni la mitad, no soy alguien reconocido, pero he podido codearme con ese tipo de grandes artistas. Sé que en cualquier momento voy a tener esa chispa de suerte y que pegue una canción a lo grande”.

El Covid-19 ha traído los más terribles contratiempos, como si de repente cayeran buitres sobre nosotros. Cada quien resiste a la pandemia como puede. Domingo tiene la cultura del ahorro, lo que le ha ayudado a sobrevivir meses de desempleo. Sin embargo, el dinero ya se esfumó. Está tranquilo, pero a veces se siente angustiado. La estabilidad económica que le brindaba cantar y tocar en el Marisquero se hizo pedazos. Acabaron por decirle que no podían absorber los gastos ante el cierre del negocio.

Desde hace cinco años llegó al “mejor buffet de mariscos de La Viga”. Trabajaba sábados y domingos de tres de la tarde a siete de la noche, según la cantidad de gente que se encontrara en el lugar. En un día bueno, alcanzaba a juntar hasta mil pesos de pura propina. El joven de 27 años tocaba todo tipo de música y no podía faltar en su show el sonido de los timbales y la trompeta. Desde Ciudad Neza se trasladaba en una camioneta donde cargaba con todo su equipo de sonido, instrumentos, cables, computadora y otros artefactos.

Domingo sabe que los sueños en este país son muy frágiles y cualquier traspié los puede hacer trizas. Durante un tiempo, gracias a los eventos privados de máximo veinte personas pudo salir adelante y sostener la consigna de subsistir de la música. Vive con sus padres que tienen edad avanzada y se ha hecho cargo de los gastos de la casa. Trata de cuidarlos al máximo y no les permite salir a la calle.

Los días pasan y la mente se desgasta. Domingo es realista y comienza a trazar un “plan B” porque ve el futuro bastante gris. Piensa alternar la música con la venta de ropa o calzado. En caso de no tener el dinero suficiente para mantener a su familia, podría vender la camioneta, algunas pertenencias personales y como última opción los instrumentos musicales.

Domingo sabe también que la vida es corta, pero la música eterna. Intenta no pensar de más y seguir al pie de la letra el consejo de la canción “Vivir mi vida”, de Marc Anthony. “Y para qué llorar, pa’ qué / si duele una pena, se olvida / y para qué sufrir, pa’ qué / si así es la vida, hay que vivirla, la la la…”.