Patricia Highsmith

Suspenso en el hogar

El 19 de enero recordaremos cien años del nacimiento de quien se convertiría en una de las plumas notables que ha dado Estados Unidos, desafiante, obsesiva del orden hasta un punto casi patológico aunque su vida sentimental —el apunte obliga— era un desastre: Patricia Highsmith. En el número 185 de este suplemento (2 de febrero, 2019), Iván Farías hizo un retrato del personaje difícil que la autora construyó para sí. En esta ocasión repasa uno de los temas centrales de esa obra narrativa que ha cobijado escritoras bajo su sombra.

Patricia Highsmith (1921-1995).
Patricia Highsmith (1921-1995). Foto: Fuente: pinterest.com

Las cosas de suspenso que encuentro aterradoras, no son que alguien salte de un armario o ese tipo de grandes sustos, sino esa lenta construcción de pavor, y [Highsmith] lo hace realmente bien. Te toma de la mano y te lleva hacia el acantilado.

Gillian Flynn

Hace cien años nacía en Fort Worth, Texas, una mujer a la que sus padres llamaron Mary Patricia Plangman, pero acabaría siendo conocida para la posteridad como Patricia Highsmith. Si me preguntaran cómo se podría resumir su obra, lo haría con una frase de ella aparecida en El grito de la lechuza (The Cry of the Owl, 1962): “¿Es que los psicópatas han de tener por fuerza el aspecto de psicópatas? Es evidente que no”.1

La gruñona Highsmith siempre ponía distancia con respecto a considerar sus novelas como policiacas. Afirmaba: “Nunca pienso en mi lugar en la literatura, y quizás no tengo ninguno. Me considero una entretenedora”,2 aunque no le molestaba que sus libros salieran en colecciones de novela negra. Incluso llegó a pensar que “a la mayoría de los libros de Dostoievski se les llamaría libros de suspense si se publicaran ahora por primera vez”.3

Es que si lo pensamos un poco, cuando ella comenzó a publicar —a principios de los cincuenta del siglo pasado—, la mayoría de las novelas consideradas negras incluían a tozudos y cariduros detectives curtidos en las calles o, en su caso, espías internacionales que peleaban a brazo partido contra el “terrible comunismo”. Los personajes de Highsmith eran, en cambio, seres comunes y corrientes, maridos, esposos, mirones, amas de casa. Incluso su antihéroe, Tom Ripley, se caracterizaba por ser un hombre de vasta cultura y un poco psicópata, pero el resto de los personajes con los que convivía eran pintores caídos en desgracia, jefes de familia, ancianas, es decir, gente cualquiera. Si tomabas una novela de Patricia no te ibas a encontrar con un duro policía que desentrañaba un asesinato luego de obsesionarse con él.

Tal vez ésa sea la razón por la cual Highsmith nunca tuvo —ni ha tenido— gran acogida entre sus compatriotas: no les daba lo que ellos pedían. Por el contrario, mostraba el lado más oscuro de las caras sonrientes de Estados Unidos, la crueldad de las cárceles y los abogados, casas llenas de violencia en las cuales faltaba sólo una chispa para que explotaran. El enemigo estaba adentro y no en un callejón oscuro.

Nunca tuvo gran acogida entre sus compatriotas: no les daba lo que ellos pedían. Mostraba el lado oscuro de las caras sonrientes de Estados Unidos, casas llenas de violencia

EL HARTAZGO MATRIMONIAL

En muchas de sus novelas figura una constante: los matrimonios podridos. Por ejemplo, Crímenes imaginarios (A Suspension of Mercy, 1965) narra las desventuras de una pareja que se esfuerza en mantener las apariencias incluso bajo fuego, pese a que ambos están aburridos uno del otro. Alicia y Sidney Bartleby son un matrimonio joven que vive lejos de Londres, en la campiña inglesa. Sidney es escritor de teleseries, no muy bien pagado. Alicia vive de una ministración que le entregan sus padres millonarios. Pese a la solvencia económica viven llenos de frustraciones. Él es norteamericano, hombre de clase trabajadora; ella, inglesa y rica heredera. Su relación está marcada por reiterados desencuentros sobre su forma de ver el mundo. Un día Alicia, harta de su esposo, decide “tomarse un tiempo”.

Al interior de esa pequeña comunidad, las sospechas de que ella fue asesinada pronto se hacen evidentes, más aún cuando el cinismo y el humor negro de Sidney lo señalan como el principal sospechoso de la desaparición de su cónyuge. El marido, más que hacer un intento por disipar las dudas, disfruta mucho saber que sus frustradas fantasías de ser un asesino, en especial de su esposa, toman forma de realidad, cuando menos aparente. Es interesante cómo Highsmith hace que compartan el nombre del personaje de Herman Melville, el de Bartleby, el escribiente, hombre que hace de la inacción su divisa de vida.

