Estudiantes y disensión a la italiana

Leonardo Sciascia (1921-1989). Foto: Especial

TRADUCCIÓN • ANTONIO SABORIT

Hacia 1930, al dirigirse a los dramaturgos italianos, Mussolini habló en favor de un “teatro de masas”. Se refería, desde luego, a un teatro para las masas, abierto a un público amplio y con un gusto popular. La exhortación se interpretó de la manera más inane: producciones masivas con cientos de actores, las masas al escenario.

Sirva este absurdo incidente a manera de recordatorio: cada vez que el tema de las masas aparece en Italia, cada vez que algo se abre a las masas, surge la misma descerebrada confusión. Todos al escenario. Así pasó con la educación. Apareció el clamor de que las escuelas debieran abrirse a todos. Si a cada italiano se le diera la misma oportunidad de estudiar, el más capaz tendría la posibilidad de salir adelante.

Sucedió exactamente lo contrario. Los estudiantes abarrotaron las escuelas y las escuelas no pudieron atenderlos por falta de equipo. El sistema educativo, lo suficientemente frágil desde antes, se saturó. Hoy pasan por ahí multitud de estudiantes, sin las trabas de la interminable carrera de exámenes que tienen que aprobar. Todos pasan, de la primaria a la preparatoria a la universidad. Es un proceso automático: basta con ingresar, con el IQ que sea, y al cabo de un forcejeo superficial y desmemoriado con el conocimiento (y unas docenas de exámenes) se sale con un título.

La educación para las masas produjo, no una educación masiva, sino una masa de títulos.

Hasta el año pasado nadie reparaba en esta desastrosa situación. El establishment, la opinión pública, los profesores, los estudiantes, nadie tomaba en serio el problema o buscaba una solución.

Al estallar las revueltas en los campus universitarios alemanes y franceses, los estudiantes italianos empezaron también a moverse. La educación italiana estaba en peores condiciones que la de Alemania y Francia, pero no se puede decir que los estudiantes italianos fueran claramente conscientes de esto.

EXÁMENES REVOLUCIONARIOS

La prueba está en que las únicas demandas concretas que han podido plantear en los dos últimos años son en favor de cursos más simples y un sistema de exámenes menos complicado. Lo único que al parecer quieren es un tránsito más sencillo que el de antes: en el sur de Italia el oportunismo de las demandas resulta particularmente absurdo.

Hasta aquí el aspecto académico en sentido estricto. En lo político, la escena estudiantil italiana es bastante más compleja y confusa que la de las otras revueltas estudiantiles europeas. Hay anarquistas, marxistas-leninistas, trotskistas, seguidores de Castro, pero también hay católico-maoístas, nazi-maoístas y fascistas. Hay unos cuantos fascistas entre los jóvenes de las ciudades del norte: Milán, Turín, Bolonia, Pisa o Florencia. Los fascistas tienen cierta fuerza en Roma y más al sur.

Los jóvenes de derecha están encantados con las proposiciones en favor de la acción violenta que plantean los jóvenes de izquierda. De ahí que se vean coaliciones bastante desconcertantes, como la ocupación de la Universidad de Palermo hace unos meses por parte de estudiantes fascistas y trotskistas. Juntos. En perfecto acuerdo. Y el plantón concluyó cuando el claustro ofreció (o al menos prometió) aligerar la carga de estudio.

Otro elemento distintivo en el movimiento estudiantil italiano es la postura del Partido Comunista Italiano. A diferencia de lo que sucede con este partido en Francia, el italiano no está dispuesto a dejar solo al movimiento de los estudiantes. De hecho, el partido ostenta su respaldo al movimiento, haciendo como que no ve que el movimiento se proclama como una fuerza revolucionaria contraria a la traición a la revolución comunista de parte del establishment soviético.

Las incertidumbres que afligen a los partidos Socialista y Demócrata Cristiano (cuyos contingentes de izquierda compiten entre ellos por una coalición con los comunistas) animan al Partido Comunista Italiano a “enfatizar” su papel “revolucionario”, con el doble propósito de atraer y absorber a los jóvenes disidentes y acelerar su propio avance hacia una toma del poder.

Se trata de un juego político transparente y calculado con frialdad. Sin embargo, muchos creen que no está exento de riesgos para un país susceptible al fascismo: podría provocar una reacción violenta de parte de la derecha. De hecho, las clases medias italianas podrían darle la bienvenida a una solución autoritaria de carácter fascista. Pero en contraste con 1919, éstas también se inclinan hacia una solución autoritaria de tipo comunista.

NINGUNA RESPUESTA AUTORITARIA

Es probable que no se dé ninguna de las dos. Y que la vida italiana siga fluyendo, de manera increíble, sobre las corrientes encontradas por las que hoy navega. Por otra parte, la producción y el consumo se aceleran y expanden (de manera irregular, cierto, y con una distribución desigual). A un mismo tiempo, la debilidad del gobierno, la agitación de los estudiantes y de los sindicatos, los escándalos políticos y las crisis locales empeoran a la misma velocidad. Así va todo el desorden de nuestros mundanos tiempos.

The New York Times, 6 de septiembre, 1969