Rompan todo y esa cosa de ser tan argentino

Los puntos de vista unívocos son desde luego parciales y acostumbran equivocarse. Ven el mundo simplistamente, pero nada es sencillo: todo comprende varias verdades simultáneas. Es el caso de la polémica miniserie Rompan todo, producida por Netflix y disponible en esa plataforma, la cual pretende contar la historia del rock en América Latina. Mónica Maristain, periodista argentina especializada en música, cuestiona varios aspectos de la producción y ofrece su juicio sobre la misma. El debate, por supuesto, sigue abierto.

Rompan todo
Rompan todo Foto: Fuente: larepublica.pe

Navidad en el cielo, Bubulina se llevó mi amor”: la radio suena con una canción de estreno. Es del grupo La máquina de hacer pájaros, de Charly García. 1976. En esos días los grupos de rock daban a conocer sus temas en un ambiente totalmente restringido, con miles de muertos y desaparecidos como el gran basamento de un gobierno de facto, donde los que no queríamos hacer la Revolución crecíamos en medio de la oscuridad.

¿Ser testigo de esos hechos obliga a tener una actitud moral frente al documental Rompan todo? Cuando empecé a verlo, más allá de las miles de ausencias o ese unir todo con un pegamento barato, casi prendo fuego a la televisión. Hacía mucho que algo no me levantaba del sillón y pensé seriamente en desafiliarme de Netflix. Los amigos mexicanos también se agarraron la cabeza cuando vieron la miniserie y muchos memes en las redes sociales hablaban de ese “orgullo argentino” del productor y conductor Gustavo Santaolalla, que parecía saberlo todo. Entre los memes destacaron las frases “La rubia tarada era mi novia” y “A Luca Prodan lo pelé yo”, y el de la clase donde uno de los Beatles copia en un examen a Santaolalla, su compañero de entonces.

Cuando la risa apareció en el medio, las cosas comenzaron a ser tratadas con menos ceremonia, con menos seriedad y al final todo fue visto como lo que es: un documental de Netflix.

“DEBERÍAN ENOJARSE CONMIGO”

A través de más de cien entrevistas y material de archivo inédito, Rompan todo muestra cómo se construyó la historia de cincuenta años de rock en el continente. Es contada por sus propios protagonistas, pero con un guion hecho por Nicolás Entel, quien explica en entrevista para la revista Purgante:

Netflix venía de hacer muchas docuseries, siendo un género que no tenía mucha relevancia y venía de ser exitoso con proyectos en inglés. Ellos conocían mi trabajo por Pecados de mi padre, que es uno de los pocos trabajos en español que, en los últimos tiempos, han dado vueltas por el mundo. Empezaron a preguntarme si tenía ideas y automáticamente propuse ésta: sabía que era ambiciosa, pero la veía como una idea que funcionaba no solamente para Colombia o México, sino para toda la región e incluso más allá. Rápidamente empecé a armar el equipo: en mi primer llamado fue Picky Talarico (director de los episodios), con quien vengo trabajando desde hace tiempo y cuenta con mucha experiencia en el mundo de la música. Él era amigo de Gustavo Santaolalla. Si bien en cuanto a la prensa y lo que dice la gente sobre el rol de Gustavo ha sido tremendamente exagerado, los que están enojados deberían estar enojados conmigo y con Picky, no con él. Al mismo tiempo, no tengo ninguna duda de que era la persona correcta para llamar y apadrinar un proyecto de estas características.

Entel también acudió a Sony Music: aunque la disquera no tuvo nada que ver con el contenido de la serie, ayudó a coordinar una parte de los derechos legales. Al final, la sensación del guionista es que la compilación de temas quedó equilibrada entre las discográficas más grandes, las editoriales más grandes y los independientes. “Incluso utilizamos muchas versiones en vivo que le pertenecen a los artistas”, señala.

SUS GRANDES DEFECTOS

Es cierto lo que dice Nicolás Entel: eligió a Santaolalla y éste, por mandato del guionista, trata de “explicarnos” todo. Pienso en el mansplaining y también pienso en esa cosa tan argentina de no sólo saber más que el otro, sino también la costumbre de abarcar con el pensamiento casi todo lo que se analiza. Yo soy argentina, así que no es racismo, sino ver esas características que nos hacen a todos tan despreciables, aunque ésta sea una palabra demasiado fuerte.

En medio, por supuesto, hay miles de argentinos que no entendieron el mundo sino que se preguntaron cosas, que dieron obras inmensas, desde Jorge Luis Borges a Ricardo Piglia, desde Olga Orozco a Claudia Piñeiro, desde Diego Maradona a Lionel Messi, e incluso entre quienes aparecen en el documental Rompan todo. Pero después de mis dolores de cabeza con esa producción, creo que sus grandes defectos son que es de Netflix y que está hecha por argentinos.