Un día, por ejemplo, Sidney decide enredar la pesada alfombra de la sala y echarla a la cajuela de su auto para ir a enterrar un cadáver inexistente durante la noche, kilómetros adelante, en una carretera poco transitada. Además, el frustrado escritor intenta hacer una historia para televisión de un antihéroe llamado El Látigo, un ser oscuro y sádico, cosa que pone nerviosos a sus amigos y, claro, a la policía —por cierto que en la narrativa de Highsmith, ésta siempre es ineficiente y torpe.

La autora sabe llevar bien el ritmo de la trama, soltando poco a poco la información, pero sin un final tramposo o efectista, principalmente porque nosotros sabemos que no existe un cadáver y por más que haga Sidney para parecer culpable, no puede ser culpado de nada, porque fantasear asesinatos no es motivo de cárcel. Cuando menos hasta hoy.

Ese juego del gato y el ratón entre la policía y el socarrón Sidney le sirve a la escritora para criticar de lleno el matrimonio, tanto como las relaciones de amistad cuando el dinero o el estatus están de por medio. Highsmith se sitúa en el papel del hombre y gracias a eso es que vamos odiando un poco a la perfecta esposa que es Alicia, aunque nunca acabamos por sentirnos del todo empatizados con Sidney.

NOIR DOMÉSTICO

Es curioso que hoy, a cien años del nacimiento y a más de veinte de la muerte de Highsmith, esas novelas que en un principio no convencían a sus editores norteamericanos adquieran un halo de frescura que antes no veían los lectores más pueriles ni la industria más reacia a sus dramas oscuros, llenos de retruécanos psicológicos.

Ella inventó, quizá sin proponérselo, lo que ahora los críticos llaman Domestic Noir, es decir, la maldad instalada al interior del hogar. El suspenso de sus obras no radicaba en la persecución de un asesino sin rostro, sino que ese criminal era tu esposa o esposo. Pongamos de ejemplo una breve novela, El cuchillo (The Blunderer, 1954), en donde un respetable abogado, Walter Stackhouse, vive una existencia que parece perfecta, de no ser porque su esposa es una mujer conflictiva que con nada se siente a gusto. Sus amigos los evitan porque saben que con cualquier cosa habrá problemas. Walter está atrapado en esa relación, ya que ella amenaza con el suicidio si él decide separarse. En esa época Stackhouse se obsesiona con un asesinato sucedido muy cerca de su casa, uno donde el sospechoso más probable es el marido de la difunta. Para Patricia Highsmith el matrimonio no es sagrado, el amor es algo pasajero, más relacionado con el deseo y la obsesión que con algo que pueda salvarte como ser humano. Para ella, la vida del americano medio es sólo un escenario de cartón que evita que vean la podredumbre detrás.

En Mar de fondo (Deep Water, 1957) narra otro infierno marital; el de una pareja obligada a mostrarse como ideal, pese a que ambos tienen defectos de carácter. Vic Van Allen es culto, de izquierda, amante de los animales y un esposo devoto. Todo mundo lo quiere, al igual que a su esposa, quien también es inteligente, de buena familia; el problema es que a Melinda le gusta tener amantes, pese a que todos hacen como que no pasa nada, incluido el propio Vic. Sin embargo, un día enfrenta, de manera tangencial, al amante en turno y le cuenta la historia de un marido enojado que asesinó al hombre con el que su esposa se acostaba. El cobarde amante hace un escándalo y todo acaba por revelarse como una broma, muy negra, pero broma al final. Sin embargo, el siguiente amante no corre con la misma fortuna.

El grito de la lechuza está protagonizada por Robert Forester, un temeroso ingeniero aeronáutico, quien sale huyendo de Nueva York por la relación terrible que lleva con su mujer. Un día, al salir de la oficina, descubre a una bella chica cocinando en una de esas casitas de ensueño de suburbio gringo. Decide hacer una serie de cosas (estacionar lejos su auto, meterse por jardines traseros) para poder espiar a la bella chica y fantasear con que él es su marido, mientras guarda silencio entre las sombras. Esta misma acción la repite en varias ocasiones hasta que, como es natural, la mujer se da cuenta. Lejos de reclamarle o llamar a los policías, la mujer, llamada Jennifer “Jenny” Thierolf, lo invita a pasar a su casa y conocerse. De esta manera iniciarán una extraña relación, en la que la esposa de él y el prometido de ella acabarán actuando violentamente.

Patricia Highsmith
Patricia Highsmith ı Foto: larazondemexico

LA LARGA SOMBRA

Aunque muchos han acusado de misógina a la autora de Texas, por la proclividad al mal de sus protagonistas femeninas, la verdad es que los hombres que presenta no son tampoco un dechado de virtudes. Maridos y padres viven siempre bajo el yugo de “no ser suficientemente hombres”, oprimidos por querer conseguir el éxito social y tener a la esposa trofeo. Ahí está el abogado Walter Stackhouse que, si bien era chantajeado por su esposa, también buscaba consuelo en una chica menor a la que podía manipular, ya que ella lo admiraba. Sidney Bartleby no abandonaba a su soberbia mujer porque vivía de la manutención de ella, en tanto Vic Van Allen no le ponía un alto a las infidelidades de su pareja porque estaba cómodo en el papel de víctima. O el propio Robert Forester, personaje que no podía iniciar una nueva relación de manera un poco más adulta y sin conflictos.

En las novelas ya mencionadas, además de otras que podríamos traer a cuento, Highsmith creó una escuela que sería muy prolífica durante esos años, cuando socialmente las mujeres empiezan a dejar de ser víctimas para convertirse en personajes activos. Por ejemplo, en el 2013, la malograda escritora canadiense A. S. A. Harrison, quien solamente publicó una novela, tomaría de nuevo el tema de las relaciones entre parejas y lo llevaría a sus terrenos. Curiosamente, en su libro La mujer de un solo hombre (The Silent Wife, 2013) retrata la relación no de un matrimonio chapado a la antigua, sino de una pareja de nuevo cuño: la que establecen una mujer liberada, Jodi, quien no desea “unirse en forma ninguna”, y Todd, un marido infiel. Aquí la esposa es otra vez desplazada por una más joven. Harrison va alternando capítulos entre el marido y su mujer para ir mostrando cómo se enferma y deteriora una relación que debería acabar porque ya sólo es apariencia. Harrison es casi tan incisiva y cruel como Highsmith, pero sin el sarcasmo y el humor negro de la autora de Fort Worth.

Sería la estadunidense Gillian Flynn quien llevaría al gran público este tema con tal éxito que lo acabarían convirtiendo en una película. En Perdida (Gone Girl, 2012), Flynn al parecer se inspira en los capítulos alternados de Harrison y en la pareja protagónica de Highsmith. El esposo de su historia, Nick, igual que en Crímenes imaginarios, es un escritor sin suerte que utiliza la herencia de ella, Amy, para sobrevivir; también existe un diario que lo incrimina y al final hay un delito pero no ocurre como pensamos. La diferencia es que Flynn le apuesta todo a la estructura, al giro final, a la sorpresa. Una vez que descubrimos el desenlace, el libro pierde algo de interés. Pese a eso su novela Lugares oscuros (Dark Places, 2009) es mucho más oscura y devastadora, al mostrar la pobreza y marginación de una familia del medio oeste norteamericano.

A estas dos narradoras podríamos sumar, como escritoras que de algún modo se mueven bajo la sombra de Highsmith, a Camilla Läckberg, Fiona Barton, Claire Kendal y Samantha Hayes, entre otras.

Es curioso que a cien años del nacimiento de Highsmith, esas novelas adquierAn un halo de frescura que no veía la industria más reacia a sus dramas oscuros, de retruécanos psicológicos 

UN LEGADO DE OSCURIDAD

Hasta el momento ningún editor se ha atrevido a ponerle un sello de Domestic Noir a los libros de Highsmith, como tampoco la han considerado parte de la literatura lésbico-gay, pese a que ella misma era homosexual y muchos de sus personajes son bisexuales u homosexuales, como el propio Tom Ripley, por ejemplo.

Lo cierto es que, considerando en retrospectiva, sus novelas son más contemporáneas que nunca. Pese a que sus personajes en su mayoría son masculinos, ella puso énfasis en las mujeres, mostrándolas no como objetos para desear sino como seres complejos, con oscuridades y motivaciones propias. El hecho de que muchas de sus obras se centraran al interior del hogar, posibilitó que muchas otras autoras se dedicaran a hablar de lo que pasa en ese ámbito. La académica Fiona Peters, en su artículo The Literary Antecedents of Domestic Noir, señala esto con claridad.

A la fecha, pese a los años transcurridos, las novelas de Patricia High-

smith siguen pareciendo tan oscuras y psicológicamente intensas como el día en que se publicaron. Un crítico se preguntaba sobre una novela de ella: “¿En realidad hay gente como estos protagonistas? Si es así, vivimos en una sociedad de locos que se hacen pasar por cuerdos”. Yo respondo: Así es, querido amigo, y eso lo vio Patricia Highsmith desde hace años.

Notas

1 Patricia Highsmith, El grito de la lechuza, traducción de Joaquín Llinás, Anagrama, Barcelona, 2015, p. 125.

2 Andrew Wilson, Beautiful Shadow: A Life of Patricia Highsmith, Bloomsbury USA, Nueva York, 2010, p. 4.

3 Patricia Highsmith, Suspense, traducción de Jordi Beltrán, Anagrama, Barcelona, 2006, p. 32.