El otro día un usuario de Facebook me decía que esa empresa es privada, que por qué le tenía que pedir algunas cosas con respecto a su moral, que Netflix podía hacer lo que quisiera, por lo pronto no promocionar la participación de Shia Labeouf en la película más vista recientemente, Fragmentos de una mujer, a causa de las denuncias de su exnovia por abusos.

Casi prendo fuego a la televisión. Hacía mucho que algo no
me levantaba del sillón y pensé seriamente en desafiliarme
de Netflix. Los amigos mexicanos también se agarraron la cabeza

Es cierto, Netflix es privada, pero no criticarla es como no criticar a Televisa (con su ideología del pobre vía El chavo del ocho), no criticar a TVAzteca (con su Pati Chapoy como una de las directivas del pensamiento Elektra), es tener los ojos como ganado vacuno frente a lo que es “una empresa que no es pública” y decir que todo está bien en nuestra sociedad. Por lo pronto, Netflix tiene una visión propia de Latinoamérica. Este continente que es tan diverso, tan distinto entre nosotros, querer verlo como un gran país bajo ese concepto de “latino” viene por supuesto de la gringuitud de la firma y de que todo se hace desde Los Ángeles o Nueva York.

De hecho, Gustavo Santaolalla ha hecho su inmensa y premiada carrera desde Estados Unidos, igual que Diego Luna, Gael García Bernal, Alejandro González Iñárritu y tantos otros, en una ilusión cultural que —no todo es precisamente argentino, esas características se contagian a muchos otros— nos envuelve a todos como en un cuento de hadas o en uno de violencia, es lo mismo.

Escribí esto cuando se estrenó el documental:

Cada vez que se mira a Latinoamérica así se hace y Netflix terminó siendo eso: una empresa gringa que tal vez con un mayor progresismo (¿el ala de izquierdas del Partido Demócrata?) mira a través de su ventana este continente en plena ebullición siempre, muy difícil de entender y de hacer resoluciones fáciles y rápidas, incorporando eso sí el margen a lo central, lo joven a lo viejo, lo famoso a lo desconocido y teniendo figuras paradigmáticas (como Gustavo Santaloalla, por ejemplo, como León Gieco) en el elenco.

No importa si es la violencia o una historia de amor: hay un sentido Netflix en las historias.

LO HECHO POR ARGENTINOS

Había un anuncio en mi infancia que mostraba a un futbolista diciendo: “hecho por argentinos”. No recuerdo la marca que promocionaba, pero siempre nos quedó ese dicho, que se aplica por supuesto a Rompan todo. Tratar de explicar un fenómeno cultural latinoamericano desde Buenos Aires o Los Ángeles es como si se juntaran el hambre con las ganas de comer (los dichos de nuestra abuela siempre asisten): hay una empresa que ve el continente como si fuera un todo, sin distinciones, dispuesta a quedarse con eso que nos relaciona y exagerarlo en sus productos, que firma contrato con un director y guionista que en su pensamiento —parece que tiene una epifanía— ve cómo el rock es un fenómeno compartido, que obedece a determinadas leyes y eventos políticos y oh lalá: aquí está la gran producción. Mientras escribo esto, muchas columnas en torno al documental han pasado y fuimos muchos los que escribimos y protestamos con respecto a Rompan todo. En ese sentido, es verdad que el estreno fue resonante, pero no necesariamente exitoso.

Hay que decir, por supuesto, de muchas ausencias, como la de Carlos Santana, un precursor del rock latino, la persona que introdujo en los estadunidenses el concepto de México como una gran cultura aplicada al gran discurso masivo. Fue triste ver el grado de participación de Javier Bátiz —como Nicolás Entel, el hombre que descubrió e inventó todo—, las intervenciones de Álex Lora —hace veinte años que vivo en México y el rock como todo movimiento tiene sus idas y vueltas, sus opiniones en torno a determinadas figuras— y muchísimas ausencias como Resorte, La Barranca, los grandes solistas de lo que entonces fue llamada Nueva Trova que, mediante Silvio Rodríguez, hicieron de la canción su gran estandarte (ver, por ejemplo, la tremenda versión de Santa Sabina a “Sueños con serpientes”).

Fue lamentable el tratamiento a Caifanes (sin Alejandro Marcovich, el guitarrista fundador), con una canción que entonces el grupo covereó, “La Negra Tomasa”, y sin pasar por sus grandes temas: “Afuera”, “La célula que explota”, “Cuéntame tu vida”, entre algunos otros.

La cobertura del movimiento del rock en Monterrey tuvo muchas lagunas, entre ellas la unión que el rock hizo con Celso Piña para sacar un disco antológico, Barrio Bravo, trabajo fundamental que resume el legado del vallenatero cumbiero de esa ciudad del norte. Tampoco está Panteón Rococó acompañando al EZLN y al Subcomandante Marcos, mucho menos El Haragán ni el movimiento del rock urbano, que tocaba en los que fueron llamados hoyos funky.

Nada de todo esto es tan imperdonable como no haber puesto en ese México rockero al gran Jaime López, autor de “La chilanga banda”, quizá el mejor autor de canciones luego de Silvio Rodríguez, nunca lo suficientemente bien reconocido en México y desconocido para los países latinoamericanos, entre ellos Argentina. A estas alturas, volver a decir que Jaime López es uno de los más grandes artistas de este país da un poco de cansancio y de vergüenza, porque si haces la historia del rock latinoamericano lo tienes que saber.

¿ROCKERO IGUAL A REVOLUCIONARIO?

En cuanto a los movimientos sociales está muy bien la intención, pero tienes que recurrir a historiadores, periodistas, gente capaz de cada país, para que cuenten la historia de cada lugar, lo más cercana posible a la realidad. En Argentina, por ejemplo, hubo grandes hechos sociales, como la dictadura misma, pero decir que el rock es una consecuencia del gobierno militar y que los rockeros eran revolucionarios es cuando menos poco histórico, por no decir que es una barrabasada lunática. Revolucionarios fueron los muchachos muertos durante la dictadura militar argentina, muchos actualmente desaparecidos, en una especie de holocausto vernáculo que todavía hoy se sigue debatiendo. Si realmente quieres hablar de movimientos sociales, no puedes excluir el de las mujeres, que es precisamente —junto con el del ecologismo— lo que está sacudiendo a la sociedad en estos mismos momentos.

Ah, claro, es que el documental Rompan todo es de Netflix, está hecho por argentinos y por hombres. Nada puede explicar tanta misoginia en un movimiento que fue bastante reacio a las mujeres. Es como la película del inglés Mike Leigh, cuando cuenta la historia de la Masacre de Peterloo y las mujeres se juntan en una asociación que apoya a los hombres, que entonces eran los únicos que tenían voto. La mujer siempre estuvo como espectadora agasajada en el rock. Ellos hacían las canciones para tener más éxito entre las damas, por eso es tan importante destacar a esas grandes mujeres que decidieron cantar y, por supuesto, romper con todas las normas que les eran impuestas por sus parejas y amigos, por sus parientes y espectadores.

Están desde Kenny y los Eléctricos, pasando por Dana (exintegrante de Arco Iris, la primera banda de Gustavo Santaolalla), hasta Gabriela, la primera mujer del rock argentino y de la que todavía se recuerda y canta su primer disco, Detrás del sol, muchas han tenido que transitar el camino del rock con tacones, por una ruta sin atajos y sin simpatía hacia lo que entonces se llamaba sexo opuesto.

Ni hablar en este punto de homosexualidad, palabra prohibida en el rock y que al menos en Argentina, tanto Federico Moura (1951-1988) con su grupo Virus, y Miguel Abuelo (1946-1988) con Los abuelos de la nada, marcaron una historia diferente y nos fueron enseñando a salir de la prisión del rock.

Así como hay gente que dice que cuando eres joven te gustan las ideas del comunismo y cuando eres viejo te vuelves conservador, no puedes hacer un documental de rock sin constatar que por mucho tiempo ese movimiento también fue una cárcel creadora. Cuando eres joven te gusta el rock; cuando eres viejo, el jazz. Claro, hay muchas personas que desmienten esos dichos y está muy bien, pero si no ves el grado a veces paralítico que tiene una instancia artística es porque no creciste.

La cosa más tremenda que tienen nuestros países es la diversidad. En cada una de nuestras regiones está la historia musical con sus grandes matices: desde Brasil con Os Paralamas do Sucesso, los tropicalistas y obviamente Ney Matogrosso, hasta Centroamérica con su ritmo caribeño y metalero, prácticamente desconocido en México y en Argentina.

Pero yo qué digo. ¿Maná en lugar de Los Tetas? Como apuntó la periodista Tania Magallanes: “No es mi canon y tampoco mi documental”.

MÓNICA MARISTAIN (Concepción del Uruguay, Argentina, 1967), periodista, fue editora de Playboy Latinoamérica. Ha escrito doce libros, entre ellos Bolaño. El hijo de Mister Playa, publicado en México (Almadía), Argentina (Ediciones 36) y el mercado anglo (Melville House).